El ascenso de Trump, la crisis del G20 y el proceso
globalizador.
El ritmo acelerado del mundo actual supera la velocidad de nuestro pensamiento, y esta dinámica vertiginosa dificulta o incluso impide la facultad de modelarlo. La rapidez del cambio requiere expandir nuestra perspectiva, adoptando escenarios más amplios que nos permitan un enfoque más atinado. Para entender el presente, resulta fundamental conocer el pasado, ya que las tendencias actuales provienen de allí. Lo mismo se aplica a nuestras previsiones sobre el futuro, cuyos contornos se definen, en gran medida, en el presente. En resumen, no podemos abordar un suceso sin considerar sus causas originarias ni sin especular sobre sus posibles consecuencias.
Los analistas coinciden en que estamos viviendo un cambio de época, no solo en términos de ritmo, sino también por la naturaleza efímera de los eventos. Sin embargo, esto no nos impide tratar de establecer las conexiones entre los diversos factores actuantes y formular las preguntas más relevantes.
La crisis del consenso y el restyling de la hegemonía de Estados Unidos
Los datos sugieren que ha llegado a su fin el 'veranito consensual' de la gobernabilidad global, cuyo ejemplo más destacado, hasta la irrupción de la guerra en Ucrania, fue el funcionamiento relativamente armónico de las cumbres del G20. Este cambio no implica necesariamente un vacío de poder; de hecho, algunos indicadores señalan que Estados Unidos está recuperando un protagonismo hegemónico, especialmente a través del control del comercio y la tecnología.
En este contexto, la reelección de Trump no es un error ni una casualidad en la historia de EEUU; marca el comienzo de una nueva era, caracterizada por una desregulación generalizada. Además, la segura colaboración de figuras como Elon Musk en el gobierno sugiere que los procesos de racionalización no se limitarán al ámbito local, sino que tendrán un impacto mucho más amplio.
A nivel global, hemos entrado en una confrontación de tipo emulativo entre dos configuraciones políticas –las democracias y las autocracias–, términos que, a pesar de su arbitrariedad, han adquirido una fuerte carga conceptual, y la delimitación no necesariamente respeta fronteras geográficas.
El punto culminante de esta disputa se refleja en la denominada "guerra tecnológica", donde la velocidad de los microprocesadores marca la diferencia. El resultado parece inevitable: bajo la presión de EEUU, la empresa neerlandesa ASML –líder en el diseño de las litográficas DUV y UVE para fabricar los chips más avanzados– ha comenzado a bloquear el acceso de China a la última frontera tecnológica, condenándola, según los pronósticos más optimistas, a un retraso de al menos 10 años.
Una visión más amplia del proceso globalizador en el que estamos inmersos requiere por lo tanto una clarificación de algunos términos que se usan de manera imprecisa. En definitiva, es necesario compartir ciertos códigos para facilitar la conversación sobre el transcurrir de los escenarios globales.
La globalización: un fenómeno
multidimensional
La globalización puede entenderse como un fenómeno complejo y multidimensional que ha emergido en esta etapa avanzada de la sociedad humana, dando lugar a un nuevo modelo organizativo para el ejercicio del poder a nivel mundial. Este sistema se configura a partir de un conjunto de relaciones formales e informales que se tejen a todo nivel.
La noción de globalización guarda una analogía con el concepto de "campo" en la Física. Así como el campo gravitatorio o magnético influye sobre los cuerpos de diversas maneras, pero todos terminan sometiéndose a sus leyes, la globalización es un sistema integral que no admite escapatorias.
En sus inicios, la globalización fue impulsada por hitos trascendentales, como la llegada del hombre al espacio, un evento que transformó radicalmente las bases de creación de sentido (sense making). Asimismo, la Revolución Científico-Tecnológica (RC&T) permitió, por primera vez en la historia, producir bienes y servicios en cantidades mucho mayores a cualquier demanda potencial, cumpliendo así uno de los anhelos del ser humano desde sus inicios.
Es en este contexto que surge el "reino de la abundancia", un nuevo estadio que representó un desafío crucial: hacer llegar y compartir esa riqueza eventual en forma equitativa a todos los rincones del planeta.
El proceso histórico, de largo aliento, culmina en una fase decisiva en la que el aforismo chacun selon ses moyens, à chacun selon ses besoins (de cada cual, según sus capacidades, a cada cual, según sus necesidades) se convierte por primera vez en una aspiración realizable y no en una simple consigna política.
Reconfiguración del poder global
La profunda reorganización de sus competencias que emprenden en la emergencia los actores protagónicos en las esferas de decisión está teniendo implicancias trascendentales para el futuro de la humanidad. En este sentido, un evento clave que marca este cambio de paradigma fue la creación de un sistema conceptual totalizador a principios de la década de 1970.
Aunque no fue la única iniciativa relevante, la Comisión Trilateral se destacó durante este período como uno de los esfuerzos más emblemáticos del proceso naciente. Al mismo tiempo, el Club de Roma, desde el universo latino, también representó una manifestación de similares propósitos, buscando dar una respuesta inteligente a esa transformación epocal.
En el mundo anglosajón, 290 de las personalidades más influyentes de Norteamérica, Europa y Japón se reunieron durante cinco años, hasta 1979, con el objetivo de generar una serie de 14 informes de monitoreo y propuestas. La coordinación de estos trabajos estuvo a cargo de Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, siendo este último, uno de los negociadores más hábiles de la historia, quien desempeñó el papel más destacado.
El informe Towards a Renovated International System, elaborado por Richard N. Cooper, Karl Kaiser y Masataka Kosaka en 1977, sintetizó las conclusiones de los trece informes previos, y se erigió como una especie de "biblia" para comprender el curso de la globalización en los años posteriores. Un dossier disponible en la Biblioteca del Congreso de EEUU contiene información adicional sobre la Comisión Trilateral, accesible en este enlace.
De esta manera, se inicia la globalización con el apoyo de una cibernética (del griego kibernētikos: conducción) capaz de administrar este nuevo orden global.
Las tres líneas estratégicas de la
Comisión Trilateral y su impacto en las relaciones internacionales
De la Comisión Trilateral emergen tres grandes tendencias estratégicas (megatrends) que marcaron la geopolítica de las décadas de 1980, 1990 y la primera parte del siglo XXI: la transformación de China, el restyling de un sistema capitalista ultra regulado, y la recuperación del campo socialista.
En cuanto a China, la transformación era previsible, en parte para desafiar a los soviéticos, aunque este no era el aspecto más relevante. Una lógica capitalista básica dictaba que, si las innovaciones de la RC&T permitían una producción ilimitada, era necesario encontrar nuevos mercados y, al mismo tiempo, fomentar la prosperidad mediante el incremento de la cantidad de prosumers.
Las fábricas de tecnología media y baja se trasladaron a China, atraídas por su mano de obra barata. Esta reubicación de los factores productivos –que involucró a decenas de miles de empresas y dio lugar a la operación logística más grande de la historia– generó una externalidad en territorio estadounidense, que fue abordada de manera resiliente. Así, surgieron nuevos espacios para empresas de alta tecnología, lo que impulsó la expansión del Silicon Valley.
La ecuación parecía cerrada desde todos los ángulos. Avanzando 40 años desde el comienzo de la epopeya china, se ha logrado un hito monumental: 1.500 millones de chinos han salido de la pobreza, y un tercio de su población ya pertenece a la clase media, en un país que se ha transformado en la primera potencia productiva del planeta a pesar de provenir de una economía atrasada de tipo rural.
La segunda línea estratégica emanada de la Comisión Trilateral fue la desregulación del sistema capitalista. Durante décadas, las políticas basadas en el proteccionismo, cuyas medidas se habían ido acumulando como capas geológicas, afectaron la vitalidad de los mercados, y la Comisión, en su ímpetu por eliminarlas, dio luz verde al neoliberalismo.
Ronald Reagan y Margaret Thatcher simbolizan este proceso, promoviendo una economía de mercado sin restricciones, enfocada en reducir la intervención estatal y privatizar los sectores públicos. Por su parte, el Consenso de Washington representó el motor de estas reformas, formulando diez recomendaciones políticas para países en desarrollo, especialmente en América Latina.
Durante este periodo, se desataron crisis financieras en varios países, conocidas como Tequila, Samba y Vodka, que demostraron las vulnerabilidades de las políticas impuestas por el Consenso.
En relación con la Unión Soviética, el tono de los foros de la época se distanció de las formas confrontativas propias de la Guerra Fría. Por el contrario, las élites occidentales fueron sumamente cautelosas con su lenguaje, posiblemente anticipando que la crisis interna en la sociedad y en la dirigencia comunista llevaría al colapso de un sistema que ya era insostenible.
Una
interpretación común en Occidente dice que Estados Unidos salió “victorioso” y
se apropió de un “botín” tras la disolución de la URSS. Esta percepción fue
especialmente evidente cuando, ya pasada la crisis, EEUU comenzó a hacer
ostentación de su supuesta victoria. Sin embargo, hay una dimensión poco
conocida de este proceso: fue el papel constructivo que desempeñó EEUU en el
proceso de asesoramiento a Rusia durante su transición al capitalismo cuando la
Unión Soviética finalmente colapsó en 1991.
La
relación cercana entre los presidentes George H. W. Bush y Boris Yeltsin fue
fundamental. Hubo una coordinación diaria y una línea directa para gestionar la
transformación económica y política de Rusia. A petición de la dirigencia rusa
encargada de la transición, Estados Unidos envió numerosos asesores, quienes
trabajaron abiertamente desde el Kremlin. Incluso, en 1998, Rusia fue invitada
a unirse al G7, una membresía que mantuvo durante varios años sin mayores
objeciones.
Sin
embargo, en 2008, la Conferencia de Seguridad de Múnich marcó el comienzo de
una nueva fase de confrontación entre Rusia y la OTAN (¿Oriente y Occidente?),
tras el fin de la Guerra Fría. En su discurso, Vladimir Putin condenó los
esfuerzos de Estados Unidos por imponer un orden mundial unipolar y criticó la
expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas.
La
situación se complicó aún más con el golpe de estado en Ucrania (Euromaidán),
que contó con el apoyo abierto de Estados Unidos, y la posterior anexión de
Crimea por parte de Rusia en 2014. Este evento intensificó las tensiones y, ese
mismo año, dio inicio a una nueva etapa de la Guerra Fría lo que fue visto con
gran preocupación y severas críticas por parte de destacados miembros del establishment estadounidense.
La
inestabilidad económica que caracterizó estos años culminó en la crisis
financiera global de 2008, originada en Wall Street. Aunque no fue la causa
directa de la recesión económica que siguió, esta crisis fue el resultado de
una serie de factores interrelacionados que llevó a la puesta en marcha de las
cumbres del G20, como un intento de coordinar respuestas internacionales en la
emergencia.
Los altibajos de
la geopolítica del consenso
La globalización, un fenómeno de extraordinaria complejidad, requirió la formulación de una agenda común para todos los países, independientemente de las tensiones geopolíticas. Así surgió la belle époque de la geopolítica del consenso, un periodo de 15 años en que los líderes mundiales pudieron reunirse en las cumbres del G20 de manera constructiva.
Empero, el "veranito consensual" ha llegado a su fin, o al menos se ve gravemente afectado. En el contexto de las relaciones internacionales, el mundo se ha fragmentado en dos bloques, generando una confrontación entre sistemas políticos distintos, de difícil coexistencia, pero siempre dentro de los marcos del capitalismo.
Este nuevo orden global comenzó a cuestionarse abiertamente en el G7 de julio de 2021, en el sur de Inglaterra, y se consolidó en la Cumbre de la Democracia celebrada en Washington en diciembre del mismo año. La invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022 profundizó aún más la crisis. Estos cambios ocurrieron en paralelo a la pandemia del COVID-19, que se extendió desde marzo de 2020 hasta mayo de 2023.
En este nuevo escenario geopolítico -en el que la confrontación coexiste con la complementariedad como ultima ratio- operan paralelamente el G7, un agrupamiento ya maduro, y el BRICS, aún en proceso de definición. Como reaseguro, el “teléfono rojo” entre Washington y el Kremlin no ha dejado de funcionar para que, en cualquier circunstancia, la sangre no llegue al rio.
La cuestión de la gobernabilidad global se ve profundamente influida por las desavenencias en el G20. Sin embargo, a pesar de las persistentes diferencias y conflictos aparentemente insolubles, el legado del periodo consensual del G20 reside en su capacidad para crear una agenda compartida de alta precisión en la gestión diversificada de las relaciones internacionales.
Este logro fue el resultado de 15 años de relaciones intensas entre los 20 principales líderes mundiales, apoyados por instituciones de gran relevancia como Chatham House, Atlantic Council, y las burocracias de organismos multilaterales dentro del sistema de las Naciones Unidas.
La nueva
administración de Trump
Existe una creciente presunción de que estamos entrando en una nueva era, y que la segunda victoria de Donald Trump podría marcar su inicio. Una de sus características novedosas es la aparición de preocupaciones entre sus aliados europeos sobre un posible autoaislamiento de EEUU en áreas como comercio, tecnología y otras complejidades de las relaciones internacionales.
Este proceso en efecto se materializará, pero de manera selectiva, particularmente con relación con la parte autocrática de la grieta global. El papel histórico de EEUU jugado en China desde los años ochenta (como antes lo había hecho con Japón en la inmediata posguerra) podría replicarse ahora con el Occidente colectivo, buscando un desarrollo acelerado de las economías emergentes, especialmente en lo que se denomina el "patio trasero", según la jerga contestataria.
En la actualidad, el mundo avanza a gran velocidad dentro del contexto de la globalización, acercándose a una fase avanzada en la que ciertos problemas han ganado relevancia, elevando algunos temas a posiciones prioritarias en la agenda mundial. No obstante, la realidad que estamos por enfrentar aún no se ha desplegado en su totalidad.
La dinámica de la
agenda global
A pesar de la incertidumbre sobre los cambios eventuales, hay cuatro ejes clave para poner la atención:
1. Cambio Climático y
sus resultados ambiguos. El cambio climático presenta un doble desafío. Por
un lado, los desastres naturales afectan entornos sensibles, reconfigurando situaciones
territoriales; por otro, impulsa un cambio profundo en el paradigma energético.
A diferencia de otros temas geopolíticos conflictivos, el cambio climático no
genera disputas intensas entre países; al contrario, fomenta una cooperación
generalizada como lo ha demostrado el funcionamiento dificultoso pero
ininterrumpido en el seno de las NNUU de las “conferencias de las partes” (COP/CMNUCC)
desde la COP1 que tuvo lugar en Berlín en 1995. Este proceso ha evidenciado que
las contradicciones a veces muy agudas en las negociaciones climáticas no
responden a la dialógica “democracias vs. autocracias”.
2. Conectividad física
e infraestructura.
La reconfiguración de la infraestructura de conectividad es un cambio
fundamental que está transformando gradualmente la disposición territorial
centrada en las configuraciones radiocéntricas heredadas del pasado colonial y
neocolonial.
3.
Reshoring,
Nearshoring y Friendshoring. La reubicación de las cadenas de
suministro, especialmente hacia países "amigos", es una
transformación clave en la geopolítica actual. Esta tendencia comenzó con el reshoring durante la administración de
Obama y se intensificó con Trump, quien promovió el lema Make America Great Again; se espera que esta tendencia se
profundice con su regreso. Las relocalizaciones impactarán principalmente en
economías regionales como las de México y Centroamérica, que se beneficiarán
con una reconfiguración selectiva de las actividades productivas, trasladadas
del Lejano Oriente al hemisferio occidental.
4.
Conflictos geopolíticos. Los conflictos
se resolverán de diversas maneras: algunos mediante la negociación, otros por
la intervención de la naturaleza u otras razones y, no pocos, mediante el uso
de la fuerza. Actualmente, existen dos guerras clave en el panorama global,
desatadas no solo para resolver disputas, sino también para mantener vivo el
negocio de la guerra. Las situaciones provocadas servirán para desestructurar,
de manera irreversible, las resistencias nacionales o regionales al progreso,
con el uso implacable de la "deep motosierra" para destruir capas
geológicas de regulaciones obsoletas.
¿El futuro es incierto o está
determinado?
Lo que ocurre en el mundo actual se inscribe en los marcos del capitalismo, y, salvo algunas excepciones, sigue las reglas del mercado. Esta realidad es irreversible; las ideas socialistas, en gran medida, pertenecen al pasado.
El comercio global sigue creciendo y transformando
los patrones de las relaciones comerciales que han prevalecido en las últimas
décadas. Por ejemplo, la balanza comercial entre China y EEUU –actualmente diez
veces más favorable a China lo que refleja cómo los estadounidenses han
respaldado las reformas chinas desde sus inicios– tenderá a equilibrarse.
La llamada "guerra tecnológica" es, en
este contexto, un eufemismo. China ha perdido la batalla de los chips debido a
su imposibilidad de acceder a las litográficas más avanzadas, lo que la condena
a un retraso decisivo en este ámbito.
Por otro lado, las políticas de reshoring de EEUU impulsarán a las empresas globales a establecer
nuevas plantas en su territorio, mientras que las plantas en suelo chino, de
esas mismas empresas, continuarán operando en su entorno emergente, manteniendo
las condiciones de propiedad compartida que han prevalecido durante décadas.
Es probable que los conflictos aumenten, pero bajo
un control más estructurado. El mundo, en su conjunto, está experimentando
cambios sincrónicos, como se evidenció con la logística global desplegada
durante la pandemia del COVID-19.
Sin embargo, las dinámicas son distintas entre las
democracias y el "sur global", cuyas confrontaciones emulativas están
determinadas por los diferentes niveles de desarrollo y los puntos de partida
de cada uno. Si Trump mantiene su postura disonante, EEUU podría quedar
"confinado" al hemisferio americano, limitando sus opciones en el
escenario global.
A medida que los obstáculos para la globalización se
vayan resolviendo, el modelo chino –con su enfoque en inversiones dirigidas, la
nueva división internacional del trabajo, la reconfiguración de
infraestructuras y la relocalización productiva– se consolidará aún más. Este
modelo, que promueve la expansión de los mercados y la creación de empleos para
reducir la pobreza, es el futuro más probable que se pone en marcha con la
asunción de Trump.
Ing. Alberto Ford
IRI/UNLP
Buenos Aires, enero de 2025