viernes, 30 de agosto de 2019


¿La competitividad es siempre sustentable?


El primer ciclo largo de crecimiento económico iniciado con la presidencia de Mitre en 1862 se caracterizó por su competitividad. Se puso en marcha un sistema de producción con técnicas modernas, hubo demanda para las cosechas y carnes de las pampas y, lo principal, se podía exportar libremente. Configurando lo que se denominó un modelo agroexportador, ese proceso situó a la Argentina en el primer plano de la consideración internacional como proveedor de alimentos; duró siete décadas: cesó abruptamente con la firma del pacto Roca Runciman el 1 de mayo de 1933. Es un buen espejo para mirarnos, sobre todo ahora que las nuevas condiciones globales están mostrando una creciente y previsiblemente duradera demanda de proteínas, características de mercado que conllevan para nuestro país promisorias oportunidades en el mediano y largo plazo.

Cómo fue ese primer ciclo y porqué germinó

Durante gran parte del siglo XIX los procesos de industrialización determinaron en el viejo continente una intensificación de la urbanización con fuertes impactos. Por un lado, ese trasiego de fuerza de trabajo afectó la producción agraria lo que trajo aparejado dificultades para satisfacer la provisión de alimentos; por el otro, la incrementada población en las ciudades, atraída por posibilidades de trabajo, se encontraba continuamente jaqueada por el aumento de la productividad derivado del desarrollo tecnológico. Al mismo tiempo, con el avance de las comunicaciones, crecía la posibilidad de resolver en lugares distantes la agricultura y de paso facilitar una salida para los excedentes de población. Se daban así las condiciones para la puesta en marcha de procesos migratorios tendientes resolver los desequilibrios, transitorios o no, derivados de los cambios mencionados. Así, por sus características, nuestra pampa húmeda se mostró como un receptor potencial de esos flujos de europeos laboriosos por lo que en unas pocas décadas dejó de ser un desierto inhóspito para transformarse en un vergel.

El modelo que se puso en marcha tuvo su periodo de gestación durante el largo interregno rosista; años que se caracterizaron por la desconfianza y el aislamiento como consecuencia del conflictivo trato que nuestro país mantuvo con las naciones europeas más importantes. Sin embargo, es dable verificar en ese oscuro periodo de la historia argentina la presencia de por lo menos cinco factores luego claves para el inicio del proceso de modernización: los ingresos de la genética vacuna y ovina, todo tipo de oficios por medio de una inmigración no masiva pero calificada y ad-hoc, prácticas comerciales competitivas, herramental y técnicas como por ejemplo el alambrado y, sobre todo, la adquisición de un exhaustivo conocimiento del territorio y sus costumbres a cargo de calificados hombres de ciencia del nivel de Darwin. Esas potencialidades durante el rosismo se encontraban encorsetadas por la falta de posibilidades prácticas de realización. Las fuerzas productivas se liberan cuando se normalizan las relaciones externas y el mundo de ese entonces recobra la confianza en nuestro país.

Mitre asume la presidencia con una dotación de factores plenamente instalada y disponible en el territorio. A partir de ahí se inicia otra historia: la de poner manos a la obra. Toda la segunda parte del siglo XIX fue testigo de una inmigración impetuosa integrada por gente de trabajo desplazada del viejo continente pero también compuesta por emprendedores de alta calificación, en algunos casos provenientes de familias encumbradas de los países de Europa occidental. Esos flujos representaban expectativas del más diverso tipo que las élites europeas habían depositado en nuestras pampas. Fue incesante la incorporación de tecnologías de mayor complejidad y la construcción de infraestructura de transporte y portuaria. Se daban las condiciones para la instauración de un capitalismo agrario altamente competitivo que trajo la prosperidad a nuestras tierras por medio de las oportunidades de negocios derivadas de la apertura del comercio.

El modelo funcionó aceitadamente a largo de su existencia. Se ocupó el territorio; tomó forma la clase media; se produjo una revolución educativa. Nuestro país creció y se desarrolló. El sistema económico instaurado se metió de lleno en el mercado internacional. Argentina fue conocida como el “granero del mundo”.

Las dificultades se generaron al final del ciclo cuando cesaron las condiciones favorables que le dieron origen. En ese momento, lo que había sido factor de progreso, como los ferrocarriles, gran fundador de pueblos, o el puerto de Buenos Aires, se vuelven vehículos de atraso y exclusión. Con los años el trazado radiocéntrico de los rieles, funcional al modelo agroexportador, en lugar de riqueza comienza a trasladar de la periferia al centro frustraciones familiares de un federalismo postergado para engordar los conurbanos de la pobreza y generar un desequilibrio territorial que se ha ido pronunciando hasta hoy1.

¿Qué había pasado? Cuando se firmó el mencionado pacto ya Inglaterra se abastecía en otros países de su área de influencia de la producción que antes había facilitado acá para su provisión y el comercio internacional. Nos sacaron la escalera y quedamos literalmente colgados de la brocha. Un sistema altamente competitivo había demostrado no ser sustentable. La crisis en la que todavía estamos inmersos ya lleva durando alrededor de siete décadas.

Vientos de cambio

Al igual que en los momentos previos al inicio de la Organización Nacional están madurando las fuerzas productivas. Con paquetes tecnológicos de última generación, inversiones faraónicas en infraestructura portuaria en Rosario y un clima internacional favorable, el hombre de campo está demostrando una gran creatividad y capacidad de adaptación a las condiciones globales. Argentina –ya junto al Mercosur- vuelve a ocupar un lugar internacional de privilegio en la producción de alimentos. Están dadas las condiciones para el inicio del segundo ciclo largo de crecimiento en nuestro país en la medida en que las relaciones de producción puedan salir del encorsetamiento a las que son sometidas por las políticas gubernamentales y ponerse en sincronía con el avance demostrado por las mencionadas fuerzas productivas.

Existe hoy en la élite pensante argentina una gran preocupación sobre la forma en que se puede salir de la crisis. Se da una situación contradictoria: un crecimiento de la economía motivado por los precios de las materias primas que produce nuestro país, convive con millones de personas en los últimos escalones de la pobreza. Al mismo tiempo, la situación de cierto aislamiento y desconfianza que afectan las relaciones internacionales impiden aprovechar más profundamente esas condiciones favorables y, sobre todo, la venida de capitales nacionales y extranjeros para invertir y activar aún más la economía como vienen haciendo nuestros vecinos. Se puede decir que la economía argentina se mueve pero la pobreza se perpetúa. Se nota la falta de políticas de estado que pongan en marcha consensos estratégicos que transformen el crecimiento en desarrollo.

Días pasados apareció una nota2 sobre cómo aumentar competitivamente la ocupación de nada menos que tres millones de personas. La atractiva propuesta presupone políticas de estado; el desafío necesita de la continuidad y más tiempo del que provee una gestión. Y, sobre todo, una política sostenida de seguridad jurídica para garantizar las inversiones en los sectores respectivos lo cual no puede ser realizado si no es sobre la base de un acuerdo estratégica con todas las fuerzas políticas, económicas y sociales, un ambicioso objetivo para las condiciones en que se desenvuelve hoy la cosa pública.

Un análisis de los diecisiete sectores propuestos para la reactivación nos muestra que la Argentina tiene ventajas competitivas duraderas (sustentables) en solo cuatro de ellos: cadena vitivinícola, cadena de máquina agrícola, sectores de IT, turismo internacional. Todos los demás pueden ser realizados en muchos otros países de la región o de otros continentes y las ventajas competitivas que podamos tener dependen de factores circunstanciales de mercado y de ninguna manera exclusivos. A saber: cadena aviar (carne y huevo), cadena bovina (carne, cuero y manufactura de cuero), cadena de carne porcina, cadena de maíz y derivados (moliendo húmeda y seca), cadena de trigo y derivados (harina, panificados, pastas y galletitas), cadena de legumbres (poroto, garbanzo y arveja), cadena de productos lácteos (leche en polvo, quesos y otros derivados), cadena de infusiones (yerba mate y te), cadena foresto industrial (madera, manufactura de madera, celulosa y papel), cadena de minerales metalíferos (oro y plata), cadena de frutas (pomáceas), cadena aceitera (girasol, soja y derivados), cadena autopartista.

La disquisición realizada de ninguna quiere decir que debamos permanecer cruzados de brazos o encarando solo aquellos proyectos donde los chinos no puedan copiarnos. Pero sí se relaciona con la forma en que concebimos el país, sobre todo al nivel micro cuando hay que tomar decisiones como por ejemplo lo que hemos presenciado en estos días: visualizar como la panacea una fábrica de zapatillas deportivas en una ciudad mediana de la pampa que ocupará a miles de trabajadores, la mayoría de la fuerza laboral disponible, con insumos que nada tienen que ver con la zona. El emprendimiento puede ser muy competitivo (mano de obra barata, comunidades con buenos hábitos de trabajo, etc. aunque habitualmente son objeto de algún tipo de subsidios), el intendente puede tener la ilusión de resolver con un golpe mágico la desocupación del distrito o incrementar el PBI local, pero no se puede decir que el proyecto sea sustentable (si hay un cambio en las condiciones de contexto, lo cual no es nunca descartable, seguramente se habrán cargado con un problema más que con una solución como hemos visto no pocas veces).

Qué hacer

La globalización está mostrando cosas impensadas; por ejemplo que en materia de carnes Brasil hoy críe tres veces más vacas que la Argentina (se podrá argüir que nuestros pastos son mejores o que su genética no tiene lustre, pero esas son disquisiciones que corren por nuestra cuento y poco tienen que ver con el mercado internacional de carnes). El ejemplo, de gran sensibilidad para nosotros, es una muestra más de la diferencia entre competitividad y sustentabilidad.

Se sabe que la Argentina es una país con una dotación poco frecuente de ventajas comparativas muchas de las cuales pueden transformarse en competitivas. La disquisición -que da lugar por igual a auto elogios desmedidos o sentimientos de frustración-, debe servir para ver la forma en que se toman las decisiones estratégicas a todos los niveles, país, región y sobre todo local. En la actualidad, la situación de nuestro país, no puede ser más vulnerable. La sustentabilidad no se alcanzará con la soja, los automóviles o el petróleo, aunque debamos producirlos en la mayor cuantía mientras se pueda hacerlo en forma responsable.

El tema de la soja es elocuente. Sector altamente competitivo, la mayor prueba de sustentabilidad sin embargo lo da el porte de las inversiones realizadas por las siete hermanas cerealera en Rosario: piensan quedarse muchos años (pero lo mismo se podría haber pensado de las cuantiosas inversiones realizadas en frigoríficos a fines del siglo XIX y principios del XX...). La soja es un paquete tecnológico que no depende de la tierra, del agua o de la habilidad de los agricultores; pudo ser implantada de la noche a la mañana en la Argentina como pudo haberlo sido en otros países, como ocurrió con los vecinos sin que tuvieran la tradición cerealera del nuestro ni las condiciones de la pampa húmeda. Por eso la sustentabilidad de la soja no está dada por las ventajas comparativas de nuestro país. A la soja hay que transformarla en carnes; y a estas en productos semielaborados o comidas precocidas, y a estas darles distinción local por medio de la calidad, la receta y la denominación de origen… y así de seguido hasta donde se pueda.

Cada distrito se debe mirar a sí mismo. Ver cual es la dotación de factores locales que pueden marcar la diferencia con emprendimientos que se puedan insertar en forma sustentable en el mercado, sobre todo teniendo en cuenta el tamaño. La gran empresa es vulnerable por naturaleza; hemos visto cómo cierran o se trasladas de la noche a la mañana dejando el tendal de desocupados y un espejo roto de ilusiones. Esto no quiere decir que un país no deba tener grandes empresas, pero debe saber y tener en cuenta los riesgos; sobre todo, cuando se establece la diferencia comparativa del porte que debe guardar una relación amigable y lógica con el entorno (en estos días se ve la desmesura de la relación de Ledesma con Libertador General San Martín. Un pueblo “guetizado” en medio de 300.000 hectáreas; una empresa que no ha sido capaz de ceder dos manzanas para que los vecinos puedan enterrar a sus muertos…)



Ing. Alberto Ford


Ringuelet, Agosto de 2011
1 El caso del puerto de Buenos Aires es patético: adecuado para paquebotes con turistas dispuestos a consumir los bienes culturales de Buenos Aires está atiborrado de conteiners que podrían ser manipulados en los excelentes puertos marítimos bonaerenses y patagónicos. El otro día una nota saludaba la vuelta del ferrocarril al puerto de Buenos Aires porque había traído por ese medio polietileno producido en el polo petroquímico de Bahía Blanca para embarcarlo hacia Brasil (¡?)

2 Ver Orlando Ferreres, La Nación, 29 de julio de 2011. La nota fue elaborada con datos provistos por la Fundación Mediterránea.

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