miércoles, 16 de agosto de 2017

El cristal con que se mira

Es sabido que el primer ciclo largo de crecimiento, que se extendió  desde 1862 hasta los años treinta del siglo pasado, trajo aparejado un considerable desarrollo para la Argentina. Pero también lo es que a su término se ingresó en un tobogán cuya elan vital  ya estaba en el nacimiento del ciclo. Eso no quiere decir que se deba especular con lo que hubiera pasado si las cosas se hubieran manejado de otro modo (las reconstrucciones ex-post no pasan de ser ejercicios de retórica). Pero sí se pueden sacar enseñanzas para no repetir los mismos errores. El presente trabajo tiene un sustrato de ciencias duras que habitualmente no son usadas para los análisis de procesos que dan tono al perfil de los países. En la Argentina se reconoce que hay un desequilibrio territorial y demográfico visible. Sin embargo, esas variables nunca han sido tomadas como punto de partida –con la ayuda de las disciplinas necesarias- para elaborar un marco conceptual que permita entender las circunstancias que han determinado la historia de las últimas décadas en nuestro país. El barco argentino está escorado. Todo lo que se haga en la cubierta, si no se tiene en cuenta ese factor determinante, está condenado a la insustentabilidad. Felizmente, con Cambiemos, arranca un proceso de tono global que con los años nos llevará a buen puerto. Se ha iniciado el segundo ciclo largo de crecimiento. El desafío ahora -de una nueva política que está naciendo- es transformar ese crecimiento en un progreso compartido que nos permita jugar nuevamente en las grandes ligas.

El primer ciclo largo de crecimiento de la Argentina (1862à1930) se pone en marcha por una combinación de factores endógenos y exógenos, aunque con preponderancia de estos últimos. El modelo agroexportador (MAE) instaurado, alumbró un grado importante de desarrollo, y nuestro país se subió al podio de las naciones de mayor visibilidad. Sin embargo, al cese del modelo, consecuencias no previstas ni deseadas dieron lugar al inicio de un largo ciclo de decadencia que llega hasta nuestros días.

En 1916, el triunfo de Hipólito Yrigoyen significó el fin del liberalismo político pero no un cambio de modelo socioeconómico: las exportaciones de materias primas e insumos de origen agropecuario -principal indicador del MAE- en el gobierno de Alvear, 1922/28, fueron 10 veces mayores a las del período 1880/86 durante la presidencia de Roca. En 1930 se produce un cambio tanto de modelo como de institucionalidad política. El golpe de Uriburu, que terminó con la segunda presidencia de HY, es de tinte nacionalista.  Las simpatías políticas con la coalición nazi fascista fueron manifiestas aunque no exentas de contradicciones: en la Segunda Guerra Mundial nuestro país abasteció las necesidades inglesas de corned beef. Pero el MAE había terminado; emerge otro paradigma basado en la sustitución de importaciones que da lugar a un período variopinto. En sus tramos iniciales, se destaca la figura de Perón que, fiel a su estilo, navega a dos aguas. Admirador de Mussolini, un sentimiento que cultivó en su formación europea de preguerra, se enfrentó luego a Braden, embajador norteamericano en la Argentina, exacerbando ese conflicto hasta llegar a ser el eje de su campaña con la que derrotó en 1946 a la Unión Democrática. Ese alineamiento temprano no fue óbice para que, durante la guerra de Corea en 1949/53, Perón le ofreciera a EEUU toda la ayuda necesaria. En ese sentido antes de ser derrocado en 1955 por la Revolución Libertadora, acuerda inversiones con la Standard Oil de California propiedad de Rockefeller, negociaciones que son completadas no mucho después por Frondizi (haciendo este lo contrario de lo que había prometido en campaña). Con Illia, se produce un golpe de timón cuando los contratos firmados con las compañías extranjeras son anulados en 1963 no bien asume. La seguidilla de gobiernos civiles y militares de la época, muestra diversas combinaciones entre política y economía. Martínez de Hoz, durante la dictadura militar de los setenta, fue tan aperturista como Cavallo en los noventa, con el gobierno civil de Menem. Al contrario, Gelbard (un “tapado” del PC, otro claro exponente de la burguesía nacional), ministro de Perón en su tercer mandato, se pareció a Salimei, un talentoso industrial que fue integrante del gabinete de Onganía, mientras duró en los sesenta. Finalmente, el kirchnerismo terminó llevando hasta la extravagancia la política de encierro, y corona ese periplo nacionalista burgués que singulariza nuestras 8 décadas de decadencia.

De ese andar sinuoso de la historia argentina no es fácil identificar patrones que permitan caracterizar las distintas fases de su recorrido. Sin embargo, una visión integradora de la evolución es necesaria para aprender de lo hecho. Ello implica la presencia de invariantes para incidir (o acompañar con conciencia) en el despliegue del segundo ciclo largo de crecimiento que, aún incipiente, condicionará a nuestro país en lo sucesivo. Así, autopoiéticamente, se irá configurando un marco teórico de la suficiente potencia como para administrar en el largo plazo y de cara a la realidad global los cambios fundamentales que ya asoman.

En el presente trabajo se busca una imagen más fiable del proceso que nos involucra como sociedad. Para ello, se pone la mira en cómo se ha administrado el territorio considerando las pulsiones concentradoras que han dado lugar a los actuales desequilibrios. Desde la época de la colonia, más precisamente con motivo de la creación del Virreinato del Río de la Plata, ha existido un vector centrípeto que, sin solución de continuidad, ha ido inclinando la cancha. No hay indicador más elocuente de los desequilibrios territoriales que la resultante de las corrientes migratorias. Se lo puede ver con solo tomar dos ejemplos, aunque una muestra mayor no desmentiría el aserto. Comparando la evolución de las poblaciones de Buenos Aires y Córdoba, se verifica que en 1778 tenían la misma cantidad; hoy, la proporción llega a 5 a 1. Otro caso es del Gran Buenos Aires: en una superficie de 3631 Km2 viven 13 millones lo que da una proporción de 3580 hab/Km2 a diferencia del resto del país donde hay 11 hab/Km2. Argentina es un país semidesértico, en gran parte desocupado, con una distribución desapareja de las opciones de progreso tomadas en su sentido más amplio, y con su población altamente concentrada. Nada se puede programar sin tener en cuenta en primer lugar esta realidad determinante.

Antecedentes

Los desequilibrios territoriales tardan mucho en producirse. Así fue en el caso del proceso que hizo de la ciudad de Buenos Aires y su puerto, el polo colector de todas las pulsiones generadas en la parte cisandina del cono sur de América. Las tendencias, que vienen desde la época del virreinato, se fueron acentuando sin solución de continuidad hasta nuestros días. Hubo diversos factores concomitantes que determinaron el sentido de los flujos.

Uno de ellos, fue la extensión del virreinato del Perú que dificultaba las tareas de gobierno; otro, las ambiciones de la casa de Braganza para apropiarse de la Colonia del Sacramento y las misiones jesuíticas. Al mismo tiempo, Buenos Aires iba cobrando creciente importancia como centro comercial a partir de las facilidades que brindaba el Rio de la Plata como vía de ingreso al interior del continente. No menor, como se vería luego, era la necesidad de defender los puertos de Buenos Aires y Montevideo frente a las amenazantes y reiteradas expediciones de los imperios europeos.

Considerando las razones estratégicas por las cuales se formó el Virreinato del Rio de la Plata, pueden entenderse las circunstancias a partir de las cuales fue creciendo la ciudad de Buenos Aires y su puerto. La contradicción se expresaba así: por un lado los intentos de la corona española por mantener el monopolio comercial -interior y exterior-, por el otro los partidarios del libre cambio, que pujaban por introducir en los dominios de España las manufacturas que la revolución industrial les permitía fabricar en demasía. En el ínterin florecía el contrabando. Así, se desarrolla en el país una burguesía criolla dedicada al comercio, con la experiencia suficiente como para navegar con solvencia por los meandros de la puja, entre lo lícito y lo ilícito. De esas actividades nacen no pocas de las familias argentinas de abolengo.

A fines del siglo XVIII el sistema fluvial del Virreinato comienza a tener importancia, especialmente el que tenía su centro en Buenos Aires. Los cueros, el insumo más apreciado afuera, eran exportados a Europa sin el cumplimiento de ninguna restricción legal. En 1810 al adoptar los revolucionarios el libre cambio o libre comercio, favorecen tanto al litoral como a las potencias europeas. Así Buenos Aires creció y el interior continental decayó por no poder competir con productos importados, y ese decaimiento se acentuó con las guerras civiles posteriores.

Con los ingleses se firmó un tratado en 1825 que contenía beneficios y privilegios. Las relaciones económicas giraron en torno al comercio (intercambio de cuero por textiles), las finanzas (préstamos o empréstitos) y más tarde las inversiones directas. La firma tuvo lugar a las pocas semanas de la batalla de Ayacucho, último intento de España por mantener el dominio sobre sus colonias. Luego  de ser derrotadas las invasiones de 1806/7, se dice que Inglaterra había llegado al convencimiento de que la llave maestra para su política exterior eran las ventajas comerciales que podía lograr en territorios liberados de la tutela española, más que mantener colonias con todos los esfuerzos incluso militares que ello implicaba.

A partir de 1825, las potencias europeas disponen de todo el continente para desarrollar un mercado que absorbiera su creciente producción industrial. El paso siguiente era abastecerse de la cantidad necesaria de alimentos que compensara lo que los campesinos de esos países, devenidos en obreros fabriles, dejaban de producir en sus campos. El punto nodal de ese gran proyecto estratégico era justamente el puerto de Buenos Aires. Para eso en distinta medida los europeos fueron jugando sin prisa pero sin pausa –con especial énfasis en el período rosista- con diversos factores que se tornarían estratégicos: genética animal y vegetal, oficios, técnicas, inmigrantes, conocimiento pormenorizado del territorio y oportunidades comerciales. Cuando Mitre se hizo cargo de la presidencia de la república, nuestro país ya estaba dotado de las fuerzas productivas necesarias para iniciar la modernización.

En el periodo que se abre en 1862, los ingresos de Buenos Aires aumentaron exponencialmente a partir del cobro de tarifas aduaneros de un comercio que iba creciendo año a año basado en la exportación de materias primas e importación de bienes de capital y consumo. Se podía discutir con las provincias en torno a más o menos proteccionismo –como lo solicitaban para defender sus producciones-, pero nunca Buenos Aires dejó de quedarse con la totalidad o la mayor parte de lo recaudado.  Buenos Aires fue creciendo con relación a otras ciudades del interior, una tendencia que no se debilitó -más bien lo contrario- con el cese del MAE, en tiempos de la crisis mundial de 1930. Fue el principal cambio de paradigma productivo y comercial ocurrido en la República Argentina hasta la fecha. Comenzaba otra historia…

El corpus doctrinal que llevó a la sustitución de importaciones (SI) fue obra del economista Raúl Prebisch, nacido en Tucumán, al que luego siguieron otros distinguidos pensadores como los brasileños Furtado, Cardozo y dos Santos, y el chileno Faletto. El origen conceptual de la SI es la teoría de la dependencia por la cual los países ricos explotan a los pobres dando como resultado un desequilibrio en sus relaciones económicas. Esta anomalía se explica en que una región productora de bienes primarios sufre un deterioro en los términos de intercambio con relación al mayor nivel tecnológico y capacidad de agregado de valor de los países ricos. La imagen de centro-periferia con que Prebisch encuadró sus investigaciones fue leitmotiv en el cometido de instalar la consigna “liberación o dependencia” en la intelectualidad y la política latinoamericanas.

Entre los logros de la SI se destacan ciertas formas de la actividad económica que se dieron por primera vez en nuestro país. Se registró un aumento considerable del empleo y se fueron desarrollando un conjunto de normativas que modificaron las condiciones del mercado laboral. Al mismo tiempo, se evidenciaron problemas no circunstanciales.


Los  desequilibrios territoriales que son motivo de este trabajo y las migraciones atraídas -ya lo hemos visto en otro trabajo[i]- fueron la consecuencia de la proliferación de fuentes de trabajo radicadas en forma excluyente en la región metropolitana. Por su lado, en el sector externo se produjo un desajuste a causa de las debilidades de la política exportadora: 1) los saldos comerciales comenzaron a ser negativos, 2) muchas exportaciones seguían siendo primarias, 3) no faltaron los empresarios irresponsables que intentaron manejarse en el comercio internacional con normas que en el mercado interno eran más permisivas, 4) el control estatal de las exportaciones trajo aparejado prebendas y favoritismos, 5) el modelo necesitaba importar bienes de capital para alimentar la maquinaria productiva, pero no disponía de las divisas necesarias sin recurrir a la vía del endeudamiento, 6) la deuda externa comenzó su escalada. En ese contexto, fue inevitable la exacción a la actividad agropecuaria, que a lo largo de la historia ha financiado, con su mayor productividad y menor poder de lobby, los experimentos en materia de política industrial que se han dado en nuestro país.

Nace una industria nacional que creció amparada en un proteccionismo que terminó por ser parte de la cultura productiva de nuestros empresarios y sindicatos. Obviamente no hubo una disminución de los intereses externos. Antes por el comercio, ahora invirtiendo en infraestructura fabril con productos de menor calidad y actualización tecnológica que los de origen que antes se importaban, las empresas extranjeras mantuvieron y acrecentaron su presencia en el mercado de nuestro país. Perón que tenía un gran poder y conocimiento del territorio, dejó que las cosas transcurrieran en el sentido de la concentración en lugar de haber promovido un desarrollo federal como hubiera sido esperable de alguien que había hecho su carrera en el interior, cerca de las fronteras a las que se dice recorrió a caballo en su totalidad. Pero el peronismo hacía sus cálculos.
Sin duda, el peronismo, en sus distintas etapas, ha sido el mayor contribuyente al agrandamiento del conurbano y, además, el que más jugo le sacó. Esas masas de trabajadores provenientes de lugares de gran explotación como las provincias del norte –los “cabecitas negras” protagonistas de un “aluvión zoológico”- iban invariablemente a parar a los alrededores de Buenos Aires, y la mejora relativa de sus condiciones de vida eran atribuidas a Perón a quien se entregaban en cuerpo y alma con apoyos electorales y llenado de las plazas de los jubileos. Paralelamente, se intensifican las políticas de “justicia social” características del estado patrimonialista, clientelista y prebendario, que alcanzó con el peronismo –pero no solo- su máxima expresión. Así, el conurbano bonaerense, se fue transformando en un espacio de intercambio informal de toda una serie de recursos, lícitos e ilícitos, que en lugar de promover el desarrollo no hicieron más que desalentarlo. Un verdadero mercado negro del clientelismo.
El Conurbano no ha dejado nunca de crecer ya sea con migrantes nacionales o de los países vecinos donde evidentemente son inferiores las posibilidades de ganarse el sustento de la forma que sea. Por tomar un caso ya mencionado. La comparación del crecimiento poblacional de Córdoba y Buenos Aires se ve en la siguiente tabla:


año
número de habitantes
Buenos Aires
Córdoba
1778
43 165
44 506
1821
200 000
85 000
1847
320 000
90 000
1853
500 000
150 000
1869
495 107
210 508
1895
921 168
351 223
1914
2 066 948
735 472
1947
4 273 874
1 497 987
1960
6 766 108
1 753 840
1970
8 774 529
2 060 065
1980
9 766 030
2 407 754
1991
12 594 974
2 380 041
2001
13 827 203
3 066 801
2010
15 625 084
3 308 876


La problemática

¿Qué es un desequilibrio territorial? ¿Cómo se genera? Para decir que un territorio está desequilibrado habitualmente se tiene en cuenta la magnitud de la actividad económica y el espacio material donde tiene lugar. Se considera, sin embargo, que este enfoque de dos variables no es suficientemente explicativo debido a que el economista no privilegia la localización (se puede registrar un incremento del producto bruto en una zona afectada por actividades ilegales), ni el geógrafo los procesos de desarrollo y sus causas. Estos desencuentros metodológicos explican por qué “los desequilibrios necesitan ser medidos por medio de instrumentos cada vez más precisos, no por un prurito académico, sino para servir de base a la planificación regional” (Vásquez Barquero, 1984)[ii] 

Hay razones objetivas y otras subjetivas que provocan desequilibrios en la distribución de factores dentro del territorio. Veamos algunos de ellos a modo de ilustración. Donde haya inversiones productivas y se creen puestos de trabajo o, en general, un entorno de mayor riqueza, se revelará un polo de atracción. Otro aspecto determinante son las vías y los medios de comunicación. La existencia de transportes más ágiles -como lo fue en nuestro país el tren- por sí solo facilita traslados y reubicaciones de factores. Más indirecto, la puja de intereses políticos ha sido determinante para la toma de decisiones que llevan a favorecer los ámbitos desde los cuales son tomadas. Finalmente los intereses externos, por la vía de radicación de inversiones o influencias en el diseño de infraestructura, han privilegiado ciertas localizaciones en detrimento de otras.

En un sentido más genérico un desequilibrio territorial implica una situación de disparidad en el desarrollo de los aspectos económicos, sociales, políticos y físicos. Ese contexto afecta a los individuos, sus familias, y diversos colectivos a nivel local y regional. Para el abordaje de la problemática deben ser tenidos en cuenta los niveles socioeconómicos de los lugares considerados, así como las condiciones urbanas y las relaciones que vinculan a los distintos núcleos interactuantes. La comparación también puede tener en cuenta la tenencia de recursos naturales, procesos del agregado de valor, competitividad y eficiencia productiva, o distintos niveles de las fuerzas productivas. Un aspecto importante es la cuantía de los recursos públicos orientados a las distintas regiones.

La ausencia de políticas estatales, que morigeren las diferencias, tiende a acentuar los desequilibrios; como una lógica consecuencia, su permanencia en el tiempo actúa sobre la armonía social al cristalizar y/o profundizar las disparidades en el nivel de vida de un colectivo. Esas situaciones disruptivas se ven aumentadas sin solución de continuidad ante el incremento de flujos migratorios que portan distintas expectativas. La más inmaterial de todas es la que refleja las esperanzas que pueblan el imaginario de las familias desprovistas de inclusión social con respecto a las concentraciones urbanas, sobre todo las más grandes, que aparecen como la solución aunque luego disten de serlo.

¿Qué hacer?

Una multiplicidad de alicientes para el desarrollo deben evidenciarse en las localidades del interior, sobre todo las de mediano y pequeño porte. Es ahí donde deben dirigirse las inversiones productivas para la generación de puestos de trabajo que retengan y/o atraigan familias. Pero ese cometido implica políticas de estado derivadas necesariamente de un planeamiento estratégico participativo, es decir, con el compromiso emergente de todos los actores potencialmente interesados. Cuando pensamos a esos niveles nuestra atención se dirige a lo que se conoce como desarrollo local.

La reorientación de los recursos a invertir y en general de todos los recursos que se ponen en juego en las intervenciones, ameritan un cambio en la concepción del locus (lo local). Hoy, a diferencia del pasado, la masa crítica no se logra con la concentración territorial; más bien, en no pocos casos, ocurre lo contrario. Internet es una herramienta que ha cambiado la noción de lo tridimensional a lo n-dimensional, de manera que en un punto cualquiera del mundo, como en un holograma, se pueden evidenciar la totalidad de las demandas y las ofertas que animan a la sociedad planetaria.

El desarrollo local debe ser una política nacional. En cada pueblo y ciudad del país, que son miles, se debe organizar la producción para agregarle el mayor valor posible a los insumos locales con vistas a generar bienes y servicios destinados al mercado local y global. De esa manera las familias  van a tener adónde ir o regresar, sin huir de ninguna miseria, al encuentro del bienestar. Un nuevo imaginario nacional irá tomando forma en las próximas décadas.

En la Unión Europea la cuestión territorial es el leiv motiv insoslayable a la hora de formular distintos programas.  Una epistemología de mayor complejidad permite acuñar la noción de cohesión territorial como ámbito de la integración y diversificación del conjunto de las acciones sobre un medio local.

Cuando se habla de cohesión territorial se piensa en una combinación de variables conocidas y en uso pero organizadas de otro modo; esa “reorganización” da un resultado que permite 1) conocer los nuevos problemas que conlleva la globalidad por su creciente incidencia en las realidades locales, 2) hacer una valoración crítica de los enfoques que han orientado los procesos desde el pasado hasta el presente considerando los resultados obtenidos.  Según el Libro Verde[iii] de la Unión Europea sobre cohesión territorial {SEC (2008) 2550, Bruselas, 6.10.2008} el concepto “tiende puentes entre la eficacia económica, la cohesión social y el equilibrio ecológico, situando el desarrollo sostenible en el centro de la formulación de las políticas”. Como se ve constituye una apuesta multidimensional que cuestiona (y supera) la compartimentación epistemológica tradicional por la cual los problemas son de índole política o económica o jurídica o social o cultural o ambiental, etc. sin tener en cuenta que la realidad dista de ser tan estructurada.

Existe hoy en nuestro país, en sus institutos y universidades, la capacidad suficiente para dotar de las herramientas más modernas para la implementación y gestión de una política como la que estamos imaginando. Estamos pensando en los modelos de circulación atmosférica que entienden todo lo referido a la marcha del cambio climático (recopilación de datos, simulaciones, modelos operativos, pronósticos, etc.).  Se pueden ver en la bibliografía trabajos al respecto realizados en nuestras universidades. En el caso de un programa de “erradicación de la pobreza/reubicación de la población/equilibrio territorial/desarrollo local de carácter nacional” -con el nombre que sea - se requeriría un trabajo pormenorizado de diseño de las variables a controlar y la formulación de los indicadores adecuados para realizar las mediciones; los mecanismos de recopilación de la información y su ingreso a las bases de datos; de los modos de hacer corridas  tendientes a simular escenarios para diseñar los programas en función de los objetivos gubernamentales; en fin, elaborar pronósticos. Por cierto no es tarea fácil y requiere mucho talento y sabiduría la puesta a punto y el uso de una tal herramienta. Y un área de la actividad pública en nuestro país comenzaría a ser gestionada con la ayuda de recursos que hoy ya están maduros y probados. Preliminarmente, podemos ver cómo se pueden gestionar alternativas de flujos y reflujos poblacionales, resultados de las medidas impositivas implementadas, marcha de las inversiones, variación de las oportunidades de negocio a lo largo del territorio, evolución de indicadores convencionales, etc. Un modelo de circulación de oportunidades, implementado en forma transparente en el más alto nivel, puede ser un medio que permita comenzar a reconstruir el país con un aprovechamiento al máximo de las excepcionales condiciones que se nos presentan en esta fase inicial de la globalización.


Casos y cosas

Conectividad. Hay dos tipos de obras públicas. Las de bienestar (cloacas, cordón cuneta, plazas, etc.), y las de conectividad (autopistas, puertos, low cost, etc.). Las primeras son aquellas que afectan la cotidianeidad de los vecinos. Normalmente encargadas por el administrador local, son decididas en una instancia superior. Ahora hay mecanismos como el presupuesto participativo que permiten un mayor involucramiento de los beneficiarios en la programación del plan. No siempre esas obras están bien concebidas. Algunas son pensadas directamente en función del peculado; otras, no son prioritarias o se las encarga con fines electorales. Las de conectividad tienen que ver más con el despliegue de la infraestructura en el territorio tendientes a establecer vínculos entre núcleos urbanos o con el exterior. Lo nuevo e interesante es que algunas de ellas son de directo interés del G20. ¿Cuáles son? Las que contribuyen a modificar la configuración global informativo-comunicacional, desde las que se expresan en forma radio céntrica, características de las dependencias, a las obras concebidas según un diseño reticular, con trama y urdimbre, como si fuera un tejido. En la Argentina son imprescindibles  para la salida de las exportaciones a los países de la región y al Asia Pacífico. En los últimos años se ha ido armando una panoplia de programas que atienden a: la calidad de las obras, la visibilidad, el financiamiento, la compatibilidad global de los trazados, hasta los temas de la corrupción. El proyecto chino de la Ruta de la Seda es una parte muy importante de estos enfoques novedosos. El Plan Belgrano en la Argentina atiende a superar la parte concentradora del modelo agro exportador con un cambio en el patrón de trazado de las conexiones territoriales. El RER y el corredor vial del Paseo de Bajo por primera vez en la historia permiten pasar por Buenos Aires sin necesidad de desembarcar. Quien se interese sobre el enfoque de la conectividad global puede consultar trabajos específicos[iv].

La grieta[v]. La verdadera divisoria de sentidos en la sociedad argentina no está en un plano. La definición, un tanto abstracta, tiene que ver con la posibilidad de alternancias y, consecuentemente, con la forma en que evolucionará la crisis del peronismo. Hay, por lo menos, tres opciones al respecto: que desaparezca el kirchnerismo (mayoritaria), que el peronismo sin kirchnerismo se recomponga (de buena prensa), que el peronismo en su totalidad, como movimiento, ha muerto (aun minoritaria, es la que se sustenta en el presente enfoque). La confirmación del supuesto sobre el inicio de un ciclo largo de crecimiento, el segundo de la historia de nuestro país tomado como sistema, implica que todos los subsistemas comprendidos se verán sometidos a un diagrama de fuerzas reconfigurador. Sin ser un enfoque preciosista, pero superador de las formas tradicionales, podemos decir que ha aparecido, en el firmamento político argentino, un nuevo plano de pertenencia.  Como si fueran los orbitales de un átomo, esos planos, los nuevos y los precedentes, se influencian pero no se tocan. En los últimos tiempos, desde que se previó la salida del poder del peronismo, se ha configurado una nueva dimensión, llamémosle global. Es donde se desplegará la nueva expresión política del proceso puesto en movimiento. La característica distintiva (y no fácil de metabolizar) será que los partidos podrán ejercer su identidad en tanto lo hagan en los marcos de un espacio compartido. Esos espacios -que llamamos polos- subsumirían a sus partidos integrantes. No parece haber alternativas a esa restricción, por lo menos por ahora. Uno de sus polos ya está ocupado: está Cambiemos, de claro sesgo global. Hay lugar para otro polo, pero aún está vacío (y lo estará por un tiempo). Y aquí la predicción (según la física los espacios vacios no pueden permanecer así para siempre): será  llenado con una versión “progre”, del tipo “tercera vía”, con figuras como Massa, Stolbizer, Urtubey (un potencial aglutinador que se salvó del batacazo de Cambiemos del último domingo), el mismo Lousteau (sin retorno pero con ambiciones), socialistas, radicales descontentos y desprendimientos peronistas.   En el plano inferior quedará lo residual, claramente el kirchnerismo (funge de “rosismo” del siglo XXI). Interesante desafío es el abordaje epistemológico sobre el encuadre de los movimientos sociales que caen fuera del sistema pero que son una pieza clave en el desafío de la inclusión de la pobreza (target de la iglesia católica y el papa Francisco). Una vulgata de la teoría cuántica aplicada a las disciplinas sociales puede echar luz sobre este tipo reconfiguraciones reacias a ser tratadas con la lógica hegeliana. Y nos anticipa  porqué el peronismo como movimiento histórica ha cumplido su mandato y se puede hablar con más riesgo intelectual de su muerte y no de su “reciclaje”.
Hay varias dimensiones de la trayectoria peronista que no ensamblan con la dirección del viento global. El reagrupamiento de un movimiento disperso amerita algo más que un liderazgo. Necesita de una trayectoria creíble y de un pegamento no vencido. El peronismo fue concentrador territorialmente hablando, se basó en una supuesta justicia social para una pobreza que alentó (hasta la exaltación en el último tiempo) y en la que se apoyó electoralmente; se le adosó un empresariado prebendario, poco innovativo y propenso al encierro; sus gobiernos (salvo uno) fueron aislacionistas internacionalmente; estructuralmente corrupto, sus gestiones estuvieron a cargo de gente poco idónea/competente, no tuvieron empacho en apoyar con el mismo fervor a Menem y a su contracara, la familia K. Y lo principal: el peronismo fue funcional a una coyuntura internacional. En sus inicios, como salvaguardia de un Eje en fuga (el franquismo le dio apoyo intelectual para su gran gesta con la fuerza laboral, su principal punto de apoyo en sus setenta años de vida), fue su principal beneficiario de las expresiones nacionalista burguesas internas características de todo el periodo de la decadencia argentina, aunque esas expresiones no hayan sido patrimonio exclusivo del peronismo. La mano viene cambiada. El peronismo ha perdido legitimidad global. Es solo cuestión de tiempo para que sus manifestaciones terminales afloren más nítidamente si ello aún hiciera falta. No lo salva ni Dios.
En suma: la noción de grieta por su inconsistencia dimensional no se adecua a lo que está pasando; es insuficiente y confusa para cualquier ejercicio de predicción.

Federalización productiva. El reequilibrio de las cargas demográficas para dar sustentabilidad a la consigna de “pobreza cero” pone en movimiento una constelación de factores. Así, la atenuación de las migraciones periferiaàcentro y/o la vuelta al pago cuando sea posible y se lo desee, depende, por lo menos, de la disponibilidad de puestos de trabajo, vivienda e infraestructura adecuados, acceso a la salud, la educación y la conectividad, en un contexto aceptable de seguridad. Obviamente, aunque sea un requisito insoslayable llevará muchos años en ser concretado. Pero las largas marchas comienzan por pequeños pasos. Eso tiene que ver con la fundación de nuevos pueblos y la recuperación de los que ya existen aunque estén en declive. Romper la división entre campo, industria y servicios para tender a una producción integrada de frente al mercado global. En cualquier lugar del territorio existe una fuerza transformadora que se expresa en la producción agropecuaria, el sector más innovador que tiene nuestro país. Hay chacareros que son verdaderos líderes distritales que deben ser puestos en función de la modernización integral de los pequeños pueblos esparcidos por doquier, de manera de aumentar su potencial de atracción de nuevas alternativas de hábitat. Hay que constituir miles de nodos de modernización y reequilibrio territorial. Las organizaciones del campo son una de las claves. Eso también vale en las áreas de fronteras para la constitución de subregiones de integración con las áreas correspondientes de los países vecinos. Aparte del factor tiempo, la educación es el primer eslabón de la cadena transformadora social. Crear las condiciones favorables para la puesta en marcha de políticas de estado en materia educativa aunque sus frutos tarden muchos años en verse. Pero no hay alternativas; deberá producirse un cambio cultural. El ciclo que se pone en marcha con Cambiemos y que, sucedido cuando corresponda por otra gestión de sesgo global, de cualquier signo, requiere un contexto de paz social.  Para ello, en primer lugar, garantizar un ingreso mínimo por el mecanismo que sea, y parar la inflación. El funcionamiento de otras variables –independientemente de cómo haya obrado en el pasado- sea deuda, déficit fiscal, u otras alteraciones macro, se debe supeditar a este magno objetivo.

Ing. Alberto Ford
La Plata, 15 de agosto de 2017




[i] http://ingenieroalbertoford.blogspot.com.ar/2015/03/planoinclinado-desequilibriosterritoria.html
[ii] Vázquez Barquero, Antonio, 1984, “La política regional en tiempos de crisis. Reflexiones sobre el caso español”. En: Estudios territoriales, # 15,16, pág. 21-39. Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo. Madrid.
[iv] http://ingenieroalbertoford.blogspot.com.ar/2017/02/infraestructura-global-ya-no-seran.html
[v] http://ingenieroalbertoford.blogspot.com.ar/2016/03/grieta-o-desnivel-las-transformaciones.html