G20 Brasil 2024. Un final trabajoso
Gestionar la convivencia dentro del G20 se ha vuelto cada vez más complicado, especialmente tras la ruptura irreparable del consenso, que constituye el componente fundamental de su razón de ser. Sin embargo, la diplomacia de Itamaraty, con su proverbial destreza, ha logrado mantener la cohesión. Brasil se preparó adecuadamente, aprendiendo de los desafíos que surgieron durante las presidencias pro tempore de Indonesia e India en los dos años previos, en particular debido a la guerra en Ucrania.
El país anfitrión tiene la capacidad de priorizar ciertos puntos de la agenda de acuerdo con sus intereses nacionales. En este caso, dos temas fueron de particular relevancia para Brasil. Uno de ellos es la lucha contra el hambre, especialmente dado que Brasil se perfila rápidamente para disputar a Rusia el liderazgo mundial en la exportación de productos agrícolas. El otro es una histórica reivindicación: la reforma de las instituciones de la gobernanza global, con especial énfasis en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde Brasil aspira a ocupar un asiento permanente.
El presidente argentino dio la nota al cuestionar algunos aspectos de la declaración final, a pesar de haberla firmado finalmente. Como gesto de cortesía, el presidente Lula le permitió a su homólogo, el presidente Milei, exponer sus objeciones durante la ceremonia de cierre.
El principal cuestionamiento – algo difuso, que parece implicar un problema de principios – se refiere a la Agenda 2030, aprobada por los 193 países miembros de las Naciones Unidas, incluido el nuestro. En cuanto al Acuerdo de París, que ya había sido objeto de controversia, la intervención oportuna del presidente Emmanuel Macron en la cena celebrada en la Quinta de Olivos, un día antes de la Cumbre, contribuyó a suavizar las objeciones. Este tema, finalmente, no fue incluido en la declaración oficial de la Presidencia argentina, anticipando así las posiciones que se llevarían a la Cumbre de Río de Janeiro.
El trabajo aborda la cuestión del futuro del G20 en el contexto de los cambios geopolíticos que están afectando profundamente el desenvolvimiento de las relaciones internacionales.
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La crónica de Río de Janeiro
La diplomacia de Itamaraty, experimentada como pocas, logró llevar a buen término una de las presidencias pro tempore más conflictivas en la historia del G20. La influencia de la grieta global, acentuada por las crisis geopolíticas en curso, se reflejó en algunas ambigüedades y omisiones en la declaración final de los líderes, en las ausencias anticipadas de varios integrantes del Grupo, y en la composición del tradicional retrato de familia en la Cumbre.
De manera insólita, se requirieron dos sesiones fotográficas para la posteridad. La «llegada tarde» de los mandatarios de Estados Unidos, Canadá e Italia obligó a una segunda versión de la foto, que también resultó incompleta debido a la ausencia del presidente argentino. ¿Casualidades? ¿Distracciones? ¿O tal vez mensajes ocultos? Los norteamericanos fueron los fundadores del G20 en 1999, y tanto Javier Milei como Giorgia Meloni son los únicos miembros del Grupo que comparten un sentimiento libertario, algo que quedó claro durante la visita de la primera ministra italiana a Buenos Aires, al día siguiente de finalizada la Cumbre.
Lo más trascendente de las cumbres, lo que sale a la luz, son las declaraciones de los líderes, que se configuran tras interminables debates entre los sherpas de cada país sobre los contenidos que dan sentido al G20.
Los sherpas, representantes personales y principales negociadores de los líderes de cada miembro, toman su nombre de los guías del Himalaya, ya que cumplen una función similar: “preparar el camino” para las decisiones que los jefes de Estado o de gobierno tomarán en la Cumbre.
Los otros ingredientes del ámbito informal de las cumbres, en las que se da una cercanía personal sin igual en cualquier otra actividad multilateral, son los encuentros entre los líderes, generalmente sin el reloj en la mano, para tratar cuestiones comunes en las relaciones internacionales, lo que luego alimenta el cotilleo en las crónicas.
Una revisión comparada de las veintenas de declaraciones de cumbres a lo largo de esta primera ronda del G20, que comenzó en Washington en 2008 y culminará el año próximo en Sudáfrica, revela claramente cómo pequeñas modificaciones han ido configurando la agenda del Grupo.
No es que algunos temas sean más importantes que otros (aunque en la práctica lo son), pero el país que ejerce la presidencia pro tempore imprime a la agenda un sesgo sutil, resaltando aquellos puntos de interés nacional. En el caso de Brasil, se hizo especial hincapié en la pobreza y el hambre, destacando lo que su prensa considera la actividad diplomática más relevante realizada en suelo carioca.
En infraestructura de conectividad, se abordó la financiación de proyectos en regiones fronterizas. En Foz de Iguazú se reunió el Grupo de Trabajo (GT) de Infraestructura del G20, donde se subrayó el papel crucial de la conectividad en la reducción de la pobreza. Paralelamente, se llevó a cabo un evento titulado «Debate liderado por África sobre Infraestructura», que destacó la relevancia geopolítica de las rutas comerciales en la diversificación del comercio internacional.
Brasil es atravesado por dos rutas interoceánicas de gran significado estratégico. La denominada Ruta Amazónica es una infraestructura clave que conecta los océanos Atlántico y Pacífico a través de Brasil, Perú, Ecuador y Colombia. Más al sur, el Corredor Bioceánico Vial integra regiones fundamentales como el Chaco paraguayo, las provincias argentinas de Salta y Jujuy, y el norte chileno.
En este contexto, el Megapuerto de Chancay, ubicado en Perú, se destaca como una pieza clave. Este proyecto, financiado principalmente por la empresa estatal china COSCO Shipping con una inversión de 3.600 millones de dólares, fue inaugurado virtualmente por Xi Jinping y Dina Boluarte el 14 de noviembre de 2024, durante el Foro APEC. El puerto está diseñado para convertirse en un hub logístico para América Latina, optimizando las exportaciones sudamericanas hacia Asia y consolidando la estrategia global de China en el marco de su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda. Estas iniciativas, en distintos grados, están vinculadas con la creciente cooperación china en la región, un factor que genera preocupación en Estados Unidos.
Un tema de gran relevancia para la gobernanza global es la reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU). La discusión sobre esta medida sigue siendo compleja, ya que los miembros permanentes del Consejo han mostrado una considerable resistencia a modificar el statu quo, debido a su poder de veto y a los beneficios estratégicos derivados de su membresía.
Brasil ha sido uno de los países más activos en esta causa, argumentando que su contribución al sistema internacional, su tamaño y su peso económico justifican su inclusión como miembro permanente del Consejo. En este sentido, el explicitación del tema en la declaración final de los Líderes puede considerarse un logro significativo para la diplomacia de Itamaraty.
La delegación de nuestro país presentó en Río de Janeiro una nota cuestionando ciertos aspectos de la Declaración Final de la Cumbre, que ya habían sido anticipados en un comunicado oficial de la Presidencia argentina. En dicho comunicado se aclararon los puntos en disputa: la limitación de la libertad de expresión en las redes sociales y la propuesta de que la solución al hambre pase por una mayor intervención estatal. Además, en los círculos diplomáticos se rumoreó que la visita de Emmanuel Macron, realizada el día anterior, estuvo relacionada con la posibilidad de que Argentina se retirara del Acuerdo de París, lo cual no ocurrió.
Finalmente, la delegación argentina suavizó su postura y firmó la Declaración Final junto con el resto de los líderes. Como gesto de conciliación, el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, cedió la palabra a Javier Milei en la actividad final para que pudiera expresar sus objeciones.
A pesar de la capacidad demostrada tradicionalmente por la diplomacia brasileña y el empeño de Brasil en la organización de escenarios de esta magnitud, parece que el G20 2024 no ha producido grandes novedades. Brasil presentó sus logros en la lucha contra el hambre y la pobreza ante el G20 y los organismos internacionales. La iniciativa se debatió en el panel «Brasil Sin Hambre», parte de la primera reunión presencial de la Fuerza de Tarea para la construcción de la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, una iniciativa ya contenida en la Agenda 2030 (ODS 1, 2 y 17), aprobada por 200 países.
El texto de la declaración de los líderes del G20 puede consultarse en este enlace.
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La crisis de consensos en el G20
La norma de alcanzar consensos en el Grupo de los Veinte (G20) comenzó a ser cuestionada en 2017, cuando Donald Trump se pronunció en Hannover en contra del Acuerdo de París, un desmarque sorpresivo que llevó a incluir una agenda sobre cambio climático en la declaración final de la cumbre de líderes de ese año.
Con el estallido de la guerra en Ucrania, este tipo de prácticas se convirtió en algo habitual, y la necesidad de resaltar las diferencias llevó a un evidente desgaste en el funcionamiento del Grupo. En sus dos últimas cumbres, celebradas en Indonesia e India, los resultados de algunas reuniones fueron anunciados mediante conferencias de prensa organizadas por los representantes del país anfitrión, con el fin de evitar la complejidad de dejar constancia escrita de las disidencias entre los participantes.
¿Cuándo se hicieron evidentes las desavenencias y cuáles fueron sus razones principales?
Los síntomas de las dificultades latentes se hicieron manifiestos en 2021, durante la Cumbre del G7 en Carbis Bay, en la que participó la Reina de Gran Gran Bretaña e Irlanda del Norte poco antes de su fallecimiento. Fue en este foro donde los países desarrollados decidieron pronunciarse de manera abierta sobre temas que hasta entonces habían sido disimulados, dejando claro que las cuestiones geopolíticas empezarían a surgir con mayor intensidad dentro del G20. La necesidad de consenso había impedido a las naciones desarrolladas manifestarse con independencia en una serie de situaciones, lo que, en la práctica, habría implicado severas críticas a las posiciones de Rusia y China. La grieta global comenzaba a delinearse.
La nueva arquitectura institucional tomó fuerza con una decisión del Departamento de Estado de Estados Unidos, que organizó la Primera Cumbre por la Democracia en Washington, los días 9 y 10 de diciembre de 2021, a la que fueron invitados representantes de la mitad de los 200 países del mundo. La convocatoria, organizada según una división arbitraria que fue cuestionada incluso dentro de EEUU, excluyó a los otros 100 países (presumiblemente autocráticos), dando lugar al nacimiento de una especie de “guerra fría 2.0”, ampliamente referenciada hoy en día en las iniciativas diplomáticas, la academia y los análisis de los medios.
Carbis Bay actuó como un anticipo: el G7 fue ganando poder mientras que el G20 experimentaba un paulatino debilitamiento. Al G20 se le despojaron de ciertos temas clave, como el seguimiento de la infraestructura de conectividad (IC), y la guerra en Ucrania introdujo la geopolítica en una forma inédita dentro de la agenda del Grupo (un conflicto como la intervención de EEUU en Afganistán nunca había sido mencionado). Además, otro hecho periférico pero significativo fue la creación por parte de la Universidad de Toronto, que había instalado un centro de recopilación de datos sobre el G20 en 1999, de un centro paralelo y empoderado para el seguimiento del G7.
Un competente equipo de académicos de los distintos países del G20 dio vida al denominado G20 Information Centre, que reúne toda la información relacionada con la agenda global. Sin embargo, este portal se dividió, dando lugar al G7 Information Centre, que cumple las mismas funciones para el G7, lo que ha significado una especie de suplantación, aunque el mismo personal lleva a cabo ambas tareas. Lo relevante aquí no es tanto la forma similar en que se sigue la información, sino la división que refleja este cambio.
Por otro lado, la creación de la Asociación para la Infraestructura y la Inversión Global (PGII) en el G7 ha sido vista como un esfuerzo colaborativo para financiar proyectos de infraestructura en países en desarrollo, basado en los principios del Blue Dot Network, una entidad independiente cuya Secretaría está alojada en la OCDE. El objetivo de la PGII es contrarrestar la Iniciativa china de la Ruta de la Seda y convertirse en un componente clave de la Doctrina Biden, la política de estado formulada por EEUU. La PGII reemplaza la iniciativa Build Back Better World (B3W), presentada en 2021 por el presidente Biden en el G7, tras los pobres resultados de la misma.
El Blue Dot Network, por su parte, ha ocupado el lugar del Global Infrastructure Hub (GIH) del G20 en la promoción de la infraestructura global, que había sido una referencia obligada desde su creación en la cumbre de Australia de 2014. Sin embargo, hace un año, el GIH cambió su personal y fue absorbido por el Banco Mundial, convirtiéndose en un organismo de asesoramiento, certificación y financiamiento, con aportes de Arabia Saudita para infraestructura con participación privada.
La grieta global ha dejado su huella también en el G20, sin demasiados reparos a las normas de cortesía. Según informes de Reuters, los cancilleres del G7 se reunieron sorpresivamente en Río de Janeiro, durante el G20, para discutir si los activos rusos congelados (valorados en 300.000 millones de dólares) podían ser utilizados como garantía de un préstamo de 50.000 millones de dólares a Ucrania. Este pronunciamiento sobre un tema contradictorio, la susceptibilidad de los involucrados y el uso del lugar elegido para fijar la posición, reflejan que las desavenencias, por ahora, no tienen solución.
¿Tiene sentido mantener el G20?
La pregunta que ha surgido es si en esas condiciones inesperadas tendrá sentido mantener el G20 luego de finalizada la serie de cumbres con la de Sudáfrica el próximo año. En cualquier caso, sería valioso preservar la memoria histórica de una organización cuya representatividad y poder no tienen precedentes, a pesar de no contar con una estructura propia. Su verdadera fortaleza radica en su concepción funcional.
Es como si el G20 estuviera siendo víctima de su propio poder, aunque nunca hubiera sido concebido para el ejercicio. Su labor minuciosa y esclarecedora a la hora de abordar la agenda global, terminó por poner en evidencia los problemas del mundo. Su revelación cruda, en un foro de tan alto nivel de representatividad –recordemos que en sus cumbres de dos días participan de manera distendida los 20 líderes de las principales naciones desarrolladas y emergentes– activó reflejos geopolíticos. A partir de un momento, el “de eso no se habla” dejó de ser una opción, y la agenda del G20 comenzó a estar condicionada por la necesidad de sincerar una conflictividad que, paradójicamente, fue la razón de su creación.
El G20 y la visión global
El G20 ha logrado poner sobre la mesa un mundo totalmente previsible, visto desde su perspectiva panóptica. Los temas que nos preocupan y los conflictos que nos asedian conforman una agenda abierta, con soluciones posibles, probables, deseables y factibles.
El mundo está ingresando raudo a la fase superior de la globalización. Los problemas por resolver están privilegiando los temas de la agenda que son las cuestiones de interés colectivo que van a requerir la mayor atención.
Estamos siendo testigos de alteraciones profundas en la organización física e institucional del mundo, en lo que parece ser un nuevo paradigma civilizacional (cuya fractura ya anticipaba Huntington), que propone una nueva forma de entender las interacciones geopolíticas.
Los factores reconfigurantes de la globalización
¿Cuáles son los principales ejes de acción que pueden generar transformaciones significativas en esta etapa de la globalización? A pesar del clima de incertidumbre, hay cuatro temas que están cobrando cada vez más relevancia:
- Cambio climático de resultados ambiguos. Por un lado, el cambio climático está generando desastres que obligan a una reconfiguración de situaciones territoriales anacrónicas; por otro, promueve la reformulación del paradigma energético. A diferencia de otros temas geopolíticos, el cambio climático no genera conflictos tan intensos. De hecho, se observa una disposición general para colaborar. Los diferendos, como por ejemplo la revaloración de los combustibles fósiles que promete Trump, no augura más discordias que las permitidas por la existencia de instalaciones específicas que, al mismo tiempo, se van modificando por imperio del mercado. Un ejemplo de colaboración es la investigación sobre fusión nuclear, en la que participan todos los países avanzados sin distinciones. El programa ITER (International Thermonuclear Experimental Reactor), a cargo de la OIEA, busca dominar la fusión nuclear, una de las energías más ambiciosas y complejas de la actualidad.
- Infraestructura de conectividad física. Un cambio en la infraestructura global está modificando la configuración radio céntrica heredada del colonialismo. Dos ejemplos del impacto de estos proyectos son la Ruta del Norte por el Ártico y el International North-South Transport Corridor (INSTC), que conecta el Báltico con el Índico a través de Asia Central. Ambos ahorran hasta 14 días en el tráfico de contenedores entre Asia y Europa en comparación con el Canal de Suez.
- Reshoring, nearshoring y friendshoring: La reubicación de cadenas de suministro, buscando regresar, acercarse o trasladarse a países “amigos”, es una tendencia clave. La relocalización de oportunidades productivas desde el Lejano Oriente hacia el hemisferio americano tendrá un fuerte impacto en las economías regionales, particularmente en México y Centroamérica. Este proceso fue iniciado por Barack Obama con el reshoring y se aceleró con el triunfo de Trump, quien lo promovió bajo el lema Make America Great Again.
- Reconfiguración territorial. El análisis de la arbitrariedad de numerosas fronteras históricas ha revelado conflictos que podrían impulsar la creación de regionalizaciones. A pesar de ser forzadas, estas regionalizaciones podrían obtener legitimidad a través de las disfuncionalidades que las caracterizan, lo que podría llevar a propiciar la formación de bloques dentro del G20, como se señala en la crítica al libro El desafío de los países americanos en el G20 de Jorge Argüello que se publica en Relaciones Internacionales N° 67 del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI-UNLP).
¿Los problemas del G20 dejan al mundo a la deriva?
Independientemente de lo que suceda con la crisis interna del G20, su legado más importante será haber diseñado una agenda global representativa, resultado de una relación prolongada e intensa entre los 20 principales líderes del mundo y la experticia más competente del mundo durante 25 años.
Ya están tomando creciente importancia actividades como la conquista del espacio, en las que participan los grandes países y empresas tecnológicas como SpaceX. Estamos a punto de vivir una revolución cuyo impacto será mayor que el de los viajes de Cristobal Colón: el ser humano está aprontando las carabelas para instalarse en Marte. En este proceso, la problemática de la Madre Tierra se recontextualizará. El año 2050 marcará el Punto Omega.
Alberto Ford
IRI – UNLP