`El COVID-19 en
el novedoso mundo del G20
Al ritmo de la pandemia, las últimas semanas mostraron algunos anticipos del inicio de la fase final del proceso globalizador que claramente está emergiendo a pesar de la bruma imperante. El principal de ellos fue la realización de la cumbre del G20 en la que los líderes de los países que aportan el 85% del PBI global emitieron una declaración que refleja el estado de ánimo imperante en las altas esferas; la definición se refiere tanto a las preocupaciones por la crisis en curso como la forma calculada en que auguran las posibilidades que se abren con el comienzo de la vacunación generalizada. Otro capítulo es el de las elecciones en EEUU rodeadas de una gran expectativa por el triunfo de Biden para satisfacción de una de las mitades del electorado americano y desencanto de la otra. Mientras, al otro lado del planeta, se sacudió el tablero con la fundación de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) constituida por 15 países de la macrorregión del Asia Pacífico, lo que da lugar al acuerdo de libre comercio más grande del mundo. Por último se hace una breve consideración crítica del Programa Artigas, una iniciativa que cuenta con el apoyo del Papa Francisco, que forma parte de los intentos de resolver el flagelo de la pobreza que afecta a nuestro país como a tantos otros.
Desde el punto de
vista de la gobernabilidad global el encuentro virtual de líderes en la Cumbre
del Grupo de los Veinte es el hecho decisivo del año. A pesar de carecer de una
presencia permanente en los medios, un análisis detallado de las formas y
contenidos del funcionamiento del G20 demuestra palmariamente que se han
producido modificaciones irreversibles en la arquitectura del poder global. El
G20 tiene características originales, por ejemplo, la representatividad de sus
integrantes. Aunque los signatarios de la declaración final[i]
sean los gobernantes de los países que aportan el 85% del PBI del planeta, la
participación en la Cumbre no depende de su pertenencia nacional. Por el
contrario, en el G20 los líderes asumen sus responsabilidades a título personal
lo que hace que las declaraciones estén encabezadas por “Nosotros, los líderes del G20…” (y no por “nosotros,
los representantes de los países
del G20…”). Sutil y paradojal.
El G20 no toma
decisiones; ejerce su influencia por
medio de la persuasión y la disuasión, y las recomendaciones y compromisos incluidos
en sus declaraciones no son vinculantes para los países miembros (por cierto,
basta con mirar quiénes son los que recomiendan o se comprometen para ver si es
fácil y no tiene costos mirar para el costado y vamos viendo). Su
funcionamiento está orientado a alcanzar consensos, un cometido que tiene sus
bemoles. El problema radica en que quienes eventualmente apliquen las
recomendaciones son los mismos que las formulan; o sea, los funcionarios
actuantes llevan puestos dos sombreros. La figura busca evidenciar la relación
conflictiva que existe entre los intereses del país y los regímenes
supranacionales, cuando la gestión se da a esos niveles. La paradoja fue analizado
por Robert Putnam (1988) en su genial trabajo (de reminiscencias cuánticas) Diplomacia y políticas domésticas: la lógica
del juego de los dos niveles.
En esta
oportunidad, la compleja problemática del COVID-19 ocupó los párrafos iniciales
de la declaración. “Estamos comprometidos a liderar el mundo en la
configuración de una era post-COVID-19 fuerte, sostenible, equilibrada e
inclusiva…utilizando todas las
herramientas de política disponibles durante el tiempo que sea necesario” se
dice en la declaración de los líderes (subr. AF). La reivindicación puede
parecer un tanto desmesurada para el descreimiento acostumbrado de los
argentinos -curtidos en una dialéctica estéril entre la esperanza y la
frustración- y por ello no fácilmente digerible. Pero en este caso el pronunciamiento es
colectivo y a la luz del día, hecho por quienes están a cargo del tablero de
comando en el planeta.
El G20 se ha ubicado claramente en la cúspide del poder,
subsumiendo legítimamente a todo el resto de organismos multilaterales por una
razón de peso: los líderes del Grupo son a su vez las máximas autoridades de
los países que financian, y aprueban los lineamientos y los resultados de dichos
organismos. Aunque las burocracias sean resilientes y su principal
preocupación, en su gran mayoría, radique en la defensa del estatus, en última
instancia deben obedecer a quienes manejan la caja. Esa subordinación comienza
por las Naciones Unidas y todas las agencias que integran su sistema de las que,
sin embargo, consideran “las evaluaciones en curso, su compromiso declarado con
la transparencia y la necesidad de fortalecer su eficacia general, en la
coordinación y apoyo de la respuesta mundial a la pandemia y los esfuerzos
centrales de los estados miembros”. En la emergencia del COVID-19 la principal
preocupación del G20 es asegurar que “las instituciones financieras
internacionales y las organizaciones internacionales pertinentes continúen
brindando un apoyo fundamental a los países emergentes, en desarrollo y de
bajos ingresos.”
La recomendación se tradujo en medidas para dar respiro a las
dificultades en el sistema de pagos derivadas de las obligaciones financieras contraídas
por los países más pobres. La voluntad del G20 se expresó en el compromiso de implementar
la «Iniciativa
de suspensión del servicio de la deuda» (DSSI), incluida su extensión hasta
junio de 2021, lo que permitirá a los países elegibles para DSSI suspender los
pagos oficiales del servicio de la deuda bilateral. En ese sentido, la
declaración de los líderes celebra los avances logrados hasta ahora ya que “el
informe preliminar del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Grupo del Banco
Mundial (GBM) destacó que, junto con un financiamiento excepcional, el DSSI
está facilitando significativamente un mayor gasto relacionado con la pandemia.
El FMI y el GBM continuarán trabajando en su propuesta de un proceso para
fortalecer la calidad y consistencia de los datos de la deuda y mejorar su
divulgación.”
Los líderes no se
pronuncian por la diversidad de problemas que habitualmente son motivo de
consideración en la comunicación pública. Su agenda es relativamente estable y
previsible, y los temas van siendo dejados de lado a su resolución o son
derivados a organismos multilaterales y/o programas específicos cuando ya están
instalados o en vías de resolverse. Las preocupaciones, en constante cambio,
incorporan a cada paso los aspectos críticos que hacen a la marcha efectiva de
la globalización, poniendo el acento en lo trascendente más que en la
repercusión de los sucesos. Para el sherpa
argentino, Embajador Jorge Argüello, “el principal valor de la Declaración
estriba en plantear un diagnóstico compartido sobre algunos de los retos como
el futuro del empleo o la necesidad de aumentar la inversión para contribuir al
cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de las
Naciones Unidas. Temas de género, apoyo a la infancia y a la educación se suman
a otros desafíos que requieren soluciones urgentes como la preservación del
medio ambiente, el cambio climático, la biodiversidad, la degradación de
tierras, los océanos y el agua”
--o0o—
Cambia, todo
cambia. ¿Cambia EEUU?
La división de la
sociedad americana, si bien preexistente, se ha evidenciado una vez más en
forma dramática por la elección presidencial; el recrudecimiento de la “grieta”
puede significar en lo sucesivo una conflictividad más pronunciada o
trascendente que lo habitual. Por si acaso, que Trump haya reconocido la
derrota y facilite la transición es una buena noticia. Hay que esperar la
asunción de Biden o por lo menos el armado de su gabinete para ver el tratamiento
de la herencia de Trump y de las tendencias emergentes algunas de ellas novedosas.
Sin embargo, en materia de política exterior no son esperables grandes
modificaciones más allá de los buenos modales que sin duda va a mostrar el
nuevo presidente. Aunque sus atisbos eran precedentes, en la economía
estadounidense se han producido una serie de hechos de enorme gravitación
paradigmática, fácilmente verificables, cuya concreción se ha visto acelerada
con el gobierno saliente. Ellos son:
Regreso de capitales y grandes inversiones. Las reformas fiscales han promovido la
repatriación de billones de dólares que las multinacionales estadounidenses y
sus filiales tienen en el extranjero. Por tomar un caso, en el rubro de las
grandes tecnológicas, Apple anunció la vuelta de 350.000 millones de dólares que inyectados en la economía de
EEUU darán lugar en los próximos 5 años a la creación de 20.000 nuevos puestos
de trabajo. La movida es generalizada. Con respecto a la Inversión Extranjera Directa,
Estados Unidos es la primera economía en términos de IED entre 2017 y 2019 -incluso
por sobre China e India, grandes receptores-, una situación favorecida por las reformas
comentadas que en el último tiempo fueron promoviendo la venida de factores
productivos.
Repatriación de empresas. Los términos nearshoring
y reshoring refieren al rediseño de
la externalización de procesos en la actividad de las empresas a través de la
subcontratación con otras empresas en países más próximos o en el propio
país. Al respecto, en julio de 2020, el
gobierno de EEUU puso en marcha la iniciativa conocida como Regreso a las
Américas, que ofrece incentivos financieros a las empresas estadounidenses que vuelvan
a los Estados Unidos o se instalen en Iberoamérica abandonado Asia, especialmente
si proceden de China. El responsable de informar sobre el contenido de la
iniciativa fue el controvertido Mauricio Claver-Carone, el mismo que le ganó la
presidencia del BID a Gustavo Béliz. Regreso a las Américas forma parte de un
proyecto más amplio denominado América Crece, que propone “ampliar en
Iberoamérica la cooperación bilateral, reduciendo las barreras regulatorias,
legales, de adquisiciones y en los mercados de inversión” según se dice en un
informe del prestigioso Instituto español de estudios estratégicos (ieee.es).
El 83 % de las empresas norteamericanas encuestadas tienen planes de
relocalización... se calcula que en los próximos 5 a 10 años la mayoría de las empresas los
habrán completado. Un análisis de la AmCham en Colombia menciona que las
empresas que inicialmente tienen más probabilidades de ser reubicadas son las
que provienen de la industria farmacéutica, manufacturas e insumos para
calzado, prendas de vestir y textiles, industria automotriz, así como de
alimentos y bebidas sobre las cuales EEUU quiere tener proveedores cercanos y
con rápida respuesta para disminuir la alta dependencia asiática.
Para una agencia
inglesa especializada en estudios chinos la iniciativa América Crece es un desafío directo a La Ruta de la Seda
en América Latina, pero los críticos más directos la etiquetan como una nueva
Doctrina Monroe. Optimista, Claver-Carone augura que “al trabajar juntos,
seremos la región más innovadora y de más rápido crecimiento del mundo”.
La guerra comercial
chino-estadounidense. Un juego de PlayStation.
Con un claro ganador: EEUU, que reacciona frente a la dependencia asfixiante de
un déficit comercial que alcanzó en 2018 la friolera de 419.000 millones de
dólares. El “imperio” comienza a rescatar la capacidad productiva que
relocalizó en China hace cuarenta años como principal aportante para poner en
marcha la economía del gigante oriental. Al imponer aranceles a determinados
bienes, los americanos se proponen disminuir el desequilibrio en la balanza; por
lo pronto, el déficit en 2019 ya bajó a U$S 345.600 millones… y seguirá
bajando, más allá de los lógicos vaivenes. Como se sabe, en el comercio el
poder final lo tiene el que compra. Veremos cómo EEUU delinea su política hacia
Iberoamérica mientras recupera esa gigantesca cuota de mercado.
Trabas a la
inmigración. Ya desde la época de Obama se vino poniendo restricciones a la
inmigración, principalmente la que proviene de América Central. Para ese fin se
han suscripto acuerdos con México y otros países del área. Pero la medida tiene
sus riesgos. No se puede taponar sin más la búsqueda de mejores condiciones de
vida que los indigentes persiguen incansablemente con sus interminables y
agotadoras marchas; es un potencial polvorín que a nadie le gustaría tener en
el patio de al lado. Una obra de infraestructura de conectividad que aporta al
desarrollo de la región es el llamado «tren maya» que atraviesa la península de
Yucatán para conectar a México con sus vecinos.
Tendencia al
aislacionismo. No es más que una expresión actualizada del tradicional ensimismamiento
de ese país expresado en la consigna del «american first» a la que Biden se
apresuró a adherir ya en la campaña. EEUU, diplomática y militarmente, se ha
venido retirando de Asia, Europa y Medio Oriente. Difícil que regrese o vuelva
a actuar con la intensidad con que lo hizo en otras épocas.
Crisis del
multilateralismo. No es solo asumida por los EEUU. En tiempos de pandemia,
las aglomeraciones indiscriminadas, donde se difuminan las competencias, ya no
serán la única opción. Se marcha a un mundo variopinto donde diversas
asociaciones, ya existentes o en formación, convivirán con múltiples acuerdos bilaterales
en el tema de la libertad de comercio de bienes y servicios. Tres cuartas
partes de los 26 billones de dólares que se comercian en el mundo entre
los países y, sobre todo, entre las mismas empresas, se tranzan dentro de lo
que se conoce como «cadenas internacionales de valor» (GVC). Estas o las ahora
llamadas por los especialistas «redes globales de innovación» (GIN) están detrás
de la pantalla y por su grado de dispersión son difícilmente encuadrables en
una negociación.
Esta sobresaturación de factores en EEUU, si no se modifica
radicalmente, generará una situación, desde el punto de vista de la dinámica de
los sistemas, de un fuerte potencial que no es fácilmente absorbible contando solo
con el territorio norteamericano. Es como un resorte apretado con la mano; si
se lo suelta salta para algún lado. El eventual desequilibrio transformador genera
muchos interrogantes y la necesidad de seguir atentamente la evolución de los
acontecimientos.
Era la China de
Mao
La República
Popular China (RPCh) se siente compelida (como un adolescente al que le
empiezan a cortar el chorro) a ponerse a pensar cómo se puede arreglar por sí
misma, y comenzar a devolver -en inversiones para el desarrollo de su
entorno y otros lugares más alejados- parte del gigantesco potencial productivo
que fue relocalizado en su territorio a partir de 1979. Ese año es considerado
como un punto de partidas de la más grande operación logística de la historia.
Se puso en marcha cuando las influencias
de la Trilateral se hicieron sentir, en forma sostenida y duradera, con el fin
de poner en pie un país derruido e iniciar un proceso de crecimiento constante
(“a tasas chinas”), inédito en la historia.
El principal cometido
chino es ahora seguir exportando -aunque en forma más direccionada como consecuencia
de las restricciones de las “guerras”- la producción más grande del mundo, para
lo cual es fundamental la infraestructura de conectividad inherente a la Ruta
de la Seda. Por lo pronto China posee capacidad técnica probada en su
territorio, un gigantesco patrimonio financiero atesorado, necesidades de
nuevas rutas comerciales y, sobremanera, una ambición indisimulable para
recuperar la grandeza que le cupo en el pasado. Salvo que su relación no es de
plena confianza con todos sus vecinos, los demás factores prometen resultados
favorables.
Hace unos días se firmó la Alianza Integradora Económica
Regional (RCEP), un acuerdo de libre comercio entre 15 países asiáticos
que sumados integran el 30% del producto mundial y generan el 28% del comercio
internacional del planeta. Se trata a la fecha del mayor
acuerdo de libre comercio del mundo que incluye, además de China, Japón,
Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda, los 10 países del ASEAN. El pacto irá eliminando
gradualmente los aranceles a las importaciones entre sus miembros (reducción
que llevará hasta 20 años) e incluye otras ítems respecto a propiedad
intelectual, telecomunicaciones, servicios financieros, comercio electrónico y
servicios profesionales.
Hay quienes,
llevados por la corriente, ven que el RCEP obra en beneficio de la RPCh; otros
-menos sensibles a los lugares comunes- se preguntan con fundamento si los
grandes (en serio) que integran el acuerdo necesitan ir a sobarle el lomo a los
chinos. Obviamente, se mire por donde se mire el RCEP es bueno para todos. Pero
la realidad es más vasta (y esto es lo
interesante porque responde a un efecto que no es patrimonio de aquella zona) ya
que la macro regionalización, expresada
como herramienta a través de distintas dimensiones, en este caso comercial, es
un ordenador territorial que se irá extendiendo como fase intermedia para que la
globalización, como nueva configuración planetaria, finalice su plena instalación.
¿Y por casa,
cómo andamos?
Argentina está en
la lona. No sabe qué hacer para salir del engorro. Pero bueno, como decía el
filósofo, que algo sea difícil es un motivo más para hacerlo… aunque en este
caso no esté claro el camino a seguir. En medio de tantos desatinos voy a hacer
unos pocos comentarios sobre lo que considero el principal problema de la
Argentina: su descomunal desequilibrio
territorial y demográfico. Y, sobre todo, las consecuencias que el tema
puede acarrear en el contexto de los cambios comentados en la escena internacional.
El enfoque no
tiene buena prensa. Aquí el problema sería (también según el filósofo) preguntarse
cuál es la razón de cambiar algo ya probado y que anda bien: si la agenda está
establecida y tiene miles de seguidores, ¿para qué introducir otro tema cuyas implicancias
no están del todo claras o no son fácilmente explicables? El intríngulis remite
(¡oh sorpresa!) a las andanzas del delegado personal del Papa, el inefable Juan
Grabois y su propuesta de cabecera, el programa Artigas.
El Programa
empezó mal. La ocupación de 1200 hectáreas de la familia Etchevehere con el fin
de crear puestos de trabajo y relocalizar población en Entre Ríos, tuvo como
una de sus primeras manifestaciones el cultivo del perejil en almácigos, dispuestos
al costado de unos eucaliptos ya crecidos como para protegerlos del sol. Un
verdadero despropósito. Es el problema de siempre: la inoperancia del peronismo
salvo para repartir lo que no produjo, la falta de profesionalismo y una competencia
nunca probada en sus gestiones, y la poca disposición para el esfuerzo de sus
partidarios educados en el clientelismo y la dádiva.
Artigas cuenta
con el apoyo implícito pero innegable del Papa Francisco. Grabois es su representante.
Por cierto, el magno soporte, a pesar de sus alcances, no es ninguna garantía
de probidad. Los jesuitas, salvo en la educación y en las tareas de lobbying, no han sido muy exitosos a lo
largo de la historia como promotores del progreso social. El derrumbe de las
misiones guaraníticas –uno de sus proyectos más ostensibles- puso en evidencia
los alcances del poder terrenal de la Compañía de Jesús. La experiencia fallida
de Fidel Castro y la Revolución Cubana están a la vista. No obstante, esta
movida a través del peronismo tiene su lógica.
El Programa Artigas
adolece de una serie de formulaciones voluntaristas y otras decididamente
equivocadas. Se propone crear “4 millones de puestos de trabajo social y 170
mil empleos registrados regulados por convenio colectivo (por medio de)
comunidades rurales organizadas y cinturones hortícolas protegidos y
desarrollar nuevos emplazamientos industriales a través de una planificación
territorial que contemple nuevos esquemas de transporte multimodal”. La
propuesta tiene dos partes. La primera se basa en la producción de alimentos
para el consumo cautivo de las nuevas localizaciones y de su entorno. Es una
falacia. Nuestro país no tiene ningún límite visible en la producción de
alimentos; en todo caso el problema es que esos alimentos procesados lleguen a
las góndolas o a quienes deben consumirlos. Se asegura que podemos y de hecho
se lo está haciendo producir suficientes proteínas para 10 veces la población
argentina. ¿Para qué más? La producción agropecuaria de nuestro país está en el
podio del mundo. Por su parte, el trabajo en las huertas está suficientemente
atendido por la comunidad boliviana protagonista de una gesta productiva de altísimo
rendimiento en todos los cinturones hortícolas del país.
No es fácil saber
lo que se puede hacer con los piqueteros; a lo mejor al final haya que
agradecerle al Papa los servicios prestados. Sin embargo, tal vez sea más
razonable pensar en formas autoorganizantes de movilización social, productiva
y laboral, apelando al big data y la comunicación en las redes, profundizando
la línea que se abrió con el pago de los planes sociales con tarjeta,
prescindiendo de la labor interesada de los punteros peronistas. Puesto así
parece un desafío inalcanzable. Pero nuestro país, aunque lejanas, ya tiene
experiencias. No sería un salto más audaz al que se dio desde el rosismo al
inicio del período de la organización nacional en los años cincuenta del siglo
XIX cuando la Argentina se adscribió formalmente a la onda modernizadora que
estaba recorriendo el mundo.
Crear “millones
de puestos de trabajo” como sueña Grabois solo se podría hacer –con mucha
paciencia- bajo los siguientes supuestos.
·
Un
proyecto federal en serio como nunca hubo en el país
·
Asignación
internacional de cuotas de comercio más o menos visibles como se dio en China a
partir de 1979. Solo la demanda externa es la que puede hacer crecer a nuestro
país.
·
Inversiones
internas y externas para la creación de un aparato productivo tendiente al reequilibrio
territorial acorde a las salidas externas (Asia Pacífico por los Andes, vecinos
por tierra y resto de Sudamérica, Europa, África, Medio Oriente y Norteamérica)
sacando el mayor rédito posible de cada ruta.
·
Creación
de una Infraestructura de conectividad para esos fines ejecutadas por programas
como la «Ruta de la Seda», «América Crece» o derivados de acuerdos
bilaterales, bajo control del Global
infraestructure Hub (GIH), una iniciativa del G20 que se maneja con un
modelo global. Un plan con las obras de conectividad funcionales a la
globalización no puede surgir del promedio de las demandas de los gobernadores “para
dar respuesta a las necesidades de la gente”… a las que, obviamente, se debe
atender pero priorizando en cada caso la infraestructura estratégica.
·
Políticas
de estado a cargo de gobiernos morales y competentes
Ing. Alberto
Ford
La Plata, diciembre de 2020
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