viernes, 3 de julio de 2020


¿Acefalía global?

Los postulados de las ciencias duras, más allá de los lenguajes utilizados y las dificultades para su comprensión, siempre tienen algún anclaje con la realidad. Con el uso, cuando esas formulaciones han alcanzado su madurez, también pueden ser utilizadas, en forma de vulgatas, para la interpretación de los fenómenos comunes. Eso pasa con la física cuántica o la noción de entropía para tomar dos ejemplos cercanos. En este caso apelamos al teorema formulado por Kurt Gödel, el nombre de un matemático nacido en el imperio austrohúngaro (en territorio de lo que es hoy la República Checa), cuyas proposiciones en los años treinta del siglo pasado tardaron mucho tiempo en ser comprendidas y más aún aceptadas. El Teorema de la Incompletitud, tal su denominación, se puede traducir al lenguaje corriente como que un sistema no se puede explicar a sí mismo. La introducción viene a cuento de que tal vez sea tarea ímproba (o imposible) saber acabadamente lo que está pasando con la pandemia del coronavirus; sobre todo, si como se dice, la globalización, en la inesperada circunstancia, carece de liderazgo; es decir, está navegando a la deriva como un barco sin capitán y sin timón.

Hay quienes aducen una supuesta ingobernabilidad mundial frente al dramatismo de la crisis provocada por el COVID-19. Según esos puntos de vista, el vacío de poder tendría su expresión más flagrante en la falta de un liderazgo capaz de hacerse cargo eficazmente de la difícil situación creada. No obstante, no queda claro con respecto a que época se hace la comparación; tampoco la forma que haya adoptado en el pasado un supuesto liderazgo que pueda oficiar de muestra testigo. A pesar de ese hueco ininteligible las afirmaciones son tajantes, no dejan lugar para las dudas. Como siempre, todo depende del color del cristal con que se mira. Veamos.

Las medidas adoptadas en todos los países del mundo tienden a un control generalizado y excepcional: cuarentena, distancia social, tránsito limitado, disposición amplia de la infraestructura sanitaria, suspensión de tareas no esenciales, prohibición de reuniones físicas, clausura de fronteras, cierre de comercios y fábricas, promoción del teletrabajo y encuentros virtuales, paralización de la administración pública, trastornos en la economía y las finanzas, etc., todas situaciones que ahora solo causan fastidio, ansiedad y desconcierto, pero que -en su medida y armoniosamente- se justifican en este caso ante una amenaza de riesgos indefinidos para la salud pública.

Con referencia a la prevención y las reacciones frente a la crisis (y en algunos casos los alistamientos pospandemia), más allá de algunas diferencias en el tono de las políticas adoptadas por los gobiernos, la cuestión sanitaria ha mostrado, casi sorpresivamente, el poder de los estados de todos los países del mundo; de paso, una vez más se ha evidenciado el carácter multidimensional de la globalización.
Cabe preguntar si las coincidencias operativas, simultáneas y generalizadas, pueden ser fenómenos espontáneos. El solo interrogante llevaría a relativizar una percepción absolutista de las singularidades, así como también a tratar de identificar algún tipo de logicial que estuviera inspirando el derrotero de las respuestas nacionales y globales.

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Aunque la atención de los medios está puesta como es natural en los sucesos locales, los ámbitos de decisión internacionales han registrado en las últimas semanas movimientos significativos. Veinte países, a nivel presidencial y ministerial, realizaron actividades de coordinación relacionadas al COVID-19 desde el 22 de marzo, momento en que la gravedad de la crisis comenzaba a ser patente y generar una conciencia global de la misma. La agenda se constituyó de la siguiente manera.

La cumbre de los líderes que integran el G20, que tuvo lugar en ese momento, emitió un comunicado cuyo texto puso de manifiesto: 1) la propuesta de constituir un frente unido para enfrentar en forma coordinada, sin retaceos, la amenaza del COVID-19, 2) una fuerte preocupación por la pandemia y las consecuencias del parate, 3) la decisión de salvaguardar la economía global, la estabilidad financiera y propender al fortalecimiento de la resiliencia, 4) la intención de mejorar la cooperación y el abordaje de eventuales interrupciones del comercio global. La Cumbre, al reivindicar el trabajo conjunto, ubicó en un plano de subordinación colaborativa a la Organización Mundial de la Salud, el Fondo Monetario Internacional, el Grupo Banco Mundial y las Naciones Unidas. Se decidió Inyectar U$S 5 billones (millones de millones) en la economía global por medio de políticas fiscales, medidas económicas y esquemas de garantía para contrarrestar los impactos sociales, económicos y financieros de la pandemia. Tanto la premura con que se convocó la Cumbre como el tenor de su comunicado, pusieron de relieve una estética de manifiesta autoridad, sin dar lugar a interpretaciones ambiguas. Al mismo tiempo, los participantes mostraron, comparativamente, la misma o mayor determinación que la evidenciada por el Comunicado de la Cumbre G20 de Washington, que orientó la resolución de la crisis global del 2008/9 en unos pocos meses.

A partir de la realización de la Cumbre del G20, tuvieron lugar reuniones ministeriales en las áreas de: finanzas y bancos centrales (31 de marzo y 15 de abril), comercio e inversiones (30 de marzo y 14 de mayo), B20+L20+W20 (reunión conjunto de los engagement groups sobre empresa, trabajo y mujer (5 de abril), energía (20 de abril), salud (13 de abril), agricultura (21 de abril), empleo (17 de abril), turismo (24 de abril), economía digital (30 de abril), educación (25 de junio). Todas estas actividades estuvieron referidas al COVID-19. En cada convocatoria hubo declaraciones y comunicados de prensa. Toda esta información puede ser consultada con un Ctrl+clic en <http://www.g20.utoronto.ca/>.

No hay antecedentes de semejante corresponsabilidad en ningún otro momento de la historia. Tanto la crisis de 1929, la Segunda guerra mundial, la caída del muro de Berlín y la inmediata implosión soviética, el 11S o el estrépito de Wall Street en 2008, han sido fenómenos conmocionantes a nivel mundial. Sin embargo, ninguno de ellos dio lugar a la búsqueda de consensos y la asunción de compromisos públicos como en esta oportunidad lo han hecho -en forma conjunta, personal y pública- los líderes de los países que aportan el 85% del PBI global.

La globalización ha entrado en una fase en que las políticas fundamentales para la marcha de los asuntos mundiales se adoptan por consenso. Es un proceso que tomó impulso a partir de los foros de los setenta del siglo pasado, principalmente con la oportuna constitución de la Comisión Trilateral, como la han demostrado, por el contenido y la modalidad de elaboración, sus 14 informes iniciales (TFR 1/14)[i]. Empero, la evidencia de una administración global recién pasó a primer plano hace 10 años que es cuando el G20 se consolida como un sistema de poder informal.

¿Por qué poder informal? El G20 no toma decisiones; carece de una estructura adecuada para efectivizarlas. Tampoco estuvo previsto que la tuviera. Sí es un fenomenal mecanismo funcional, con una capacidad quasi ilimitada de elaborar normas, patrones y procedimientos para orientar en forma de recomendaciones los procesos fundamentales que se desarrollan en el marco de la globalización. Todo de común acuerdo[ii].

Las normas son los valores, las categorías axiológicas que se establecen como referencia para la convivencia y el desarrollo de las sociedades. Los patrones son los modelos que se consideran los más exitosos para el logro de resultados perseguidos según aquellos valores; por ejemplo, el funcionamiento de los mercados. La democracia es el procedimiento de gobierno comúnmente aceptado para el alcanzar los objetivos. Lo nuevo son modalidades adoptadas para el ejercicio del poder: la toma de decisiones y la administración operacional, que son descentralizadas a las unidades de gobiernos nacionales. Por eso el G20 carece de burocracia y puede ejercer el poder por medio de la delegación de sus sugerencias en instancias subalternas (la garantía del cumplimiento está en quien es el que delega)[iii].

La presidencia argentina y los respectivos ministerios participaron de la Cumbre (summit) y los encuentros (meetings) anotados. Opinaron y firmaron. Son parte del consenso del establishment global. A ese nivel, pero ya en el plano nacional, las medidas son diseñadas sin transgredir lo acordado aunque con particularidades en sus modos de implementación. A medida que van descendiendo, los flujos decisionales van perdiendo la precisión con que arrancaron debido a los sabores locales que matizan las directivas. Sin embargo, el élan vital permanece inalterable. Es lo de todos los días.

Mi impresión es que estamos viviendo el más eficaz, complejo e innovativo experimento de gobernabilidad de la historia. No hay antecedentes comparables para su ponderación. Las Naciones Unidas nunca dejaron de ser un refugio de burocracias improductivas, carentes de todo peso para enfrentarse a los distintos conflictos que desde su nacimiento fueron dramatizando la escena internacional. Por el contrario, los resultados logrados a consecuencia de las formas emergentes de gestión se suceden a menudo. El obstáculo para percibirlos es que no tienen la trascendencia ni son objeto de los esfuerzos interpretativos de otros hechos menos relevantes; tampoco hay marcos conceptuales adecuados para su correcta significación[iv]. El direccionamiento de los asuntos mundiales decisivos no va a dejar de perfeccionarse de acuerdo a cánones ya establecidos por los líderes de los veinte países, por lo menos hasta la instalación plena de la globalización.

Ing. Alberto Ford
La Plata, julio de 2020
albertoford42@yahoo.com.ar



[ii] La única nota discordante en la breve historia del G20 la dio Trump en Hamburgo, en la XII Cumbre, con respecto al Acuerdo de París y el proteccionismo. Esas diferencias han sido anotados con precisión en la declaración final de aquella Cumbre. Tanto las distintas formas de abordaje de la cuestión climática, como las estrategias para la repatriación de capitales y empresas por parte de EEUU (y seguramente en esto último lo estarán haciendo otros países desarrollados), para nada contradice el concepto de la globalización. Son solo cuestiones tácticas en la fase que se está abriendo para la ampliación de los mercados laborales locales con vistas a la erradicación de la pobreza.
[iii] La naturaleza cuántica y autopoiética (ver:  https://ingenieroalbertoford.blogspot.com/search?q=autopoi%C3%A9tico) del poder del G20 hace que el mecanismo del consenso funcione a nivel de los líderes en cuestiones fundamentales para la marcha de la globalización. Al igual que en el átomo, donde hay un núcleo común y diversos orbitales que lo rodean, interactivos pero autónomos, es decir, cada uno ocupando su lugar sin mezclarse, por debajo de ese núcleo de funcionamiento consensual, se pueden dar conflictos de los más diversos, pero en ningún caso sacando los pies del plato. La “guerra” comercial entre EEUU y China es uno de ellos, pero su enigmática interpretación se sale de los límites de este trabajo. 
[iv] Este mes se c. a palos (literalmente, sin el uso de armas de fuego) gendarmes de la India y China en Cachemira, con el saldo de varios muertos. Lo que en otra oportunidad hubiera conducido a una guerra sangrienta entre los dos gigantes (como ocurrió en 1962 en el Tíbet), en esta oportunidad el conflicto fronterizo de países del G20 fue arreglado el mismo día por medio de una conversación telefónica entre los respectivos cancilleres (¿?).