viernes, 30 de octubre de 2015

El enfoque territorial en la Argentina. JJC AF. Comentario Lafferriere


La cuestión territorial preocupa en primer lugar porque aún entre nosotros no llega a ser considerada como un problema. Propuestas del más diverso tipo, sobre todo relacionadas a la cosa económica o productiva, son hechas como si nuestro territorio fuera un todo homogéneo. Por tomar un caso, la iniciativa del Poder Ejecutivo al Congreso referida a las limitaciones impuestas a los extranjeros para la compra de tierras. En ella se sugiere un tope de 1000 hectáreas sin discriminar  que esa cantidad de tierras en la Patagonia tienen un valor mucho menor que en Pergamino donde alcanza los 18 millones de dólares.  En este trabajo vamos a considerar los desequilibrios territoriales a escala nacional y su consecuencia más directa: la anómala distribución demográfica  que da lugar a la alta concentración del conurbano bonaerense. Lo hacemos teniendo en cuenta dos cuestiones: 1) que los desequilibrios no son malformaciones recientes sino que ya tienen siglos de gestación, 2) de no comenzar a abordarlos con un criterio federalista sincero estamos condenando a la esterilidad las mejores iniciativas para el desarrollo económico social de nuestro país.

Para decir que un territorio está desequilibrado se tiene en cuenta la magnitud de la actividad económica y el espacio geográfico donde tiene lugar. Se considera, sin embargo, que este enfoque de dos variables es insuficiente debido a que el economista no tiene en cuenta la localización ni el geógrafo los procesos de desarrollo y sus causas. El problema de esos desencuentros reside en que “los desequilibrios necesitan ser medidos por medio de instrumentos cada vez más precisos, no por un prurito académico, sino para servir de base a la planificación regional” (Vásquez Barquero, 1984)[i].  

En realidad la temática de los desequilibrios territoriales debe ser vista desde una óptica multidimensional.  La principal de esas dimensiones es como hemos dicho la demográfica que nos muestra la distribución de la población en el espacio; otra es la política que en materia de privilegios hace notable la presencia del poder en determinados lugares; no menos importante es la referida a la conectividad, en particular con el exterior, por su rol en el comercio; y la más inmaterial de todas: la que refleja las expectativas que pueblan el imaginario de las familias  desprovistas de inclusión social con respecto a las concentraciones urbanas, sobre todo las más grandes, que aparecen como la panacea. La concentración productiva y las sobrecargas ambientales cierran ese ciclo entrópico de malversación de oportunidades.


El unitarismo

Nuestro territorio fue históricamente motivo de pujas entre distintas concepciones de ocupación: mientras que la dominación española estuvo motorizada por el saqueo de las riquezas naturales la inglesa, en cambio, buscó activar el comercio marítimo para dar salida a sus mercancías. Por su parte, hubo misiones civilizatorias de origen religioso que se ubican en un plano intermedio,  como las jesuíticas, al concebir el despliegue en el territorio continental con un fin productivo y de organización social. Esta última experiencia se vio abruptamente interrumpida con la expulsión de la orden en el siglo XVIII.  Un poco después con la independencia de los países se inicia otra onda de rasgos modernistas que estableció la primacía de lo porteño (marcadamente en el caso del Rio de la Plata), un concepto que llegó a configurar una categoría sociológica.

En nuestro país el camino soberano estuvo sembrado de hitos. El primero de ellos fue la gobernación de Rosas que fue un acérrimo defensor del puerto de Buenos Aires. Superada la dictadura del “más unitario de los federales”, se ingresa en un período caracterizado ahora sí por la lucha franca entre esos dos bandos. Los unitarios representaban la modernización a imagen y semejanza de Europa en cuyos países avanzados se inspiraban. El triunfo frente a los caudillos fue condición sine que non para el despegue de nuestro país aunque ese triunfo, que finalmente se logró sin atenuantes, lo fue en detrimento del despliegue de un federalismo equitativo como el que se ponía en marcha en Estados Unidos. La expresión de esa nueva correlación de fuerzas fue la instalación del modelo agroexportador que de ser un desierto transformó la pampa en un vergel conocido luego como “granero del mundo”.

Se construyó el puerto de Buenos Aires y se tendieron decenas de miles de kilómetros de vías férreas según una configuración radio céntrico confluyente en dicho puerto. Ese diseño nos formateó hasta la idiosincrasia nacional. Un país con una prodigalidad poco frecuente fue condicionado a lo largo de la historia para que los flujos de sus riquezas desembocaran fatalmente en el puerto contribuyendo a inclinar aún más la cancha.

Cuando el modelo agroexportador declina, en el primer tercio del siglo XX, nuestro país se encamina hacia la adopción de otro modelo de gran trascendencia: sustitución de importaciones. ¿Por qué nace un proceso de esas características? Hubo varios factores externos y naturalmente una gran predisposición interna de sectores que se asomaban a la producción y veían caminos de crecimiento a partir del proteccionismo que el Estado puso en marcha para defender sus emprendimientos. Las radicaciones industriales se dieron siguiendo la tendencia histórica a orillas o en la cercanía del Rio de la Plata, lo que provocó traslados en masas de poblaciones del interior que veían ese novedoso proceso como una oportunidad para mejorar sus condiciones laborales afectadas por la crisis de las economías regionales.

El proceso que nace en los 30 cuenta con dos propulsores principales: el peronismo y el frondicismo. El primero dando más protagonismos a sectores autóctonos lo que conduce al nacimiento de una burguesía nacional industrial que imprimió (y lo sigue haciendo) profundas huellas en la sociedad argentina y principalmente en sectores políticos e intelectuales sin distinción, y el segundo abriendo las puertas de par en par al capital extranjero. 

Ambos procesos tienen ventajas y desventajas que pueden ser consultados en la bibliografía específica. Lo que sí podemos decir que desde el punto de vista que estamos abordando en este trabajo, esos procesos industriales, tanto en el auge como en la decadencia, fueron la causante principal para llevar los estadios de desequilibrio territorial hasta los límites que conocemos ahora.

No se puede decir que el peronismo (o el desarrollismo que contó con su decidido apoyo) hayan sido con sus políticas industrialistas concentradas los responsables principales de las malformaciones territoriales. Empero, el peronismo ha sido el que más lo aprovechó.

El nacimiento y despliegue del populismo se apoya en los bolsones de pobreza que florecen en el conurbano bonaerense a los que el peronismo, cultor de esa práctica, tradicionalmente ha contribuido a cristalizar con su prédica y sus políticas clientelares. El gobierno actual no es la excepción.  Una de las características de su gestión es la política de subsidios para compensar la incapacidad de generar trabajo de calidad entre los sectores más pobres. Los economistas calculan que el 90% del total de esos subsidios está concentrado en el área metropolitana. Esa política no muestra en la práctica otros resultados visibles que no sea el aumento del consumismo y la degradación de los hábitos de trabajo: el beneficiario del plan con tal de no perderlo no acepta trabajos formales como se está demandando. La anomalía refleja el verdadero estado de cosas en la principal base de apoyo del actual modelo.  Las expresiones más degradadas de esas formas de hacer política pueden no tener límites y llegar a enquistarse en torno a una diversidad de prácticas delictivas.

En estos días asistimos horrorizados al crimen de Candela Rodríguez. El caso, de una crueldad inusitada, pone en evidencia el grado de deterioro que ha alcanzado el gran Buenos Aires. En materia de ilícitos involucrados hay de todo: narcotráfico, secuestros extorsivos, trata de personas, crimen organizado, piratas del asfalto. El asesinato de esa  inocente es una metáfora que pinta de cuerpo entero la problemático del conurbano bonaerense que a su vez llega a ser la expresión más fidedigna de las peores consecuencias que acarrean los desequilibrios territoriales en nuestro país.







El tratamiento del territorio en los países desarrollados

En la Unión Europea la cuestión territorial es el leiv motiv insoslayable a la hora de formular distintos programas.  Una epistemología de mayor complejidad permite acuñar la noción de cohesión territorial como ámbito de la integración y diversificación del conjunto de las acciones sobre un medio local.

Cuando se habla de cohesión territorial se piensa en una combinación de variables conocidas y en uso pero organizadas de otro modo; esa “reorganización” da un resultado que permite 1) conocer los nuevos problemas que conlleva la globalidad por su creciente incidencia en las realidades locales, 2) hacer una valoración crítica de los enfoques que han orientado los procesos desde el pasado hasta el presente considerando los resultados obtenidos.  Según el Libro Verde[1] de la Unión Europea sobre cohesión territorial[ii] {SEC (2008) 2550, Bruselas, 6.10.2008} el concepto “tiende puentes entre la eficacia económica, la cohesión social y el equilibrio ecológico, situando el desarrollo sostenible en el centro de la formulación de las políticas”. Como se ve constituye una apuesta multidimensional que cuestiona (y supera) la compartimentación epistemológica tradicional por la cual los problemas son de índole política o económica o jurídica o social o cultural o ambiental, etc. sin tener en cuenta que la realidad dista de ser tan estructurada.

Como ocurre con las nociones sistémicas, la de cohesión territorial es motivo de desconfianza inicial por parte de miradas provenientes de disciplinas particulares; se la intenta suplantar a veces por la de cohesión social o competitividad territorial. Ninguno de esos conceptos por separado, o juntos, llegan a alcanzar el potencial conceptualizador que muestra el de cohesión territorial. Veamos.
En la Argentina hay casos de colectivos endogámicos –por ejemplo los inmigrantes chinos y coreanos dedicados al comercio o los rumanos a la mendicidad- que no muestran ninguna interacción visible con el territorio y sus semejantes, salvo en los “no lugares” que son la caja registradora o la mano del mendicante. Dichas colectividades –se pueden encontrar otros ejemplos- son muy cohesionadas socialmente pero no generan links con el territorio a cuya cohesión no contribuyen: podrían ser trasplantados a otros territorios y seguirían funcionando de la misma manera. Por otra parte, un territorio puede ser altamente competitivo sin que sus ciudadanos muestren una gran cohesión. Tomemos el caso de Comodoro Rivadavia y su cuenca de petróleo de alta productividad. Los obreros son golondrinas que van a hacer la Patagonia sin ningún proyecto duradero que los ligue al territorio; solo esperan el momento de volver a sus provincias.
Según el citado Libro Verde “la competitividad y la prosperidad dependerán cada vez más de la capacidad de las personas y las empresas para aprovechar al máximo los activos territoriales”.

La problemática hoy

Volviendo al principio, por razones de interés política o por indiferencia, la cuestión territorial no tiene una presencia visible en el universo conceptual del pensamiento nacional. Las expresiones neo-desarrollistas con propuestas productivas genéricas no hacen hincapié en la ubicación de sus proyectos. Es indiscriminado el uso de indicadores económicos sin tener en cuenta el lugar donde se da el grueso de la actividad económico social en nuestro país. La  invocación al federalismo es formal. En algunas organizaciones lo territorial aparece bajo la forma de atender las migraciones, intentando revalorizar el papel de los pequeños pueblos o la importancia de que los jóvenes permanezcan en sus lugares de origen. En todos los casos, lo territorial no es concebido como potencial contenedor de otras variables. El problema tiene que empezar a tomar forma como consecuencia de una percepción compartida que dé lugar a consensos capaces de fundamentar políticas estratégicas integrales.

Algunos ejemplos

Un repaso de episodios de la realidad nos muestra las formas alternativas en el tratamiento del enfoque. Hay cuatro casos con lo que queremos ejemplificar un abordaje de la problemática.

Villas pero de ladrillos

Es ilustrativo comprobar el lugar que ocupan en el imaginario K las villas de emergencia y las ideas que lo inspiran en materia de desarrollo. En dos oportunidades por la cadena nacional la Presidenta ha valorado como un indicador de progreso en la Villa 31 el uso actual del ladrillo cerámico a diferencia del pasado en que las casillas se construían de chapa y cartón. En realidad, una de las razones por las que los villeros viven así es el desarraigo; sus viviendas son precarias porque se sienten de paso. Su estilo de vida no depende de sus ingresos, muchos de ellos bien pagos en los oficios calificados de la construcción, por lo menos en el caso de esa villa del barrio de Retiro. El mismo ingreso les permitiría construir en su terruño una vida distinta. Con una mirada similar, la Presidenta se hubiera deslumbrado con las mansiones de los jefes narcos en las favelas cariocas.

Cristina valora el uso del ladrillo cerámico en la Villa 31

Fábrica de zapatillas en medio de la pampa

Fue uno de los anuncios más espectaculares de la Presidenta en las últimas semanas: la fábrica de zapatillas de Las Flores que utiliza materias primas que no tienen que ver con la producción del distrito. Las fábricas de este tipo, normalmente desmesuradas, ocupan mucha mano de obra, pueden permitir aumentar el PBI de la localidad, también cifrar las variadas expectativas del intendente de que por arte de magia se pueda terminar con la desocupación en el distrito. En estos casos no se tiene en cuenta el factor mayor de vulnerabilidad que es el frecuente cierre de este tipo de fábricas por razones de competencia. Los proyectos locales deben guardar relación de tamaño con el medio en el que se implanta, y sus insumos tienen que tener que ver con la producción local. Ese tipo de industrias y su ubicación no son de lo mejor para nuestro país; son más bien para Brasil o China. Si algún industrial las quiere fabricar no debe tener ningún tipo de incentivos ni protección arancelaria, y se debe poner en evidencia ante la opinión pública los riesgos que implican fábricas de estas características al poner en tensión el desenvolvimiento equilibrado de la fuerza laboral local.

Casas de dos pisos con palenque

Se pueden ver a entrada de La Plata, al costado de la autopista. La mayoría de sus habitantes son desocupados que no quieren saber nada con otra cosa que no sea mantener los planes sociales (se niegan a trabajar en actividades formales porque los perderían). Los más ocupados tienen el oficio de cartoneros para lo cual cuentan con la ayuda de sus petisos, una sufrida raza que ha desarrollado su propia genética, que pacen agotados a la puerta de dichas viviendas. Afincar a familias sin las condiciones mínimos de trabajo, salud educación y seguridad no hace más que incentivar el resentimiento y la ociosidad. La Plata por su condición de capital, maneja muchos recursos pero lamentablemente no cuenta con la  empresarialidad suficiente ni la capacidad de generar puestos de trabajo que no sean en el estado. Es una bomba de tiempo no revertir ese flujo centrípeto y cristalizar el lugar de vivienda de familias sin las perspectivas que bien podrían encontrar su realización con los mismos recursos en otros lugares donde se sientan identificadas.

Peruanos, bolivianos y paraguayos, chinos y coreanos

En los últimos años se verifica una irrupción masiva de inmigrantes de países vecinos y del lejano oriente. La gente que viene tiene ocupaciones de las más variadas, algunas legales y otras no. Argentina siempre fue receptora de población, desde sus orígenes, pero esos procesos tuvieron lugar con objetivos precisos. Las políticas migratorias no pueden estar libradas a la oportunidad. Hay que ver qué viene a hacer cada uno. Hay ejemplos de rápidas adaptaciones exitosas como los bolivianos en la producción y comercialización de la verdura, los coreanos en la cadena textil, los chinos en autoservicios y restoranes tenedor libre, los paraguayos en la construcción, etc. No siempre todo es igual. Los casos más extremos son los de las prostitutas dominicanas o los mendigos rumanos de origen gitano; al respecto no se evidencia ninguna política estatal ni siquiera en el plano de la comunicación. Las políticas de migración deben ser selectivas y transparentes en el marco de un tratamiento estratégico del territorio.

Si los desequilibrios se fueron produciendo a lo largo de siglos, su resolución no será de la noche a la mañana. Pero hay que producir un punto de inflexión para comenzar a caminar en el sentido correcto.
La vuelta al pago literal y metafórica. Dar forma a consensos capaces de alumbrar un marco teórico y una línea política originales. La noción de cohesión territorial puede ser una ayuda inestimable.

Ing. Alberto Ford                                               Diputado Juan José Cavallari

La Plata, setiembre de 2011





15 10 30 El enfoque territorial en la Argentina

 Comentrio Ricardo Lafferriere

El artículo de Alberto Ford y Juan José Cavallari ponen en discusión un tema que, aunque ausente de la agenda pública, subyace desde el nacimiento del país –e incluso durante los dos siglos y medio de la colonia-, eclosionando periódicamente por las tensiones que se generan al no ser previsto (y cuando lo fue, al no ser cumplidos los acuerdos institucionales) que provocaron el singular desequilibrio geográfico-humano del territorio argentino.

 

El presente es el fruto de la historia y de la geografía. La estructura económico-política del Virreynato –antecesor institucional del estado argentino- comprendía dos polos y un endeble camino que los unía: Potosí y el puerto de Buenos Aires. Esos dos extremos justificaron la unidad política de la institución virreinal, con la misión de sacar la riqueza del Alto Perú asegurando el camino que traía esas riquezas hasta el lugar de embarque.

 

Sobre esa “línea” se fue edificando lo que luego sería la Argentina, con apenas un par de agregados marginales en Cuyo y el litoral. El primero, como barriada extracordillerana del Reino de Chile. El segundo, como gran proveedor de caballos y mulas para las caravanas que realizaban el gran viaje. Y en esa línea surgieron las ciudades virreinales, así como las postas y servicios a los viajeros.

 

Buenos Aires era la gran proveedora, por su puerto, de los productos que requería la pequeña sociedad edificada para mantener ese camino. Su denominación de “Virreynato” aparece claramente como una magnificación, atento a su realidad, salvo en sus dos polos de exuberancia.

 

Aceptando que los párrafos que anteceden implican una simplificación extrema, está claro que esos componentes básicos conforman los cimientos de una sociedad cuyas líneas maestras se extienden hasta hoy, como podemos observar con una mirada rápida a la distribución poblacional del país.

 

Daniel Larriqueta estudió en sus memorables obras “La Argentina renegada” y “La Argentina imperial” la dinámica de esos dos extremos, cuyas características culturales han provocado el remolino de turbulencias que, a dos siglos de la revolución, no han logrado su síntesis.

 

La Argentina renegada, ignorada por la vieja historia oficial, “tucumanesa” en la semántica de Larriqueta, en estado puro, es Bolivia. La Argentina imperial, negada por las voces ancestrales de los dos siglos coloniales originarios, “atlántica” según nuestro autor, en estado puro, es el Uruguay. Pero acá siguen protagonizando los choques que conformaron este país original y diferente en el continente americano, distinto a todos y con problemas sin resolver que no lo dejan encarrilarse definitivamente en la senda de la modernidad para poder soltar lastres y encarar la agenda del siglo XXI.

 Producida la revolución, el hecho más traumático para la vieja unidad geo-económica-política virreinal fue la segregación del Alto Perú. La extirpación de ese extremo dejó al viejo camino colonial desarticulado. Quedaba el puerto, pero no ya más las riquezas que financiaban el conjunto. Todo el ex Virreynato, esa antigua senda, de pronto se convirtió en un “camino a ninguna parte”.

 

 Los antiguos y ricos comerciantes porteños se apercibieron de inmediato que sin una nueva fuente de riqueza, la pérdida del Alto Perú los condenaba a la pobreza inexorable. Y la nueva riqueza comenzó a desarrollarse en la llanura pampeana y el litoral a partir de la tercera década revolucionaria para reemplazar a la plata que llegaba del Potosí.

 

Esa nueva riqueza, sin embargo, no fue funcional a todos los servicios que, a lo largo del viejo camino real, permitía la subsistencia a las antiguas ciudades coloniales, sus postas, sus fábricas de carretas, ponchos, arreos, platerías y demás adicionales para los viajeros y para quienes allí vivían. Y comenzó su declinación, frente a la inexorable y creciente preeminencia de quien manejara el puerto, y además, la riqueza principal del nuevo Estado.

 

Los conflictos soterrados –y también los púbicos- de los primeros tiempos lo mostraban. Al comienzo, los comerciantes porteños fueron quienes sostuvieron económicamente los Ejércitos de las Provincias Unidas, cosa curiosa si no lo enmarcamos en su necesidad de recuperar la perdida fuente de financiamiento en metálico. Las tropas del Ejército de los Andes llegando hasta Perú, ante la imposibilidad de recuperar el Alto Perú luego de las dos primeras campañas del Ejército del  Norte, buscaban esa meta, que no pudieron lograr. Perú fue libre, pero Bolivia sería un nuevo Estado, independiente y con intereses propios diferentes a los de las Provincias Unidas.

 

Cuando esa pérdida se hizo irreversible, llegó Guayaquil y la necesaria mirada hacia adentro. La nueva riqueza creció rápidamente a través de la ganadería en el territorio circundante al puerto. El crecimiento de la ocupación territorial bonaerense protagonizada por Rosas en su “primer campaña al desierto” fue funcional y consolidó este proceso, tanto como la reconversión de las viejas fortunas comerciales en fortunas agropecuarias.  Las primeras tierras “conquistadas” a las naciones indias fueron las bonaerenses, justamente por las campañas rosistas.

 

En términos más modernos, Rosas fue el generador de la primer oligarquía terrateniente, anulando el progresista intento de Rivadavia mediante la Ley de Enfiteusis de crear riqueza agropecuaria sobre la base de una clase media rural que sólo se repetiría con la experiencia de Urquiza en Entre Ríos, y luego con los arrendatarios que llegaron con la gran inmigración, con medio siglo de retraso y con otras formas jurídicas, un gran componente de explotación a los inmigrantes y la tierra pública ya adjudicada, esta vez a los financistas, generales y coroneles de Roca luego de la Segunda Campaña del Desierto.

 

El complejo oligárquico, ya comercial-terrateniente, consolidó fuertemente su riqueza a través de su manejo del puerto, llave del comercio exterior. Halperin Donghi ha demostrado que al momento de producirse el pronunciamiento de Urquiza, el presupuesto de la provincia de Buenos Aires era diez veces superior al de la suma de todos los presupuestos de las restantes trece provincias.

 

El ahogo que producía a todas ellas el asfixiante aislamiento a que las sometía el régimen rosista eclosionó a mediados del siglo XIX. La principal bandera rebelde fue la nacionalización del puerto y de sus rentas, para que no sirvieran sólo a la rica provincia rioplatense, sino a todo el territorio, que si con la Revolución había sufrido la pérdida del extremo norte del viejo camino colonial –Potosí- en el nuevo escenario también había “perdido” los beneficios del otro extremo, el del puerto, quedando condenado a un patético e impotente insularismo.

 

De ahí que la nacionalización de los recursos de aduana fue central en el acuerdo constitucional. Buenos Aires –centralmente, sus sectores dirigentes, protagonistas excluyentes de la política de entonces- aceptaron luego de la batalla de Cepeda ceder las rentas de la aduana a cambio de un período de transición en el que sus deudas serían soportadas por la Nación. La curiosa evolución histórica de la redacción de los arts. 4 y 67 –hoy 75- de la Constitución Nacional, corazón del acuerdo constituyente que permitió la existencia del Estado Nacional, es una demostración de la renovada tensión.

 

Los derechos de importación serían nacionales, no habría más derechos de aduana entre provincias ni “derechos de tránsito”, y no habría más derechos de exportación. Tal el acuerdo constitucional sin el cual la Nación no se hubiera constituido. Pero llegó la guerra del Paraguay, fue necesario financiarla y se postergó esta derogación de los derechos de exportación por un tiempo acotado, que terminada la guerra fue prolongado “in eternum”.

 

Ese paso significó no sólo la derrota definitiva del federalismo, sino de la propia causa de Mayo. Ya la Representación de los Hacendados, canónico antecedente de la revolución, reclamaba el cese de todos los derechos de exportación considerándolos nocivos para el crecimiento. Vale la pena recordarlo.

 

En 1809, Mariano Moreno presentaba ante el Virrey Cisneros, en nombre de “veinte mil labradores y hacendados de estas campañas de la Banda Oriental y Occidental del Río de la Plata” uno de los documentos precursores del movimiento revolucionario que eclosionaría un año después y comenzaría el proceso independentista con la formación de la Primera Junta de Gobierno Patrio. El documento pasaría a la historia con el nombre de “Representación de los Hacendados” y no hay argentino que no lo haya conocido y estudiado al pasar por la escuela primaria.

 

Ese documento ha sido considerado fundacional por todo el arco historiográfico argentino. Moreno, el patriota con más encendidas ansias de libertad, el inspirador de la corriente más avanzada en el proceso revolucionario, solicitaba no sólo el libre comercio frente al ahogante monopolio oficial, sino que demandaba limitar totalmente los gravámenes a los productos agropecuarios, expresando en la “súplica” sexta: “Sexta: Que los frutos del país, plata, y demás que se exportasen paguen los mismos derechos establecidos para las extracciones que practican en buques extranjeros por productos de negros; sin que se extienda en modo alguno esta asignación por el notable embarazo que resultaría las exportaciones, con perjuicio de la agricultura, a cuyo fomento debe convertirse la principal atención.” Ese punto estaría llamado a transformarse para los tiempos en la llave de oro del progreso del nuevo país.

 

De ahí que al diseñarse la Constitución, el delicado pero también sofisticado equilibrio pensado por Alberdi y aceptado por todos preveía no sólo la anulación de los derechos de exportación, sino que en el mecanismo de promulgación y sanción de las leyes, los derechos de los ciudadanos, de las provincias y de los tres poderes del Estado se resguardaran cuidadosamente delineando los derechos personales que el Estado de ninguna manera podía avasallar (las “declaraciones, derechos y garantías”, justamente el primer capítulo de su Primera Parte, como símbolo de su trascendencia); la división del poder del Estado en tres ramas, una de las cuales, de las que dependía la sanción de las leyes debiera equilibrar perfectamente los derechos de las mayorías –Diputados- y de las provincias –Senado-; y los gobiernos de provincia, para los que se reservaba todo el poder residual no delegado.

 

La nueva Constitución no alcanzó, sin embargo, a neutralizar la tendencia a la concentración de poder. Ya vimos cómo las circunstancias destrozaron uno de sus principios fundamentales –la prohibición de derechos de exportación, altamente perjudicial para todas las provincias interiores-; esta anulación provocó la concentración creciente de poder en el gobierno nacional, y esta concentración –profundizada con la capitalización de Buenos Aires, fuertemente resistida por Leandro N. Alem- convirtió a las provincias en jurisdicciones administrativas del poder nacional.

 

Lo demás fue la consecuencia de estos pasos iniciales. Por supuesto que la densidad del proceso histórico del siglo XX no admite tampoco simplificaciones. Sin embargo, al entrar en el siglo XXI, las consecuencias de esta concentración económica convertida en círculo vicioso está a la vista y constituye la principal deformación del país.

 

Basta para tomar conciencia de esta realidad con una simple observación: en los 4.000 kms2 que rodean al puerto de Buenos Aires, viven más de 12 millones de personas, con una densidad demográfica de 3.500 habitantes por km2, una de las más altas del mundo junto a la franja de Gaza, en Medio Oriente. En los 2.800.000 km2 restantes que están más allá de la cuenca Matanza-Riachuelo, Rio Reconquista y el Río de la Plata, viven los 28.000.000 restantes, con una densidad de 10 habitantes por km2, una de las más bajas del mundo.

 

La matriz de funcionamiento de la economía argentina hoy tiene una dinámica perversa. Sus zonas productoras son esquilmadas para financiar el sistema político clientelar del conurbano. Ello les impide desatar sus propios procesos de capitalización, inversión y crecimiento. Y lo que quizás es más grave: anula su sistema político, convirtiendo a las legislaturas y concejos deliberantes en cuerpos simbólicos, sin poder real para incidir en sus sociedades por haber sido castrados de recursos.

 

La consecuencia directa es que en lugar de contar con un desarrollo industrial apoyado en las materias primas producidas por el país –como todos los países con características similares que ofrecen sistemas industriales integrados con su producción primaria y mercados internos homogéneos- los excedentes agropecuarios financian un sistema corporativo y prebendario compuesto por un entramado de empresarios protegidos, industrias caprichosas y económicamente inviables sostenidas por sus vínculos con el poder, redes gremiales corporativas, sistemas políticos clientelizados y una opacidad favorecida por la desbordante concentración humana plena de necesidades creada alrededor del puerto.

 

En lugar de generarse inversiones para el crecimiento –y en consecuencia, fuentes de trabajo y entramado del desarrollo- en las diferentes regiones productoras, éstas se han desarrollado en el conglomerado portuario, incitando una constante migración, producida durante todo el siglo XX.

 

 La migración aluvional llega desde todas las regiones argentinas, incluida la propia provincia de Buenos Aires. El país interior es privado de la posibilidad de su propio desarrollo porque sus excedentes son absorbidos por el barril sin fondo de las necesidades de ese sistema populista-autoritario, al que se suman los fenómenos de la fragmentación posmoderna: las redes delictivas globales, la imbricación de estas redes con los escalones políticos, policiales, judiciales, gremiales e incluso de organizaciones sociales convocadas para luchar por necesidades justificadas.

 

Más aún: este sistema fomenta atractores migratorios que trascienden las fronteras. Miles de ciudadanos de países cercanos son seducidos por posibilidades de vida que, aún en la miseria, son superiores a los de sus regiones de origen, y ante la ausencia de adecuadas contenciones institucionales de recepción caen en manos de esas redes, multiplicando los problemas de convivencia para ellos y para las sociedades ya establecidas.

 

Y la mesa está servida.

 

Es muy difícil desatar un proceso alternativo en el marco del sistema de relaciones de poder creados por estos intereses que conforman el complejo corporativo-populista, el que se expresa al interior de la mayoría de las fuerzas políticas argentinas, como "ideología oficial" o paradigma dominante en intelectuales y periodistas, gremios y cámaras empresarias, en diarios y academias. Es más difícil hacerlo si el debate sobre sus mecanismos permanece oculto tras invocaciones a viejas lealtades, a épicas difusas y a afectos generados por viejas luchas, o tras la aparente identidad entre el perverso sistema vigente con los intereses “nacionales y populares”, a los que en realidad ignora. Pero no debemos ignorarlo.

 

La ocupación del territorio exige en primer término reformular el contrato económico-social básico del país, acercándonos al proyecto constitucional. Sin negar –al contrario, reafirmando- la solidaridad nacional, es necesario volver a garantizar a los ciudadanos la vigencia de sus derechos, la neutralidad de la ley y la erradicación de la discrecionalidad de los funcionarios.

 

Es necesario dar carnadura a la política democrática devolviendo los recursos extraídos a las regiones productoras, para que sean sus representantes –Gobernadores y Legisladores, Intendentes y Concejales- los que definan sus políticas. Es necesario concentrar los esfuerzos del Estado Nacional a las grandes obras públicas de conexión y de gran escala, especialmente en el área energética, y en sus responsabilidades de defensa e imbricación con el mundo.

 

Es necesario, con los recursos que se extraigan para la solidaridad nacional, edificar ese sistema integral de inclusión social sobre bases legales y no sobre la discrecionalidad, para volver a dar calidad institucional al parlamento y cuerpos deliberativos y para liberar a los ciudadanos más pobres de la humillación permanente del clientelismo, tarea no menor si observamos la extensión que ha cobrado esta deformación ante la ausencia de los escalones estatales en las necesidades directas de los más necesitados.

 

Es necesario, en síntesis, poner en vigencia como primer paso la Constitución Nacional, para lo cual el espíritu debe estar abierto a los diálogos y acuerdos, no ya con quienes piensan parecido sino principalmente con quienes piensan diferente, habida cuenta de la dimensión de la tarea y de su esencial a-ideologización.

 

En estas tareas, ni amigos ni adversarios son los mismos que en otras etapas, cuyas prioridades de lucha eran otras. Como diría Ulrich Beck, la gran potencialidad del “fin de lo obvio” es la posibilidad de empezar de nuevo. No es más “democracia o dictadura”, ni “liberación o dependencia”. Es más sutil, aunque no menos duro.

 

Junto a quienes defiendan propósitos similares, democráticos y republicanos; frente a quienes insistan en profundizar o mantener el populismo autoritario. En ambos campos hay viejos simpatizantes de “izquierdas” y “derechas”, pero no es esa dialéctica la que anima los alineamientos de hoy. En forma de caricatura, la alianza oficialista que bajo el liderazgo de Cristina Kirchner se extiende desde Menem hasta Bonafini muestra la amplitud del populismo autoritario.

 

Junto, entonces, a quienes imaginen –como Mariano Moreno- un país abierto a las corrientes globales de comercio, inversiones, modernización, tecnologías, finanzas, inclusión democrática, manejado por sus ciudadanos. Frente a quienes, como en tiempos del Virreynato, prefieran un país cerrado, insular, aislado, corporativo, manejado por un poder opaco y autoritario.

 

El artículo de Alberto Ford y Juan José Cavallari muestran cómo es tratado el problema del territorio en la construcción de una región que es considerada por muchos como un modelo a seguir, la Unión Europea. Me ha tocado observar de cerca la importancia de los “fondos de cohesión” para soldar Europa y he visto en España las principales obras públicas –autopistas, aeropuertos, puertos, comunicaciones, incluso viviendas- construidos con fondos aportados principalmente por los países más desarrollados, los que superan la media comunitaria. No hubo allí una expoliación de las zonas productoras para crear clientelismo, sino un esfuerzo equitativo para dar homogeneidad a una sociedad de desarrollo desigual, objeto del más avanzado experimento de ingeniería política que ha realizado la humanidad en su historia.

 

Todos los pasos, desde cada proyecto hasta el último Euro, fue decidido en los parlamentos, con debate de los representantes del pueblo. Ni un centavo se asignó sin debate abierto y transparente, en todos los escalones interesados, desde quienes aportaban hasta quienes resultaban beneficiados. El resultado es un enorme avance en la disminución de asimetrías, que aunque hoy parezcan aún grandes, lo son mucho menos que las existentes al comenzar este proceso. En todo caso, debemos separar la crisis originado en el desborde de las finanzas liberadas de toda reglamentación, de los avances sociales y de integración logrados en medio siglo de construcción europea.

 

El país del porvenir viene de la mano de la ocupación plena del territorio. Como un equivalente de la utilización plena de la capacidad libre de su gente, para vivir su vida, para decidir su destino, para edificar su futuro. No es un tema técnico. Es fuertemente político, quizás el corazón del verdadero debate político argentino. La ocupación plena del territorio, la integración plena de su política federal, la utilización plena de sus derechos constitucionales, le ampliará a nuestros compatriotas esa posibilidad, sin necesidad de migrar, sin carencias básicas, sin incertidumbres traumáticas que alcancen a su propia existencia. O la de sus hijos.

 


Autor: Ricardo Lafferriere

 http://www.reflexionespys.org.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=1055:analisis&catid=27:coyuntura-politica&Itemid=54





[i] Vázquez Barquero, Antonio, 1984, “La política regional en tiempos de crisis. Reflexiones sobre el caso español”. En: Estudios territoriales, # 15,16, pág. 21-39
[ii] La cohesión territorial se puede definir como un principio para las actuaciones públicas encaminadas al logro de objetivos como crear lazos de unión entre los miembros de una comunidad territorial (cohesión social) y favorecer su acceso equitativo a servicios y equipamientos (equidad/justicia espacial), configurar un auténtico proyecto territorial común  (identidad) partiendo del respeto a la diversidad y a las particularidades, articular y comunicar las distintas partes del territorio y romper las actuales tendencias hacia la polarización y desigualdad entre territorios, aprovechando las fortalezas y rasgos inherentes de cada uno de ellos. Se trata, además, de buscar la cohesión o coherencia interna del territorio, así como la mejor conectividad de dicho territorio con otros territorios vecinos (Alfonso Fernández Tabales et al, 2009,  Universidad de Sevilla.).