¿La competitividad es siempre
sustentable?
El
primer ciclo largo de crecimiento económico iniciado con la
presidencia de Mitre en 1862 se caracterizó por su competitividad.
Se puso en marcha un sistema de producción con técnicas modernas,
hubo demanda para las cosechas y carnes de las pampas y, lo
principal, se podía exportar libremente. Configurando lo que se
denominó un modelo agroexportador, ese proceso situó a la Argentina
en el primer plano de la consideración internacional como proveedor
de alimentos; duró siete décadas: cesó abruptamente con la firma
del pacto Roca Runciman el 1 de mayo de 1933. Es un buen
espejo para mirarnos, sobre todo ahora que las
nuevas condiciones globales están mostrando una creciente y
previsiblemente duradera demanda de proteínas, características de
mercado que conllevan para nuestro país promisorias oportunidades en
el mediano y largo plazo.
Cómo
fue ese primer ciclo y porqué germinó
Durante
gran parte del siglo XIX los procesos de industrialización
determinaron en el viejo continente una intensificación de la
urbanización con fuertes impactos. Por un lado, ese trasiego de
fuerza de trabajo afectó la producción agraria lo que trajo
aparejado dificultades para satisfacer la provisión de alimentos;
por el otro, la incrementada población en las ciudades, atraída por
posibilidades de trabajo, se encontraba continuamente jaqueada por el
aumento de la productividad derivado del desarrollo tecnológico. Al
mismo tiempo, con el avance de las comunicaciones, crecía la
posibilidad de resolver en lugares distantes la agricultura y de paso
facilitar una salida para los excedentes de población. Se daban así
las condiciones para la puesta en marcha de procesos migratorios
tendientes resolver los desequilibrios, transitorios o no, derivados
de los cambios mencionados. Así, por sus características, nuestra
pampa húmeda se mostró como un receptor potencial de esos flujos de
europeos laboriosos por lo que en unas pocas décadas dejó de ser un
desierto inhóspito para transformarse en un vergel.
El
modelo que se puso en marcha tuvo su periodo de gestación durante el
largo interregno rosista; años que se caracterizaron por la
desconfianza y el aislamiento como consecuencia del conflictivo trato
que nuestro país mantuvo con las naciones europeas más importantes.
Sin embargo, es dable verificar en ese oscuro periodo de la historia
argentina la presencia de por lo menos cinco factores luego claves
para el inicio del proceso de modernización: los ingresos de la
genética vacuna y ovina, todo tipo de oficios por medio de una
inmigración no masiva pero calificada y ad-hoc, prácticas
comerciales competitivas, herramental y técnicas como por ejemplo el
alambrado y, sobre todo, la adquisición de un exhaustivo
conocimiento del territorio y sus costumbres a cargo de calificados
hombres de ciencia del nivel de Darwin. Esas potencialidades durante
el rosismo se encontraban encorsetadas por la falta de posibilidades
prácticas de realización. Las fuerzas productivas se liberan cuando
se normalizan las relaciones externas y el mundo de ese entonces
recobra la confianza en nuestro país.
Mitre asume la presidencia con una dotación de factores plenamente
instalada y disponible en el territorio. A partir de ahí se inicia
otra historia: la de poner manos a la obra. Toda la segunda parte del
siglo XIX fue testigo de una inmigración impetuosa integrada por
gente de trabajo desplazada del viejo continente pero también
compuesta por emprendedores de alta calificación, en algunos casos
provenientes de familias encumbradas de los países de Europa
occidental. Esos flujos representaban expectativas del más diverso
tipo que las élites europeas habían depositado en nuestras pampas.
Fue incesante la incorporación de tecnologías de mayor complejidad
y la construcción de infraestructura de transporte y portuaria. Se
daban las condiciones para la instauración de
un capitalismo agrario altamente competitivo que trajo la prosperidad
a nuestras tierras por medio de las oportunidades de negocios
derivadas de la apertura del comercio.
El
modelo funcionó aceitadamente a largo de su existencia. Se ocupó el
territorio; tomó forma la clase media; se produjo una revolución
educativa. Nuestro país creció y se desarrolló. El sistema
económico instaurado se metió de lleno en el mercado internacional.
Argentina fue conocida como el “granero del mundo”.
Las
dificultades se generaron al final del ciclo cuando cesaron las
condiciones favorables que le dieron origen. En ese momento, lo que
había sido factor de progreso, como los ferrocarriles, gran fundador
de pueblos, o el puerto de Buenos Aires, se vuelven vehículos de
atraso y exclusión. Con los años el trazado radiocéntrico de los
rieles, funcional al modelo agroexportador, en lugar de riqueza
comienza a trasladar de la periferia al centro frustraciones
familiares de un federalismo postergado para engordar los conurbanos
de la pobreza y generar un desequilibrio territorial que se ha ido
pronunciando hasta hoy1.
¿Qué
había pasado? Cuando se firmó el mencionado pacto ya Inglaterra se
abastecía en otros países de su área de influencia de la
producción que antes había facilitado acá para su provisión y el
comercio internacional. Nos sacaron la escalera y quedamos
literalmente colgados de la brocha. Un sistema altamente
competitivo había demostrado no ser sustentable. La crisis en la
que todavía estamos inmersos ya lleva durando alrededor de siete
décadas.
Vientos de cambio
Al
igual que en los momentos previos al inicio de la Organización
Nacional están madurando las fuerzas productivas. Con paquetes
tecnológicos de última generación, inversiones faraónicas en
infraestructura portuaria en Rosario y un clima internacional
favorable, el hombre de campo está demostrando una gran creatividad
y capacidad de adaptación a las condiciones globales. Argentina –ya
junto al Mercosur- vuelve a ocupar un lugar internacional de
privilegio en la producción de alimentos. Están dadas las
condiciones para el inicio del segundo ciclo largo de crecimiento
en nuestro país en la medida en que las relaciones de producción
puedan salir del encorsetamiento a las que son sometidas por las
políticas gubernamentales y ponerse en sincronía con el avance
demostrado por las mencionadas fuerzas productivas.
Existe hoy en la élite pensante argentina una gran preocupación
sobre la forma en que se puede salir de la crisis. Se da una
situación contradictoria: un crecimiento de la economía motivado
por los precios de las materias primas que produce nuestro país,
convive con millones de personas en los últimos escalones de la
pobreza. Al mismo tiempo, la situación de cierto aislamiento y
desconfianza que afectan las relaciones internacionales impiden
aprovechar más profundamente esas condiciones favorables y, sobre
todo, la venida de capitales nacionales y extranjeros para invertir y
activar aún más la economía como vienen haciendo nuestros vecinos.
Se puede decir que la economía argentina se mueve pero la pobreza se
perpetúa. Se nota la falta de políticas de estado que pongan en
marcha consensos estratégicos que transformen el crecimiento en
desarrollo.
Días
pasados apareció una nota2
sobre cómo aumentar competitivamente la ocupación de nada menos que
tres millones de personas. La atractiva propuesta presupone políticas
de estado; el desafío necesita de la continuidad y más tiempo del
que provee una gestión. Y, sobre todo, una política sostenida de
seguridad jurídica para garantizar las inversiones en los sectores
respectivos lo cual no puede ser realizado si no es sobre la base de
un acuerdo estratégica con todas las fuerzas políticas, económicas
y sociales, un ambicioso objetivo para las condiciones en que se
desenvuelve hoy la cosa pública.
Un
análisis de los diecisiete sectores propuestos para la reactivación
nos muestra que la Argentina tiene ventajas competitivas duraderas
(sustentables) en solo cuatro de ellos: cadena vitivinícola, cadena
de máquina agrícola, sectores de IT, turismo internacional. Todos
los demás pueden ser realizados en muchos otros países de la región
o de otros continentes y las ventajas competitivas que podamos tener
dependen de factores circunstanciales de mercado y de ninguna manera
exclusivos. A saber: cadena aviar (carne y huevo), cadena bovina
(carne, cuero y manufactura de cuero), cadena de carne porcina,
cadena de maíz y derivados (moliendo húmeda y seca), cadena de
trigo y derivados (harina, panificados, pastas y galletitas), cadena
de legumbres (poroto, garbanzo y arveja), cadena de productos lácteos
(leche en polvo, quesos y otros derivados), cadena de infusiones
(yerba mate y te), cadena foresto industrial (madera, manufactura de
madera, celulosa y papel), cadena de minerales metalíferos (oro y
plata), cadena de frutas (pomáceas), cadena aceitera (girasol, soja
y derivados), cadena autopartista.
La
disquisición realizada de ninguna quiere decir que debamos
permanecer cruzados de brazos o encarando solo aquellos proyectos
donde los chinos no puedan copiarnos. Pero sí se relaciona con la
forma en que concebimos el país, sobre todo al nivel micro cuando
hay que tomar decisiones como por ejemplo lo que hemos presenciado en
estos días: visualizar como la panacea una fábrica de zapatillas
deportivas en una ciudad mediana de la pampa que ocupará a miles de
trabajadores, la mayoría de la fuerza laboral disponible, con
insumos que nada tienen que ver con la zona. El emprendimiento puede
ser muy competitivo (mano de obra barata, comunidades con buenos
hábitos de trabajo, etc. aunque habitualmente son objeto de algún
tipo de subsidios), el intendente puede tener la ilusión de resolver
con un golpe mágico la desocupación del distrito o incrementar el
PBI local, pero no se puede decir que el proyecto sea sustentable (si
hay un cambio en las condiciones de contexto, lo cual no es nunca
descartable, seguramente se habrán cargado con un problema más que
con una solución como hemos visto no pocas veces).
Qué hacer
La
globalización está mostrando cosas impensadas; por ejemplo que en
materia de carnes Brasil hoy críe tres veces más vacas que la
Argentina (se podrá argüir que nuestros pastos son mejores o que
su genética no tiene lustre, pero esas son disquisiciones que corren
por nuestra cuento y poco tienen que ver con el mercado internacional
de carnes). El ejemplo, de gran sensibilidad para nosotros, es una
muestra más de la diferencia entre competitividad y sustentabilidad.
Se
sabe que la Argentina es una país con una dotación poco frecuente
de ventajas comparativas muchas de las cuales pueden transformarse en
competitivas. La disquisición -que da lugar por igual a auto elogios
desmedidos o sentimientos de frustración-, debe servir para ver la
forma en que se toman las decisiones estratégicas a todos los
niveles, país, región y sobre todo local. En la actualidad, la
situación de nuestro país, no puede ser más vulnerable. La
sustentabilidad no se alcanzará con la soja, los automóviles o el
petróleo, aunque debamos producirlos en la mayor cuantía mientras
se pueda hacerlo en forma responsable.
El
tema de la soja es elocuente. Sector altamente competitivo, la mayor
prueba de sustentabilidad sin embargo lo da el porte de las
inversiones realizadas por las siete hermanas cerealera en Rosario:
piensan quedarse muchos años (pero lo mismo se podría haber pensado
de las cuantiosas inversiones realizadas en frigoríficos a fines del
siglo XIX y principios del XX...). La soja es un paquete tecnológico
que no depende de la tierra, del agua o de la habilidad de los
agricultores; pudo ser implantada de la noche a la mañana en la
Argentina como pudo haberlo sido en otros países, como ocurrió con
los vecinos sin que tuvieran la tradición cerealera del nuestro ni
las condiciones de la pampa húmeda. Por eso la sustentabilidad de la
soja no está dada por las ventajas comparativas de nuestro país. A
la soja hay que transformarla en carnes; y a estas en productos
semielaborados o comidas precocidas, y a estas darles distinción
local por medio de la calidad, la receta y la denominación de
origen… y así de seguido hasta donde se pueda.
Cada
distrito se debe mirar a sí mismo. Ver cual es la dotación de
factores locales que pueden marcar la diferencia con emprendimientos
que se puedan insertar en forma sustentable en el mercado, sobre todo
teniendo en cuenta el tamaño. La gran empresa es vulnerable por
naturaleza; hemos visto cómo cierran o se trasladas de la noche a la
mañana dejando el tendal de desocupados y un espejo roto de
ilusiones. Esto no quiere decir que un país no deba tener grandes
empresas, pero debe saber y tener en cuenta los riesgos; sobre todo,
cuando se establece la diferencia comparativa del porte que debe
guardar una relación amigable y lógica con el entorno (en estos
días se ve la desmesura de la relación de Ledesma con Libertador
General San Martín. Un pueblo “guetizado” en medio de 300.000
hectáreas; una empresa que no ha sido capaz de ceder dos manzanas
para que los vecinos puedan enterrar a sus muertos…)
Ing. Alberto Ford
Ringuelet, Agosto de 2011
1
El caso del puerto de
Buenos Aires es patético: adecuado para paquebotes con turistas
dispuestos a consumir los bienes culturales de Buenos Aires está
atiborrado de conteiners que podrían ser manipulados en los
excelentes puertos marítimos bonaerenses y patagónicos. El otro
día una nota saludaba la vuelta del ferrocarril al puerto de Buenos
Aires porque había traído por ese medio polietileno producido en
el polo petroquímico de Bahía Blanca para embarcarlo hacia Brasil
(¡?)
2
Ver
Orlando Ferreres, La Nación, 29 de julio de 2011. La nota fue
elaborada con datos provistos por la Fundación Mediterránea.
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