LA TRAMPA DE LACLAU
Si
bien la crisis de los partidos no oficialistas ya venía despuntando,
fue en las últimas semanas –principalmente frente al caso Malvinas
y la expropiación de YPF S.A.- cuando se revelaron con mayor nitidez
sus características. Más allá de las peleas internas y su saldo,
esos partidos (salvo en algunos casos el macrismo) terminaros
alineados de hecho con el oficialismo. Fue dramática la votación en
el Congreso por la petrolera, cuyo resultado quedará grabado en la
historia más allá de cualquier consideración que le dio lugar, y
la asistencia en primera fila a la puesta presidencial cuando
reverdeció la cuestión de las islas. Falta de imaginación en
respuestas y propuestas así como la dependencia acérrima de
principios esgrimidos fuera de tiempo y de lugar, fueron algunos de
los rasgos salientes de la acción opositora. Sin embargo, si se mira
el proceso con un poco más de detenimiento emerge una lógica que
hace que las cosas hayan sucedido de la forma en que lo hicieron. En
este trabajo se sobrevuelai
sobre las concepciones filosóficos que se admite han influenciado al
matrimonio de gobierno en su forma de ejercerlo y que podrían echar
luz sobre algunos comportamientos inexplicables que, por lo menos en
apariencia, no se condicen con la tradición peronista de meter a
todos en la misma bolsa. En las notas se exponen dos casos, el de YPF
y los subtes en la CABA, como formas alternativas de comportamiento
frente a los manejos políticos del oficialismo.
Una cadena de mandos
Del
filósofo alemán Karl Schmitt son seguidores tanto Ernesto Laclau
como Chantal Mouffe, un matrimonio de politólogos post marxistas al
que se le atribuye gran influencia en el ideario y la acción de los
gobiernos K. Se dice que fue Alberto Fernández cuando aun gozaba de
la confianza de los Kirchner quien le regaló a Cristina el libro “En
torno a lo político” de Mouffe que la futura presidenta leyó y, a
la luz de los acontecimientos ulteriores, colocó en su mesita de
luz. De Laclau se sabe que fue un asiduo visitante a Olivos por lo
menos en vida del marido.
Es
en el plano político donde hay que poner el foco para percibir las
características de las formulaciones de este conglomerado de modelos
conceptuales. Una de ellas es que “toda política es posible en
tanto se logre identificar a un enemigo público” y hacer de esa
distinción el leiv motiv
de una praxis que ellos ven como antinómico con el liberalismo
político, contra el que Schmitt basó toda su prédica. ¿Cuál es
el fundamento de esa aparente sutileza? Es la cuestión de la
búsqueda de los consensos, característica del funcionamiento de las
democracias en Occidente, que es visto como un empobrecimiento del
universo político a partir del hecho de que en los acuerdos se
subliman las diferencias. Este acto elemental que normalmente se lo
considera como un factor positivo de funcionamiento de las
instituciones es considerado indeseable. Para el filósofo alemán,
“todo consenso se basa en actos de exclusión” un resultado que
deriva del hecho obvio de dejar de lado aquellos aspectos iniciales
que eran el motivo de la controversia y en su lugar jerarquizar las
coincidencias entre las partes. Es sabido que el nazismo se sirvió
de las ideas de Schmitt; sin embargo, el filósofo nunca abdicó de
las ideas democráticas pero con la salvedad de que esa
institucionalidad “no podría nunca partir de borrar o diluir las
diferencias, sino al contrario, de ponerlas en primer plano”. Y ahí
aparece una de las primeras claves: el
señalamiento del adversario.
Así,
la dialógica “nosotros/ellos” implica una diferenciación que,
al tiempo que "cohesiona al grupo, contribuye a distinguirlo del
otro”. Esto último se sustenta en la afirmación de que “reconocer
al enemigo implica asumir un proyecto político que genera un
sentimiento de pertenencia”. Es decir, al
enemigo hay que distinguirlo, combatirlo y derrotarlo pero nunca
exterminarlo. Su presencia es
el testimonio de “mi” presencia hegemónicaii.
La carga de Schmitt en contra el liberalismo se basa en que “ha
intentado diluir al enemigo” y ya, en 1932, afirmaba que “el
intento liberal de eliminar lo político…esta destinado al fracaso”
Surge
así la aplicación de la noción de praxis agonista como la creación
de una esfera pública donde “pueden confrontarse diferentes
proyectos políticos hegemónicos, antagónicos entre sí, dentro de
las reglas del sistema democrático”. Desde ese punto de vista la
política no sería otra cosa que la “capacidad histórica de
realizar la distinción amigo/enemigo”, capacidad a la que llama
“decisión”. Y aquí otra imagen clave: “la
decisión es política en estado puro,
sin contaminaciones morales,
económicas o estéticas”.
Efectivamente,
en un ejercicio de exclusiones conceptuales, lo político puede ser”
modelado” por medio de un sistema coherente desconectado de
sistemas que en otras circunstancias podrían ser afines o conexos.
Por ejemplo, el plano moral puede ser especificado en una dialógica
bueno/malo, el estético en bello/feo, el económico en redituable/no
redituable; en ese contexto de singularidades, la praxis política
puede dar lugar a un planteamiento aséptico, sin connotaciones, que
adquiere así una ventaja sobre quienes jueguen la partida provistos
de consideraciones más extendidas, complejas o difusas. Haciendo una
analogía un poco forzada con el fútbol sería como los que quieren
jugar bien para satisfacer a los espectadores (“lo importante es
competir”), y los que pensando solo en el resultado pinchan con
alfileres a los adversarios o hacen alusiones maliciosas a la
fidelidad de sus esposas para que los afectados reaccionen y sean
expulsados del campo de juego.
La
dialógica amigo/enemigo, planteado por Schmitt como una expresión
de la necesidad de diferenciación, conlleva un sentido de afirmación
de sí mismo (nosotros) frente al otro (ellos). Pero, la
diferencia también plantea al mismo tiempo una relación;
se establece así un principio de oposición y complementariedad que
podría sea vinculado a una de las leyes de dialéctica hegeliana
(“unidad y lucha de los contrarios”), pero con una salvedad
importante: a diferencia de Hegel (y de su versión materialista, el
marxismo) la contradicción no se resuelve (lo que a su vez hace
recordar a las ideas primitivas del maoísmo en cuestiones
filosóficas).
Así,
mientras que la posibilidad de reconocer al enemigo implica la
identificación de un proyecto político que genera un sentimiento
pertenencia, ni la identificación con/del enemigo, ni el sentimiento
de pertenencia, ni la misma posibilidad de la guerra que le dan vida
a la relación amigo/enemigo, son inmutables. Antes bien, se
encuentran sometidos a variaciones continuas, es decir, no están
cristalizados. La esencia de lo político así no puede ser reducida
a la enemistad pura y simple sino a la posibilidad de distinguir
entre el amigo y el enemigo. Sin embargo, el enemigo no puede
pensarse en términos de cualquier competidor o adversario como según
este punto de vista era planteado por el liberalismo. En ese caso la
oposición o antagonismo de la relación amigo/enemigo se estable si
y solo si el enemigo es
considerado público. O sea, no se busca la desaparición del enemigo
de la escena. Hay que mantenerlo visible para justificar mi acción.
Esa presencia, aunque incómoda, me da sentido.
En
cuanto a sus adláteres. Si la crítica de Schmitt al liberalismo
provenía de la derecha, se dice que la de Laclau viene de la
izquierda. Una de sus contribuciones es haber convertido la noción
de “populismo” de mal vista en una característica positiva de la
política. Un tratamiento similar ocurrió con la noción de
“hegemonía” cuando sostiene que “la política, más que la
convivencia entre ideas plurales es una lucha entre discursos
hegemónicos donde es necesario que uno se imponga sobre otro” una
hipótesis que para algunos autores hace acordar a Gramsci.
Vez
pasada un reputado columnista se preguntaba el porqué de las
dificultades para que la oposición se una en lugar de danzar al
compás de los cantos de sirena del oficialismo. A luz de las
argucias políticas que estamos viendo una de las explicaciones
posibles sería que los distintos componentes de la potencial
oposición terminan por ser estereotipos conformados en beneficio de
la acción oficialista. Será por eso que Ricardo Alfonsín no
disimulaba su envidia por Macri debido a que el gobierno elige y
promueve a este último como opositor preferido. La pregunta que cabe
hacer es si esos opositores lo son “a” o “de” su majestad. En
este último caso qué es lo que nos dice la realidad.
La
creación de ese diríamos prototipo de opositor conlleva a su vez el
establecimiento de una parafernalia informativo-comunicacional que
rodeando públicamente al sujeto del travestismo le da una identidad
que no tiene de por sí; en algunos casos agraviante, como cuando se
inventa un neologismo para decir que Macri sufre de “gataflorismo”;
en otros casos el endoso identitario no lo es tanto y por el
contrario el beneficiario termina por acomodarse a esos supuestos
atributos como un signo de identidad al igual que los jóvenes se
sienten representados por la marca de jean.
No faltan ejemplos de este tipo en la selva política.
En
tanto las argumentaciones esgrimidas en los actos de gobierno no
coinciden con los objetivos reales encubiertos pero presuntos, los
relatos no carecen de cinismo. En el caso de YPF y en el de las
Malvinas se azuza el nacionalismo, aunque la preocupación es la caja
o la necesidad de desviar el foco de distintas dificultades
(políticas, de corrupción, etc.) y disciplinar a la tropa. Sin
embargo, en ambos casos, aunque plenamente consciente de la maniobra,
la oposición no atina a otra variante que las conocidas.
La
estrategia política del oficialismo debe ser enfrentada en el plano
donde se genera y expresa sin otro tipo de consideraciones (éticas,
filosóficas, ideológicas, etc.) propias de otros lugares y
circunstancias. Si el yaguareté está por atacar primero se lo
neutraliza y luego, a fin de mes, se cumple con el abono de la ONG
ambiental; no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo. La
estrategia del oficialismo solo admite la oposición sistemática -
no en la mayoría sino en todos
los casos- una práctica reñida con el buen funcionamiento de la
democracia (y del liberalismo político como estamos viendo en este
trabajo) pero imprescindible en el marco de reglas de juego
hegemónicas que no deben ser legitimadas por acción u omisión.
Retirarse, no votar, abstenerse u oponerse, una respuesta de índole
política, no quiere decir que la oposición carezca de posiciones al
respecto; tampoco que dejemos de lado sentimientos que anidan en
partes importantes de la opinión pública como ha ocurrido en muchas
oportunidades. Sin embargo, lo que luego se critica no es no haberse
avenido a lo que piensa la mayoría sino, por el contrario, no haber
fijado una posición correcta y orientadora, aunque sea perdidosa
(¡… pero hay que tener posición!). En el universo de los
mensajes, habida cuenta de las características reduccionistas que
adopta la comunicación en estos tiempos, el dato que queda
registrado no solo en la historia sino en la memoria del pueblo, es
el resultado final. ¿Quién recuerda cuáles fueron los ejes de los
debates que rodearon la elección en la que Cristina sacó el 54%?
Laclau
en su momento fue muy explícito. Para el filósofo argentino
radicado en Londres “el experimento político de Kirchner es muy
valioso, pero aún no es lo suficientemente bueno, porque no llegó a
lo que sí llegaron Perón o Chávez: a dividir la sociedad en dos
campos enfrentados”. Lamentablemente el proceso se fue
desenvolviendo en ese sentido. A la oposición solo le resta esperar,
tener paciencia, dar tiempo a que el círculo vicioso del populismo
se vaya cerrando. Mientras tanto, más que en abismos pensar en los
puentes donde se puedan dar la mano las coincidencias si es que
realmente se quiere superar la actual situación.
Ing. Alberto Ford
La Plata, mayo de 2012
i
Quienes
deseen profundizar sobre los alcances de este conglomerado
ideológico pueden leer
Schmitt,
Karl, El
concepto de lo político,
Alianza Editorial, Madrid, 1999.
Laclau,
Ernesto, La
razón populista,
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005
Mouffe,
Chantal, El
retorno de lo político,
Paidós, Estado y Sociedad, España, 1999
Mouffe,
Chantal, En
torno a lo político,
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007
ii
Hace acordar a la novela de
Saer “El entenado” donde los indios en la época del
descubrimiento del Río de la Plata mataban a todos los españoles
menos a uno al que llevaban a su tribu durante un tiempo prolongado
para después liberarlo y así poder dar testimonio en España de
sus modos de vida (la ficción se basa en el hecho real del
exterminio por parte de los charrúas de la expedición de Solís en
el que este y sus compañeros de infortunio fueron comidos por los
indios. El único que se salvó fue el grumete Francisco del Puerto
que luego de vivir en las tolderías fue rescatado por otra
expedición española a la que le sirvió de intérprete)
iii
El
caso de YPF.
Con el objetivo de recuperar la soberanía hidrocarburífera el
oficialismo y la mayoría de la oposición unieron sus fuerzas en el
Congreso para expropiar el 51% de las acciones de YPF SA que estaban
en manos de la española Repsol. Cabe preguntar si se lograron los
objetivos. Veamos.
El 85% de la explotación
petrolera en la Argentina sigue en manos extranjeras. El 15%
restante de esa explotación (o sea el 51% expropiado de las
acciones de YPF S.A. que su vez ocupaba el 30% del total) será
manejada por un experto argentino proveniente de Londres. Este
ingeniero entrerriano hasta ahora operaba como alto ejecutivo de
Schlumberger, una petrolera que es de punta: dispone de información
y conocimientos en prospección de hidrocarburos que nunca se
podrían generar en nuestro país - si ello fuera posible en las
actuales condiciones tecno científicas, estratégicas y políticas
del manejo global del recurso.
Hemos postulado en otro
trabajo la imposibilidad de alcanzar la soberanía en el rubro de
los hidrocarburos, uno de los fundamentos de la expropiación.
Argentina nada en un mar de petróleo y gas pero de ninguna manera,
a diferencia del pasado, sin ayuda externa puede transformar esa
riqueza en reservas explotables. Demostrar esto es una cuestión
técnica que trasciende este trabajo pero los datos de la realidad
son elocuentes: toda esta movida alrededor de YPF S.A. no ha
provocado en la práctica más que un cambio de collar como se
muestra en el párrafo anterior. El petróleo es un recurso global.
Lo es así desde los ’70 cuando dos crisis reconfigurantes del
capitalismo, que fueron provocadas por la suba del precio del
petróleo, terminaron con el subsidio a un sistema productivo poco
competitivo por su resistencia a incorporar los adelantos
tecnológicos que permitieron poner un hombre en la luna.
En cambio, sobre el
autoabastecimiento se puede decir que en la Argentina ha sido un
objetivo alcanzable en el pasado con medios técnicos mucho menos
sofisticados que los ahora necesarios. En la actualidad, lograr
consumir producción argentina básicamente depende de un conjunto
de medidas de concepción simple que no han sido tomadas por este
gobierno: tarifas de mercado y ejercer un control estatal adecuado
al que nadie se opone (y terminar con los actos absurdos como
expropiar las acciones de Repsol y comprarle el gas a la misma
Repsol pero de Bolivia unas cuentas veces más caro de lo que se le
pagaba por el mismo insumo a la petrolera española antes de la
expropiación; también, de apuro, en las circunstancias intrincadas
de esta pasión nacionalista por la expropiación, pagar mucho más
por el gas licuado que se desembarca en Bahía Blanca de los buques
metaníferos).
Está la cuestión simbólica.
YPF es una marca que activa la veta nacionalista de muchos
argentinos. Pero al igual que otras muchas marcas que han sido
extranjerizadas en los noventa ya no tiene más el lustre inicial
que les dieran sus fundadores. Cuando se está expropiando YPF S.A.
no se está recuperando la empresa que fundó Mosconi a pesar de la
conservación del loguito. Solamente un tratamiento superficial y
atropellador del oficialismo, apelando a una emotividad sensiblera,
y la oposición mirando la luna o no sabiendo qué hacer, pudieron
haberse confabulado de hecho para materializar la medida
expropiatoria.
Hemos tomado estos tres
aspectos del proceso expropiatorio para mostrar la inutilidad y el
costo político del voto opositor: no contribuyó a recuperar la
soberanía energética, no puso de relieve más que en el plano
retórico que el autoabastecimiento ha sido impedido por el propio
gobierno con su populismo, y en el caso del radicalismo sobrevaloró
el aspecto emotivo que conlleva la visualización del logo que no
tiene nada que ver con los fundamentos primigenios de las políticas
energéticas impulsadas por el yrigoyenismo.
iv
El
caso de los Subtes.
Hay que detenerse un instante en la forma en que el jefe del
gobierno porteño está llevando adelante el conflicto del subte, en
relación a cuya gestión, en una asumida muestra de ingenuidad
política, firmó un acta acuerdo para efectivizar el traspaso del
subte a la capital apoyado en compromisos por parte del gobierno en
lo relativa a obras y subsidios (en la realidad como luego se vio
estos compromisos estaban escritos en la arena). Ahora bien, ¿cuál
ha sido la lógica con que la no-negociación ha sido manejado por
las partes? El gobierno nacional, reclamando el cumplimiento de lo
pactado referido al traspaso sin hacerse cargo de todos los otros
aspectos del compromiso; sumado, una fuerte presión comunicacional
como están en condiciones de hacerlo desde el aparato del estado;
por último poner en la cancha el peso de una empresa alcahueta
beneficiaria de los subsidios gubernamentales, y el comportamiento
dual de las dos expresiones sindicales involucradas. El macrismo a
su vez fue administrando el entredicho sobre la base de los
siguientes puntos: 1) pedido de audiencia a Cristina para tratar la
controversia que esta obviamente no quiere ni puede dar (le interesa
más la diacronía del conflicto y su instalación pública que la
solución o la atenuación del mismo, según estamos viendo en este
trabajo), 2) la seguridad de los usuarios, 3) el cumplimiento de la
Constitución para la transferencia de servicios con las partidas
correspondientes, 4)realización de las obras anunciadas por el
gobierno oportunamente. Ante una convocatoria del Ministro Tomada a
la mesa de negociación al gobierno porteño este se negó a asistir
aduciendo que no le correspondía hacerlo hasta que finalmente
cambió el proceder acudiendo el responsable del área y aunque no
firmó nada (“el que se quema con leche…”) el conflicto se
tomó un respiro. A los tres días se produce un giro copernicano:
Macri anuncia que “la ciudad no se hará cargo de los subtes”
introduciendo una modificación tajante el enunciado de que “a la
ciudad no le corresponde hacerse cargo de los subtes”. La
diferencia no desecha la posibilidad de negociar porque esta nunca
existió por el hecho de que la intención del gobierno nacional fue
hacer patente su hegemonía, sino que le permite al macrismo salirse
del plano del conflicto e instalarse en un plano que él mismo ha
configurado de generación y acumulación de poder a partir de
establecer una relación directa con el usuario, dispuesto a pagar
los costos políticos devengados por eventual default de la jugada.
Si se mantiene en sus trece, rompe la maniobra del gobierno.
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