Novedades políticas
Asoma en los análisis que la crisis del peronismo no es pasajera. En
realidad, los intentos fallidos por su recomposición estarían preanunciando la
muerte del movimiento que fuera creado por Juan Perón al finalizar la Segunda
Guerra Mundial. Los partidos son cuerpos vivos: nacen, crecen, se desarrollan y
mueren. Sus trayectorias, en países dependientes, están determinadas por su
utilidad. Tienen razón de ser en tanto sean funcionales a una suma de intereses
de carácter exógeno y endógeno. Cuando esa correspondencia falla se produce una
caducidad de sentido. El peronismo pudo existir en una Argentina cerrada al
mundo (de hecho nuestro país lo es más que ningún otro). Una Argentina que se
abre necesita otro tipo de configuraciones políticas. Ese cambio re-fundacional,
se produce por segunda vez en la historia de nuestro país. Hubiera sido
impensable luego de Caseros y sobre todo a partir de 1862, inicio de la
organización nacional, seguir funcionando con la estructura política del
rosismo. Ahí se inició el primer ciclo largo de crecimiento que duró hasta los
treinta del siglo pasado. Ahora hemos comenzado a recorrer el segundo ciclo
largo de crecimiento lo que se reflejará en la reconfiguración del sistema de
partidos. Cambiemos ya está instalado en un nivel cuántico de tono global.
Ahora falta llenar un espacio espejado que nuclee a lo que se denomina el
progresismo o social democracia aggiornada. Una parte importante del peronismo pero
no todo irá a parar ahí junto a otras fuerzas con las que se corresponda. Eso está
empezando a pasar. Pero ya no será peronismo explícito, ni tendrá la capacidad
de volver a expresarse individualmente. Su identidad solo tendrá sentido en un
conjunto diverso que lo contenga. Igual que en Cambiemos. O sea, es el fin del
peronismo pero no de los peronistas que tendrán que ir buscando un lugar donde
acobacharse. En el trabajo se toma en consideración la irrupción cismática de
Martín Lousteau y la forma en que puede verse involucrado en este proceso
fascinante.
En una nota sobre el peronismo publicada días pasados (LN 21/5/17), Jorge
Fernández Díaz lo ve a “Sergio Massa…sosteniendo contra viento y marea su
asociación con Margarita Stolbizer, socialdemócrata que le veta impresentables
y le propone implícitamente una coalición
espejo del frente oficialista, donde al final el justicialismo ocupe el lugar
del radicalismo, y el Frente Renovador, el sitial de Pro” (subr. AF). La
visión forma parte de una descripción detallada de las verónicas que los
dirigentes de ese movimiento ejercitan para llegar sanos y salvos a las
elecciones de medio término. Sin embargo, la opinión del columnista comporta
una novedad: no apuesta al éxito de los intentos “renovadores” al movimiento de
Perón sino que, por el contrario (y he aquí su originalidad), le augura implícitamente
un papel de partenaire en lugar del acostumbrado rol de protagonista. Así, se diferencia del
resto de los analistas más preocupados por especular sobre la forma en que el
peronismo pueda recomponerse.
En ese contexto de gran dinamismo hay dos componentes a considerar: 1)
el eventual fin del peronismo como partido hegemónico, 2) el camino de asimilación en nuevas
configuraciones en que puedan verse involucrados los peronistas.
Pérdida de sentido
La historia de más de setenta años del peronismo nos dice que nace,
crece y se desarrolla en la Argentina. Pero su repercusión es internacional, lo
mismo que sus fuentes doctrinarias. Un perfecto bucle de retroalimentación. Enviado
por el Ejército, Perón estuvo en Europa en los años treinta cuando el fascismo reverberaba;
fueron los sombríos desvaríos de la belle
epoque que desembocarían en la Segunda Guerra Mundial. Luego, ya en el
país, inicia su carrera política y su principal plataforma de lanzamiento fue la
Secretaría de Trabajo y Previsión. Nacida luego del golpe de 1943, esa
dependencia clave contó con el asesoramiento estratégico de un franquista notorio[i] encargado de la redacción de la
legislación laboral. La armadura doctrinaria, hecha con claro sentido
demagógico, hizo posible la tarea de creación y captación de los sindicatos.
Perón se apoyó en ellos para cimentar su poder. Esos acontecimientos, que
marcarían la historia posterior hasta nuestros días, fueron parte de una
paradoja: las influencias de la alternativa perdidosa en el mundo -el Eje- se
hacían sentir fuertemente en nuestro país, sobre todo por el apoyo del Ejército
y, de hecho, legitimadas en las elecciones de 1945 que dieran lugar a la primera
presidencia de Perón.
La presencia del peronismo desde principios de los cuarenta ha sido
dominante. Trazando una línea desde allí hasta nuestros días, se puede
visualizar en ese período la película de una declinación que afectó seriamente
a la Argentina. El contraste fue más notorio a partir del hecho de que la
decadencia sucedió al exitoso modelo agro exportador que nos ubicó durante
varias décadas en un lugar de expectativa en el escenario mundial.
Sin embargo, no sería pertinente ubicar al peronismo como el único
responsable de todo lo sucedido de ochenta años a esta parte. La ideología del
nacionalismo burgués, sobre todo sus concepciones referidas a la existencia,
uso y abuso del estado, aún son mayoritarias en la sociedad argentina, y en una
parte considerable de sus esferas dirigentes. Pero como partido de gobierno,
aún con sus idas y venidas, el peronismo expresó consistentemente esa forma de
pensar.
El cambio de paradigma que está viviendo la Argentina, más allá de la
nitidez con que sea percibido, implica la pérdida de sentido del peronismo. Una
Argentina global no necesita de los servicios que fielmente prestó Perón y su
movimiento a la causa del ensimismamiento nacional. La corruptela ya no cotiza.
El problema es qué hacer con el enfermo terminal.
Brújula loca
El peronismo es un movimiento alienado: puede protagonizar, con el
máximo de aprobación, un bandazo que va de Menem a los Kirchner, o sea, ir sin
escalas desde la plasmación del Consenso de Washington hasta la más pura
expresión del nacionalismo burgués. Pero claro, ese ejercicio de pragmatismo
exacerbado deja sus huellas. Y ahora hay desconcierto. No saben qué trole hay
que tomar.
Está comprobado que el único proyecto que excita al peronismo es la
reconquista del poder, pero esa ambición desmedida no será suficiente de aquí
en más. Nunca el peronismo tuvo un cometido que fuera más allá de repartir la
riqueza a la que generosamente accedieron. Tampoco se mostraron con una nota de
esperanza al margen de lo ilusorio o directamente de la falacia. La pérdida de
sentido se agudizará por la propia evolución de los acontecimientos sin
necesidad de ningún tipo de confrontación. En su nuevo rol de partido no
oficial, las alternativas en juego se van encorsetando, aunque todavía son
mayoría quienes apuestan a un proceso de renovación de sus huestes.
Como corresponde a una Argentina actualizada, el sistema de partidos,
sus alianzas y funcionamiento, también se reconfigurará siguiendo las
modalidades imperantes en las naciones modernas. Agrupaciones capaces de
gobernar acorde a visiones de mediano y largo plazo, con propuestas derivadas
de planes estratégicos, darán lugar a realizaciones en ese sentido y no solo
como hasta ahora, donde la gestión se ha inspirado casi con exclusividad en
concepciones inmediatistas del tipo: “la obra pública para crear fuentes de trabajo,
hacer lo que la gente pida o atraiga más votos” (externalidades que en algunos
casos también cotizan aunque nunca deberían ser el principio motor de la labor
de gobierno).
En ese contexto, las pulsiones de modernización actuarán para agudizar
la crisis del peronismo en la forma de una la fragmentación a dos niveles. En
el primero, el que hemos llamado Ĝ, claramente se irán consolidando
dirigentes como Massa y Urtubey que obrarán para el nacimiento de un espacio/frente
ya no peronista aunque con mayoría inicial de sus partidarios, conviviendo con
fuerzas de centro izquierda o progresistas como los socialistas, Stolbizer,
etc. que se irán amalgamando en la práctica legislativa... y en la tirria
antimacrista. En el segundo, residual y de influencia decreciente, los que
tratan (infructuosamente) de renovarse conviviendo en conflicto permanente con
los resabios del kirchnerismo. Entre ambos andariveles, hay que poner atención
en una interfase muy activa donde las fuerzas provenientes del nivel inferior
irán engrosando la propuesta global, incluso una parte creciente en la
dirección de Cambiemos. Y lo nuevo, todavía difuso, pero conceptualmente
atrapante como escenario prospectivo: el mundo de los más pobres, objeto último
e insoslayable de las preocupaciones de la iglesia católica, donde perderá nitidez la
representación política: los movimientos sociales. Y aquí se abre un
intríngulis doctrinario que conduciría a lo que se ya se puede denominar la
expresión nacional del caso Francisco [una especie de entrismo
jesuita inspirado en el que ejerció la desaparecida Guardia de Hierro en los
setenta de la cual Bergoglio fue uno de sus mentores]. El gran desafío es poder
visualizar desde ahora las figuras que pueden ser funcionales a estos
movimientos.
Más allá de las palabras
Los papeles protagónicos están a cargo de unas pocas personas. Las que
ocuparán esos roles en la escena política de los próximos años ya comienzan a
rutilar desde hoy en las marquesinas. De ellos, vale la pena detenerse en uno
de ellos, Martín Lousteau: un “tercera vía” con la marca en el orillo (huele a
colonia Atkinson hubiera dicho don Vicente Saadi en un memorable debate de los
ochenta sobre el conflicto del Beagle).
Más allá de palabras justificatorias provenientes de un lado u otro, lo
cierto es que Lousteau se está alejando de sus orígenes y aparece en una
posición contradictoria: asumiendo su pertenencia a Cambiemos pero enfrentado
al PRO, apoyado en una franja considerable del radicalismo, principalmente pero
no solo, de la ciudad de Buenos Aires (en la celebración del 25 de Mayo, que
obró de lanzamiento para las próximas elecciones, participaron Ricardo Alfonsín,
Juan Manuel Casella, los Nosiglia, padre e hijo. Margarita comisionó a Ricardo
Vázquez).
En una mirada diacrónica, hay lugares de los que no se vuelve. Sobre
todo, en momentos de una profunda lucha ideológica aunque en la superficie estén
navegando previsible y rutinariamente los temas del día a día. La verdadera
divisoria de sentidos en la sociedad argentina, y en sus esferas dirigentes, no
está en un plano; por eso la inviabilidad de la noción de “grieta”. Lo que está
ocurriendo en el país es un salto cuántico cuya metáfora puede ser internet,
una configuración de posibilidades que no se puede expresar solo en dos
dimensiones. Hacen falta nuevos marcos teóricos para abordar el futuro
inmediato.
El peronismo no tiene cabida en los nuevos escenarios por falta de
planes estratégicos y cuadros potables en perspectiva. Sus desprendimientos
tendrán que ser comandados por otro tipo de líderes no sensibles a un
carpetazo. Por su innegable capacidad, carisma y rodaje, Lousteau puede ser uno
de ellos. Así, una expresión renovada de la social democracia podría ser el
espejo en el que se mire Cambiemos para construir, en forma conjunta y
diferenciada, la Argentina global.
Ing. Alberto Ford
La Plata, 26 de mayo de 2017
[i] la calificada ayuda del
español José de Figuerola, un antiguo colaborador del régimen de Primo de
Rivera, hicieron de la Secretaría un laboratorio de legislación social que
fortaleció la intervención del Estado (y de Perón para cimentar su poder) en
las relaciones laborales. Esa modalidad de relacionamiento ha sido hasta
hoy un sello distintivo del peronismo.
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