sábado, 27 de mayo de 2017

Novedades políticas


Asoma en los análisis que la crisis del peronismo no es pasajera. En realidad, los intentos fallidos por su recomposición estarían preanunciando la muerte del movimiento que fuera creado por Juan Perón al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Los partidos son cuerpos vivos: nacen, crecen, se desarrollan y mueren. Sus trayectorias, en países dependientes, están determinadas por su utilidad. Tienen razón de ser en tanto sean funcionales a una suma de intereses de carácter exógeno y endógeno. Cuando esa correspondencia falla se produce una caducidad de sentido. El peronismo pudo existir en una Argentina cerrada al mundo (de hecho nuestro país lo es más que ningún otro). Una Argentina que se abre necesita otro tipo de configuraciones políticas. Ese cambio re-fundacional, se produce por segunda vez en la historia de nuestro país. Hubiera sido impensable luego de Caseros y sobre todo a partir de 1862, inicio de la organización nacional, seguir funcionando con la estructura política del rosismo. Ahí se inició el primer ciclo largo de crecimiento que duró hasta los treinta del siglo pasado. Ahora hemos comenzado a recorrer el segundo ciclo largo de crecimiento lo que se reflejará en la reconfiguración del sistema de partidos. Cambiemos ya está instalado en un nivel cuántico de tono global. Ahora falta llenar un espacio espejado que nuclee a lo que se denomina el progresismo o social democracia aggiornada. Una parte importante del peronismo pero no todo irá a parar ahí junto a otras fuerzas con las que se corresponda. Eso está empezando a pasar. Pero ya no será peronismo explícito, ni tendrá la capacidad de volver a expresarse individualmente. Su identidad solo tendrá sentido en un conjunto diverso que lo contenga. Igual que en Cambiemos. O sea, es el fin del peronismo pero no de los peronistas que tendrán que ir buscando un lugar donde acobacharse. En el trabajo se toma en consideración la irrupción cismática de Martín Lousteau y la forma en que puede verse involucrado en este proceso fascinante.


En una nota sobre el peronismo publicada días pasados (LN 21/5/17), Jorge Fernández Díaz lo ve a “Sergio Massa…sosteniendo contra viento y marea su asociación con Margarita Stolbizer, socialdemócrata que le veta impresentables y le propone implícitamente una coalición espejo del frente oficialista, donde al final el justicialismo ocupe el lugar del radicalismo, y el Frente Renovador, el sitial de Pro” (subr. AF). La visión forma parte de una descripción detallada de las verónicas que los dirigentes de ese movimiento ejercitan para llegar sanos y salvos a las elecciones de medio término. Sin embargo, la opinión del columnista comporta una novedad: no apuesta al éxito de los intentos “renovadores” al movimiento de Perón sino que, por el contrario (y he aquí su originalidad), le augura implícitamente un papel de partenaire en lugar del acostumbrado rol de protagonista. Así, se diferencia del resto de los analistas más preocupados por especular sobre la forma en que el peronismo pueda recomponerse.

En ese contexto de gran dinamismo hay dos componentes a considerar: 1) el eventual fin del peronismo como partido hegemónico, 2) el camino de asimilación en nuevas configuraciones en que puedan verse involucrados los peronistas.

Pérdida de sentido

La historia de más de setenta años del peronismo nos dice que nace, crece y se desarrolla en la Argentina. Pero su repercusión es internacional, lo mismo que sus fuentes doctrinarias. Un perfecto bucle de retroalimentación. Enviado por el Ejército, Perón estuvo en Europa en los años treinta cuando el fascismo reverberaba; fueron los sombríos desvaríos de la belle epoque que desembocarían en la Segunda Guerra Mundial. Luego, ya en el país, inicia su carrera política y su principal plataforma de lanzamiento fue la Secretaría de Trabajo y Previsión. Nacida luego del golpe de 1943, esa dependencia clave contó con el asesoramiento estratégico de un franquista notorio[i] encargado de la redacción de la legislación laboral. La armadura doctrinaria, hecha con claro sentido demagógico, hizo posible la tarea de creación y captación de los sindicatos. Perón se apoyó en ellos para cimentar su poder. Esos acontecimientos, que marcarían la historia posterior hasta nuestros días, fueron parte de una paradoja: las influencias de la alternativa perdidosa en el mundo -el Eje- se hacían sentir fuertemente en nuestro país, sobre todo por el apoyo del Ejército y, de hecho, legitimadas en las elecciones de 1945 que dieran lugar a la primera presidencia de Perón.

La presencia del peronismo desde principios de los cuarenta ha sido dominante. Trazando una línea desde allí hasta nuestros días, se puede visualizar en ese período la película de una declinación que afectó seriamente a la Argentina. El contraste fue más notorio a partir del hecho de que la decadencia sucedió al exitoso modelo agro exportador que nos ubicó durante varias décadas en un lugar de expectativa en el escenario mundial.

Sin embargo, no sería pertinente ubicar al peronismo como el único responsable de todo lo sucedido de ochenta años a esta parte. La ideología del nacionalismo burgués, sobre todo sus concepciones referidas a la existencia, uso y abuso del estado, aún son mayoritarias en la sociedad argentina, y en una parte considerable de sus esferas dirigentes. Pero como partido de gobierno, aún con sus idas y venidas, el peronismo expresó consistentemente esa forma de pensar.

El cambio de paradigma que está viviendo la Argentina, más allá de la nitidez con que sea percibido, implica la pérdida de sentido del peronismo. Una Argentina global no necesita de los servicios que fielmente prestó Perón y su movimiento a la causa del ensimismamiento nacional. La corruptela ya no cotiza. El problema es qué hacer con el enfermo terminal.

Brújula loca

El peronismo es un movimiento alienado: puede protagonizar, con el máximo de aprobación, un bandazo que va de Menem a los Kirchner, o sea, ir sin escalas desde la plasmación del Consenso de Washington hasta la más pura expresión del nacionalismo burgués. Pero claro, ese ejercicio de pragmatismo exacerbado deja sus huellas. Y ahora hay desconcierto. No saben qué trole hay que tomar.

Está comprobado que el único proyecto que excita al peronismo es la reconquista del poder, pero esa ambición desmedida no será suficiente de aquí en más. Nunca el peronismo tuvo un cometido que fuera más allá de repartir la riqueza a la que generosamente accedieron. Tampoco se mostraron con una nota de esperanza al margen de lo ilusorio o directamente de la falacia. La pérdida de sentido se agudizará por la propia evolución de los acontecimientos sin necesidad de ningún tipo de confrontación. En su nuevo rol de partido no oficial, las alternativas en juego se van encorsetando, aunque todavía son mayoría quienes apuestan a un proceso de renovación de sus huestes.

Como corresponde a una Argentina actualizada, el sistema de partidos, sus alianzas y funcionamiento, también se reconfigurará siguiendo las modalidades imperantes en las naciones modernas. Agrupaciones capaces de gobernar acorde a visiones de mediano y largo plazo, con propuestas derivadas de planes estratégicos, darán lugar a realizaciones en ese sentido y no solo como hasta ahora, donde la gestión se ha inspirado casi con exclusividad en concepciones inmediatistas del tipo: “la obra pública para crear fuentes de trabajo, hacer lo que la gente pida o atraiga más votos” (externalidades que en algunos casos también cotizan aunque nunca deberían ser el principio motor de la labor de gobierno).

En ese contexto, las pulsiones de modernización actuarán para agudizar la crisis del peronismo en la forma de una la fragmentación a dos niveles. En el primero, el que hemos llamado Ĝ, claramente se irán consolidando dirigentes como Massa y Urtubey que obrarán para el nacimiento de un espacio/frente ya no peronista aunque con mayoría inicial de sus partidarios, conviviendo con fuerzas de centro izquierda o progresistas como los socialistas, Stolbizer, etc. que se irán amalgamando en la práctica legislativa... y en la tirria antimacrista. En el segundo, residual y de influencia decreciente, los que tratan (infructuosamente) de renovarse conviviendo en conflicto permanente con los resabios del kirchnerismo. Entre ambos andariveles, hay que poner atención en una interfase muy activa donde las fuerzas provenientes del nivel inferior irán engrosando la propuesta global, incluso una parte creciente en la dirección de Cambiemos. Y lo nuevo, todavía difuso, pero conceptualmente atrapante como escenario prospectivo: el mundo de los más pobres, objeto último e insoslayable de las preocupaciones de la iglesia católica, donde perderá nitidez la representación política: los movimientos sociales. Y aquí se abre un intríngulis doctrinario que conduciría a lo que se ya se puede denominar la expresión nacional del caso Francisco [una especie de entrismo jesuita inspirado en el que ejerció la desaparecida Guardia de Hierro en los setenta de la cual Bergoglio fue uno de sus mentores]. El gran desafío es poder visualizar desde ahora las figuras que pueden ser funcionales a estos movimientos.

Más allá de las palabras

Los papeles protagónicos están a cargo de unas pocas personas. Las que ocuparán esos roles en la escena política de los próximos años ya comienzan a rutilar desde hoy en las marquesinas. De ellos, vale la pena detenerse en uno de ellos, Martín Lousteau: un “tercera vía” con la marca en el orillo (huele a colonia Atkinson hubiera dicho don Vicente Saadi en un memorable debate de los ochenta sobre el conflicto del Beagle).

Más allá de palabras justificatorias provenientes de un lado u otro, lo cierto es que Lousteau se está alejando de sus orígenes y aparece en una posición contradictoria: asumiendo su pertenencia a Cambiemos pero enfrentado al PRO, apoyado en una franja considerable del radicalismo, principalmente pero no solo, de la ciudad de Buenos Aires (en la celebración del 25 de Mayo, que obró de lanzamiento para las próximas elecciones, participaron Ricardo Alfonsín, Juan Manuel Casella, los Nosiglia, padre e hijo. Margarita comisionó a Ricardo Vázquez).

En una mirada diacrónica, hay lugares de los que no se vuelve. Sobre todo, en momentos de una profunda lucha ideológica aunque en la superficie estén navegando previsible y rutinariamente los temas del día a día. La verdadera divisoria de sentidos en la sociedad argentina, y en sus esferas dirigentes, no está en un plano; por eso la inviabilidad de la noción de “grieta”. Lo que está ocurriendo en el país es un salto cuántico cuya metáfora puede ser internet, una configuración de posibilidades que no se puede expresar solo en dos dimensiones. Hacen falta nuevos marcos teóricos para abordar el futuro inmediato.

El peronismo no tiene cabida en los nuevos escenarios por falta de planes estratégicos y cuadros potables en perspectiva. Sus desprendimientos tendrán que ser comandados por otro tipo de líderes no sensibles a un carpetazo. Por su innegable capacidad, carisma y rodaje, Lousteau puede ser uno de ellos. Así, una expresión renovada de la social democracia podría ser el espejo en el que se mire Cambiemos para construir, en forma conjunta y diferenciada, la Argentina global.


Ing. Alberto Ford


La Plata, 26 de mayo de 2017











[i] la calificada ayuda del español José de Figuerola, un antiguo colaborador del régimen de Primo de Rivera, hicieron de la Secretaría un laboratorio de legislación social que fortaleció la intervención del Estado (y de Perón para cimentar su poder) en las relaciones laborales. Esa modalidad de relacionamiento ha sido hasta hoy un sello distintivo del peronismo.

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