¿Cero Neto?
Más conocido como NetZero por su grafía anglosajona, este propósito
–que remite al enfoque climático- está tiñendo de dramatismo las discusiones sobre
la transformación y el desarrollo del sistema global, entre ellas, si conviene o
no dejar de fabricar vehículos de combustión interna a más tardar en 2035.
China y EEUU ya picaron en punta. Europa, más reticente y conservadora, se
debate entre las consecuencias laborales de la medida, de alto costo político, o
seguir perdiendo terreno con las dos economías más grandes del mundo.
En pocas palabras, para las Naciones Unidas NetZero significa reducir las emisiones
de gases de efecto invernadero hasta cero o lo
más cerca que se pueda y, en este último caso, reabsorber el remanente por
medio de los océanos y los bosques, o sea al aire libre. Una melodía para los
oídos de los ambientalistas, un dolor de cabeza para los industriales.
Las consecuencias de la problemática ambiental y climática,
disruptivas para la fuerza de la costumbre, suelen ser muy dolorosas para las
víctimas. No así para los decisores de políticas públicas. A ellos, luego de
los pésames, se les abre la posibilidad de abordar los aspectos estructurales del
sistema (en no pocos casos han provocado y/o agravado los deterioros) con
soluciones superadoras… y grandes negocios.
Un componente energético dominante en la visualización
conceptual del NetZero lleva a
interpelar los modos tradicionales de generar la potencia que consume la
producción de bienes y/o servicios necesarios para el desenvolvimiento social.
Y si se busca un esquema de mayor racionalidad, es evidente que se deben
revisar dichas modalidades.
Como si el mundo estuviera en medio de un temporal,
estamos pasando momentos de grandes convulsiones. Los estímulos no dan respiro.
Pandemias a la carta/meteoros catastróficos/guerras sangrientas/inflación/desempleo/amenazas
recurrentes/trivialidad/conflictos que despiertan; en conjunto, aflora un
ambiente inquietante. No hay tiempo para distraerse. Aunque siempre que llovió
paró, como dice el aserto conformista, hay que pasar el chubasco. A ese
respecto, la destrucción creadora es
una noción asociada desde 1950 a Joseph Schumpeter, un pensador de élite nacido
en Austria y nacionalizado estadounidense.
Es cierto que para reciclar o construir siempre hay que tirar
alguna pared. El choque se da entre la tristeza que causa la pérdida y las expectativas
de lo mejor que se pueda lograr. Solo el paso del tiempo así como la sucesión de
los procesos y su metabolización, pueden resolver el conflicto o cuando menos darle
una salida. Es lo que viene.
Modificar el paradigma energético implica cambiar en las
sociedades el estilo de vida. Este desde siempre estuvo configurado de tal
manera que lo que asiste o ayuda lo haga sin que se note. Es el orden
establecido. Los coches andan con gasolina, para que enfríe la heladera hay que
enchufarla, el celular no funciona si la pila está descargada ¿Quién se pone a
pesar en esas dependencias? Hasta que dejan de estar. Pues bien: marchamos a un
mundo inalámbrico (wireless), la
utopía de Nikola Tesla, el genio sin igual al que le robaron hasta el apellido porque
tuvo la malhadada idea de nacer en Serbia.
Es una “decisión” o mejor un incipiente pero determinante
mainstream; para el caso da lo mismo.
Como parte de la globalización, el campo
generado es como el campo gravitatorio donde las cosas pueden pasar de muchas
maneras pero lo terminan haciendo de una.
En la dimensión estratégica de la agenda global hay
cuatro temas prioritarios. Dos son de acción
(necesidades, decisiones, proyectos, inversiones, gestión, impacto); dos son consecuencias. Los dos primeros se
refieren al cambio de paradigma energético,
y el restyling o la construcción de
una nueva infraestructura de
conectividad, en no pocos casos traducidos en propuestas de disposición superpuesta
y/o yuxtapuesta. Las externalidades se refieren a la eliminación de la pobreza, y el cambio institucional, en la forma de ser y estar, hacia el
regionalismo y la autoorganización.
Salvando el armamentismo (con pérdida acelerada de sentido
como se puede ver en la guerra de UKR), cuyos abultados presupuestos de paso se
irán orientando a la conquista del cosmos, el grueso de los recursos estará demandado
por los múltiples objetivos del denominado cambio climático y, en un sentido
amplio, la renovación integral de los medios a través de los cuales se da la interrelación
de los factores. Mirando atentamente el devenir (con la lente bien calibrada,
sin aberraciones), iremos viendo en todo el mundo una progresiva reorientación
de la cosa pública en la dirección anotada.
Para el Global
Infrastructure Hub (GI Hub), una
institución patrocinada por el G20 con sede en Australia, los flujos globales en
curso del financiamiento climático, así como el promedio anual estimado de las inversiones
necesarias hasta 2050, seguirán una curva ascendente.
El GI Hub distingue las distintas modalidades de financiamiento entre lo climático (mitigación y adaptación), verde ambiental y sostenible. En el sector de la infraestructura, la mitigación puede incluir el apoyo a proyectos de energía limpia, como la eólica o la solar. El financiamiento climático de infraestructura se utiliza para facilitar e impulsar la inversión en proyectos que promuevan la actividad productiva y los objetivos sociales y ambientales. Es el ámbito del NetZero.
Los proyectos del NetZero
movilizarán de aquí en más los presupuestos más abultados en materia de
destrucción y reconstrucción del statu
quo. Prometen dar vuelta como se dice un guante la condición de la vida
humana.
A través de transformaciones impensadas emerge un cambio epocal
que se llevará puestos los próximos 30 años. Se trata de ingresar a la fase
superior de la globalización para terminar de darle forma y culminarla… o
viceversa si se lo prefiere: un ejercicio autopoiético. Imaginar los escenarios
posibles, probables, deseables y factibles ya es cometido de filósofos y
artistas; verlos, es para quienes los tienen impresos en sus pantallas.
Ing. Alberto Ford
Buenos Aires, marzo de 2023