miércoles, 22 de febrero de 2023

 

 

Ucrania: sin novedad en el frente

 

 

 

La guerra de Ucrania amenaza con prolongarse. Ninguna de las dos partes muestra un especial interés en su final, más allá de los enunciados sobre la conveniencia de que ello suceda. En el caso de EEUU la explicación es viral. La guerra es un negocio, sobre todo para el Complejo Militar Industrial, y el Congreso estadounidense sin fisuras destina importantes partidas para sostenerla. Asertivamente, para el noruego Stoltenberg, director general de la NATO, “las armas entregadas a Ucrania son el camino para la paz”. Por el contrario, no están tan claras las motivaciones de la intervención rusa; para ellos la guerra no es un negocio, es una sangría que amenaza su economía. La agresión a Ucrania se desplegó con tres banderas: la defensa de la población ruso-parlante del Donbass, la eliminación del militarismo y el neofascismo de las fuerzas armadas. A pesar del año transcurrido y los logros para Rusia tampoco aparece cercano el fin de la guerra; lo está sugiriendo la advertencia reiterada de que la provisión a Ucrania de armas de mayor alcance, como lo reclama su presidente Zelensky, harán necesarias acciones bélicas más profundas para alejar el peligro de las fronteras (léase ocupar más territorio). Es difícil desentrañar las motivaciones más generales de esta guerra. La difusión de los acontecimientos implicados en una guerra híbrida –contradictorios según el punto vista del emisor- paradójicamente contribuye a hacer más difusa la percepción de la realidad. Hemos acudido al recurso de tomar en cuenta algunos de los hechos más relevantes de estos días: el curso de la guerra, la grieta global y los reacomodamientos geopolíticos, las maniobras comerciales y el proteccionismo, y lo que le pueda suceder a Ucrania como consecuencia del resultado más probable del conflicto. Buscamos con ello echar luz sobre el contexto cambiante en el que se desenvuelve la guerra, más que sobre algunos de los aspectos impredecibles de ella misma.

 

 

Aunque no aparezca una explicación clara, abarcativa, entre los analistas hay una mayoría que se inclina a afirmar que estamos viviendo un cambio de época o como se dice de paradigma. Las situaciones son desusadas, caóticas; los augurios son catastróficos. Todos los países sin distinción se ven afectados: pestes, inflación, desocupación, cambios en las modalidades de empleo, cierre de empresas, crisis en la provisión de materias primas, movimientos geopolíticos, conflictos armados recrudecidos, terrorismo y narcotráficos, meteoros ambientales, guerras comerciales. En ningún momento de la historia coincidieron tantas situaciones críticas a nivel global ¿Será como dice el Papa Francisco que estamos viviendo la tercera guerra mundial? 

Aunque no se sepa bien de qué manera actúan pero no se puede dejar de ver que hay dos hechos que alguna responsabilidad deben tener con lo que pasa: la pandemia y la guerra de Ucrania.

El COVID-19 es un factor reconfigurante de alcance global. Logró meterse simultáneamente y de una manera invasiva en los intersticios de todas las sociedades. Si bien está condenado a ser efímero como todas las pestes, sus efectos se han dejado sentir intensamente. El  COVID-19 está en modo espera; ya se difundirá a nivel mundial alguna otra cepa. Por su parte, aunque ha perdido trascendencia, la guerra está presente; casi nos hemos acostumbrado a ella. Al año de su inicio nos ocuparemos de algunos de sus aspectos.

 

La marcha de la guerra

 

Hay tres momentos o lapsos que definen el conflicto de UKR.

 ·         Las primeras horas a partir del 24 de febrero de 2022 con un avance impetuoso de las fuerzas rusas,

·         la toma de Mariúpol en mayo y el establecimiento de una franja costera que permita llegar a Crimea por tierra, y 

·         la atenuación del ritmo de los combates con una escasa movilidad de los frentes desde mitad del año.

Las características sui generis de esta guerra se expresaron, claramente, desde sus inicios. Fue cuando la operación militar especial (OME) -el eufemismo con que Putin denominó a la invasión- liquidó de un golpe la infraestructura de la marina y la fuerza aérea de Ucrania, y los sistemas informáticos para la conducción de su ejército. Esas acciones relámpago, que redujeron al mínimo la resistencia, fueron ejecutadas poniendo en juego solo una parte pequeña del Ejército ruso, uno de los dos más poderosos del mundo. Además, Rusia siempre tuvo la garantía de que su territorio no se vería atacado en forma directa, a partir de una auto-imposición de la OTAN (EEUU). Con esos condicionamientos, tendientes a evitar que el conflicto rebasara los límites de Ucrania, no podía ser más marcada la dispar correlación de las fuerzas enfrentadas. No obstante, Ucrania tuvo su devolución gentil con la garantía de que el tren que comunica Kiev con la frontera polaca no sería atacado (es el mismo tren en el que el presidente Biden realizó ayer una visita “sorpresiva” a su capital).

La estrategia de Rusia se basó en un plan relativamente simple de formular: defender la población ruso parlante del Donbass así como desmilitarizar el país y desnazificar el imaginario de su sociedad caracterizado en forma dominante por un acendrado nacionalismo. Simétricamente, a la defensiva los ucranianos respondían que el Donbass estaba ocupado por un separatismo prorruso al que se habían propuesto derrotar con acciones que recrudecieron a partir del Maidan de 2014; negando, asimismo, la existencia de cualquier matiz neonazi que pudiera contaminar a sus fuerzas armadas o a partes de su población. 

El despliegue inicial fue contundente y amenazador, sobre todo hacia Kiev; la resistencia casi nula. Una foto muy difundida por aquellos días nos hace recordar una columna de tanques y camiones de varios kilómetros de extensión hasta las puertas de la capital, que estuvo estacionada durante semanas, poniendo en evidencia que no había ninguna fuerza capaz de atacarla. 

La escalada del ejército invasor  -formado por soldados regulares del ejército de Rusia y mercenarios del grupo Wagner, chechenos y abjasios- devino en la toma de Mariúpol que es hasta ahora el resultado de mayor valor geopolítico alcanzado. La posesión del estratégico puerto le brindó a los rusos tres metas: transformar al Azov en mar interior, establecer una franja costera para conectar Crimea por tierra y, último pero no menos importante, la captura de varios miles de combatientes del Batallón de Azov y su comandante Denys Prokopenko, un seguidor de las ideas de Stepan Bandera y, según decreto del presidente Zelensky, héroe nacional de Ucrania por su arrojo en la defensa de la plaza.[1]  Prokopenko fue luego parte de un intercambio de prisioneros y hoy -fuera de juego- permanece con su esposa en Turquía bajo la tutela del presidente Erdoğan. 

 


Señalado en la foto de la camiseta del comandante del Batallón Azov, Denys Hennadiyovych Prokopenko, pero invertido, 1488 tiene un significado concreto y conocido en la simbología nazi. El número está asociado a las 14 palabras del lema del grupo terrorista neonazi americano The Order/ Silent Brotherhood, y el 88 corresponde al saludo “Heil Hitler”, ya que la H ocupa el octavo lugar del abecedario[2]. Su esposa Kateryna, con la bandera nazi desplegada, lloriqueando en la televisión francesa y con el Papa Francisco en la audiencia que este le concediera para suplicar por su marido sitiado.

Luego de la toma de Mariúpol la guerra se desaceleró. Del lado ruso hubo una serie de reagrupamientos de tropas, sobre todo en el noreste en las adyacencias de Járkov, y poco después en el sur, en Jerson, donde se retiraron a la margen izquierda del rio Dniéper. Tanto en uno como en otro caso, los ucranianos ocuparon de inmediato los territorios liberados, haciendo aparecer como que esa ocupación había sido producto de una contraofensiva. 

En cualquier caso estamos hablando de pequeñas porciones de territorio que no significan un cambio notable del 18 % del país que está en manos de las fuerzas rusas: los 4 óblast del este del país recostados en el Mar de Azov, dos de ellos que fueron motivo de un plebiscito para anexarse a Rusia (Jerson y Zaporozhie) y las dos autoproclamadas repúblicas (Lugansk y Donetsk). Los pocos Km2 de esos óblast (provincias) que todavía están en manos de Ucrania, es donde se desarrollan las acciones bélicas y el lugar donde la prensa internacional ve como probables dos alternativas: una escalada de las acciones bélicas que Rusia estaría preparando a un año de iniciada la OME, o, por el contrario, que tal escalada no tenga lugar sobre el supuesto de que, apurar la liberación del Donbass, le restaría justificación para la continuación de la guerra y alcanzar otros objetivos que no hayan sido explicitados de entrada. 

 

Superficie de Ucrania

603.700 Km2

100%

Territorio ocupado por prorrusos antes de la invasión

42.000 Km2

    7 %

Territorio ocupado por los rusos luego de la invasión

161.000 Km2

  27%

Ocupación actual de la FR luego del reagrupamiento de tropas

108.000 Km2

  18%

  

La guerra y su contexto

 

Los analistas coinciden en que la guerra va para largo. En los casos en que tienen un alto grado de determinación como es esta, la duración las guerras no dependen tanto del campo de batalla. Cualquier ejército dispone de herramientas de comando que les permite planificar las operaciones hasta en los detalles más mínimos. Cuesta imaginar que la OME haya sido concebida como un breve paseo por las ubérrimas llanuras ucranianas. 

Las guerras de ahora no son como las de antes. Con el andar de los días comenzó a evidenciarse que estábamos en presencia de lo que se denomina una guerra hibrida, tipología que busca significar un tipo de conflicto donde los resultados dependen más de la comunicación que de los hechos bélicos. Los algoritmos compiten en el campo de batalla con la pólvora, los cañones y los chalecos antibala. 

Las guerras ya no las ganan los que las ganan sino los que dicen que las ganan en tanto comuniquen con mayor poder de convicción la modelación de los escenarios supuestamente triunfantes. En esos safaris informativos, las imágenes que portan las emisiones son capaces de llevar a cabo verdaderas hazañas interpretativas. 

Paradójicamente, aun con sus horrores, las guerras son activadoras del progreso. Las élites lo saben y las usan. La totalidad de los adelantos C&T que fundamentan la revolución que estamos atravesando, nacieron durante la 2ºGM o inmediatamente después como consecuencia de demandas derivadas de las operaciones bélicas. 

Esas situaciones disruptivas, implican crecimiento del PBI, creación de puestos de trabajo, capacidad industrial y más desarrollo C&T; la estimación vale por ejemplo para la producción de armamentos, sobre todo en los países desarrollados. Un ejemplo son las “ayudas” para sostener la administración ucraniana y su aparato bélico por parte de la administración norteamericana, decididas por unanimidad en el Congreso estadounidense; se tiende de esa manera a cumplir con el destino manifiesto que se ha autoimpuesto EEUU en el mundo a través de la historia, pero sobre todo con su complejo militar industrial. 

Las guerras son un polígono de pruebas que permite evidenciar los adelantos C&T en materia de poder de fuego; es la única forma de calibrar su eficacia. De lo contrario, los armamentos estarían condenados a dormir en los arsenales a la espera de los desfiles. 

 

El restyling de la Guerra fría

 

No fue su creación, pero es indudable que la guerra ha contribuido a delinear y cristalizar los perfiles de la denominada grieta global. Fue en la reunión del G7, realizada en junio de 2021 en Carbis Bay (sobre la costa de Inglaterra que mira hacia el Atlántico), donde la dirigencia de los países capitalistas desarrollados -incluso con la presencia física de la reina Isabel, un esfuerzo desacostumbrado a su edad- puso en práctica una política de segregación manifiesta. Poco después, la Cumbre de la Democracia que organizó el presidente Biden a fines de ese año, le puso el sello para darle una mayor legitimidad a la actividad cismática. A partir de ese momento, el mundo quedaba dividido en dos facciones: la democrática y la autocrática (o Sur Global). La diferenciación ponía fin a la modalidad del consenso característica de las cumbres de líderes del G20 desde su activación a partir de la crisis de 2008. 

La grieta global tiene un efecto reconfigurante indisimulable. Todas las dimensiones de las relaciones internacionales están siendo afectadas. Los realineamientos geopolíticos, las actitudes de mediación (o reactivadoras) en torno a una multiplicidad de conflictos latentes en todo el mundo, la jerarquización del rol de determinados países como referentes regionales, la provisión de materias primas alimentarias y energéticas, hasta todos los rubros principales del desenvolvimiento económico, comercial y financiero, se ven sometidas en forma creciente a tensiones que amenazan con perdurar. En ese contexto, sobresale como problemática significativa la relocalización territorial de la actividad productiva de bienes y servicios, así como de las cadenas globales de valor (GVC). Cobran creciente significación las políticas tendientes al acercamiento a Occidente (re-shoring) de dichas actividades que habían sido instaladas principalmente en China y otros países del sudeste asiático a partir de los ochenta. 

Desde Occidente por su papel en la agresión a Ucrania se han tomado una serie de sanciones contra Rusia, con especial énfasis en los aspectos comerciales y financieros de la actividad internacional. Retiro de empresas, imposición de precios máximos en la provisión de gas y petróleo, confiscación de depósitos en bancos extranjeros, entre otras medidas dan lugar a una situación coercitiva por la cual al país eslavo no le queda otra alternativa que mover el periscopio hacia el Oriente para el desarrollo de sus políticas económicas. Pasa que del lado autocrático, donde Rusia se verá confinada, reside más de la mitad de la población mundial lo cual, visto desde el mercado, es una ventaja comparativa; y una oportunidad para ensayar nuevas modalidades en el intercambio. Por ejemplo, despuntan medidas revolucionarias como la de que el comercio entre los países pueda ser realizado en las monedas locales (léase prescindir del dólar). 

El retiro de las grandes marcas, da lugar a la aparición de emprendimientos locales; referido al caso de la hamburguesería McDonald’s se ha creado en Moscú una empresa clonada aprovechando la cadena de suministros pre-existente, y hasta el logo de los arcos fue imitado. El gas y el petróleo que iba a Europa se dirigen a otros mercados tanto o más prometedores para el consumo energético como son los grandes países asiáticos. Se abren nuevos canales de comunicación a partir de gigantescos programas de infraestructura de conectividad.  En suma, los resultados de lo que intenta ser una condena hasta ahora han demostrado que más que un perjuicio son una oportunidad; un caso típico de resiliencia. 

El Occidente mucho más desarrollado es la contracara de ese estado de cosas. Los enfrentamientos comerciales en bienes y servicios y el funcionamiento de las grandes cadenas de suministros (GVC) por parte de China así como la provisión a este país de tecnologías de punta de las que carece, dan lugar a una gigantesca reconfiguración en ciernes. Así, cada lado de la grieta deberá arreglarse per se.

 

No hubo sorpresas

 

Se han puesto en juego cambios geopolíticos como los de la guerra fría aunque variando en algunos casos los alineamientos. Por el lado de EEUU y Europa se verifica la expansión de la NATO hacia el Este, una tendencia riesgosa que comenzó con la desaparición de la Unión Soviética en 1991. En aquella oportunidad hubo acuerdos tácitos o explícitos sobre las  llamadas líneas rojas que no deberían atravesar los actores involucrados. Las transgresiones ocurridas luego pudieron tener lugar en tanto Rusia emergió obviamente debilitada como consecuencia del fracaso de la epopeya comunista. Con el tiempo la situación fue cambiando, Rusia se fue recomponiendo, y los incumplimientos o distintas interpretaciones fueron llevando la situación a niveles crecientes de conflicto. Es notable la cantidad de personalidades del nivel de Henry Kissinger, Roberto McNamara (ex ministro de defensa durante la guerra de Vietnam), el politólogo de Harvard Joseph Nye, el actual director de la CIA, William J. Burns, Robert Bowie (uno de los redactores del informa principal de la Comisión Trilateral en los setenta), Thomas Friedman (relator principal en asuntos internacionales de The New York Times), George Kennan (ex embajador de Estados Unidos en Moscú en 1952 en vida de Stalin y considerado el mayor experto estadounidense en Rusia, autor del concepto de “contención”) y decenas de otras figuras del establishment estadounidense, que alertaron en distintos momentos sobre los peligros de acercarse con la NATO a la frontera rusa. 

Los motivos en los que se basa la estrategia de la política de Rusia se pueden resumir en dos concepciones: el pan-eslavismo y el eurasianismo, inspiradoras de sus ambiciones imperiales. Desde sus primeros años en el Kremlin, Putin adornó sus salones con bustos y cuadros de los zares que admira: Pedro I, Catalina la Grande y Alejandro II. El regreso de la iconografía zarista ha sido paralelo a la rehabilitación de filósofos de profunda raigambre anti-comunista como Iván Ilyin (1883-1954) y, últimamente, el encumbramiento de teóricos geopolíticos como Aleksandr Duguin (Moscú, 1962), herederos ambos del paneslavismo del siglo XIX que defendía la “unidad espiritual” de los pueblos eslavos. A Duguin lo llaman “el cerebro de Putin” y es autor de la idea que este filósofo y sociólogo llama Cuarta Teoría Política: una superación de tres grandes corrientes del siglo XX (el liberalismo, el comunismo y el nacionalismo). Bajo su inspiración, en 2001 nace el Movimiento Euroasiático. La premisa del eurasianismo es la misma: sobre las huellas del fracaso de la Unión Soviética, Rusia debe aspirar a conservar, proteger y liderar una identidad común entre la diversidad de países, etnias, comunidades, religiones e incluso Estados bajo su influencia en Europa del Este y Asia. El eurasianismo se relaciona a las ideas del geógrafo y creador de la geopolítica, el inglés Halford John Mackinder que se sustentan en considerar a Eurasia como una unidad, un enfoque que le conviene a Rusia por su ubicación extendida en el continente.

 

Make America Great Again

 

EEUU y China son los dos países donde las medidas proteccionistas tendrán mayor incidencia. La guerra comercial que los enfrenta desde hace unos años es una contienda totalmente imprecisa donde lo que ha trascendido son los montos del intercambio en juego, sin revelar las posiciones arancelarias de los bienes afectados; además, expresamente, se dejan afuera del conflicto las cadenas de suministros (GVC) a pesar de que sobre las mismas -como consecuencia de la vulnerabilidad que trajo aparejado el COVID-19- se plantea una cuestión de “acercamiento” (re-shoring) con el fin de producir, más cerca y lo antes posible, las partes que necesitan las ensambladoras. 

El objetivo último de esta movida de alcances no fácilmente predecibles, parece ser el recorrido de un camino inverso al iniciado en los ´80 cuando comienza la industrialización en China. Occidente busca recuperar para su hinterland las facilidades productivas  que estuvieron contenidas en la relocalización industrial que favoreció a Oriente. Este proceso de vuelta irá teniendo efectos en los dos países con la infraestructura productiva más grande. En el caso de EEUU, sancionando medidas proteccionistas para proteger el re-shoring que los enfrente no solo con China sino incluso con Europa Occidental (Macron protesta por la forma en que se perjudicaría la industria francesa). China abriendo en su cercanía nuevos mercados que suplanten lo que pierde con EEUU. 

Nada de esto es des-globalización. Por el contrario, es el ingreso raudo a su fase superior en la que el objetivo ira siendo alcanzar -en una especie de emulación no escrita entre las dos partes de la grieta- las cuatro metas principales (en el marco de los ODS) de la agenda global: la desaparición de la pobreza, la infraestructura de conectividad de configuración reticular, el cambio de paradigma energético con el net-zero y una nueva administración de la sociedad humana que supere las limitaciones de los estado naciones. 

La globalización (G) es un fenómeno multi-dimensional que es la expresión organizacional más elevada que ha alcanzada la especie humana en su historia. Contiene  todas las actividades y las disciplinas del conocimiento que acompañan y empujan el progreso. Lo social, ambiental, comunicacional, tecnológico, comercial, productivo son dimensiones que se ven comprendidas. Desde el punto de vista de la física la globalización obra como un campo, asimilable al campo gravitatorio que nos contiene, y en el que puede pasar de todo sin que el campo se afecte ni la ley de la gravedad se vea derogada. Como siempre pasa ante innovaciones epistemológicas de carácter disruptivo, se tarda en asimilarlas y comprenderlas, y cada uno se aferra a las particularidades y usos de lo que conoce (“si algo funciona para qué cambiarlo”).

 

El destino de Ucrania

 

Un interrogante de difícil respuesta refiere al sentido previsible de Ucrania como país. Independientemente de los resultados finales de la guerra, existe la convicción de Ucrania no va a terminar siendo de la forma en que lo era.  ¿Cómo son los ucranianos? ¿Cómo se los ha visto antes de ahora? ¿Cómo se ven ellos mismos? 

Se puede decir que los ucranianos constituyen un pueblo fuerte, con una historia milenaria. Viven en un ecosistema único. Sus tierras agrícolas (Chernoziom) son las más fértiles del planeta. Tiene buenos exponentes en la ciencia, las artes y la cultura en general. Tienen muy buenos deportistas. Mirados desde determinados patrones de belleza se sienten como una raza agraciada. Pero han sufrido fuertes condicionamientos. 

Como país los ucranianos tienen solo 30 años de vida independiente. Recién fueron libres a partir de la implosión soviética en 1991. Debido a esa frustración han brotado en su imaginario fuertes tendencias nacionalistas generadoras de situaciones harto conflictivas no solo con los rusos. Rusia nunca supo bien cómo tomarla, y tampoco Ucrania se avino mansamente a las manipulaciones de su vecino más poderoso. El milenario Rus de Kiev es anterior al patriarcado de Moscú pero fue en este lugar donde finalmente terminó haciendo pie la iglesia ortodoxa. Formaron parte del imperio zarista y luego protagonizaron la revolución rusa de 1917. De la naciente Unión Soviética, Ucrania fue una de las repúblicas fundadoras en 1922. 

Ucrania tuvo sus privilegios pero también problemas con los vecinos por las tierras anexionadas: el Donbass de Rusia (1921), la Volinia y Galitzia de Polonia (1939), Crimea (1954), la parte transcarpática de Hungría (1945) y Besarabia y la Bukovina de Rumanía (1940). Son situaciones que no se olvidan, generadoras de resquemores que permanecen enquistados; terminan alimentando  la idea de que de alguna manera serán devueltas.  Mientras existió la URSS la situación estaba bajo control; sin aquella los conflictos latentes afloraron.

 


 

El solidarismo se impone con la guerra. Los medios y las redes alimentan y exageran las modelizaciones de la hibridez. Ucrania ha sido destruida en gran parte, incluso una herencia soviética expresada en una infraestructura envejecida y que deberá ser restaurada. El capital de su emigración (más de cinco millones de la gente más joven y preparada) enfiló hacia Occidente. Las ventajas comparativas de Ucrania, básicamente alimentos, han sido y son un activo de la globalización. Pero la corruptela generalizada de sus élites estaba poniendo en riesgo esos valores. Zelensky está tomando algunas medidas depuradoras. Veremos hasta dónde llega; si son sinceras o solo para aparentar frente a sus socios desconfiados, no del todo dispuestos a seguir con su ayuda. 

Ucrania acumula cuentas impagas. Hungría denunció que sus connacionales de Transcarpatia están siendo reclutados por la fuerza. Polonia no olvida las crueles matanzas de sus campesinos en Volinia durante  la Segunda Guerra Mundial. El holocausto tuvo su expresión en el barranco de Babi Yar, en las afuera de Kiev, donde fueron masacrados 36.000 judíos en solo 48 horas. En ambos casos fueron responsables bandas nacionalistas ucranianas aliadas a los alemanes. Las minorías rumanas protestan porque en la enseñanza está siendo discriminada su lengua. Moldavia reclama el pedazo de costa desde el Dniéster sobre el Mar Negro. En el Donbass según las naciones Unidas fueron asesinados 14.000 pobladores ruso parlantes desde 2014 por no adherir al golpe de estado del Maidan.  

 

—o0o—

 

El nuevo tiempo ya está en marcha. Como factores reconfigurantes del proceso que estamos viviendo, el COVID-19 y la guerra de Ucrania aceleran el ingreso a la fase superior de la globalización. Los logros de las metas referidas a distintos ítems de la agenda universal están apuntando en su mayoría hacia el 2050. En ese momento colonias estables de seres humanos ya estarán instaladas en el planeta Marte. Estamos en los albores de lo que podemos denominar la civilización cósmica. En estos días, a la vista de todos y a paso redoblado, ya se están alistando las nuevas carabelas que llevarán a los pioneros de las aventuras espaciales como las de Elon Musk.

 

 

Ing. Alberto Ford

Buenos Aires, febrero de 2023

albertoford42@yahoo.com.ar



[1] (https://www.president.gov.ua/en/news/zmistovni-peregovori-pro-mir-i-bezpeku-dlya-ukrayini-yedinij-73661).

[2] (https://www.adl.org/resources/hate-symbol/1488)