Populismo algorítmico y la
arquitectura del caos
Si
queremos reconstruir algo bueno, tendremos que parecer herejes, inoportunos y
desobedientes a los ojos de todos los que nos precedieron.
El presente trabajo
analiza críticamente el libro Los ingenieros del caos del politólogo y
novelista ítalo-suizo Giuliano da Empoli, centrado en las transformaciones de
la comunicación política en la era digital. A través de un enfoque que combina
periodismo narrativo con análisis político, Da Empoli describe cómo un nuevo
tipo de actores —los tecnólogos de la manipulación digital— han reformulado la
estrategia del poder, reemplazando el debate ideológico por la movilización
emocional atomizada y personalizada.
El libro traza una
genealogía de esta nueva tecnopolítica, con énfasis en el caso italiano, y
retrata figuras clave como Steve Bannon y Arthur Finkelstein; es una ayuda
imprescindible para entender los cambios, a cualquier nivel, en los
procedimientos para alcanzar el poder, así como una descripción de los nuevos
formatos de la gobernabilidad, que se viene registrando en forma creciente en
distintas partes del mundo, principalmente en el Occidente colectivo como se lo
suele denominar.
En el antiguo
sistema, cada líder político sólo tenía instrumentos muy limitados para
segmentar a sus votantes; podía enviar mensajes específicos a ciertas
categorías básicas (sindicatos, pequeños empresarios y amas de casa), pero los
contenidos puestos en juego en el grueso de su campaña, obviamente no podían
contemplar las demandas particulares de sus destinatarios como ahora se puede
hacer.
Para crear un
consenso mayoritario -y no sólo de nicho- el mensaje, de contenidos moderados, tenía
que dirigirse al votante medio, en cuyo entorno pudiera converger el mayor
número posible de personas. El juego democrático tradicional tenía, por tanto,
una tendencia centrípeta: ganaba quien conseguía ocupar el centro de la arena
política.
Con estas
herramientas para la manipulación de las mentes, el juego ya no consiste en
unir a las personas en torno a un denominador común, sino, por el contrario, en
inflamar las pasiones de tantos grupos como sea posible, y luego sumarlos. Para
obtener una mayoría, no convergerán hacia el centro, sino que se unirán con los
extremos.
Si en los años 1960
los gestos provocadores de los manifestantes tenían como objetivo sobre todo
lograr una moral común y romper los tabúes de una sociedad conservadora, hoy
los nacional populistas adoptan un estilo transgresor en la dirección opuesta:
romper los códigos establecidos y la corrección política, se ha convertido en
la regla número 1 de su comunicación.
Giuliano da Empoli es ensayista político y novelista. Es presidente fundador de Volta, un centro de estudios con sede en Milán, y profesor en Sciences Po de París. En 2022, publicó su primera novela, El mago del Kremlin, por la que recibió el Gran Premio de Romance de la Academia Francesa. Nacido en Neuilly-sur-Seine en 1973, el autor creció en varios países europeos, se graduó en Derecho en la Universidad La Sapienza de Roma, y obtuvo un máster en Ciencia Política en el Instituto de Estudios Políticos de París. Da Empoli ha sido teniente de alcalde de Cultura en Florencia y asesor principal del primer ministro italiano, Matteo Renzi.
2. La cuna del renacimiento populista
En el libro se toma
el caso de Italia a la que se considera el epicentro de esta revolución. A lo
largo del siglo XX, Italia fue el laboratorio donde se llevaron a cabo
vertiginosos experimentos políticos, a menudo destinados a ser reproducidos, en
diferentes formatos, en otras partes del mundo.
El fascismo fue el
primero y el que trajo consigo las consecuencias más duraderas: tras la caída
del movimiento, Italia también dio nacimiento al mayor partido comunista de
Europa Occidental, convirtiéndose así en el teatro privilegiado de todas las
maniobras y tensiones de la Guerra Fría. Finalmente, cuando cayó el Muro de
Berlín, los experimentos populistas de la península se anticiparon en más de
veinte años a la gran revuelta contra el establishment
que actualmente sacude la escena política.
Según Da Empoli “lo
que convierte a Italia, una vez más, en el Silicon Valley del populismo, es que
allí, por primera vez, el poder fue conquistado por una nueva forma de tecno
populismo pos ideológico, basado no en ideas, sino en algoritmos puestos a
disposición por los ingenieros del caos”. No se trata, como en otros países, de
políticos que emplean técnicos, sino de técnicos que toman directamente las
riendas del movimiento, fundan partidos, y eligen a los candidatos más capaces
de encarnar su visión, hasta tomar el control del gobierno de toda la nación.
3. El restyling
populista
La captación de
acólitos por parte de las nuevas redes de compromiso, que se arman con el
resurgimiento del populismo, son más exitosas que las iglesias, oficiales y
alternativas, los partidos de izquierda, así como cualquier otra instancia
organizacional que en el pasado hubiera funcionado como extractores para capturar descontentos. Vale la pena, como lo hace
Da Empoli, estudiar “las características de esta extraña bestia que se alimenta
del odio, la paranoia y la frustración”.
Según él, una
propensión irresistible impregna todas las sociedades, alimentada por quienes,
con razón o sin ella, se creen perjudicados, excluidos, discriminados o
insuficientemente escuchados, lo que da lugar a la generación de una inmensa
energía destructiva que, en lugar de gastarse en un instante como reacciones
injuriosas, puede ser invertida en la construcción de una alternativa más
duradera.
Es una dinámica
contradictoria porque, por un lado, da lugar a la generación de sentimientos
negativos, pero, al mismo tiempo, esos sentimientos son controlados, regulados
y aprovechados para que no se “desperdicien” en episodios individuales, sino
que sirvan para lograr salidas “superadoras”. Según este esquema, el perdedor
se convierte en militante, y su ira encuentra una forma política de expresarse.
Todo el resentimiento, de cualquier signo que sea, se usufructúa en tiempo
real, se gasta al instante. ¡Ya no hay más bancos para depositar la
insatisfacción!
Si bien estos flujos
informativo-comunicacionales que saturan nuestras sociedades, se dan como
estímulos permanentes, donde se expresan con mayor crudeza es en época de
elecciones.
Las campañas
electorales se están convirtiendo cada vez más en verdaderas guerras de
software, durante las cuales los oponentes se enfrentan con la ayuda de armas
convencionales (mensajes públicos e información veraz) y armas no
convencionales (manipulación y noticias falsas), con el objetivo de obtener dos
resultados: multiplicar y movilizar su apoyo y desmovilizar las bases del
oponente.
Las inevitables
contradicciones contenidas en los mensajes que se envían unos a otros
permanecerán, en cualquier caso, invisibles a los ojos de los medios de
comunicación y del público en general
Se pueden abordar los
argumentos más controvertidos, dirigiéndolos sólo a aquellos que sean sensibles
a ellos, sin correr el riesgo de perder el apoyo de otros votantes que piensan
diferente. En la Campaña pro Brexit,
como ejemplifica Da Empoli, se muestra cómo la caza de zorros afecta a sectores
diferenciados.
En la pantalla del
ambientalista aparece el siguiente mensaje: “Europa no protege bien a los
animales. Si quieren proteger bien a los animales, hay que irse de Europa”. Por
el contrario, con referencia al mismo tema, al cazador se le dice: “Europa
protege demasiado a los animales. Si quieren seguir cazando zorros como lo
haces en UK, hay que salir de Europa”.
Si el movimiento
convergente de la vieja política marginó a los extremistas, la lógica
centrífuga de la política de los ingenieros del caos los valoriza. No los pone
en el centro, porque el centro ha dejado de existir, pero les ofrece espacios y
respuestas contenedoras en otros lugares más en las afuera del espectro
político. Liberar los espíritus
animales, las pulsiones más secretas y violentas, es relativamente fácil,
mientras que ir en sentido contrario es mucho más difícil.
El estilo político
que ha ido tomando forma en el marco de estas ideas, compuesto de amenazas,
insultos, mensajes racistas, mentiras deliberadas y complots, después de haber
permanecido fuera del sistema, ya ocupa el centro de la escena. Las nuevas
generaciones que hoy observan la política están recibiendo una educación cívica
compuesta por comportamientos y consignas que condicionarán sus actitudes
futuras.
La
metáfora del hormiguero.
El hormiguero, es una
estructura muy organizada pero no centralizada. Incluso autoorganizado, un
sistema de este tipo no excluye el papel de un demiurgo, que vendría a observar
el hormiguero desde arriba y determinando su evolución, como si estuviera siguiendo
y aplicando un guion prestablecido.
Fue el italiano
Davide Casaleggio, uno de los teóricos del neopopulismo, el que compara las
redes sociales con esas configuraciones emblemáticas del reino animal.
"Las hormigas siguen una serie de reglas aplicadas a cada individuo,
mediante las cuales se determina una estructura muy organizada pero no
centralizada. Cada hormiga reacciona al contexto, al espacio en el que se mueve
y a las demás hormigas".
Por su parte, la
labor del demiurgo "nos permite comprender un sistema emergente y, si es
posible, modificarlo. Por ejemplo, saber que las hormigas cambian de trabajo si
se encuentran con un cierto número de otras hormigas que realizan las mismas
tareas, nos permite comprender sus decisiones".
Sin embargo, para que
esto sea posible se deben respetar tres condiciones básicas: "Los
participantes deben ser numerosos, encontrarse por casualidad y no conocer las
características del sistema en su conjunto. Una hormiga no debe saber cómo
funciona el hormiguero, de lo contrario todas las hormigas querrían ocupar las
mejores posiciones y cuanto menos cansadoras sean, creando así un problema de superposición".
Siguiendo estas lógicas metafóricas, ninguna hormiga debe conocer el proyecto
general, ni los roles que desempeñan las demás. Esta información está reservada
para un demiurgo externo y omnisciente.
Da Empoli nos dice en
el libro que el abordaje precedente puede parecer una caricatura, pero estos
son exactamente los principios sobre los que se funda el Movimiento 5 Estrellas,
de trayectoria exitosa en la reconfiguración de la escena política italiana.
Obviamente, toda esta
parafernalia de recursos y enfoques disruptivos, no podrían haber tenido
vigencia si no es a partir del armado de las redes, y, en particular, el acceso
a Internet, que es, ante todo, un instrumento de control.
Esa red de redes, es
el vector de una revolución desde arriba, que capta una enorme cantidad de
datos para utilizarlos con fines comerciales y, sobre todo, políticos. El
modelo organizativo en juego -que se opone radicalmente a la retórica de la
participación popular- ha permitido a sus manipuladores guiar a su criatura con
mano de hierro.
El pueblo, masa
compacta, fue abolido en favor de una reunión de individuos separados, cada uno
capaz de ser seguido en sus más mínimos detalles. En una situación como esta,
el objetivo pasa a ser identificar los temas que le importan a cada persona y
luego explorarlos a través de una campaña de comunicación. Como con el silbato
para perros, el mensaje es recibido solo por aquel a quien está destinado.
Se pueden, por
ejemplo, abordar los argumentos más controvertidos, dirigiéndolos sólo a
aquellos que sean sensibles a ellos, sin correr el riesgo de perder el apoyo de
otros votantes que piensan diferente.
Como gran parte de
esta actividad tiene lugar en las redes sociales, esto implica, al menos en
apariencia, una comunicación entre pares, más que un mensaje que viene desde
arriba: este tipo de propaganda viral escapa a cualquier forma de control y
verificación de datos. Si por casualidad hay que revelar algo, su paternidad
puede fácilmente ser negada por el actor político que está en el origen del
hecho revelado. Sólo algunos entienden la llamada, mientras que otros no
escuchan nada.
Detrás del aparente absurdo
de las noticias falsas y las teorías conspirativas se esconde una lógica muy
sólida. Desde el punto de vista de los líderes populistas, las verdades
alternativas no son una simple herramienta de propaganda; contrariamente a la
información verdadera, constituyen un formidable vector de cohesión.
"Desde muchos ángulos, los exabruptos son una herramienta organizativa más
eficaz que la verdad. Cualquiera puede creer en la verdad, mientras que creer
en lo absurdo es una verdadera demostración de lealtad.”
Por añadidura, el
hecho de andar con la verdad en el bolsillo, en forma de un pequeño, brillante
y colorido dispositivo en el que basta con apoyar el dedo para tener todas las
respuestas del mundo, influye inevitablemente en cada uno de nosotros. Nos acostumbramos
a que nuestras demandas y deseos fueran inmediatamente satisfechos
4.
Los maestros del caos: los gurúes del nuevo populismo
En
los márgenes del sistema político estadounidense ha emergido una figura clave
para comprender las dinámicas del populismo contemporáneo: Steve Bannon. Dotado
de un agudo olfato político, supo detectar antes que muchos las tensiones
subterráneas que recorrían el electorado de la era MAGA (Make America Great Again), especialmente
en el mundo digital. En Los ingenieros del caos, Giuliano da Empoli lo
retrata con precisión, presentándolo como uno de los grandes artífices del
populismo algorítmico.
Ex asesor
de Donald Trump y ex vicepresidente de Cambridge
Analytica —la empresa acusada de manipular a millones de usuarios a través
de datos obtenidos sin consentimiento en Facebook—,
Bannon ha sido una figura polémica desde el inicio. Su nombre está vinculado
tanto al Brexit como a la campaña presidencial de Trump, y su enfoque
estratégico ha estado rodeado de escándalos relacionados con la manipulación de
la información y el uso de fake news para influir en procesos
electorales.
Según
Da Empoli, un episodio aparentemente menor cambió la trayectoria de Bannon: su
participación en un congreso del partido de Marine Le Pen en Lille, Francia.
Allí germinó su idea de construir una “Internacional del Nacionalismo”, una red
global de movimientos populistas de derecha. Aunque pueda parecer un oxímoron
—una internacional de nacionalistas—, su lógica se sostiene en la necesidad de
compartir métodos, experiencias y recursos entre grupos que, si bien defienden
intereses nacionales, comparten un enemigo común: las élites globalistas y el
orden liberal.
Los
principios que impulsa Bannon no son nuevos, pero han sido “reformateados” con
una estética combativa y digital: cerrar fronteras, detener la globalización,
desmontar la integración europea y restaurar el protagonismo de los
Estados-nación. En este marco, Bannon proclama que el momento actual no es
político, sino civilizatorio: se trata de una batalla por el alma de Occidente.
Italia,
nuevamente, ocupa un lugar central en esta historia. Allí se vivió —como ya
señalaba Da Empoli— una convergencia temprana entre populismos de izquierda y
de derecha, fenómeno que fascinó a Bannon y fortaleció su convicción de que el
populismo no es una ideología, sino una técnica de poder.
Arthur Finkelstein: el estratega
invisible
Otro
de los personajes destacados por Da Empoli es Arthur Finkelstein, asesor
político con una larga trayectoria en el Partido Republicano estadounidense
desde la era de Nixon. Aunque cultivó un perfil bajo, su influencia fue
decisiva en el ascenso de Viktor Orban en Hungría, y su legado es evidente en
muchas de las estrategias más agresivas del populismo europeo.
A
diferencia de Bannon, Finkelstein no se proponía impulsar un programa político
en positivo, sino destruir al adversario. Para él, la campaña negativa es el
núcleo del arte electoral: no se trata de convencer, sino de demoler. Su
doctrina, influida por el pensamiento de Carl Schmitt, define la política como
una batalla existencial entre amigos y enemigos. No hay espacio para el matiz:
la cohesión se construye en la confrontación.
Finkelstein
sostenía, con cinismo técnico, que "en política, lo que se percibe como
verdad es lo que es verdad". Un político eficaz —afirmaba— debe comenzar
diciendo cosas ciertas para, luego, introducir mentiras que el público aceptará
por inercia. Así se construye una narrativa convincente, aunque esté basada en falsedades.
Orban y el Estado iliberal
El
modelo político al que Finkelstein ayudó a dar forma se concretó con claridad
en el famoso discurso de Viktor Orban en 2014, donde proclamó el nacimiento de
un "Estado iliberal". Para Orban, Hungría no es una simple suma de
individuos, sino una comunidad que debe ser organizada y fortalecida desde el
poder. Aunque dice no rechazar los valores fundamentales del liberalismo —como
la libertad individual—, se opone a hacer de ellos el centro del orden
político.
En
su visión, el Estado debe actuar en nombre de la mayoría, incluso si ello
implica restringir derechos de minorías o anular la función de contrapesos
institucionales como los jueces, los medios de comunicación o las ONG. Orban
acusa al liberalismo europeo de haberse convertido en una doctrina dogmática,
reducida a una corrección política que niega la soberanía popular.
Este
discurso, lejos de ser marginal, se ha vuelto central en la nueva ola
populista. Lo que une a figuras como Bannon, Finkelstein y Orban no es una
ideología coherente, sino una voluntad común de disputar el sentido del poder
en la era de la hiperconectividad. Con distintas formas, pero con una lógica
compartida, todos ellos son —como los llama Da Empoli— verdaderos “ingenieros del caos”.
5.
Los denostados: periodistas y "castas" bajo fuego
Uno
de los aspectos más inquietantes del nuevo populismo, según lo describe
Giuliano da Empoli, es la sistemática hostilidad hacia los medios de
comunicación y, en particular, hacia los periodistas críticos. La estrategia es
clara: deslegitimar a quien cuestione, ridiculizar al que disiente y aislar al
que investiga. En este contexto, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) en Italia
representa un caso paradigmático.
Desde
los primeros años del movimiento liderado por Beppe Grillo, especialmente a
partir de 2013, el blog personal del comediante devenido líder político incorporó
una sección conocida como el “periodista del día”. En ella, se exponía
públicamente a un reportero que hubiera criticado al M5S, presentándolo como
símbolo de la supuesta corrupción y mala fe de los medios tradicionales
italianos. Esta “distinción” era, en realidad, una sentencia a ser blanco de
una avalancha de insultos y amenazas en redes sociales, a menudo con un tono
intimidatorio que rozaba lo delictivo.
La
mecánica no era casual ni marginal. En su informe anual desde 2015, Reporteros
sin Fronteras señaló al Movimiento 5 Estrellas como uno de los principales
factores que limitaban la libertad de prensa en Italia. Dos años más tarde, la
Asociación Internacional de Periodistas advertía: “El nivel de violencia contra
los periodistas —intimidaciones verbales y físicas, provocaciones y amenazas—
es alarmante, especialmente cuando políticos como Grillo no dudan en exponer
públicamente los nombres de aquellos que consideran incómodos”.
Ante
este clima, el periodismo se vio obligado no solo a informar, sino a
defenderse. La función de comunicar pasó a compartir espacio con una nueva
tarea: la de resistir ataques personales y preservar su integridad profesional,
muchas veces en soledad, aunque poniendo en ello, en algunos casos, el esfuerzo
principal.
A la
par de esta ofensiva contra los medios, el discurso populista se ensañó también
con lo que despectivamente se denominó “la casta”. La crítica a las élites
políticas tradicionales encontró una poderosa herramienta de difusión en el
libro La Casta, publicado por dos periodistas del Corriere della
Sera.
El
volumen, que revelaba con lujo de detalles los privilegios de los dirigentes
políticos —desde el concejal municipal hasta el presidente de la República—,
vendió más de un millón de ejemplares y se transformó en una suerte de
manifiesto informal de la revuelta contra el establishment.
La
indignación ciudadana creció a la par de la retórica incendiaria. Los
comentarios en los foros y blogs del M5S se tornaron cada vez más virulentos,
alimentando una narrativa de confrontación permanente contra dos enemigos
clave: los periodistas y los políticos tradicionales. La crítica legítima se
desdibujó, reemplazada por una dinámica de linchamiento simbólico donde la
sospecha, la humillación pública y la amenaza, se volvieron herramientas de
control discursivo.
En
este nuevo ecosistema comunicacional, el periodismo ya no era un actor
indispensable de la democracia, sino un obstáculo a neutralizar. Y lo mismo
ocurría con cualquier figura que representara los valores del sistema liberal:
se los etiquetaba, desacreditaba y exponía, muchas veces con consecuencias
personales y profesionales devastadoras.
6.
Conclusión: hay populismo para rato. La internacional populista
Si
para Lenin el comunismo era “los soviets más la electricidad”, para los
ingenieros del caos el populismo contemporáneo es el resultado del cruce entre
la ira y los algoritmos. En otras palabras, una política emocional potenciada
por la tecnología digital.
La
irrupción de Internet y de las redes sociales no solo ha modificado los canales
por los cuales circula la política, sino que ha transformado sus lógicas
internas, la estética y su arquitectura misma. Interpretar esta mutación exige
más que herramientas analíticas convencionales: requiere un cambio de
paradigma.
Da
Empoli propone una analogía elocuente: así como los físicos del siglo XX
tuvieron que abandonar las certezas de la física newtoniana para adentrarse en
el terreno incierto y paradójico de la mecánica cuántica, los analistas
políticos de hoy deben dejar atrás las lógicas del siglo XX para comprender un
escenario nuevo, fragmentado y altamente volátil. Donde antes veíamos
electorados coherentes y mensajes ideológicamente estructurados, hoy nos
enfrentamos a un espacio público disperso, personalizado hasta el extremo, y
sometido a una sobrecarga emocional constante.
En
este nuevo orden político, las reglas tradicionales se desdibujan: ya no hay
centro político que funcione como punto de equilibrio, ni consensos amplios que
garanticen estabilidad. En su lugar, reina una lógica centrífuga donde las
pasiones, el resentimiento y las identidades tribales se tornan activos
políticos fundamentales.
La
tecnología digital, lejos de inaugurar una era de mayor racionalidad, ha
generado un entorno caótico donde las “verdades alternativas”, las fake news y
las teorías conspirativas no solo circulan, sino que cohesionan comunidades.
Como en la física cuántica, el simple acto de observar (o de participar)
modifica el sistema.
Lo
más inquietante es que este modelo ha empezado a institucionalizarse a escala
global. La “internacional populista” de la que habla Da Empoli, con gurúes como
Steve Bannon o Arthur Finkelstein, y laboratorios de prueba como Italia o
Hungría, ya no es una anomalía. Es un nuevo patrón de acción política que se
replica, con matices locales, en Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, y más
allá… o más acá. Y no parece estar en retirada.
Frente
a esto, Da Empoli no propone una defensa nostálgica de la vieja política ni un
rechazo moralista del populismo. Propone, en cambio, comprender la
lógica interna de esta revolución comunicacional y, desde allí,
reinventar los instrumentos democráticos.
Condenar
no alcanza: es necesario disputar creatividad, innovación y eficacia simbólica.
Porque si los populistas han sabido aprovechar las grietas de la democracia
liberal para proyectar su poder, los demócratas deberán aprender a moverse con
soltura en la misma arena caótica si quieren recuperar la iniciativa.
La
era de la política cuántica no es una distopía inevitable, pero sí es un
llamado urgente a repensar los fundamentos del compromiso cívico. Comprender el
populismo no es justificarlo: es el primer paso indispensable para confrontarlo
con inteligencia.
Ing. Alberto Ford
IRI/UNLP
Buenos
Aires, mayo de 2025