lunes, 20 de enero de 2020


¿China es clonable?

Mucho se habla del crecimiento de la República Popular China (RPCh), al punto de que ya le estaría disputando la hegemonía mundial al propio EEUU. Frente a los problemas para la inclusión en la globalización de muchos millones de pobres en todos los continentes, surge la pregunta de si los prodigiosos resultados logrados por el gigante asiático pueden ser una base adecuada para replicar su modelo. Los puntos de vista de la dirigencia china parecen apuntar en esa dirección. En este trabajo hacemos un breve repaso de las condiciones que llevaron a la constitución de la RPCh en 1949, y las diferencias en la gestión inicial maoísta, y los cambios generados a partir de los acuerdos con Occidente. Esas conversaciones, iniciadas en 1972 entre Mao Tse-tung, Chou En-lai, Richard Nixon y Henry Kissinger, dieron lugar a la más grande operación logística de la historia: la transferencia masiva de fábricas llave en mano, medios productivos y tecnológicos desde EEUU y Europa a China. Es cuando comienza la aparición del made in China que hoy inunda las góndolas de los supermercados de todo el mundo. China está cambiando. Desde las posiciones dirigenciales hasta las responsabilidades extra nacionales que va asumiendo más allá de sus compromisos comerciales, con el involucramientos en cuestiones muy sensibles que hacen a la culminación de la puesta en funcionamiento pleno del proceso globalizador.

Preparando material para MACROSCOPIO me topé con una nota en el portal de Xinhua[i] sobre los cambios que amerita la gobernanza global. Su texto refleja los puntos de vista de la dirigencia china tal como fueron vertidos en un plenario del CC PCCh, el máximo órgano de poder de ese país. Las conclusiones alcanzadas a ese nivel se resumen en que “el enorme progreso económico y social de China a lo largo de las décadas ha ayudado a demostrar que un sistema de gobernanza competente es decisivo para lograr un crecimiento estable durante décadas…lo mismo es válido para otros países y el mundo en general” (subr. M). La sugerencia hace pensar. Obviando ese arrebato de autosatisfacción, más propio de otras épocas cuando las citas del “pequeño libro rojo” de Mao eran vistas como de aplicación universal, la sugerencia de la dirigencia china interroga sobre la replicabilidad del modelo, sobre todo en un momentos es que las democracias liberales están puestas en tela de juicio por los módicos resultados obtenidos en distintos países, como por ejemplo el nuestro.

Como mucho se habla del crecimiento de la RPCh, al punto de que supuestamente le estaría disputando la hegemonía mundial al propio EEUU, vale la pena ponderar la pertinencia de esa hipótesis, bastante difundida y aceptada por cierto. Para ello, es necesario tener una mayor claridad sobre los factores que han obrado para que China alcanzara los asombrosos resultados obtenidos en un tiempo histórico muy breve. La China de estos días se pone en marcha en 1978, cuando Deng Xiaoping se hace cargo del gobierno. Es interesante, no obstante, ver las condiciones previas. Tanto desde la fundación de la RPCh en 1949 como antes de que los comunistas tomaran el poder.

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En los 100 años previos a la fundación de la República Popular, China había sido un país desquiciado. A la progresiva e inexorable decadencia imperial, se sumaron el acoso de las potencias europeas, por apetencias coloniales o imperialistas. La más importante de esas intervenciones fueron las dos guerras del opio, en 1839 y 1856, que obligaron a China a abrirse al comercio exterior. Finalmente, la derrota de la dinastía Qing el 1912 marcó el fin de un período de desgajamientos, una de cuyas consecuencias fue la cesión de Hong Kong a Inglaterra y de Macao a manos de los portugueses. El fin de la era imperial da lugar al establecimiento de la República de China, comandada por Sun Yat-sen, líder y fundador del Kuomintang.

En sus andanzas por el sudeste asiático, André Malraux se hizo de la suficiente información como para escribir La Condición Humana, novela que refleja magistralmente la evolución de las luchas políticas y sociales en los años veinte. Son los inicios de la prolongada guerra civil entre nacionalistas y comunistas, que se vería condicionada momentáneamente por el intento de establecer una alianza de compromiso entre ambas fuerzas antagónicas para enfrentar la ocupación japonesa de Manchuria a inicios de la década del treinta.

Durante las conversaciones, en el vasto territorio chino, disperso e incomunicado, continuaron las acciones represivas por parte del ejército del Kuomintang, lo que lleva a los comunistas a refugiarse en las montañas del noroeste, en lo que se conoce como “la larga marcha”. Aunque ha sido rodeada en la épica china de un carácter heroico, la marcha fue en realidad una medida pasiva de autodefensa por parte de los comunistas frente al acoso represivo de los nacionalistas. Finalmente, como consecuencia de esa movida, el peso principal de la lucha anti japonesa lo tuvo Chiang Kai-shek, el líder nacionalista que heredó el mando del Kuomintang luego de la desaparición de Sun Yat-sen. En ese período fue donde se imposueron las ideas de Mao sobre el papel del campesinado en la revolución.

Luego de muchos años, estando por finalizar la Segunda Guerra Mundial (2GM), la derrota de las fuerzas japonesas continentales estacionadas en Manchuria, fue obra del Ejército Rojo. Las batallas comenzaron dos días después del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre Hiroshima, cuyo impacto fue demoledor en la moral de las bien pertrechadas tropas del Manchukuo[ii]. La intervención soviética fue a consecuencia de la conferencia de Yalta, celebrada en febrero de ese año, 1945, donde Stalin había aceptado las peticiones de los Aliados para romper el Pacto de Neutralidad con Japón a los tres meses de finalizado el conflicto en Europa. La participación tardía de la ex URSS contra Japón -un episodio muy poco conocido[iii] de la 2GM en el Extremo Oriente cuyo protagonismo se lo lleva al impacto causado por la explosión de las dos bombas atómicas- cobra una importancia estratégica en relación a la ulterior lucha de los comunistas hacia a la toma del poder.
Por un lado, el desenlace de la guerra significaba el fin de la odiada presencia de Japón en Manchuria y Corea, un objetivo por el que los chinos habían luchado denodadamente durante más de 10 años. Pero además, la presencia de un Ejército Rojo triunfante en Berlín, favorecía las posiciones de Mao frente a Chang Kai-shek, en un enfrentamiento a muerte del que solo se habían tomado un respiro. En los archivos se pueden ver fotos de las enormes cantidades de armamento japonés capturado, que fue entregado en su totalidad al Ejército Popular de Liberación que dirigían los comunistas. Con esa base logística -más ayuda militar encubierta por parte de rusos- Mao reinicio la guerra civil que culminaría el 1 de octubre de 1949 con la fundación de la República Popular China.

Se inicia otra historia. Chiang Kai-shek, derrotado, se refugia en la Isla de Taiwán (antes bautizada como Formosa por los portugueses) para preservar la vigencia de la República de China. A partir de ahí, Taiwán, celosa y generosamente apoyada por los EEUU, inicia un rápido proceso de desarrollo. Enfrente, en el continente, las cosas no fueron tan lineales ni apacibles.

La instauración del comunismo

El texto de la obra que Carlos Marx tituló El 18 de brumario de Luis Bonaparte comienza con una frase del autor "La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. La famosa cita vale porque en la revolución china se dan ambos eventos: la experiencia soviética, que finaliza en Rusia con un contundente fracaso, y el asesoramiento, a partir de esa experiencia, que los soviéticos brindaron a sus camaradas chinos para construir la nueva sociedad. Hasta la pelea de Mao con Nikita Jrushchov en 1958, que marcó el inicio de la guerra ideológica entre ambos partidos comunistas, la presencia de los soviéticos fue dominante.

La asistencia soviética a China se extendió a las industrias, la agricultura, las fuerzas armadas y la infraestructura, con la presencia de varios miles de soviéticos enviados como asesores técnicos, administrativos, y militares a China. Desde 1954, la URSS empezó a remitir ayuda financiera y económica a China a gran escala, en base a la consideración de que el atraso tecnológico e industrial de China resultaba un terreno fértil para asentar firmemente la influencia soviética en el país. Esta asistencia ha sido descripta como «la mayor transferencia de tecnología hasta ese momento en la historia del mundo»[iv], pues la Unión Soviética gastó un 7% de sus ingresos nacionales entre 1954 y 1959 ayudando al desarrollo de China, superando incluso la cuantía de la asistencia con la que el Plan Marshall contribuyó a la recuperación europea de posguerra.

Recién fundada la RPCh, se produce el estallido de la Guerra de Corea, en la que China se involucró para ayudar a Corea del Norte. Ese acontecimiento, de enorme trascendencia en su momento, forzó más el acercamiento entre los gobiernos de Pekín y Moscú, siendo que para dicho conflicto los chinos proporcionaron tropas, y los soviéticos armamento y asesores bélicos o directamente personal de combate para la aviación.

El Gran Salto Adelante (GSA)

A fin de los ´50 se pone en práctica una propuesta del maoísmo que quiso ser un calco del plan quinquenal soviético. Su concepción aventurera no resiste el más mínimo análisis.

El GSA fue una campaña de medidas económicas, sociales y políticas implantadas, con el objetivo de transformar la tradicional economía agraria china a través de una rápida industrialización y colectivización. Los principales cambios del régimen rural incluyeron la creación de las comunas populares, la prohibición de la agricultura privada, el impulso de los proyectos intensivos en mano de obra y la política llamada "caminando con dos piernas", que combinaba las pequeñas y medianas iniciativas industriales, con los grandes emprendimientos. La idea del gobierno chino era industrializar el país y aumentar la producción agrícola haciendo uso del trabajo en masa, evitando así tener que importar maquinaria pesada. El efecto más visible desde el extranjero fue la campaña de creación de pequeños altos hornos en cada comuna para la fundición de acero. En octubre de 1958 se informaba de la creación de un millón de estos hornos (cubilotes), incluso en las fábricas, escuelas y hospitales donde los trabajadores calificados eran obligados a abandonar su trabajo para destinar parte de su tiempo a producir acero. Pese a la propaganda oficial, el acero producido por estos hornos artesanales era en gran parte inservible debido a la mezcla de diferentes metales durante su elaboración.[v]

Las consecuencias fueron desastrosas. La colectivización forzada de la agricultura, el uso del metal de las herramientas (!) para alimentar los hornos -a costa de la producción y para cumplir planes desmesurados- y otras medidas por el estilo, provocaron una hambruna que le costó la vida por inanición a más de diez millones de personas, la mayoría niños y jóvenes. Empero, lo que fue un fracaso estrepitoso, fue reconocido como tal, y la admisión provocó que Mao se viera obligado a ceder uno de los tres cargos que detentaba, el de presidente de la república. Pero las luchas se intensificaron, en la cúpula del poder y en materia de políticas irracionales.

La gran revolución cultural

La Gran Revolución Cultural Proletaria (GRC) fue un movimiento sociopolítico que tuvo lugar en los 10 años posteriores a 1966. Iniciada por Mao Tse-tung, la GRC se propuso preservar la pureza del comunismo chino por medio de la eliminación de los restos de elementos capitalistas, y reimplantar su pensamiento, condensado en el “pequeño libro rojo”, como la ideología dominante dentro del PCCh. La GRC marcó el regreso de Mao a una posición de poder después de los fracasos de su Gran Salto Adelante. La convulsión generada con la GRC paralizó políticamente a China y afectó negativamente tanto a la economía como a la sociedad del país en su conjunto.

Los sitios, objetos y archivos históricos de China sufrieron daños devastadores, ya que se creía que estaban inspirados en las viejas formas de pensar. Gran parte de los miles de años de historia de China fueron destruidos. La GRC condujo al sistema educativo de China a un apagón virtual. Todos los institutos y universidades se mantuvieron cerrados hasta 1970, y la mayoría de las universidades hasta 1972. Los exámenes para entrar en la universidad fueron reemplazados luego por un sistema donde los estudiantes eran recomendados por fábricas, pueblos y unidades militares.

Las principales víctimas de la GRC fueron los medios intelectuales y dirigenciales del país. Las acusaciones generalizadas a técnicos calificados y a profesores universitarios bajo el supuesto de que realizaban actividades contrarrevolucionarias llevaron a una paralización del desarrollo tecnológico y educativo del país. Los programas de estudios en las universidades fueron reformulados para jerarquizar la enseñanza de los valores ideológicos en detrimento de aquellas materias puramente intelectuales y científicas consideradas burguesas.  A una generación entera de jóvenes se les privó de la posibilidad de una educación superior más allá de la repetición de lemas revolucionarios. En su lugar, los jóvenes chinos respondieron al llamado de Mao formando grupos de la Guardia Roja en todo el país y fueron trasladados por la fuerza al campo, donde se vieron obligados a abandonar todas las formas de educación que no sean las enseñanzas propagandísticas del Partido Comunista Chino.

Se hace la luz

Las primeras notas de la racionalidad y la modernización chinas fueron tañidas desde Occidente. Fue la época de los foros de consenso de los ´70 en los que la dirigencia del capitalismo se propuso analizar qué hacer con un sistema que, gracias a la Revolución Científico y Tecnológica, por primera vez estaba en condiciones de producir más de lo que era posible consumir. Nunca había pasado esto en la historia de la humanidad: el fin del reino de la escasez. Las consecuencias –obviamente en un primer momento potenciales- eran sorprendentes. En la ecuación global de la oferta y la demanda, ésta última pasaba a ser la variable crítica. Y la respuesta fue inmediata. La vista giró hacia el mercado más atractivo: el chino. Mil millones de potenciales consumidores. Y no sólo eso. La innovación producto de la RCT hacía necesario, para los países desarrollados, descentralizar hacia el Oriente las producciones de medianas y bajas tecnologías. Así se comienza con la transferencia masiva y continuada de medios de producción hacia la periferia. Las matrices de los países desarrollados se reformulan. En EEUU nace el Silicon Valley en sintonía con la evolución ininterrumpida de las ciencias y las tecnologías de punta. Al mismo tiempo China recibe una lluvia de fábricas cuyos productos se distribuyen por todo el mundo.

Las negociaciones, de enorme complejidad, fueron facilitadas por los cambios generacionales que se estaban por producir en China. Unos longevos Mao y Chou En-lai –este último un incansable piloto de tormentas- fueron los encargados de verse con Nixon y Kissinger para establecer las líneas de la sorprendente alianza que se estaba por producir. A los 6 años, ya fallecida la vieja guardia, el último de los sobrevivientes, Deng Xiaoping, se consolida en el gobierno e inicia el proceso de transferencia industrial. Lo guiaban concepciones totalmente reformistas (“no importa que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”).

Lo que sigue es historia reciente y bien conocida. China ha venido creciendo a niveles del 10% anual (“tasas chinas”) para sacar de la pobreza a más de mil millones de personas en un breve periodo de tiempo. Esos logros son tan sorprendentes que cuesta verlos sin sufrir deslumbramiento… lo cual a veces atenta contra la objetividad.

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Hasta llegar a nuestros días, el periodo de la historia china considerado, por lo menos en sus rasgos más salientes, adolece de una linealidad manifiesta. Tanto en el proceso previo a la formación de la RPCh como después, los acontecimientos se van sucediendo con cierta previsibilidad, no solo durante la vigencia del maoísmo sino incluso luego de 1978, cuando empieza a tomar forma la China actual. 

El periodo inicial de Deng se caracterizó, ya hemos dicho, por la masiva transferencia de factores de producción de Occidente a Oriente, la operación logística más grande de la historia. Los hechos se dan en un país complejo y atrasado, jaqueado por un conjunto exagerado de factores, tanto internos como externos. Las enormes tensiones -incluso emocionales, sociales y territoriales- que conlleva la reubicación de esa gigantesca infraestructura fabril proveniente de EEUU y Europa, no dejan tiempo para otra cosa que no sea resolver los problemas de adaptación para la puesta en marcha de las instalaciones transferidas. Desafíos de nuevo tipo aparecen ahora cuando China tiene que comenzar a pagar los favores recibidos.

Los factores exógenos en la modernización de China han sido decisivos. No hay manera de que por sí sola, desde el maoísmo, sobre todo por sus concepciones retrógradas y su labor destructiva, en cuarenta años ese país hubiera llegado a ser lo que es hoy. También es cierto que esos factores, puestos en otro lugar del planeta, no hubieran podido plasmarse de la forma en que allí lo hicieron. China fue bien elegida. No solo por la magnitud del mercado cautivo, su importancia geoestratégica y geopolítica o el bajo valor de la mano de obra, sino por la disciplina social que implicaba el acostumbramiento prolongado a la presencia del verticalismo de los comunistas. La fórmula cerraba. A esta correlación virtuosa se les sumaba la fuerza adicional de las legítimas aspiraciones de orgullo nacional chino de recuperar el prestigio histórico de que gozaron en su prologada era imperial.
Por su infraestructura industrial, China ya es la segunda economía del mundo. Eso no significa que toda su industria sea “nacional” ni que la totalidad de las cadenas productivas estén bajo su control. Solo basta con ir a un supermercado y ver en la góndola de herramientas y electrónicos cómo las marcas más prestigiosas -que no son de origen chino- elaboran allí sus productos.

China carece de una investigación y desarrollo autónomos. Su punto de partida es muy reciente para completar el ciclo que va desde el descubrimiento científico hasta la puesta a punto de una tecnología aplicable a la producción. Es una de las consecuencias malditas de la Gran Revolución Cultural que destruyó la vida académica, científica y tecnológica, una infraestructura que para su maduración necesita un largo período de labor continuada. La gran fuerza del conocimiento que sin duda China debe poseer, habrá sido utilizada para la adaptación y mejoras (modelos de utilidad) de tecnologías generadas afuera (esto vale ahora para la 5G). De lo contrario no podría haber levantado en unos pocos años su infraestructura productiva, ya la más grande del mundo. Pero ante las carencias China ha tomado medidas inteligentes: más de medio millón de sus jóvenes están preparándose en EEUU en disciplinas científicas. Obviamente, en las universidades americanas los cazatalentos no se dan respiro. Así, los mejores egresados se quedarán allá para continuar trabajando en sus laboratorios, y los que eventualmente regresen a su país, ya lo harán como participantes en líneas de investigaciones que normalmente son bi o multinacionales. Hay metas y etapas que en la ciencia, la tecnología y la educación, no se pueden improvisar…

Asimismo, China carece de marcas propias de prestigio; recién ahora se van haciendo conocer algunas pero que aún no dejan de transitar los andariveles de las segundas y terceras marcas. Por su parte, las traders chinas son de poca capacidad comparadas con los gigantes occidentales, que en los viajes marítimos le agregan el mayor valor a los productos. El caso de la muñeca Barbie es elocuente[vi]. En la globalización se va haciendo más difícil sino imposible el desarrollo de capacidades nacionales que puedan ser manejadas en forma autónoma. La pretensión de “vivir con lo nuestro” es solo una ilusión. Las interdependencias transfronterizas son crecientes y multifacéticas (comerciales, tecnológicas, simbólicas, técnicas, intelectuales, etc., etc.). Esa nueva situación vale para todos los países, sin excepción.

En la división global de las oportunidades, a China, en su carácter de gran potencia, le han tocado responsabilidades por demás interesantes. Hay dos de notoria visibilidad. La primera es que está llamada a jugar un rol geopolítico de creciente importancia en el extremo oriente y -en estrecha alianza con Rusia (aunque no con el mismo protagonismo de Putin en ese plano)- en la totalidad del continente asiático, incluido por supuesto Medio Oriente. La segunda, es el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda (NRS).

En el ámbito de la infraestructura de conectividad, China acude a dar respuesta a una de las principales asignaturas pendientes de la globalización: dicho en términos técnicos, el cambio, de la configuración de los flujos informativo comunicaciones desde lo radiocéntrico a lo reticular. La infraestructura existente a nivel mundial todavía es heredada en gran medida de la época colonial. En ella, los flujos de todo tipo, principalmente comerciales, migratorios, telefónicos, noticias, etc. eran de paso obligatorio por los centros de poder. Por ejemplo, para comunicarse con África, Argentina tenía que hacerlo obligatoriamente por Europa. Más cercano, en nuestro país, para viajar de Chaco a Santiago del Estero había que hacer escala en Aeroparque. En el caso de la ciudad de Buenos Aires, para ir de la autopista La Plata a la Illia había que bajar a la Nueve de Julio. Disfuncionalidades como las expresadas, se pueden encontrar en cualquier lugar del mundo. Siempre, en el fondo, ese tipo de arbitrariedades son consecuencia de asimetrías en las relaciones de poder. A medida que el mundo se comenzó a ensanchar por las comunicaciones en tiempo real, las expresiones “centralistas”, al ser más evidentes, comenzaron a ser cuestionadas. En la era de Internet, con disposiciones n-dimensionales para la comunicación, se necesita redibujar el mundo según otro diseño. La Nueva Ruta de la Seda es el proyecto de mayor envergadura existente en la actualidad que aborda aquella herencia distorsiva. China tiene recursos, capacidad técnica y, sobre todo, ambiciones, como para llevar a buen término ese cometido desde la actualidad en forma sostenida. No es casual la cantidad de países involucrados en el desafío (en el segundo lanzamiento del NRS en Pekín participaron más de 60 países la mayoría representados por sus jefes de estado). El megaproyecto está inspirado en las recomendaciones del G20.

Hace un año, en la reunión de Davos, Xi Jinping sorpresivamente se pronunció en contra del proteccionismo. Aunque China ha sido muy estricto en la defensa de su mercado interno con la asistencia de barreras de todo tipo, el cambio de enfoque se produjo sin ninguna autocrítica. Gran parte de las reservas atesoradas por China, aparte del ahorro interno, se deben al hecho de tener balanzas comerciales favorables con todos los países. Por su lado, Trump, se pronunció a favor del proteccionismo contradiciendo su ideología y lo que EEUU ha sostenido toda su vida. Hasta ahí las controversias. En lo que han coincidido ambos líderes es en desatar una furibunda guerra comercial cuyos resultados, luego de arduas negociaciones y los acuerdos parciales de estos días, están por verse. Este, es un tema que amerita un tratamiento aparte por su complejidad y complicación.

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Llegado a este punto, volvemos a la pregunta del principio: ¿el modelo chino es replicable? La primera respuesta es no. No solo por un problema cronológico –no se pueden reproducir las condiciones iniciales de la globalización en los años setenta- sino por las características de sociedades dominadas por regímenes autoritarios o en condiciones culturales (según punto de vista occidental) de estarlo. Tal vez el que más se asemeje salvando las distancias históricas sea Vietnam. No es casual la forma estrecha en que ambos países están cooperando, incluso a nivel de sus respectivos partidos comunistas, para la transferencia de la experiencia china en la construcción de lo que se denomina socialismo de mercado. Lo que no está del todo claro, por lo menos para mí, es la forma en que se tiene que dar el proceso de inclusión de mil millones de personas en todo el mundo que están viviendo con U$S1/day. Uno no puede dejar de comparar, por ejemplo, la ceremonia diaria de inicio de las tareas en el gigante electrónico chino TCL (se puede ver en YouTube[vii]), con el espectáculo de nuestros piqueteros tomando mate en la 9 de julio cuando en el interior del país hay cosechas que cuesta levantar por falta de mano de obra… 

Ing. Alberto Ford
macroscopioglobal@gmail.com
La Plata, enero de 2020




[i] http://www.xinhuanet.com/english/2020-01/02/c_138674347.htm
[ii] las internas entre quienes veían la derrota como inminente luego de que las bombas atómicas fueran arrojadas, entre ellos el emperador Hirohito, y los fanáticos tipo kamikazes, que a toda costa se negaban a la rendición, hizo que la guerra se prolongara varios días. Además, en Manchuria y Corea, donde los japoneses tenían una importante base industrial, las fuerzas imperiales permanecían relativamente alejadas de la parte insular. Finalmente, el Acta de Rendición fue firmada recién el 2 de setiembre a bordo de la nave Missouri fondeada en la Bahía de Tokio.
[iii] Una muy detallada descripción de las operaciones donde participaron más de  dos millones de soldados se puede ver en https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Manchuria
[iv] https://es.wikipedia.org/wiki/Ruptura_sino-sovi%C3%A9tica
[v] https://es.wikipedia.org/wiki/Gran_Salto_Adelante
[vi] Las muñecas Barbie de la firma Mattel se hacen en China al costo de U$S 1 (UN DÓLAR), 0,70 para materiales y 0,30 mano de obra. Puestas en en lugar de embarque, son tomadas por una trader para llevarlas a EEUU donde finalmente llegan al público al precio de U$S 10. La diferencia de U$S 9, se reparte entre la transportadora, los impuestos, el mayorista que las recibe y los minoristas que las venden.
[vii] https://www.youtube.com/watch?v=3pq1ufZy-PI. McLuhan hubiera dicho “un video vale más que mil palabras”. Imperdible. Son 45 minutas que reflejan fielmente lo que farragosamente queremos decir en este trabajo