miércoles, 13 de mayo de 2015

Iglesia y globalización

¿Estamos entrando en la “fase superior” de la globalización? ¿Se institucionaliza el proceso iniciado en los setenta del siglo pasado? Un dato insoslayable: nunca como ahora se vio la persistente actuación conjunta de todos los líderes mundial, sin excepciones. En medio de una crisis -que en realidad es más un motor de cambios que síntoma de la salud de un sistema- se los ve discutiendo, consensuando, proponiendo, adoptando compromisos públicos, rindiendo cuentas y obteniendo resultados tangibles y verificables. El teatro principal donde los líderes asumen sus papeles globales es el G-20 que se viene reuniendo anualmente desde la caída de Lehman Brothers en 2008. ¿La irrupción en la escena internacional de Francisco es parte de esa concurrencia? En todo proceso hay causalidades y casualidades. ¿Cuál de las dos situaciones eventuales ilustra mejor la entronización del Papa y su exposición hacia “afuera” de la iglesia? El trabajo habla de cómo Francisco está adoptando una visibilidad inédita en temas relacionados a la gobernabilidad global, y cómo las propuestas de su papado darán lugar a un riquísimo (y ríspido según se empieza a ver) debate sobre aspectos de la doctrina social de la Iglesia relacionados a la labor pastoral en aspectos socioeconómicos como, por ejemplo, la corresponsabilidad en la inclusión de millones de personas en todo el mundo. O sea, los que aun no pueden acceder a los beneficios de una globalización que está en condiciones de producir lo necesario para una vida digna de toda la humanidad

En una nota publicada ni bien Francisco inició su papado (http://ingenieroalbertoford.blogspot.com.ar/2015/05/francisco-nuevo-papa-en-la-previa-del.html) vislumbré que tenía por delante tres tareas principales: la reforma de la institución, abordar el flagelo de la pobreza -en particular la inclusión de los jóvenes y su entorno por medio del trabajo digno- y el protagonismo global de la Iglesia Católica (IC). A pesar del poco tiempo transcurrido se han producido hechos en los tres sentidos. Por ejemplo, la semana pasada en Asís, el lugar donde vivió el santo que inspira su nombre, el Papa proclamó “una iglesia pobre para los pobres” mostrando un fuerte contraste con los usos y costumbres de la curia romana. Ya ha dicho cosas y tomado medidas que ilustran sobre la forma en que Francisco concibe la IC que han repercutido (dando lugar a las primeras opiniones críticas que han tomado estado público). No es menor la vocación demostrada con respecto a los jóvenes. Fue apoteótica su participación en el reciente encuentro de Río de Janeiro cuyas resonancias prometen continuarse. En general, el papado de Francisco impacta a diario en la prensa mundial, el universo de los fieles y la opinión pública. Para Umberto Eco, un ateo convencido, “está representando un hecho absolutamente nuevo en la historia de la Iglesia y, quizás, en la historia del mundo... es el papa del mundo de la globalización ". Francisco es motivo de orgullo para todos nosotros. “Así somos los argentinos” dijo comentando jocoso la “irreverencia” de Ezequiel Lavezzi que se sentó en su trono en ocasión de la visita que le brindó la selección nacional de fútbol.

Los primeros meses en Roma no han defraudado las expectativas, y la labor desplegada muestra coherencia con sus antecedentes. La actuación del Cardenal Bergoglio en el arzobispado porteño y su presencia reiterada en los lugares más pobres de Buenos Aires reflejan su manera de pensar sobre la forma en que la iglesia debe ejercer su labor pastoral. Sin embargo, es la altura de su investidura la que ha hecho posible revelar, significar y difundir otro de sus sentidos: la preocupación por los temas mundiales. De esta última incumbencia, más política si cabe la calificación, versan estos comentarios.

Iglesia y G-20

Los temas globales carecen de territorio específico sobre el cual posarse. Salvo el planeta. Por ello, esta dimensión no suele estar presente en la comunicación cotidiana de nuestras realidades locales.  En cambio, la Iglesia Católica, por su esencia universal, tiene la capacidad de influenciar a ese nivel. Con Francisco se está notando más esa dimensión por tipo de mensaje y las circunstancias en que se desenvuelve su pontificado.

El día anterior a la apertura de la Cumbre del G-20 en San Petersburgo el anfitrión recibió una misiva no habitual en estos casos. El presidente de Rusia pudo leer en ella la preocupación del Papa por la escandalosa guerra civil de Siria. Al respecto, los líderes del mundo tenían dos posiciones. Una de ellas era la de Obama que quería intervenir a favor de uno de los bandos. Sin ninguna ingenuidad Francisco dijo que “siempre queda la duda de si la guerra es para vender armas”.

El escenario elegido para esa irrupción protagónica de Francisco no fue casual. El G-20 es la fórmula 1 del poder mundial (con escuderías de vanguardia y de relleno). En capacidad de decisión a nivel global no hay nada por encima de los que se convocan en ese espacio informal que se reúne una vez por año. Así, en una cuestión sensible la Iglesia converge de hecho con el G-20.

Pero esa concurrencia sorpresiva del Papa no parece ser circunstancial. Tuve la oportunidad de consultar algunas encíclicas de época sobre el rol político de la Iglesia Católica en la escena internacional. Y menuda sorpresa me llevé. Desde Juan XXIII en adelante hubo una presencia recurrente en todos los pontificados del tema de la gobernabilidad mundial.

Pacen in Terris

Por considerarlo irrelevante, visión localista o falta de conocimiento, es habitual que la cuestión de la gobernabilidad mundial no ocupe lugar ni en los análisis del espacio comunicacional, el discurso político o los círculos académicos. No es así para la Iglesia Católica; no es indiferente frente a la problemática del poder a ese nivel. Sus encíclicas de los últimos cincuenta años, sobre todo desde la época del Concilio Vaticano II, se preocupan por el tema y contienen propuestas en ese sentido. Naturalmente la Iglesia no es un actor político en la acepción habitual del término aunque su influencia no puede dejar de sentirse a todos los niveles en los círculos de poder.

El jueves Santo de 1963 el Papa Juan XXIII publicó una histórica encíclica. En ella, en forma explícita, se reivindica la necesidad de una autoridad pública general para afrontar los problemas que afectan a todas las naciones

“cuyo poder debe alcanzar vigencia en el mundo entero y poseer medios idóneos para conducir al bien común universal” (Pacem in Terris, 138).

Por su parte, la Encíclica Populorum Progressio alumbrada en el siguiente pontificado afirma la necesidad de la colaboración internacional que involucre a todos los pueblos. En un histórico discurso en las Naciones Unidas[i], el Papa Pablo VI se preguntaba “¿Quién no ve la necesidad de llegar así progresivamente a instaurar una autoridad mundial que pueda actuar eficazmente en el terreno jurídico y en el de la política?”. Las posiciones de Juan Pablo II siguieron la misma línea. En algunos blogs que ven conspiraciones por doquier -nunca faltan en Internet- hasta se revelan al respecto sus supuestas complicidades con Reagan al inicio de la aplicación del Consenso de Washington. De seguido, en el pontificado de Benedicto XVI, se especifica que la autoridad mundial

“deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos” (Caritas in Veritate, 67).

No es la primera vez que la Iglesia Católica converge con el G-20. Al desatarse la crisis de 2008 el rol del G-20 fue visto por la Santa Sede como una evolución positiva del tole armado en Wall Street. La Iglesia consideró que el mayor involucramiento de países con población más elevada era necesario para el manejo financiero y económico global. Así, se hizo público un posicionamiento de la Santa Sede con relación a la declaración salida de la Cumbre del G-20 en Pittsburg al año siguiente en el sentido de valorar la intención de comenzar una nueva era en la economía global. Las nuevas relaciones deberían estar basadas en la responsabilidad y la

“reforma de la arquitectura global para afrontar las exigencias del siglo XXI…un marco que permita definir las políticas y las medidas comunes con el objeto de producir un desarrollo global sólido, sostenible y equilibrado...en el ámbito del G20 pueden, por lo tanto, madurar directrices concretas que, oportunamente elaboradas en las apropiadas sedes técnicas, podrán orientar los órganos competentes a nivel nacional y regional en la consolidación de las instituciones existentes y en la creación de nuevas instituciones con apropiados y eficaces instrumentos a nivel internacional”[ii].

La revolución de Francisco

Con Ángela Merkel estuvo trabajando toda una tarde en el Vaticano en temas de la situación internacional. Barack Obama se mostró  “extremadamente impresionado” por su humildad y su “increíble sentido de empatía" con los pobres. En una nota reproducida por The New York Times publicada a su vez en el diario La Nación se hace una curiosa comparación para ponderar su importancia. Se dice en ella quesi Juan Pablo II fue la estrella rock de la Iglesia Católica, y Benedicto XVI el preceptor, el papa Francisco es su innovador: el Steve Jobs de la Iglesia”. Las opiniones son unánimes: Francisco está llevando a cabo una verdadera revolución.

La carta que ya hemos citado enviada por Francisco a Vladimir Putin el día antes de la apertura de la Cumbre del G-20 en San Petersburgo, evidencia  el alcance de la agenda internacional que inspira su pontificado. En primer lugar fiel a su estilo les da un tirón de orejas a los integrantes del Grupo.  Manifiesta “la preocupación por los niños y los ancianos no solo en los países del G-20 sino para todos los habitantes de la Tierra”. Esa preocupación se refiere a una serie de cuestiones: hambre, trabajo digno, derecho a una casa decorosa y asistencia sanitaria. Para Francisco concretar esos anhelos implica “alcanzar las grandes metas económicas y sociales que la comunidad internacional se ha marcado como, por ejemplo, los Objetivos de Desarrollo del Milenio”. En su carta están presentes los problemas de las finanzas mundiales y la necesidad de consolidar la reforma de las organizaciones internacionales específicas. Sobre la forma de resolver las controversias: “en la vida de los pueblos los conflictos armados constituyan siempre la deliberada negación de toda posible concordia internacional, creando divisiones profundas y heridas sangrantes que exigen muchos años de cura”. Y da otro tirón de orejas: “el encuentro de los Jefes de Estado y de Gobierno de las veinte mayores economías, que representan dos tercios de la población y el 90% del PIB mundial, no tiene la seguridad internacional como su objetivo principal”. Es necesario “que los líderes de los Estados del G20 no se queden inmóviles frente a los dramas que vive ya desde hace demasiado tiempo la querida población siria... encontrar caminos para superar las distintas dificultades y abandonen todos las vanas pretensiones de una solución militar”. En la carta se despide ““esperando que estas reflexiones puedan constituir una válida contribución espiritual para vuestro encuentro, rezo por un resultado fructífero de los trabajos del G20.”

La metáfora del retorno a la villa

¿Cuál sería la razón del renovado  protagonismo en la escena internacional que puede esperarse del pontificado de Francisco? Más aún, ¿qué tipo de tareas, a qué nivel y quiénes pueden estar a cargo de realizarlas para comenzar a transitar esta fase (¿la superior?) del proceso de la globalización? Contestar este último interrogante amerita retroceder unos años.

El contexto en el que el hombre puso el pie en la luna en 1969 era el siguiente. Un mundo dividido acuciado por la amenaza permanente de confrontaciones a gran escala (aunque imposible de desencadenar una guerra por sus consecuencias, dando lugar a una difícil convivencia internacional que solo les servía a los fabricantes de armas). Una revolución científica y tecnológica que puesta en las fábricas permitía potencialmente lograr bienes y servicios a escala quasi ilimitada. En esos años por primera vez en la historia se cosechaba la cantidad de proteínas de origen vegetal como para erradicar el hambre del mundo. Comunicaciones y sistemas de información globales que instauraban el tiempo real. En el mismo escenario la contracara.

NBI para miles de millones. Enormes empresas transnacionales (en colisión insalvable de intereses con los poderosos fabricantes de armamento) que necesitaban la paz y no la guerra para crear y ensanchar los mercados que absorbieran en condiciones normales los bienes que estaban en condiciones de producir evitando al mismo tiempo el peligro de las superproducciones. Contradicciones a todos los niveles que debían metabolizarse en forma pacífica ponían, sin embargo, el mundo al rojo vivo.

Como la realidad fue mostrando, el problema generado por la contraposición de esos vectores se fue resolviéndose en el sentido de ampliar los mercados. Las pruebas de lo que se ha hecho en estos casi cuarenta años están a la vista: el crecimiento y el avance del consumo en China e India, la mitad de todos los habitantes de la Tierra. No hay cifras exactas porque varían continuamente (una mínima variación porcentual en la tasa de consumo afecta a millones de personas considerando el tamaño de esos dos países), empero los análisis serios coinciden en que es muy marcado el ascenso a la clase media. Ahora, ¿qué significa ascenso? Normalmente, ese atributo está ligado principalmente al crecimiento económico y en particular del consumo. Lo mismo vale para los países africano que están creciendo a tasas chinas. Esos logros impresionantes, devienen de transformaciones macroeconómicas, del aparato productivo, y de las posibilidades del comercio mundial y los mercados. En el caso chino es claro. Las negociaciones entabladas con EEUU en 1972/73 conocida como “la diplomacia del ping pong”, abrió el camino.

El problema remanente y que se hace cada vez más agudo por la llamada revolución de las expectativas generadas por los MMC, son los mil millones de personas que aún permanecen fuera de esos estándares y que pueden ver por esos medios las disparidades en los niveles de existencia que los afecta generando una insatisfacción crítica. Son importantes franjas de población en países emergentes y subdesarrollados a los que no se les puede ocultar que no tienen acceso a esos bienes y servicios en la proporción de sus necesidades y el potencial del aparato productivo de generarlos. En esos contextos las empresas disponen todo su arsenal para que seguir ensanchando los mercados. Pura lógica capitalista. Empero, crear consumidores pero por la via de la inclusión social requiere de procesos sustentables. Eso no se logra solo con crecimiento (macro) económico. Hace falta desarrollo en la base social. Aumentar las posibilidades de progreso de pobres, excluidos, desocupados, indigentes.

Es en ese plano donde se jerarquiza el rol de la Iglesia y otras organizaciones sociales capaces como se diría vulgarmente de “meter los pies en el barro”. Claro, sin populismo, que es el otro desafío. Porque con populismo en el mejor (o en el peor según como se mire) de los casos puede haber crecimiento y aumento del consumo, pero nunca desarrollo. En nuestro país lo muestra principalmente (pero no solo) el peronismo y su más reciente extrapolación kirchnerista. La expresión más extravagante de ese formato conceptual es valorar como un signo de progreso el extendido uso de ladrillos para levantar casillas en las villas de emergencia en lugar de chapa y cartón como se hacía antes.

La escena internacional va a estar plena de sorpresas en los años siguientes. Una situación de crisis con la que habrá que acostumbrarse a convivir: es la herramienta más poderosa para realizar cambios más rápidos y profundos al nivel de los países. Los altos precios de los commodities persistirán en el mediano y largo plazo lo que incidirá en los índices de crecimiento en los países emergentes y subdesarrollados. No será un camino rectilíneo, sin idas y vueltas,  pero la tendencia en su conjunto será persistente.

Un fuerte debate ideológico ocupará la escena con vectores de confrontación en distintas direcciones y sentidos. Dentro de la iglesia, los sectores integristas que están al acecho (no les interese hacer muchas disquisiciones sobre el contenido de su rechazo a Francisco: atenta contra la doctrina, cuestiona ciertas prácticas de la labor pastoral o no conviene descubrir la corrupción de la curia romana) todavía manifiestan sus discordancias en vos baja.

El papel de la Iglesia Católica y otras organizaciones sociales se irá incrementando con relación a los sectores más pobres -y dentro de estos a los jóvenes y su contexto familiar- con vistas a su inclusión social. En el mensaje y la labor pastoral de la Iglesia Católica habrá una acentuación de temas como el trabajo decente, la educación, la salud y la vivienda, la recreación; también, aunque menos tratada, la cuestión territorial de manera que las familias no se vean obligadas a emigrar o, cuando lo hayas hecho, los que lo deseen puedan regresar a los lugares que los vieron nacer, el terruño donde reposan sus muertos.


Ing. Alberto Ford


Arroyo del Gato, 16 de octubre de 2013


Posdata

Cuando este trabajo estaba ya para ser girado apareció en La Nación una nota titulada “La malvinización del Papa Francisco” firmada por  Alberto  Benegas Lynch (ABL) http://www.lanacion.com.ar/1627974-la-malvinizaciondel-papa-francisco  lo que confirma la hipótesis de que el debate ideológico se ira agudizando. Llaman la atención tres cosas: 1) no era esperable tan temprano una posición crítica a Francisco. No porque no la hubiera entre los sectores católicos más conservadores sino porque normalmente es prudente y de estilo esperar un poco más de tiempo; apenas han pasado seis meses desde el inicio del nuevo pontificado; 2) la crítica se hace pública lo que revela el grado de disgusto de los afectados o la falta de canales más discretos para manifestar las disidencias; 3) la crudeza de la posición; el modo de criticar de ABL es muy frontal y hasta duro; llega a decir que las propuestas  “en materia social del Papa conducen a graves problemas de falta de respeto a los derechos de las personas”. En la nota hay algunas afirmaciones un poco forzadas como comparar el escarnio que sufrieron quienes se oponían a la aventura de los militares en Malvinas (ABL fue uno de los pocos que estuvo en contra según aduce) con el que podrían sufrir quienes ahora lo critican a Francisco. Tampoco se priva de arremeter contra los que comulgan con sus posiciones aunque frente a ellos ABL reconoce sentirse en minoría. Se justifica en que ve como inevitable que “los fanáticos tenderán a justificar cualquier cosa como lo han hecho siempre con tal de no aparecer contrariando lo que se hace desde el Vaticano”.

Su ataque a la Teología de la Liberación y sus inspiradores es implacable. Con motivo del viaje a  Roma de Leonardo Boff se refiere al teólogo como “otro de los artífices de la referida teología, quien declaró que se siente reconfortado después de varias condenas ya que ‘el Pontífice adopta el método, inspiración y estilo de esa teología. ABL no tiene en cuenta que Boff reivindica la acción del Papa porque adopta “el método, inspiración y estilo“de la Teología de la Liberación pero no dice nada con referencia a los principios que sustentó el teólogo brasileño en el pasado setentista y que hoy solo pueden ser suscriptos desde posiciones trasnochadas como por tomar un caso las de los chavistas. Se puede leer en Internet que

“Boff y otros defensores están encantados de que el nuevo papa haya dedicado tanto tiempo a trabajar en los barrios marginales, y se sienten inspirados por sus escritos, que no ven sacrilegio en la acción social”.   http://hoy.com.do/teologia-liberacion-toma-un-poco-de-animo-con-el-papa-francisco/

ABL desprecia los gestos que hace el Papa cuando da a entender que no está de acuerdo con el boato y las costumbres del vaticano. Tampoco le satisface que Francisco se manifieste a favor de “una iglesia pobre para los pobres”. Presume que “al grueso de los fieles les agradaría que el Papa celebrara misa en guayabera en medio de un galpón con piso de tierra y vendiera los palacios, pinturas,...” como si el sentido estético y la valoración del patrimonio artístico o arquitectónico dependiera de una determinada ideología o posición política. 

Todavía subsisten posiciones liberales (económicas pero no políticas aunque a veces como en este caso una membrana osmótica separa ambas categorías) a pesar de que el derrame del libre mercado se ha mostrado insuficiente para empapar de oportunidades los destinos de las familias. Hasta Mariano Grondona -un liberal de pura cepa- dio una vuelta de campana y desde hace unos años admite las funciones reguladoras en un estado moderno.
















[i] http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/speeches/1965/documents/hf_p-vi_spe_19651004_united-nations_sp.html
[ii] Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de una autoridad pública con competencia universal, Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz,  24/10/2011  http://vaticaninsider.lastampa.it/es/noticias/dettagliospain/articolo/vatican-vaticano-giustizia-e-pace-justice-and-peace-justitia-y-paz-economia-economy-9278/

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