martes, 17 de enero de 2017

La hora de los Trump

La victoria de Trump ha generado desconcierto y hasta miedo. Sin embargo, como se muestra en esta nota, los fundamentos esenciales del mundo que estamos viviendo no se modifican un ápice. Lo que sí cambia es la escena: los “perdedores” de la globalización comienzan a jugar papeles protagónicos. Serán los iluminados en la nueva realidad.  Consolidada la parte globalizada de la producción de bienes y servicios (lo que ha dado lugar a verdaderos fenómenos como el resurgimiento chino en este medio siglo), se pone el acento en la industrialización sustitutiva sobre la base de políticas de neo-proteccionismo. Sin embargo, estas salvaguardas ya no serán solo nacionales. El mundo se reconfigura sobre la base de macrorregiones como fue concebida la composición inicial del G20. En el hemisferio americano hay dos países que van actuar en forma conjunto como agentes de modernización: Estados Unidos y Argentina. Explicaría la gestualidad explícita de acercamiento con nuestro país de la familia Trump, incluso antes del cambio de gobierno. La Argentina en contracorriente. El proceso abierto con Cambiemos -de mayor profundidad a cualquier otro sucedido en nuestra historia- vino para quedarse. El sistema político obviamente se reconfigura lo que está dando lugar a la desaparición del peronismo por caducidad de sentido. Las razones por las cuales nació han perdido pertinencia en el mundo globalizado.

La verdadera historia no se construye con relatos que no estén basados en hechos que los legitimen (al respecto, los argentinos algo sabemos). De Trump, a pesar de los augurios, solo resta esperar una gestión determinada por los deberes pendientes de la globalización, una acción reparadora que, como se está viendo, no se dará solo en EEUU sino en el conjunto de países donde se corta el bacalao. Son consecuencias que ya habían sido anunciadas a partir de la crisis del 2008.

¿Cómo se fue armando la “sorpresiva” victoria del nuevo presidente? Hay razones de peso. Sectores de la sociedad, perjudicados en los setenta con la transferencia a China de ramas productivas íntegras, se hicieron ver en una elección por primera vez de forma corporativa. Así, millones de norteamericanos, con empleos de menor calidad y remuneración que los que habían perdido con el traspaso, terminaron inclinando el fiel de la balanza.

EEUU fue el país más favorecido y el más perjudicado con el avance de la globalización. En esos años, las empresas americanas levantaron vuelo hacia el exterior aun conservando la denominación de origen. La producción transnacionalizada, funcionando off shore, se liberó de impedimentos inherentes a la soberanía nacional. Las góndolas comenzaron a ser saturadas con el “made in China”. Esa masiva reubicación –una movida logística sin parangón- dio lugar, en el territorio americano, a que se generara un amplio sistema de pertenencias, principalmente en las costas este y oeste. Son los ganadores de la globalización pero que esta vez les tocó perder con Hillary. Por el contrario, la crisis se radicó en el centro del territorio, donde viven los que ahora asoman apoyando a Trump.

EEUU se va a reindustrializar a nuevo poniendo el acento en la excelente producción nacional (el viejo “made in USA” que provoca nostalgia en los mayorcitos), aunque sobre la base de la innovación y un adelanto tecnológico acelerado. Los coches eléctricos de Tesla y los cohetes reutilizables (¡) de SpaceX, lo demuestran. Pero también se van a volver a fabricar puertas y ventanas, camisas y remeras, martillos y tenazas, con todos los recursos instrumentales que provee el Silicon Valley (no hay que descartar que Bill Gates arme algunos proyectos en esos rubros). 

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Existe la presunción de que la victoria de Trump abre una nueva etapa en el proceso de la globalización. Esa visión es coherente. Luego de casi medio siglo en que una diversidad de factores fueran alumbrando procesos que han cambiado la faz de la tierra, en la que se evidencia la enorme cantidad de posibilidades para el progreso al alcance de la mano… pero no de todas las manos, ha llegado el momento de poner el foco en los rezagados. Son los denominados “perdedores” de la globalización.

Hay una ética, expresada de muy distintas maneras, que promueve el acceso generalizado a los beneficios. Pero hay otras razones más interesadas y menos filantrópicas: la capacidad cuasi ilimitada de producir bienes y servicios necesita de consumidores. La iglesia, la izquierda y sectores progresistas están en una posición. Los empresarios, en la otra. La sociedad mira sin comprender. Independientemente de cuál sea el punto de encuentro, hoy hay una posibilidad de acción común, sin fisuras.

La reindustrialización en los países desarrollados, en conflicto con la parte globalizada de la producción (China principalmente), permitirá crear puestos de trabajo para que los más pobres puedan irse alejando progresivamente de la dependencia del asistencialismo mientras se acercan al trabajo digno. Es un tema clave. Tiene que ver con lo que ahora se denomina “populismo” (un concepto no bien definido pero que tiene muchos usos), que seguramente tendrá poco o nada en común con lo que hemos conocido en nuestro país peronista.

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Hacen mucho ruido las amenazas de Trump a China. Hay algunas que son serias y otras para la tribuna. Debemos decirlo con claridad: hoy (en realidad desde el fin de la segunda guerra mundial) no hay ninguna posibilidad de conflicto armada entre las potencias; nada irá más allá de la retórica guerrerista de los ultras y de los deseos frustrados de una declinante industria de armamentos en crisis terminal (queda solo Rusia como el gran proveedor obviamente cartelizado). El tema con China es otro. Es un conflicto que irá creciendo entre la parte global y la no-global del ámbito productivo (que ahora va a ser promovido por el “nacional/populismo”), que reclama de los chinas dos políticas de largo alcance y alto impacto: configurar un mercado interno acorde a su población, y una actitud de creciente protagonismo en la cooperación internacional que, en forma progresiva, le permita poner en valor la montaña de papeles de EEUU que atesoran sus reservas de U$S 4 billones (doce ceros). Los datos están a la vista.

Trump tiene en carpeta la aplicación de barreras arancelarias en detrimento de la producción china; sin duda una medida que apunta a un intercambio desigual en materia comercial. A China se le planteará el problema de qué hacer con su capacidad productiva pensada para el mercado americano. El otro aspecto del gran cambio es el orgullo que notoriamente despiertan en China sus políticas externas. La “nueva Ruta de la Seda” que recorrió en su tiempo Marco Polo, la participación protagónica en la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) junto a Rusia, India (¡), Pakistán y otras repúblicas del Asia Central, y la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB) cuyo propósito es la financiación para proyectos específicos fuera de China (se lo conoce como el “banco mundial chino”), son algunas de las medidas que indican que China comienza a jugar en la liga de los mayores.

La cooperación internacional siempre es multifacética. Pero donde más se va a notar la presencia china es en la construcción de infraestructura. Ya está consolidada su participación en ese rubro en el África Oriental. Ahora se están acercando a América Latina y a nuestro país. Son impresionantes las obras en construcción en el continente asiático[i]. Todo eso se hace en el marco de las recomendaciones de las cumbres del G20. A veces, por error de cálculo o visiones distorsionadas, a China se le atribuye un papel que no tiene ni puede tener, algo así como si estuviera resurgiendo de su pasado imperial[ii].
  
Otra cuestión que da lugar a malos entendidos es la relación futura de Trump con Putin. Rusia, personificada mediáticamente en su presidente estrella (por cuarto año consecutivo ha sido distinguido por la revista Forbes como el dirigente más poderoso del mundo), es, en este momento, la podríamos decir principal componedora (junto a la Alemania y el Vaticano de Francisco y Merkel) de los principales asuntos globales. La descomunal extensión territorial de la tierra de los zares, le permite ejercer su papel en áreas de influencia de lo que suelen denominar Eurasia.

Es totalmente previsible que no habrá enfrentamientos entre Trump y Putin, no solo porque una política de encapsulamiento por parte de EEUU (y abandono de áreas en el mundo que antes se consideraban de interés estratégico como Medio Oriente), sino por otra razón de mayor importancia pero que todavía no aparece en la pantalla. Veamos.

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Un conteo de la composición del G20, que desde 2008 se ha transformado en guía de la globalización, muestra que los países desarrollados y emergentes, claramente puestos ahí por su peso específico y capacidad de producir alimentos y energía, también lo están por la potencial influencia de algunos de ellos, mirando la escena geopolítica global desde el punto de vista de las macrorregiones:  Sudáfrica en el Sahel, Alemania en la UE, Rusia y China en Eurasia, Turquía en la Cuenca del Mar Negro, Arabia Saudita en el mundo árabe, EEUU en el hemisferio americano, Japón & Cía. en el sudeste asiático, etc. (En América del Sur hubiéramos puesto la ficha por Brasil, pero bueno, la vida te da sorpresas: ese papel lo va a jugar la Argentina)

Ese anticipo (¿una semiótica de la futurología?) nos conduce como por un tubo a un abanico de hipótesis sobre el desenvolvimiento de la situación abierta en 2008 y claramente desplegado a partir de la irrupción de Trump. Cabe preguntar: ¿como paso previo al despliegue generalizado de la globalización, es posible esperar un proceso de marcada macro regionalización a nivel mundial?

El proteccionismo no es malo en sí mismo en tanto sea transitorio y como herramienta para salvaguardar la incubación de empresas. Que en la Argentina, bajo la batuta del peronismo y una nutrida lista de actores nacionales coligados, lo hayamos usado para abrochar una decadencia prolongada, no quiere decir que en la eventualidad las políticas de encierros direccionados no sean útiles para una reindustrialización no-global. Por ejemplo, en la eventualidad, al nivel de las macrorregiones.

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El estilo avasallante de Trump no debe hacer perder de vista la pertinencia de los temas de su agenda. En las relaciones internacionales hay mucha hipocresía no saldada (Recuerdo a Felipe González invitado a exponer en la Cámara de Diputados de la Nación en 1988 insistiendo con el tema). No hay que olvidar que EEUU intervino en Irak debido a la presunta existencia de armas de destrucción masiva.  No había tales armas y la invasión no trajo ninguna primavera en ese país árabe. A pesar de ello, Saddam Hussein fue ajusticiado sin motivo… en pleno Siglo XXI.

Las migraciones son una moneda con dos caras. La más obvia, mano de obra barata; menos, los migrantes como factores de modernización cuando se repatrían. El caso de Turquía con Alemania, funciona así desde hace décadas. En algún momento, en forma democrática y sin arrebatos xenófobos, se tendrán que ir redireccionando los vectores migratorios de manera que los más jugados –que son los que emigran- permanezcan en sus países o regresen a él. Ni hablar cuando viene gente con antecedentes[iii].

Con respecto al cambio climático, un tema de enorme sensibilidad y arraigo en una parte importante de la opinión pública, no es EEUU el país más indicado para obrar sobre sus evidentes exageraciones, habida cuenta de la actitud errática que mostró frente al Protocolo de Kyoto. Pero bueno, la CMNUCC desde sus inicios estuvo sometida a vaivenes a pesar de los cual se fue abriendo paso a través de arduas negociaciones en los últimos veinte años. No va a ser Trump con su diatriba el que tuerce el camino que tan trabajosamente se fue trazando desde la COP1 en Berlín.

En el plano del comercio y las inversiones extranjeras es donde mejor se evidencian los indicios de su accionar futuro. Hay dos elocuentes. La salida del Acuerdo Transpacífico (TPP) es coherente con su amenaza de encierro pero también del alejamiento del escenario que lo conecta con Asia y las presiones comentadas sobre China. Por su parte, el contencioso con Toyota y BMW sobre la fabricación de autos en México luego importados a EEUU con facilidades arancelarias, así como otras noticias de estos días referidas a las inversiones extranjeras en los EEUU, son de una manera u otra representativas de las intenciones nacionalistas de Trump. Así, también puede interpretarse las presiones sobre las firmas globales de origen norteamericano, que levantaron vuelo en el pasado, para que regresen al terruño con sus capitales.

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En momentos en que ingresamos de lleno al tiempo electoral, es bueno preguntarse sobre lo que nos espera a los argentinos. Tal como conjeturamos el mismo día de la elección de Trump, las relaciones comerciales entre nuestros dos países parten tan de abajo, que no es esperable otra cosa que no sea un mejoramiento. Ya en los finales de la administración saliente se comenzó a allanar el camino para los limones tucumanos y las carnes de las pampas. Esta tendencia va a continuar con toda seguridad. Pero el tema principal pasa por otro lado.

En su significativa visita a Punta del Este con motivo de un emprendimiento familiar, el hijo de Trump dijo que “la Argentina es percibida internacionalmente como un país mucho más abierto y amigable para los negocios. Eso traerá inversiones… esperemos que la relación entre la Argentina y Estados Unidos se fortalezca como nunca antes”. En la misma tesitura, en una importante reunión de conocidos expertos realizada en Nueva York, Trump padre “mostró interés por la Argentina, reconoció el ´nuevo clima´ desde la llegada de Mauricio Macri al poder y destacó el rol del país en la región”. Ese tipo de reconocimientos no solo no son frecuentes sino que sería ingenuo pensar que estén desprovistas de intencionalidad.

El hemisferio americano va a comenzar a funcionar como macrorregión y, desde las puntas, EEUU y la Argentina actuarán en forma conjunta como agentes de desarrollo… si se verifica nuestra presunción retro prospectiva sobre la lógica que presidió la constitución del G20. Algunos de los temas de agenda, por lo menos los iniciales, son previsibles:

  •                construcción de infraestructura que incrementen la conectividad regional
  •                 micro emprendimientos y comercio tipo La Salada
  •                 freno a la inmigración e incentivos para la vuelta al pago
  •                 educación y formación de recursos humanos
  •                 cooperación en agroindustria
  •                 narcotráfico, trata, crimen organizado
  •                 etc.


Se irá incrementando el papel de los países con mayor desarrollo relativo respecto de los más atrasados. Vivimos en una región poco equitativa, en la que se combinan élites de gran potencial, y enormes porciones de las respectivas sociedades con niveles de instrucción muy bajos e inficionados por ideologías y prácticas populistas. El principal problema no es el hambre que prácticamente ha desaparecido suplantado, eso sí, por una pésima nutrición que habrá que corregir.
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Argentina a contramano. Sobre proteccionismo podemos dar cátedra. Fue la característica principal de las siete décadas presididas por concepciones nacionalista-burguesas, cuya expresión principal pero no única fue el peronismo, al punto de que aun hoy el nacionalismo/populismo es una forma ideológica mayoritaria en la sociedad. Podríamos fundar la Universidad del Proteccionismo y lo pondríamos al frente, en ausencia de Aldo Ferrer (“vivir con lo nuestro, morir con lo puesto”) a José Ignacio de Mendiguren. Creo que en ese aspecto de la actividad económica Argentina puede ocupar un lugar de preeminencia como el que solo mostramos con el polo: no tenemos competencia en el mundo.

Pero lo nuevo ya está a la vista y en marcha. El proceso abierto con Cambiemos vino para quedarse. Aunque aún minoritario, la propuesta del gobierno de Macri, principalmente por el notorio e inédito apoyo internacional (a partir de hoy lo veremos en Davos), tendrá el tiempo y los recursos suficientes para cambiar en forma irreversible el vector de la decadencia que nos aplastó desde el cese del exitoso modelo agro exportador (lamentablemente sin la capacidad de dejar una herencia que lo honrara).

Se ha producido un salto cuántico dando como consecuencia una realineamiento del sistema político. El cambio, histórico, ha dado lugar a un nivel superior donde ya está instalado firmemente Cambiemos como núcleo aglutinador de un espacio de tono global. En un diseño de bipolaridad hay otro lugar que deberá ser llenado por una concepción llamémosla progresista reciclada donde deberán converger retazos peronistas, el socialismo, el GEN y otras fuerzas que ya vienen operando en forma conjunta en la actividad legislativa. Este conglomerado está recién en formación aunque puede avanzar en su consolidación ante las próximas elecciones.

¿Y el peronismo? Como tal está condenado a desaparecer por caducidad de sentido.  Ha cumplido su ciclo histórico. Quedará un residuo K que obrará, según la dinámica de los sistemas, como equilibrador del mundo de la política (para sacar un barco del puerto hacen falta dos remolcadores, uno tira para adelante y el otro para atrás). Otro, mayoritario, que, como hemos dicho, se irá acomodando en el espacio superior, ya no será peronismo explícito ni tampoco podrá reciclarse como tal si no es el marco de esa asociación en ciernes. Incluso, el peronismo con pretensiones competitivas carecerá este año de candidatos propios como cabezas de lista. Los envolverá una crisis de tipo terminal de la que no podrán salir más por sus propios medios. Por último están los que se escaparon por la tangente amparados en la sotana de Francisco: los movimientos sociales (tampoco solo peronistas). Pero estas nuevas estrellas del firmamento mediático estarán dentro/fuera del sistema político según los momentos y las conveniencias (este año mandarán por abajo a votar por Cambiemos donde sea necesario)
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La escena va a cambiar. Unos entran y otros salen de la misma. La iluminación se encargará  de revelar a los nuevos protagonistas sin que el argumento varíe. Se avanzará fuertemente en el incremento de la conectividad mundial. Las inversiones seguirán otros caminos privilegiando lo “nacional”. Se reformularán los movimientos migratorios: menos salidas y más regresos a casa. Los estados naciones seguirán siendo jaqueados como ocurre en forma soterrada desde hace medio siglo. Los conflictos territoriales remanentes se irán resolviendo. La fase final de la globalización implica la inclusión acelerada de los pobres a nivel mundial. Pero, en lo esencial, el mundo va a seguir funcionando como hasta ahora aunque las sensaciones no sean las mismas.


Ing. Alberto Ford
La Plata, 17 de enero de 2017





[i] Se está construyendo un TGV entre Pekín y Moscú de 7000 (¡) Km de largo. La inversión prevista es de 242.000 (¡!) millones de Dólares.
[ii] Se ha llegado afirmar que China es la segunda potencia militar como si el número de soldados determinara la fuerza. La casi totalidad de las armas chinas son construidas sobre la base de matrices proyectuales que los rusos desde el principio les han ido transfiriendo en forma permanente, a las que los chinos le adosan luego alguna nota nacional. China carece de una I+D que pueda torcer el fiel de la balanza. A pesar de los conflictos que tuvieron lugar hace años y que los enfrentaron temporariamente, lo cierto es que, desde la revolución china, que se hizo con armamento entregado por el aliado comunista, más todo el parque militar del ejército japonés del Kuomintang -estacionada en Manchuria hasta el fin de la Segunda guerra mundial y derrotado por el Ejército Rojo como consecuencia de una intervención derivada de los acuerdos de Potsdam- las relaciones entre los dos gigantes asiáticos han desembocado al día de hoy en una total unidad de acción que no se verá perturbada de ninguna manera en el futuro . ¡Analistas (serios) a ponerse las pilas!

[iii] En la Argentina se comienza a tomar medidas con respecto a migrantes provenientes de Perú, México y Colombia por el tema del narcotráfico.