Restyling del Orden Establecido
Nueva geopolítica que
profundiza la grieta global
El
trabajo gira sobre la idea de que se ha formado una grieta en los asuntos
internacionales que separa, por lo menos en la superestructura, dos andariveles
denominados en la jerga como democráticos y autocráticos. La división
-claramente una construcción conceptual- facilita la descripción de una parte
de la realidad pero no toda. A pesar de la actitud ante la guerra de Ucrania,
en relación a la cual se muestra un mundo partido por la mitad, el grueso de
las interacciones que definen la globalización permanece activas.
En Carbis Bay, al sudoeste de Inglaterra que mira hacia el Atlántico,
tuvo lugar el acto inaugural del nuevo
G7 a mitad de junio de 2021. Ese día Isabel II se trasladó personalmente para
participar de una actividad oficial fuera del Castillo de Buckingham, en lo que
terminó siendo su última aparición pública. La presencia de la Reina contribuyó
a legitimar una crucial determinación de los países desarrollados: tomar distancia del G20. De esa
manera, en un clima de alto contenido simbólico, los acantilados de una villa
veraniega fueron testigos del nacimiento de una grieta global. No obstante, a pesar de que lo resuelto no llegaba
a ser más que un remedo de la pasada guerra fría, los líderes presentes no dejaron de mostrar cierta cautela. En los
fundamentos de la declaración final de la Cumbre -paradójicamente redactada en
formato G20- se reafirma la importancia de este último como principal
responsable de la agenda global (monitoreo y elaboración de contenidos), pero
claramente en menoscabo de sus dotes de influencer
político. Así, una minoría de países abroquelados, sin embargo aportante del 50% del PBI global, comienza a desplazarse por su propio andarivel
con la posibilidad de arrastrar a los que considera tropa propia. En
conjunto, la pandemia, seguida de la guerra de Ucrania y ahora la inflación universal,
vienen funcionando como disparadores para la amplificación de todo tipo de
conflictos, existentes o creados al efecto. En la representación actual del teatro de la globalización hay dos
actores protagónicos.
Biden
Que hay una grieta global ya no se discute; tampoco, como veremos, que
se está profundizando. Por el lado democrático descuella el renacido papel de
EEUU. A diferencia de su antecesor -Donald Trump que no era muy afecto a los usos
de la diplomacia- el presidente Joe Biden desplegó una intensa actividad
internacional, por lo menos en la parte inicial de su mandato. Aparte de
la reunión del G7 descripta, su agenda se fue poblando de un nutrido calendario
de encuentros presenciales y a distancia.
La llamada Cumbre de Líderes sobre el Clima, en abril de ese 2021, fue
una conferencia virtual en la que entre sus 40 participantes estuvieron Xi
Jinping y Vladímir Putin, una convivencia que aún era posible en aquella parte
del año. Poco después, en junio, desde la referida Carbis Bay, Biden se trasladó de inmediato y sin
escalas hacia Viena para
reunirse con el presidente ruso. Con ese
solo acto, ampliamente reflejado en imágenes que sugieren un clima puramente
protocolar, se puso en evidencia en los
hechos una de las contradicciones principales que explican la grieta.
¿Habrán establecido las reglas de juego para afrontar los dramáticos sucesos
que estaban por venir?
Ese mismo año, el 24 de
septiembre, la Casa Blanca recibió a los primeros ministros de Australia, India
y Japón para la primera Cumbre del Quad, una sigla muy significativa para las
ambiciosas proyecciones norteamericanas; diversas iniciativas referidas a la
agenda compartida dieron carnadura a un encuentro pensado para el Asia
Pacífico. Un poco después, a fin de octubre, Biden llega a Roma con una doble
misión: verse con el papa Francisco, lo que tuvo lugar en la biblioteca privada
del palacio apostólico (Biden profesa la religión católica), y participar de la
cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los 20 países más influyentes del
mundo de la que estuvieron ausentes Putin y Xi Jinping. Finalizada la cumbre
del G20, el presidente se trasladó a Glasgow para estar en la 26º Conferencia
de las Partes del Convenio Marco de las Naciones Unidas para el Cambio
Climático. El periplo, agotador, tuvo sus consecuencias: en una de las sesiones
plenarias Biden se durmió en su silla a la vista de todo el mundo, aunque quedó
la duda si debido al cansancio o a las consabidas convocatorias de la cuestión
climática.
El broche de oro de ese ajetreado 2021 fue la 1º Cumbre de la Democracia
que se organizó desde Washington en diciembre. El diseño de la actividad a
distancia (criticada por medios estadounidenses porque se convocó a países que
no lo merecían dejando fuera a otros que sí), tuvo la virtud de mostrar la
forma en que EEUU y el G7 conciben la parte “democrática” de la grieta. En el
mapa siguiente los que están en negro no fueron invitados y, por reducción al
absurdo, constituyen la otra parte, la “autocrática”. Se ve que de América los
señalados son Bolivia, Venezuela, Nicaragua y Cuba. Según dicho enfoque los 200
países del mundo quedan divididos aproximadamente por mitades.
Desde su inicio, 2022 estuvo signado por la guerra en Ucrania. Está
instalado en los medios democráticos que la responsabilidad única en el
desencadenamiento del conflicto es de Rusia. Sin embargo, en una lectura más
profunda emergen los matices.
Las advertencias sobre los riesgos de acercar la NATO hacia la frontera
rusa, que desde el establishment estadounidense se venían haciendo desde hacía
muchos años, no fueron tomadas en cuenta por las distintas administraciones de
ese país. Tanto demócratas como republicanos actuaron de acuerdo a reglas
dictadas por ellos mismos según su conveniencia. Si bien esa actitud unilateral
es de vieja data, en el caso de Joe Biden se mostró más pronunciada.
La novedad de las guerras híbridas, donde un algoritmo es más
destructivo que un cañón, puso de relieve la política comunicacional de EEUU: parecía
más importante mostrar al mundo todo lo malo que le podía pasar a Rusia si consumaba
la invasión, que una actitud más componedora tendiente a alejar los peligros de
la guerra. Hay quienes piensan en la tentación que habrá ejercido la magnitud
del negocio que sobrevendría con la inevitable venta de armas, como luego,
desatada la guerra, se fue evidenciando con la aprobación por parte del
Congreso de partidas desproporcionadas para la defensa.
En junio de 2022, tuvo lugar la Cumbre de las Américas, un evento cuya
realización nos toca de cerca por el asomo de ciertos matices que estarían
preanunciando una nueva etapa en la relación de EEUU con el hemisferio
americano. El asesor de Seguridad Nacional Jake Sullivan, en una conferencia de
prensa dada en el vuelo hacia dicha Cumbre, precisó que “una de las cosas de
las que hablará con los líderes de la región es una asociación de
infraestructura global”. Se refería así a la iniciativa Built Back Better World (B3W) planteada por el presidente Biden por
primera vez en el G7 de 2021 y que lanzaría formalmente en el G7 de 2022,
incluyendo proyectos emblemáticos de las principales geografías de todo el
mundo, incluidas las Américas.
Poco después, en la Cumbre de Líderes del G7 en Schloss Elmau,
Alemania, del 26 al 28 de junio de 2022, se formó la Asociación para la
Infraestructura y la Inversión Globales (PGII) con el fin de ofrecer
infraestructura sostenible y de calidad que marque la diferencia en la vida de
las personas en todo el mundo, fortalezca y diversifique las cadenas de
suministro, cree nuevas oportunidades para los trabajadores y las empresas, y
promueva la seguridad nacional en situaciones de emergencia.
Putin
Luego de la reunión con Biden en Viena, que claramente contribuyó a poner
en claro y legitimar en los hechos su rol como contraparte en la grieta, sobre
todo por el simbolismo de que el encuentro se haya realizado de inmediato a la
cumbre del G7, Putin salió decidido a sumergirse de lleno en el amplio mundo
euroasiático, es decir, su hinterland
fáctico y espiritual. El eminente geopolítico inglés Halford John Mackinder nos
da algunas precisiones sobre el atractivo:
«Quién controle Europa del Este
dominará el Pivote del Mundo, quien controle el Pivote del Mundo dominará la
Isla Mundo, quien domine la Isla Mundo dominará el mundo»…la “región pivote” (pivot area) de la política mundial es
esa extensa zona de Eurasia que es inaccesible a los buques, pero que antiguamente
estaba abierta a los jinetes nómadas, y está hoy a punto de ser cubierta por
una red de ferrocarriles.
Tradicionalmente Rusia -con la sensación autocomplaciente de los logros
alcanzados en la geografía europea, asiática… y americana- mostró orgullo en su
trayectoria, el que fue realimentado con avidez a medida que se expandían sus dominios.
Así ocurrió con la Unión Soviética, un faro luminoso que alumbraba a toda la
humanidad hasta que un día abruptamente se apagó. Habrá sido así en un zarismo
capaz de llegar con sus exploradores hasta el hemisferio americano (Alaska,
rusa hasta 1867, fue vendida a EEUU por una bicoca). También por esos años, se
dio el enfrentamiento entre rusos e ingleses por el control de Asia Central y
el Cáucaso, un contencioso conocido como El Gran Juego, expresión popularizada
por el escritor Rudyard Kipling. Como corolario, Ivan Ilyin y Aleksandr Duguin
sustentan las ideas del paneslavismo y el eurasianismo, que son el sustrato
preferido de la concepción estratégica en la Rusia de hoy.
Fuertemente crítica de la unipolaridad de Occidente y sus relaciones
internacionales “basadas en reglas” (se considera que normativas de ese tipo
responden a intereses particulares), la nota de mayor densidad geopolítica de
las autocracias es el acuerdo estratégico establecida entre Rusia y China.
Inesperada -si no se considera esa relación a
lo largo de un siglo- la unidad de acción prometida, ratificada
solemnemente al calor de los juegos deportivos de invierno en Peking a
principio de 2022, es un acontecimiento de difícil degustación para quienes
especulaban con una eventual animosidad entre esos dos grandes países.
China, a pesar de ser una superpotencia, no tiene intenciones de marchar
por su lado y mucho menos de arrogarse pretensiones supremacistas al estilo de
EEUU. Si las tuviera, vistas en el contexto que le toca actuar, serían
totalmente inocuas dadas las características de personalidad de los países que
son sus pares, celosos de su individualidad. Los “autócratas” integran un espacio
necesariamente multilateral, respetuoso e igualitario. Ello no implica que sean
todos iguales en jerarquía global
para llamar de algún modo lo que da el protagonismo; por eso Biden se reúne
primero con Putin y no con Xi, Modi, Erdoğan o Raisi. Pero la relación entre
ellos será cuidadosa e integradora (sería inimaginable una proclama como el
“destino manifiesto”); un ejemplo de convivencia es la Organización de Cooperación
de Shanghái, el BRICS y otras instancias multilaterales en funcionamiento.
Sobre la relación de China con EEUU, que es presentada a menudo (sobre
todo por la parte norteamericana e insistentemente en los medios) como si fuera
la contradicción fundamental del porvenir. La moderna China es una creación
virtuosa y sinérgica -según una concepción implícita en el ambiente de los
foros de consenso de los setenta, especialmente la Comisión Trilateral- del
sistema empresarial privado estadounidense y sus intereses capitalistas,
motorizada por sus gobiernos, en particular el de Richard Nixon y su genial
operador, Henry Kissinger, como ya ha sido descripto en otros trabajos[i].
Por su parte, el pueblo chino y su Partido Comunista fueron capaces de poner lo
necesario para alcanzar el éxito en la operación logística más grande de la
historia: la transferencia de un conglomerado gigantesco de fábricas desde EEUU
al territorio chino, para hacer que de un páramo, en cuatro décadas, el imperio
del medio, como se lo denomina, haya llegado a ser la segunda economía del
mundo y la primera infraestructura industrial. No hay ninguna razón objetiva
para que esa alianza implícita se
rompa, ni siquiera con los chisporroteos en torno a Taiwán.
El conflicto con China es una creación de la retórica diplomática
americana para alimentar la lógica del enemigo externo, real o inventado (a su
concepción del “destino manifiesto” desde la geopolítica se lo llama jingoísmo). De ninguna manera puede
afectar la actividad de las empresas de origen norteamericano y europeo, pero ya globales, que por decenas de
miles pueblan con total independencia el territorio chino, el sudeste asiático
y muchos otros lugares en el mundo. China se globaliza rápidamente, adquiriendo
mayor peso específico en los escenarios internacionales, pero siempre dentro de
los condicionamientos que ella misma se ha autoimpuesto, y que son ampliamente
conocidos y aceptados. Salvo en el vetusto marxismo, nadie cree que en el mundo
de Internet la economía vaya a crear fatalmente un hegemon.
Las autocracias, trabajosamente, pondrán en marcha diversos mecanismos
organizacionales para llevar adelante, en los próximos treinta años, su
principal cometido político: eliminar la pobreza y avanzar en todos lados hacia
un desarrollo equiparable al de Occidente. No se les hará el campo orégano.
Pero el multilateralismo que van a poner en práctica, genuino y disciplinado,
no los dejará desviarse de esa senda, colectiva e individualmente.
La convivencia en la
grieta
Aparte de su implicancia fáctica, la guerra de Ucrania se ha
transformado en una metáfora de la grieta global. A diferencia de la pandemia y
ahora la inflación o el cambio climático, que sin excepciones generan
preocupación, la invasión rusa no es vista de la misma forma por todos. Entre
los gobiernos, los políticos, los medios y la gente común, están quienes la
condenan a viva voz o en silencio, los hay indiferentes y otros que están a
favor. La situación es de gran complejidad, y, en la mayoría de los casos, se
la trata con argumentos remanidos desde posiciones ya tomadas. Pero
evidentemente hay acuerdos entre los responsables, tácitos o no.
Una condición: el territorio ruso no se toca. Otra: se respeta la
infraestructura de transporte civil en Ucrania: sin aviones, vías férreas y
puentes, Kiev hubiera estado más aislada que Viena cuando se inventaron las
medialunas. Sin embargo, la Capital recibió en “secreto” a varios dignatarios
occidentales, lo que solo pudo tener lugar con un OK previo relativo a la
seguridad. Entre las visitas estuvo el
presidente estadounidense que viajó en tren (¡) el 23 de febrero último.
Evidentemente el teléfono rojo está funcionando. Trascendió que el director de
la CIA, Bill Burns, se había reunido en Estambul con su homólogo ruso, Serguéi
Naryshkin, unas semanas antes del viaje de Biden.
—o0o—
Estamos atravesando una crisis profunda que contribuye poner
en marcha la fase superior de la
globalización. There is something for
everyone. Tal vez lo más trascendente y promisorio en la realidad de estos
días sea el despegue de la nave Starship de Elon Musk, primer ensayo en la
puesta a punto de este y otros proyectos que nos llevarán a la conquista del
espacio profundo. Marchamos hacia el establecimiento pleno de la civilización cósmica, una nueva y
definitiva era que signa el punto culminante de la presencia y evolución del
ser humano en los confines de la Tierra y su Naturaleza… de la cual constituye
una parte inescindible. Llegaremos a
Marte y lo pasaremos, pero los hombres y las mujeres nunca dejarán de tener en
sus manos la evolución y ritmo de la creación del conocimiento.
Ing.
Alberto Ford
Buenos Aires, abril de 2023