miércoles, 6 de enero de 2016


Argentina global. Ocaso del nacionalismo burgués[i]. ¿El fin del peronismo?

En la última sesión de diputados del año pasado, legisladores de la oposición, tanto del progresismo como de la izquierda, votaron junto al kirchnerismo la refundación de Yacimientos Carboníferos Fiscales (YCF). No es la primera vez que se produce una entente de ese tipo, sobre todo cuando está en juego el “interés nacional”. Eso pasó con YPF, Aerolíneas, AFJP, Malvinas, entre otros temas. La pregunta es: ¿en materia de posiciones doctrinarias hay una coincidencia más de fondo que va más allá de la matriz K, y que afecta a una porción mayoritaria del espectro político argentino?
El trabajo propone una mirada del periodo de la declinación nacional (que llega hasta hoy arrancando en 1933 cuando se firma el pacto Roca Runciman) en materia de coincidencias como, por ejemplo, las prácticas  proteccionistas, la sustitución de importaciones, la industria a costa del campo o el federalismo retórico.
La tesis es: el nacionalismo-burgués (una categoría que ha perdido uso pero no fidelidad descriptiva), evidenciado como un denominador común que atraviesa horizontalmente las distintas administraciones habidas en el periodo considerado, estaría entrando en su ocaso por cambios en la escena internacional. El mundo es como un campo gravitatorio en el que se pueden hacer muchas cosas menos desconocer sus normas, patrones y procedimientos. En un momento las fuerzas se alinean; ese momento ha llegado para nosotros. El vacío producido por la excesiva longevidad de esa decadencia, será llenado por una Argentina de tono global que tomará la posta. Esa transición entre dos paradigmas provocará fundamentales transformaciones en todos los órdenes de la vida pública. Una de las más resonantes  será la desaparición del peronismo como fuerza hegemónica y su incapacidad de renovarse en términos tradicionales.

Unos días antes de abandonar el gobierno, la administración K hizo aprobar a las apuradas un paquete de leyes, entre ellas la refundación de Yacimientos Carboníferos Fiscales (YPF). Lo notable de la sesión -de trámite irregular por la ausencia parcial de las bancadas opositoras- fue la connivencia de la izquierda y el progresismo con la maniobra, que no solo dieron quórum sino que aprobaron el proyecto carbonífero sin ningún tipo de presión y, según se dijo luego, basados en sus propias convicciones. Esa franja del espectro es habitualmente celosa del cuidado ambiental; no fue este el caso, tampoco la oportunidad: en el mismo momento, en la reunión del clima de París, se ponía fecha al fin del uso de combustibles fósiles. Como durante el kirchnerismo se han dado más de una vez este tipo de ententes indecorosas, cabe hacer la siguiente pregunta:

¿Esa complicidad reiterada (sobre todo en el tratamiento de leyes vinculadas a lo que se suele denominar el “interés nacional”) de partes de la oposición con el gobierno saliente, no estaría evidenciando en materia de posiciones ideológicas una coincidencia más de fondo que va más allá del período K?

Hagamos historia para echar luz sobre algunos comportamientos “inesperados” como el citado.

El período de la decadencia

El periodo de la decadencia argentina ya lleva ocho décadas. El 1º de mayo de 1933 se firma el pacto Roca-Runciman por el cual la Argentina, en el comercio exterior de carnes y granos, pierde el trato preferencial con que había sido favorecido hasta ese momento, y debe competir en inferioridad de condiciones con otros países de la mancomunidad británica[ii]. El modelo agro exportador, que ingresa en una crisis sostenida, había constituido la llave de un progreso innegable pero también la causa no menos innegable de una decadencia posterior producto de su incapacidad de reformularse. El campo -un actor protagónico en el crecimiento asombroso del país entre fines del siglo XIX y principios del XX-  pierde presencia y pasa a ser progresivamente tributario de una industrialización protegida, concentrada, y reacia a la innovación.
¿Cuáles eran las características del nuevo modelo? En la primera parte del siglo XX comienza la etapa de la sustitución de importaciones y el consecuente proteccionismo de la incipiente actividad de fábricas y talleres. El estado comienza a sobredimensionarse lo que se nota en la creación incesante de empresas públicas. Los sectores castrenses incrementan su influencia; lo prueba el rol de los mandamientos de la defensa nacional en el diseño de la matriz productiva y de comunicaciones. En materia de política exterior crecen las concepciones antiimperialistas (vs. EEUU) más o menos manifiestas según el color de las administraciones, ya fueran civiles o militares. Se fue formando una clase empresarial prebendaria más un gremialismo y una burocracia estatal en sintonía. El federalismo se vio perjudicado y la pobreza relativa fue creciendo en todo el país pero concentrada en el área metropolitana.
El cambio de paradigma dio lugar a la agudización de un proceso que venía de lejos: migraciones periferia à centro por parte de los sectores más pobres del interior en la búsqueda de mejores condiciones para la vida familiar. El campo y el interior incrementan la expulsión de la población. El vector centrípeto, activo desde la época de la colonia, siguió actuando sin fuerzas que se le opusieran; la cancha se fue inclinando. En ese marco florece aquí como en otros lados un nacionalismo que fue atravesando la sociedad hasta formar un corpus de ideas más o menos difusas pero persistentes en el imaginario colectivo.
Desde el punto de vista del federalismo más allá de lo retórico no ha habido diferencias sustanciales en las distintas administraciones del período de la decadencia, ya sean civiles o militares. Perón promovió drásticamente la concentración de la población en el área metropolitana. Una nota tragicómica.

Con motivo de los actos en Plaza de Mayo, el general mandaba trenes a las provincias para buscar manifestantes. Al finalizar, los llamados “cabecitas negras”, pedían feriado para el día siguiente (“mañana es San Perón”, coreaban). La petición era concedida con prontitud: los que habían llegado del interior no solo retrasaban su regreso sino que unos cuantos se quedaban a vivir en Buenos Aires porque los trenes gratis eran solo para venir. Así fue creciendo caóticamente el conurbano bonaerense.

Frondizi se propuso atraer el capital extranjero, lo que estuvo bien salvo cuando se usó para la radicación de industrias obsoletas ligadas al automotor; el llamado progreso desarrollista se afincó en la pampa húmeda. Una de las razones del derrocamiento de Illia fue su política de autonomía con respecto a medicamentos y petróleo, en contra de multinacionales estadounidenses. Onganía/Salimei atacaron sectores protegidos y tecnológicamente obsoletos como la producción azucarera en Tucumán lo cual no hubiera estado mal de disponer de otras fuentes de trabajo para evitar que las familias del surco fueran expulsadas violentamente de su terruño. La gestión de Gelbard con el tercer Perón fue prototípica, casi paradigmática de lo que venimos abordando en este trabajo. Los militares y Martínez de Hoz abrieron las puertas de la economía de par en par; Menem y Cavallo, además, abrieron las ventanas. Son las dos únicas gestiones que se diferencian en materia de proteccionismo. Ninguno de ellos abordó la cuestión territorial ni el desequilibrio demográfico; al contrario, ambos aspectos concomitantes se vieron agravados en su condición. En síntesis, con matices, se fue formando una cultura política al calor de la concentración territorial, demográfica y económica. La sociedad en su conjunto se vio influenciada.
Esa cultura de la “defensa de lo nuestro” ha permanecido hasta nuestros días con rebrotes y exteriorizaciones toda vez que fuera pulsada la tecla adecuada[iii]. Las ideologías nunca son químicamente puras y sus límites conceptuales son difusos. Pero hay un componente centralista que nunca nadie se atrevió a tocar en serio. En la Argentina las cosas pueden suceder en cualquier parte pero terminan pasando en Buenos Aires (o como dice el popular refrán: “Dios está en todos lados pero atiende en la capital”). Gobiernos formados por gente del interior profundo, como el saliente, terminaron confinando el concepto de lo federal al desván de los trastos o, peor aun, al olimpo de la retórica.
No puede sorprender entonces que coincidencias contra natura atraviesen el espectro político con prescindencia del lado en qué se expresen. La experiencia K fue pródiga en este tipo de comportamientos. En temas como YPF, Aerolíneas, ahora en YCF y otras cuestiones emblemáticas, a veces en forma vergonzantes, otras no, parte de la oposición fue votando más de lo esperado junto al oficialismo. Por cierto, hubo habilidad  K para manipular la actividad legislativa según sus intereses. Pero no fue solo eso, ni tampoco apretadas o sobornos que los habrá habido. Fueron convicciones ideológicas las que justificaron a los tránsfugas. Esos alineamientos que muchas veces permanecían larvados, en el nuevo ciclo que se inicia, con una brutal carga de sinceramiento, se irán manifestando con menos decoro lo que paulatinamente irá dando lugar a una nueva configuración en el corpus de ideas en un sentido general.
Es muy interesante la reacción inicial de los industriales, por tomar un caso. En una descripción fiel, se dice que "hay mucha gente enojada del ‘circulo rojo’, formadores de opinión y factores de poder, con Mauricio Macri por su compromiso con el campo. Nunca antes en la historia argentina un gobierno había realizado una apuesta tan contundente. Rompió el molde y eso está perturbando a más de uno. La consabida receta a la hora de ajustar el tipo de cambio era devaluar y al mismo tiempo aumentar los derechos de exportación para granos, carne, frutas y lácteos. Así quedaba un dólar más alto sólo para beneficio de la industria. Para el complejo agroalimentario, nada"[iv]. Justamente fue esa práctica facciosa -favorable a una industria tan protegida como reacia a la innovación y la competitividad- uno de los componentes determinantes de la decadencia argentina.

El mundo se globaliza

Está comenzando el segundo ciclo largo de crecimiento en nuestro país. Se abre paso un nuevo modelo que afectará toda la vida de la sociedad. Son nuevos estadios que duran décadas y, como siempre ocurre en estos casos, el cambio no es solo un producto endógeno al margen del tiempo y del espacio, ahora más que antes, por la simultaneidad de influencias en tiempo real. El primer ciclo largo va desde 1862 a 1933, este último año a partir del cual, como hemos dicho, entra en crisis el modelo agroexportador para dar inicio a una larga decadencia que llega hasta nuestros días. Siguiendo una nomenclatura tradicional podemos decir que se está produciendo un cambio de paradigma, un término suficientemente amplio que trata de significar que nuevos modelos o patrones irán explicando el desenvolvimiento de nuestra realidad. En este caso postulamos que el modelo que signó la decadencia de las últimas ocho décadas ha llegado a su fin, y que será reemplazado inevitablemente por otro. Si es cierta una vulgata del teorema de Gödel “un sistema no se puede explicar a sí mismo”, parece medio pretencioso una postulación tan abarcativa; sin embargo, en tanto hipótesis para la exposición, puede ser o no justificada según el decurso de acontecimientos, los que actuarán como pruebas de verdad irrefutables. Por eso, dos salvedades. No hay –no puede haberla salvo un evento extremo revolucionario- una separación tajante entre ciclos; sus circunstancias se yuxta y superponen; se solapan de manera que nada muere ni nace en fechas fijas las que, en todo caso, obrarán como hitos. La otra y fundamental, es que como en otros momentos y lugares, los factores internacionales condicionan el devenir local. El mundo actúa como un campo gravitatorio que en forma inexorable le da un sentido de transcurso a los acontecimientos locales aunque nuestros analistas (¿de cabotaje?) no siempre acierten a dar con los términos justos para entablar un diálogo fecundo entre ambas dimensiones.
¿Qué es lo característico de este momento que estamos viviendo? Sin duda, es el fenómeno de la globalización (G). Por primera vez en su devenir el mundo se cierra sobre sí mismo de una manera omniabarcativa motivado, principalmente, por razones científicas y tecnológicas. La  escasez en la disposición de bienes y servicios, que había gobernado los conflictos desde que el primer hombre se bajó del árbol, se ha visto desde hace unos pocos años subsumida por el reino de la abundancia lo que acarrea, a su vez, otro tipo de problemas. Por ejemplo, cómo hacer llegar a los menesterosos esas disponibilidades; incluso, cómo inducir nuevas necesidades para que el sistema evolucione en aceptables condiciones de mercado, equilibrando la ecuación oferta/demanda, hoy ya francamente gobernada por el primero de los términos. G muestra muchas cosas inéditas[v]. La vida sobre el planeta se convulsiona. Es sobre esa base objetiva, ya hace algunas décadas, que los factores de poder real se sentaron a una mesa para ver qué hacer con semejante realidad.
Es en los años setenta cuando se reúnen los foros de consenso[vi]. La nobleza, los CEO’s de las principales empresas transnacionales no ligadas al armamento, intelectuales de fuste y ex o futuros gobernantes de las países desarrollados, se preguntan ¿cómo gobernar un mundo que por razones de destrucción mutua tiene que descartar la guerra al tiempo que sus industrias producen en forma quasi ilimitada?
Los acuerdos generados en esos foros realizados en los países desarrollados quedaron asentados en documentos cuyo acceso está disponible para los estudiosos aunque no ocuparon un gran lugar en la difusión pública. Obviamente, fueron espacios de consensos no vinculantes. Sin embargo, la jerarquía de los participantes obró de manera decisiva para que esos acuerdos explicitados determinaran en sus líneas generales el curso de los acontecimientos posteriores. Si los que deciden se ponen de acuerdo en lo que hay que hacer es altamente improbable que los eventos posteriores los contradigan, que las cosas sucedan de otra manera a la acordada. Los consensos básicos se limitaron al establecimiento de normas, patrones y procedimientos para el despliegue de la globalización.
 Uno de los hitos posteriores a esos foros, ya a fines de los ochenta, y que en este caso tuvo sí gran trascendencia, fue la formulación del Consenso de Washington.  Su influencia se desplegó en muchos países desarrollados y en vías de desarrollo. Thatcher y Reagan fueron sus figuras emblemáticas. En América Latina todos los países se vieron afectados. El CW constaba de 10 políticas referidas a los siguientes temas: presupuestario, gasto público, impositivo, financiero, tipo de cambio, comercio internacional, inversiones extranjeras, privatizaciones, desrregulación de mercados, protección de la propiedad. En suma, una reorganización integral del funcionamiento del estado.
Más allá de los ítems abordados en el CW, de lo que se trataba era de comenzar a romper las barreras que blindaban los estadonaciones en la escena global. El repudio que cosechó el CW fue generalizado hasta el punto de alcanzar una dimensión simbólica por encima del conocimiento específico de sus contenidos. Hoy sus “sugerencias” son de aplicación corriente en todo el mundo y, a pesar de los vaivenes producidos según el color de las administraciones, su sentido es determinante. No se puede decir que los estados se hayan reconvertido del todo ni mucho menos. Lo que sí es dable apreciar es que ya no están constituidos por estructuras rígidas como hace medio siglo. Se ha producido un proceso de soliviantamiento que los hace más permeables a los influjos de signo globalizante.
A mediados de los noventa y hasta casi el final de la primera década de este siglo se produjeron importantes movidas financieras (conocidas como “efectos”) en distintos países clave del mundo emergente. Incluidos la Argentina (efecto “tango”), Brasil (efecto “samba) y México (efecto “tequila”), esa ola de acciones de tipo dominó alcanzó a Rusia (efecto “vodka”) y los llamados tigres asiáticos (Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Hong Kong). Sin duda esa sincronía que podríamos asimilar a ingenierías financieras por su poder reconfigurante, estaba anunciado una movida de alcance global. La crisis bursátil de 2008 que provocó la caída de Wall Street pero tuvo alcances globales, fue el punto que podemos identificar como el gran hito del cambio. Es el momento justo en que comienzan a reunirse con absoluta regularidad las cumbres del G 20...y los máximos líderes del mundo global a poner el gancho sobre declaraciones públicas, con compromisos concretos, cumplibles y verificables anualmente.  Como una parábola, se cierra sobre sí un ciclo (un bucle de retroalimentación en lenguaje cibernético) que había comenzado en los setenta con los foros de consenso. Con un dejo de  picardía, en la segunda cumbre del G 20 en Londres en 2009, el entonces primer ministro inglés Gordon Brown declaró a la prensa que «el viejo consenso de Washington está terminado».
Una última apreciación. En estas cuatro décadas hubo negociaciones clave (sobre todo en armamentos, empujadas por la implosión de la URSS y el fracaso del llamado “socialismo real”, comercio, etc.; en fin, toda una agenda que había sido motivo de deliberaciones en los setenta y que está asentado en los documentos de los foros). Sin embargo, el proceso más abarcativo por actuar sobre la totalidad de la biosfera, es el del cambio climático; un inteligentísimo trabajo diplomático que ha avanzado desde Rio ’92 a una velocidad tan vertiginosa como grande ha sido la confusión (generosa y reiteradamente alimentada por los medios) de creer que esas negociaciones han estado siempre al borde del fracaso por la gran complejidad implicada. La última COP21 realizada en París hace unos días es como el anuncio de que a partir de ahora lo globalización se despliega con todo su esplendor acuciada por una batería de problemas de una magnitud no fácilmente medible pero que actúan de élan vital de la nueva política que regirá a la vista de todos los destinos del mundo de aquí en más.

La reinserción argentina

La Argentina ha sufrido importantes modificaciones en los últimos veinticinco años.  Las gestiones habidas fueron de tono peronista aunque de geometría variable. Una, como se dice, fue neoliberal (siguiendo los dictados del CW), la otra, que recién termina, de signo contrario. La dupla Menem/Cavallo fue una novedad para la democracia argentina (algunas similitudes tuvo, en materia de apertura económica, con la última dictadura militar). En cambio, el peronismo protagonizado por los Kirchner tuvo mucho de común con experiencias anteriores del periodo de la decadencia aunque su gestión fue llevada al límite de la extravagancia. Esas actitudes extremas se notan con mayor nitidez si se las contrasta con la evolución y difusión de las ideas en curso en el mundo, y acontecimientos de alta visibilidad ocurridos en la última década.  
Paradójicamente la gestión K estableció la agenda y la forma de actuar. Sobre todo, por la negativa será difícil hacer abstracción de todo lo hecho por el matrimonio. Por ello la transición a cargo del nuevo gobierno, ocurre en medio de dificultades (¿o no?) de diversa índole. Su tarea principal va siendo arreglar el desbarajuste heredado, cometido encarado hasta ahora con una decisión que ha sorprendido a más de uno. Poniendo en marcha un conjunto de medidas relacionadas a la infraestructura, el transporte, la seguridad, la educación, la salud, etc. el país irá transitando una senda de crecimiento para ponerse a tono con lo que está pasando en las vecindades. No hará falta inicialmente un plan económico en el sentido tradicional.  En ese trascurrir, la sociedad argentina habrá alcanzado un estadio caracterizado por el aumento de las opciones de progreso al calor de gestiones caracterizadas por las “3E” (eficiencia, eficacia y efectividad).
Sin duda el objetivo más ambicioso y trascendente anunciado inicialmente por la administración de la coalición Cambiemos será el llamado Plan Belgrano a pesar de que el mismo inicialmente se presente como una cáscara vacía. Lo importante de esta propuesta es que ataca el principal problema estructural de la Argentina: el desequilibrio de su territorio. El PB como causa y consecuencia estará asociado al desarrollo regional y local; implicará como condición necesaria (más no suficiente) el federalismo productivo. La gran concentración de recursos alrededor de la ciudad de Buenos Aires ha motivado una menor distribución y equidad territorial de las oportunidades. Toda esa situación de atraso se pondrá en tela de juicio.
El otro aspecto importante es el de la política exterior; uno de los cuadros más ponderados de la nueva gestión, la canciller Malcorra, estará al frente. Argentina deberá actuar de consuno con Brasil, incluso siguiendo sus pasos (Itamaratí, heredera de la diplomacia luso/británica muestra una gran audacia y desprejuicio). Ambos países tienen a su favor que nuestra región se ha transformado en un actor gravitante en la provisión de proteínas, cuyo consumo es el principal indicador del ascenso a la clase media en Asia. Eso les garantiza un protagonismo a largo plazo. Un comentario polémico.

El campo argentino, siguiendo una larga tradición en el siglo XX, fue postergado por el kirchnerismo; pero, al final, paradojalmente y por un milagro de la resiliencia, se obtendrá el efecto contrario. No hay mal que por bien no venga. El perjuicio en materia agropecuaria se verá compensado por el incremento del papel en ese plano de los países vecinos. Así, se ha alcanzado una masa crítica del cono sur de América que es más que la suma de la partes.

La recuperación argentina, que devendrá exponencial, no tiene por qué basarse en competir con sus socios en la producción de commodities, sino en poner su acción en un plano superior tanto en el agregado de valor como en la diversificación de su oferta de bioingeniería, tecnología de gestión y maquinaria, dirigida, principalmente, a países emergentes y más de cien países pobres de Latinoamérica, África y el sudeste asiático[vii]. El tema de la cooperación internacional para el desarrollo puede potenciarse con el comercio para lograr una sinergia que haga posible una mayor y más virtuosa  inserción de la Argentina en el mundo.
Se modificará el sistema político; una nueva divisoria de aguas lo irá atravesando. El peronismo ha cumplido su ciclo histórico. La apertura de la economía y el ocaso del nacionalismo burgués, privan del sentido primigenio al movimiento creado por el general Perón luego de la segunda guerra mundial. El sorprendente bandazo, sin solución de continuidad, desde Menem a los Kirchner, está indicando que ese movimiento -aun hoy mayoritario- ha perdió la brújula. Tanto una como otra gestión, que sumadas superan las dos décadas, fueron objetivamente funcionales a influjos G para la Argentina. En un caso, el menemismo, el desmonte (CW). En el otro, el matrimonio K, un positive feedback que obró para que por hartazgo de la ciudadanía se encontrara una salida a la herencia, actuando en contraposición, lo cual ya es un hecho revolucionario. Está comprobado que el único proyecto que excita al peronismo es la reconquista del poder, pero esa ambición desmedida no será suficiente de aquí en más. Nunca el peronismo tuvo un proyecto estratégico que fuera más allá de repartir la riqueza a la que generosamente accedieron. Nunca se mostraron con una nota de esperanza al margen de lo ilusorio o directamente de la mentira, durante la decadencia en la que fue su protagonista más destacado. El peronismo se va a ir muriendo. La pérdida de sentido se agudizará por la positiva más que por una actitud de confrontación.
 Ahora los vientos que están llegando a nuestras costas traen otros aires. ¿Qué quiere decir “por la positiva”? Son acciones indiscutibles para cualquier gobernador o intendente, con aceptación asegurada, condenadas al éxito como se dice. Esas medidas actuarán como factor reconfigurante de todo el sistema político. Puede no haber aceptación pero nunca rechazo sin caer en el ridículo, lo que pondrá en evidencia que la oposición es sistemática, motivada por factores subalternos. Para peor y su desgracia, el peronismo no puede disponer de los recursos del poder. Mi convicción es que no habrá renovación en ese espacio aunque por ahora los peronistas sigan siendo la fuerza más numerosa.
El espacio político argentino ha dado nacimiento a otro nivel aunque todavía sus coordenadas no sean del todo nítidas. Entre las fuerzas –no necesariamente partidos- que se van desligando del pasado con respecto a las que se quedan rumiando, se dará una curiosa situación. Esos dos niveles, tendrán cada uno sus códigos. El paso de uno a otro será casi individual, por una puerta muy estrecha donde el santo y seña será la comprensión y aceptación –aun desde la crítica y la oposición- de la nueva realidad. No será posible el diálogo entre los que están en los distintos niveles. Manifestaciones de esa inviabilidad del hecho comunicativo se nota en las críticas a las primeras medidas de Macri.
El grueso del peronismo ha queda escorado; el barco se hunde[viii]. Por su parte, los componentes  renovadores irán mudando de nivel sin prisa pero sin pausa[ix]. Una parte está condenada a ser una expresión residual. La otra irá formando parte de un nuevo partido, según una nueva configuración, ya con códigos globales. El fenómeno, con más o menos dramatismo y cuantía, se irá dando en todos los partidos.  Pasarán presidentes de distinto color pero se puede inferir que lo que se está poniendo en marcha, será continuado más allá de hasta donde nos alcanza la vista. Iremos estableciendo políticas de estado, algo que no ocurría desde el siglo XIX. Argentina se incorpora de lleno a la dinámica global.

Ing. Alberto Ford
La Plata, 6 de enero de 2016




[i] La denominación “nacionalismo burgués” es un tanto antigua y caída en desuso. Sin embargo, creo que es apropiada para definir algunas características que se verán en el desarrollo del trabajo. El proteccionismo, la sustitución de importaciones, el estado empresario, el desarrollo de la industria a costa del campo, control de precios, influencia castrense en la definición de la matriz productiva, recelo vecinal, antiimperialismo contra EEUU (Europa no), formación de una oligarquía de empresarios prebendarios y gremialistas corruptos, federalismo retórico, desequilibrio territorial, concentración demográfica, son dimensiones que atravesaron como una flecha el periodo de la decadencia argentina que ya lleva ocho décadas. Salvo algunas excepciones, fueron gobiernos civiles y militares los que mostraron esas características. Una curiosidad: de los partidos políticos –no muy afectos a escribir grandes alegatos sobre sus visiones- fue el partido Comunista el que logró un corpus coherente sobre esta por llamarla de algún modo postura ideológica (aunque su intención declamada fuera combatirla). Eso se vio en las décadas del cuarenta, cincuenta, sesenta y parte del setenta del siglo pasado; no tanto en el caso de la Unión Democrática (1945/6) que por razones del momento ponía más el acento en el antifascismo, pero sí en las concepciones que llevaron a la formación del Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA) a principios de los setenta y que tuvo al PC junto a otros partidos democráticos un entusiasta impulsor. Los orígenes de esta “desviación burguesa” del PC nace del VII Congreso de la Internacional Comunista celebrado en 1935 bajo la batuta del búlgaro Georgi Dimitrov que da lugar a la formación de los frentes populares que tuvieron en Francia, Chile y España sus expresiones más resonantes. Igualmente, el PC argentino nunca pudo resolver satisfactoriamente su relación con el peronismo, atrapado en el intríngulis conceptual de no saber como abordar la doble condición de un partido predominantemente proletario y sus orígenes ideológicos influenciados por el franquismo español y el fascismo italiano. 
[ii]  Raúl Prebisch, asesor de Roca, afirmó: "Sigo estimando, y puedo demostrarle a quien quiera, que el acuerdo era lo único que podía hacerse para la exportación argentina del desastre de la gran recesión mundial. No fue un acuerdo dinámico. Fue un acuerdo de defensa, en un mundo económico internacional que se contraía". http://www.lanacion.com.ar/799792-prebisch-un-multifacetico-y-polemico-economista
[iii] Si hubiera que elegir un arquetipo de este formato ideológico, creo que uno de los candidatos con más chances sería Aldo Ferrer. Fundador del grupo Fénix tiene una extensa trayectoria en los elencos oficiales. Participó como funcionario en los gobiernos de Alende, Levingston, Lanusse, Alfonsín, Menem, de la Rúa y el matrimonio Kirchner. Su vigencia en gestiones tan diferentes es de por sí indicadora de que en ellas habrá habido algo en común. Es autor del libro “vivir con lo nuestro” (morir con lo puesto).
[iv] http://www.lanacion.com.ar/1856924-perturba-en-el-circulo-rojo-el-apoyo-del-gobierno-al-campo
[v] Estímulos y respuestas operan en tiempo real a lo largo del planeta; la simultaneidad genera un trastrocamiento epistemológico que afecta la forma de conocer. En el plano simbólico, el hombre, que nunca había podido salir de su seno materno, la tierra-, da inicio al soñado periodo de su internación en las insondables profundidades del espacio celeste.
[vi] Hubo varios, entre ellos, los organizados por la comisión Trilateral, el club de Roma, el grupo Bilderberg, the Council on Foreign Relations, the Brookings Institution y otros grupos que se los suele presentar como de tinte conspirador aunque sus trabajos y conclusiones son en general de libre acceso.
[viii]  En el diario del domingo aparecen las siguientes noticias. 1) se pelean Lázaro Báez y Cristóbal López, 2) el FPV se dividió en la PBA por el tema de la aprobación o no del presupuesto; otro tanto los intendentes peronistas, 3) el gobierno dialoga con D’Elía y Pérsico por el mantenimiento de las cooperativas de trabajo, 4) Bielsa valora los quilates de Rosatti y Rosenkrantz y propone apoyarlos para la Corte Suprema. Y esto recién empieza...
[ix]Claramente salió a diferenciarse el sciolista Gustavo Marangoni. Ver http://www.lanacion.com.ar/1858074-el-nuevo-rol-del-peronismo-en-la-oposicion. Hoy se conoce que Massa va con Macri a Davos.