Crisis
global: presente, futuro… y pasado. Ing.
Alberto Ford.
Introducción
El
trabajo tiene una estructura de bucle cibernético. Arranco desde el
presente, tiendo un lazo treinta años atrás, me doy un respiro, y
regreso a lo largo de un trayecto que me pone nuevamente en el punto
de partida, es decir, el presente. A partir de aquí, pero hacia el
futuro, lanzo la plomada como en el casting....
Abordo
básicamente al proceso abierto en EEUU el año pasado que derivó en
una crisis global con la cual, a pesar de algunos pronósticos
optimistas, tendremos que convivir algún tiempo; indago en los foros
de consenso de los ’70 sobre el establecimiento de normas, patrones
y procedimientos que estarían siendo aplicados en la presente
crisis; hago un vuelo de pájaro sobre los sorprendentes cambios
ocurridos en las últimas décadas; y finalmente propongo algunos
escenarios para el futuro cercano.
Todo
bucle puede ser cortado con una tijera en cualquiera de sus puntos
para comenzar a recorrerlo desde ahí. Es decir, el trabajo puede ser
leído según una secuencia convencional, desde el principio al fin,
o de cualquier otra forma. La tesis del opúsculo es que estamos
viviendo un cambio de tipo epocal, metafóricamente un alumbramiento,
igual que en el nacimiento de la vida humana: un antes, los nueves
meses de la vida en el seno materno, y un después, desde el parto
hasta el final de los días. Según ese punto de vista no habría que
hablar del fin de la historia como hizo Fukuyama sino apenas del fin
de la prehistoria.
1.
Desarrollo de la crisis y respuestas
Con
la caída, en septiembre de 2008, del gigante Lehman Brothers y otros
bancos emblemáticos de Wall Street, se desata la crisis. De
inmediato, el 15 de noviembre en Washington, se convocaron los países
componentes del G-20 que se ha transformado en menos de un año en
una especie de fórmula 1 (con escuderías de vanguardia) de la
gobernabilidad mundial, y del que forma parte la Argentina desde su
nacimiento en la década de los ’90.
El
G-20 reúne 19 países más la Unión Europea que tienen una o más
de las siguientes cinco características: países industrializados,
productores de alimentos, dueños de reservas energéticas,
poseedores de grandes mercados, con potencial liderazgo geopolítico
regional; además, se ha buscado un aceptable equilibrio entre los
continentes. Así, la presencia de los denominados “emergentes”
no responde a una graciosa concesión de los países desarrollados
sino a consideraciones ligadas a una agenda estratégica cuyos
contenidos se van revelando día a día con creciente nitidez.
Ante
la cercanía del crac, en las deliberaciones primaron inicialmente
los temas económicos y financieros, pero estos fueron perdiendo peso
específico en las sucesivas cumbres -sobre todo a partir de las
instrucciones precisas y traslado de roles por parte del G-20 con
respecto al FMI y las reuniones de ministros de economía y
presidentes de bancos centrales.
Cuatro
meses más tarde, el 2 de abril de este año en Londres, se realizó
la siguiente cumbre del G-20. Otros temas, cuya relación con la
crisis eran en apariencia de tipo más indirecto, estaban indicando
que la gestión del G-20 comenzaba a perfilarse como totalizadora en
materia de contenidos y alcance. En su declaración final se afirma
que “…un
plan global para la recuperación debe centrarse en las necesidades y
los puestos de trabajo de las familias que trabajan con ahinco, no
solo en los países desarrollados sino también en los mercados
emergentes y en los países más pobres del mundo, y debe reflejar
los intereses no sólo de la población actual, sino también de las
generaciones futuras…”
Finalmente,
en una secuencia de ritmo inusitado para cumbres mundiales, el G-20
se reunió hace unos días, el 24 de septiembre en Pittsburgh. En sus
conclusiones cobran cuerpo otros temas; por ejemplo, las cuestiones
laborales por las que se le asigna un nuevo rol a la OIT y a los
ministros de trabajo que se reunirán el año que viene. En el caso
del cambio climático, la madre de todas las negociaciones en curso,
todo se deriva hacia la cumbre de Copenhague que, en diciembre de
este año, deberá establecer las bases para la sucesión del
protocolo de Kyoto que expira en 2012. Como se ve en estos tres
casos, y todo indica que será una modalidad a implementar con otros
temas de la agenda global, el G-20 producirá una delegación de
roles con pautas precisas hacia organismos o espacios ad-hoc de
tratamiento específico de las temáticas. Así, el G-20 se
transforma en una especie de mesa examinadora de la performance de
sus instituciones delegadas.
Habrá,
sin embargo, cuestiones que merecerán una atención directa del
G-20: el cometido impostergable de sacar a África del pantano e
ingresarla al mercado global del consumo masiva y, paralelamente, lo
atinente a la gobernabilidad mundial en cuanto a su
institucionalización. Al respecto, ya se ha decidido que el G-7/8 de
paso al G-20. Fue el ex-presidente Wolfensohn del Banco Mundial quien
en su oportunidad enfatizó que “es hora de que el G-20 reemplace
al viejo G-7"; pero lo más inesperado en ese sentido surgió
por fuera del grupo aunque con una sincronía y consonancia
indisimulables: para el Papa Benedicto XVI "se necesita una
nueva y verdadera autoridad política mundial, que pueda crear un
nuevo orden político, jurídico y económico global, capaz de
conducir la economía hacia una cooperación internacional para el
desarrollo solidario de todos los pueblos. Sin el establecimiento de
esta nueva autoridad política, no se puede conducir la
globalización… hacia una nueva civilización y una sociedad más
humana”. (Veritas in Caritate, 29 de junio de 2009). Al mismo
tiempo, en la reunión anual de la Comisión Trilateral realizada en
Tokio en abril de 2009, Henry Kissinger declaró que “…la crisis
financiera internacional puede ayudar a la creación de un orden
político internacional… para que un liderazgo político
(colectivo) pueda desarrollarse, esta es una circunstancia
favorable”. Referido al continente negro, las evidencias de su
potencial protagonismo se orientan a 2010 coincidiendo con la
realización del mundial de fútbol. Vulnerables, países pobres,
pobreza, inclusión (se habla de una “dimensión social de la
globalización), micro financiación, seguridad alimentaria,
Objetivos de Desarrollo del Milenio, son menciones recurrentes en las
declaraciones del G-20 que indican que se está entrando raudamente
en una nueva fase del desarrollo planetario: el de la globalización
por abajo.
Llegado
a este punto de la exposición me encuentro ante un nudo
conceptual
que es difícil desatar sin una suficiente distancia de los hechos o
explicar sin correr el riesgo de escribir mucho porque se entiende
poco. Es el siguiente. Lo primero que salta a la vista es que ante
una debacle de proporciones inéditas se ha producido una respuesta
rápida, ordenada y con un grado de estructuración que no puede ser
conseguida de un día para otro por más que el tablero de comando
esté donde está. Aquí caben dos opciones: o las decisiones en los
más altos niveles globales han alcanzado un grado de eficacia que no
ha sido visto en oportunidades anteriores (por ejemplo en la guerra
de Irak), o desatada la crisis no han hecho más que desplegar los
alerones con respuestas de manual. Para la primera alternativa hay
que dejar pasar el tiempo y comparar; para la dos, se abren tres
ramas en el árbol de las deducciones: una crisis inducida como se
suele sugerir, la crisis no fue prevista, o se la vio venir y no se
hizo nada para pararla o morigerar sus efectos. Si fue inducida es
indemostrable; la segunda opción es difícil de concebir ante la
disponibilidad de sofisticados mecanismos de alerta temprana; para
ponderar la tercera habría que revisar la literatura ad hoc (por
ejemplo Porter y la noción de “destrucción creadora” para ver
el papel que puede jugar una desestabilización, una “fluctuación
aleatoria de variedad” según la terminología específica de
dinámica de los sistemas) o detenerse a meditar sobre el pictograma
chino de crisis… Para tener algo de (retro) perspectiva, miremos un
poco más atrás. Lo que pasó después de que el hombre puso el pie
en la luna.
2. Fuentes de consenso
En
los ’70 hicieron ruido los foros de consenso, una diversidad de
espacios generados en los más altos niveles del poder de decisión
mundial con el fin de diagnosticar problemas comunes y proponer
medidas de solución con relación a los temas principales de la
agenda internacional. Esos foros actuaron por encima de los gobiernos
y los influenciaron; ello se volvía posible por el rango de los
participantes aunque sus funciones gubernamentales hayan sido previas
o posteriores, pero no (seguramente por norma) simultánea al
funcionamiento de los foros. Por ejemplo, el presidente Carter de los
EEUU que participó de ella hasta el momento de asumir, dijo que su
gobierno estaba formado por cuadros provenientes de la Comisión
Trilateral. Como era de esperar, la inesperada revelación encendió
la imaginación de quienes vieron en la CT un gobierno mundial en las
sombras acusación que provocó, contrario
sensu,
la reacción de los que reivindicaban la transparencia del sistema
democrático, atribuyendo a los primeros una visión conspirativa.
Tampoco se manifestó, por parte de ese y otros foros, un excesivo
interés en abrirse al gran público1
y lo poco que se supo no tuvo demasiado eco en el periodismo ni en
los medios académicos. En conclusión, en ese fuego cruzado, las
ideas en debate pasaron inadvertidas, y los foros fueron a ocupar, en
el universo de las significaciones, los lugares más apartados. Sin
embargo, lo
ahí resuelto hace treinta años fue influenciando los acontecimiento
ulteriores hasta nuestros días con puntos de vista que se han hecho
sentir incluso con relación a la crisis desatada en el 2008.
Nombres
no tan difundidos como el Círculo Bildelberg del príncipe Bernardo
de Holanda, The Brooking Institution y el Consejo de Relaciones
Exteriores de EEUU, el Real Instituto de Asuntos Internacionales en
Inglaterra y otros de más renombre entre nosotros como el Club de
Roma creado por el eminente humanista Aurelio Peccei, que vivió
muchos años en Buenos Aires al frente de la FIAT, y la Comisión
Trilateral como expresión de la creciente interdependencia, fueron
espacios de reflexión y adopción de consensos entre actores, temas,
metodologías y escenarios que, en su conjunto, reflejaron la
problemática, puntos de vista, estados de ánimo y la voluntad de
acción de la década de los setenta2.
En
este caso nos interesa la correlación existente entre los contenidos
de esos foros y los que se mostraron en la actualidad, treinta años
después. Hay igualdades y diferencias. Entre estas, se puede decir
que aquellos foros fueron de generación, mientras que los actuales
lo son de aplicación. La otra es que en aquellos foros participaron
personas fuera del ejercicio del poder, en
ese momento;
en los actuales, participan los jefes de estado. Aquel fue más
discreto, este a la luz del día. Pero es curioso ver, al repasar los
documentos fundacionales, la existencia de temas coincidentes hasta
en las propuestas.
Sin
duda los 30 años transcurridos desde los informes fundacionales de
fines de los ’70 no han pasado en vano. Hay temas que en ese
momento eran urticantes. Cuestiones como la paz, la carrera
armamentista, la bipolaridad, el petróleo, que desvelaban a las
élites, han dado lugar en la actualidad a otras como las del cambio
climático, las energías alternativas, la producción verde o
limpia, y una cantidad de aspectos de los manejos económicos y
financieros que hicieron eclosión con la crisis desatada el año
pasado. Pero un sustrato básico del espíritu y los contenidos de
las deliberaciones de aquellos años hoy se manifiestan de una manera
similar, salvo que hoy están todos los que deben estar sentados a
una misma mesa.
3.
Cuatro décadas de globalización
El
motor de los cambios fueron los adelantos científicos y tecnológicos
que comenzaron en la segunda guerra mundial y alcanzaron su cénit en
los setenta. Y de todos ellos descolló la computación, que motorizó
el resto: las comunicaciones, la genética y, sobre todo, el
desarrollo de una parafernalia tecnológica que por primera vez en la
historia de la humanidad hizo posible una capacidad productiva
potencial de proteínas vegetales y animales suficiente para una
dieta balanceada. Otro tanto ocurrió con la producción de bienes y
servicios cuya oferta superaba a la demanda. El problema de la
subsistencia dejaba de ser por primera vez una cuestión de recursos
insuficientes; ahora disponibles, se trataba de organizar la
provisión de los mismos, un objetivo aun pendiente.
Sin
embargo, la algarabía que provocó en las elites del capitalismo la
llegada a la luna no les impidió ver que gran parte del aparato
productivo estaba basado no en la innovación sino en el petróleo
barato. Alumbra así la crisis del petróleo en 1974 cuando los
jeques ponen su precio por las nubes. Se da una cadena de relaciones
causales cuyos efectos se prolongaron a través de los años hasta
llegar a nosotros a través de la deuda externa. Las cosas ocurrieron
así. El aumento del precio del petróleo produce dos efectos: una
gran liquidez y un acelerado proceso de obsolescencia de la industria
subsidiada. La corriente de dólares generada se dirigió al mundo
desarrollado en forma de activos depositados en grandes bancos,
compra de empresas (en ese momento los árabes compraron Mercedes
Benz) e inversiones de todo tipo, en particular, inmobiliarias. Los
bancos superlíquidos comenzaron a prestar a países en vías de
desarrollo como la Argentina cuyo endeudamiento fue condicionando su
evolución económica. Muchas empresas quedan en el camino. Se
produce una modernización acelerada del capitalismo y,
paralelamente, una crisis del socialismo real. En ese marco ocurren
reacomodamiento geopolíticos. Los acuerdos de Nixon con Mao para
transferir masivamente a China la producción de media y baja
tecnología, aprovechando la disciplina del comunismo de guerra. Y en
la ex-URSS la aparición de los síntomas de la renovación que
implosionaría en la década siguiente. Pero para dar paso a la
innovación había que desembarazarse de toda la estructura reactiva.
Los consensos alcanzados en los ’70 no pasarían de ser una sarta
de buenas intenciones sin antes producir un desmonte adecuada para
efectivizarlos. Sería la vieja derecha remozada bajo la denominación
de neo conservadora la encargada de la demolición. Reagan detrás
de la delirante “guerra de las galaxias” (desesperadamente
resistida por los soviéticos) esconde lo que menos se podía esperar
de él: la desactivación progresiva del complejo militar industrial.
Tatcher arremete contra los cimientos de la vieja Albión.
Latinoamérica,
que se ve sometida a la alternancia sincrónica de oleadas
democráticas y dictatoriales, tuvo su propia receta en el llamado
Consenso
de Washington,
implementado a través de los organismos financieros internacionales
como el programa económico que los países del continente debían
aplicar para impulsar el crecimiento en los ’90. Entre
nosotros, los que siguieron y los que no siguieron a Menem, fiel
ejecutor de esas directivas, se toparon con la sorpresa inesperada de
la destrucción del vetusto estado empresario eufemísticamente
llamado benefactor sin nada a cambio.
Entre
1989 y 1991 se produce la caída del muro de Berlín y la
desaparición impiadosa de la Unión Soviética: una sorpresa
mayúscula en general aunque especialmente impactante sobre el
alicaído ánimo de los partidarios del socialismo real. El mundo
bipolar, da lugar a la supuesta unipolaridad. Pierde sentido la
carrera armamentista, se dan las condiciones para el inicio de un
progresivo desarme de las superpotencias. La garantía de la paz
comienza a ser factible. En la pulseada internacional se dan nuevas e
insólitas condiciones tendientes a la cooperación.
Reaparece
con fuerza en la agenda la cuestión ambiental; Rio ‘92 es una
expresión de ello. Por primera vez se comienza a negociar en torno
al clima otrora cuestión intratable por la necesidad de un abordaje
unificado a nivel global y, tal vez, por su posición enigmática en
el terreno de la carrera armamentista. Se firma el Convenio Marco de
las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Continúan
las reuniones, farragosas pero urgentes, y en los años siguientes
pasa a ser el tema clave de la globalización por su carácter
omnímodo. Ningún otra tema de la agenda global tenía (y lo seguirá
teniendo) un carácter tan abarcativo y decisivo al nivel de toda la
biosfera. La firma del Protocolo de Kyoto en 1997 marcó un hito
importante en esa cadena de negociaciones. Por esos años los EEUU
comenzaron a ser vistos como un “imperio”, una denominación
acuñada por un best
seller
tomada rápidamente por académicos, políticos y comunicadores, pero
que los hechos recientes han demostrado que fue desacertada.
La
informática llega al hogar; pasa a ser tan importante y extendida
como lo fue la TV en su momento. Pero en este caso, por ser una
tecnología interactiva y no boba, se lo ve como una herramienta de
nuevo tipo, sobre todo por lo que se conoce en cuanto a su incidencia
en todas las ramas del saber. Las comunicaciones ya se realizaban en
“tiempo real” por el cual un estimulo en cualquier lugar del
planeta a través de los medios telemáticos, recibe respuesta
simultánea en cualquier otro. Aparece la noción de aldea global
dando a entender la cercanía que impera. Se producen cambios en la
vida de las personas alcanzando sus componentes cotidianos como la
vestimenta, la comida y las costumbres, en particular, los hábitos
sexuales en los que se generaliza la diversificación.
En
el plano política luego de 200 años se pone en tela de juicio la
vigencia del estado nación al que se lo ve demasiado grande para
algunas cosas y demasiado limitado para otras. La Unión Europea es
un paso estratégico en ese sentido con un proceso paulatino pero
creciente de centrifugación de roles de gestión nacional hacia
arriba (la UE) y hacia abajo, las meso y microrregiones (algunas de
las cuales son ya transfronterizas cuestionando de hecho la vigencia
de la soberanía nacional; ver al respecto www.crpm.org).
Espasmódicas intervenciones militares como las de medio oriente,
aparte de los fines comerciales que persiguen, tienen un claro
resultado de remover obstáculos nacionales (producto de las
artificiales divisiones producidas luego de la primera guerra
mundial) para la macro regionalización en torno a la cuenca del Mar
Negro.
Finalmente
entramos en el siglo XXI con la continuación del proceso de remoción
y derrumbe, sobre todo en el distrito de Wall Street, uno de los
centros de las finanzas mundiales. Crecen los grandes mercados, sobre
todo China e India. La clase media mundial, un tercio de la población
hace 15 años, ha llegado a ser hoy dos tercios (¡), merced sobre
todo a los cambios producidos en esos dos grandes países que
condensan casi el 35 % de la raza humana. ¿Y de aquí en más?
4.
Imaginar y construir el futuro
Igualdad
de oportunidades para que todos seamos distintos.
Hay
distintas maneras de pararse frente al futuro. En este caso trabajo
con la ayuda de lo que se denomina “hipótesis deductiva”.
Partiendo de una generatriz –los foros de los setenta y su
proyección actual- postulo que los
consensos de las élites generan tendencias con capacidad de crear y
direccionar realidad (proclividad) según
un juego conflictivo de intereses que son resueltos por las
relaciones de fuerza. Tomaré escenarios3
a dos niveles: global y local.
La
crisis va a continuar por unos años.
Salir de la crisis no depende solo del crecimiento, sobre
todo si desprendemos la noción de crisis y su forma de ponderarla de
indicadores de tipo financieros y económicos, que son sus
manifestaciones epidérmicas como la fiebre en un enfermo. La
crisis obra de herramienta de transformación; es un factor
reconfigurante que está actuando sobre lo que aquí está juego: un
cambio epocal, una mutación de eras, una puesta en tela de juicio
del conjunto
del hábitat terrestre. El mundo se dirige estratégicamente a un
cambio profundo de tipo geopolítico, es decir, vinculado
directamente con una visión multidireccional del territorio.
La
visión radio céntrica de una multipolaridad móvil, según la
importancia relativa en cada momento de los nodos (Nueva York,
Londres, Moscú, etc.), va dando paso a otra forma de ver el planeta:
la configuración reticular, de trama y urdimbre, donde las
vinculaciones se establecen en forma directa sin pasar por nodos de
poder. Un caso: nuestra vinculación con África ya se está
estableciendo en forma directa sin pasar por Europa. El “sur-sur”
irá creciendo en forma inexorable.
Otro
aspecto es el referido a la crisis de escala del estado-nación. A
todos los niveles –macro, meso y micro- se irán produciendo
regionalizaciones, poniendo en cuestionamiento una disposición de
más de dos siglos que ha llegado a su techo. La relación de los
pueblos con el ecosistema se irá dando según un juego de
identidades que el estado nación no supo resolver como lo muestra la
larga lista de conflictos de minorías en todos los continentes. En
las próximas décadas lo nacional se irá confinando paulatina e
inexorablemente al plano de lo simbólico; como del imperio romano
solo quedarán las ruinas.
Al
interior de las nuevas territorializaciones, se acelerarán los
cambios en la dirección de lo que se denomina producción limpia o
verde. Una transformación de alcance mayor a la primera y segunda
revolución industrial irá afectando de mayor a menor todo el
quehacer de las personas hasta llegar a los ámbitos micro. Las
negociaciones de cambio climático, en particular las que desemboquen
en Copenhague en diciembre, irán marcando el rumbo de un tránsito
acelerado en la dirección de un nuevo paradigma productivo al nivel
de todo el planeta, sin excepciones. Estas nuevas diagramaciones
presupondrán acomodamientos demográficos, descentralizaciones, y
una mayor relación entre la producción del insumo y el agregado de
valor, en un esquema de mercados globalizados. El tema de la
educación aquí es básico como así también la diversificación de
las capacidades laborales para dar respuesta a los nuevos
requerimientos.
El
mundo que viene en lo inmediato debe ser entendido en clave africana;
no tanto por el volumen de las transacciones o la cooperación en la
que se pueda ver involucrado el continente negro –compatibles con
la lógica y el porte de sus realidades- sino por la proyección de
significados: desarrollar –no solo “hacer crecer”- a África
(Haití en nuestro continente) significa ante los ojos del mundo que
la globalización ha comenzado a tomar forma por
abajo.
Las inequidades corrientes a la vista de todos no pueden ser
toleradas más allá de un punto. Además una cuestión de interés:
todas las personas son bocas de consumo para una producción mundial
potencialmente ilimitada y que solo necesita “construir mercados”.
Otro
aspecto clave es el de la gobernabilidad
mundial.
En los próximos años se irán produciendo en este sentido
transformaciones que no encajan con nuestros actuales puntos de
vista, algunas de cuyas manifestaciones iniciales hemos visto en este
trabajo. Todos los conflictos regionales y las figuras capaces de
generar rispideces políticas o económicas (China, Venezuela, Irán,
Israel, etc.), en perspectiva obrarán de factores reguladores de las
transformaciones según la lógica de una ingeniería derivada de la
dinámica de sistemas.
En
el mundo global, la noción de mercado
es clave. Es la forma de organización social y productiva que
permite poner en movimientos las mejores cualidades de las personas y
hacerlas crecer socialmente. Implica asumir riesgos, plantearse
desafíos, sentirse pleno con los logros y aportar al bienestar común
esos sentimientos de autoestima y satisfacción. Es la organización
que permite poner en evidencia lo ineficiente y evitar el macaneo y
la hipocresía. Lamentablemente no todos los ciudadanos estarán en
condiciones de dar la batalla ni el sistema económico ofrecerá por
mucho tiempo las opciones necesarias para ello.
Se
tiende a la equidad
por
razones morales y una cuestión de autointerés de los productores.
La distribución de la riqueza debe entenderse como una disposición
universal de las mejores opciones para el crecimiento personal y
familiar. El tema de la re
inclusión
social por medio del trabajo productivo, y la protección
para los más débiles, será motivo creciente de políticas
estatales que el mercado por sí mismo no puede resolver. El tema del
consumo racional y no compulsivo tendrá que ver cada vez más con el
bienestar de las familias y las prácticas participativas. Hay una
acción de regulación estatal que es insoslayable (como enseña la
cibernética todo sistema se autorregula pero por medio de la
destrucción o la parálisis lo que es inaceptable cuando hay
personas involucradas). Para ello, el estado se irá desestructurando
progresivamente para que pueda cumplir sus funciones en mejores
condiciones con la ayuda de las nuevas tecnologías de la gestión y
las comunicaciones.
La
Argentina no es una isla y mucho menos ahora que el G-20 del cual
forma parte ha pasado a ser el rector de la marcha de la
globalización. La famosa frase de Helio Jaguaribei
-a quien reiteradamente se le escamotea la autoría- que habla del
“éxito fatal” de la Argentina, ha dado lugar a tantas mofas que
se ha impedido reflexionar sobre sus significados. La cosa es más
compleja… y riesgosa.
Efectivamente,
Argentina está ingresando en estos tiempos en su segundo ciclo largo
de crecimiento luego del primero, agro exportador, atribuido en sus
grandes líneas al papel rector de la generación del ’80. Ese
modelo, que duró algo más de setenta años, desde 1860 hasta la
década del treinta del siglo pasado, tuvo su fase de alistamiento ya
desde los años ’20 del siglo XIX coincidente con los desórdenes
institucionales que precedieron la llegada de Rosas a la gobernación
de Buenos Aires.
En
el momento de mayor enfrentamiento de Buenos Aires con las potencias
coloniales dominantes –los años ’30 y ’40 del siglo XIX- se
producían dos fenómenos complementarios: 1) a través de una
inmigración incipiente pero calificada, una incesante penetración
de oficios, tecnologías sencillas, genética animal y acciones de
conocimiento del territorio, que fueron la base para la modernización
que se daría luego, 2) un progresivo desgaste de los sectores
sociales que conformaban los restos de la dominación española.
A
partir de Pavón y la presidencia de Mitre, se sucedieron setenta
años de crecimiento –también con idas y venidas- pero que
ubicaron a la Argentina entre las naciones de mayor consideración en
el mundo. Pero ese
éxito carecía de bases sólidas.
Cuando cambiaron las condiciones externas que le daban sustento y
sentido la Argentina entró en una espiral de disgregación de la que
aún no hemos logrado salir. La
culminación de un modelo económico considerado exitoso fue el
inicio de una decadencia irreversible.
No pocos formadores de opinión –y la propia historia oficial-
consideran este ciclo de crecimiento económico como un logro sin
contradicciones. Pero no
es lo mismo crecimiento que desarrollo.
Y esa es la enseñanza que no nos debe llevar a tropezar con la misma
piedra.
Argentina
a partir de ahora va a crecer de la manera que lo hizo en el siglo
XIX. Sencillamente porque la nueva división internacional del
trabajo requiere de insumos que nuestro país puede proveer con
ventajas derivadas de su potencial productivo, especialización,
recursos y escasa población. Pero también se comenzará a encarar
–con grandes dificultades- un problema que le llevará décadas
resolver: el del conurbano
bonaerense,
su crítico problema estructural. El cambio de tendencia presupone
políticas activas y claramente explicitadas de desarrollo
territorial para comenzar a dar salida a los desequilibrios de las
cargas demográficas que hoy oprimen a nuestro país y dan sustento a
su perverso sistema político. Sin la presencia establecida y
sustentable de este objetivo como política nacional, los mejores
intentos productivistas tendrán los mismos resultados obtenidos en
el pasado.
Se
desatarán procesos de regionalización a distintos niveles (incluso
subregionales transfronterizos) para ir corrigiendo y complementando
progresivamente los caprichosos diseños nacionales y provinciales de
antaño por medio de configuraciones ecosistémicas que reflejen con
mayor fidelidad identidades que fueran desconocidas oportunamente.
Con autonomía e inteligencia se pondrán en marcha esos procesos
democráticos de desarrollo, y el resto caerá por gravedad (a pesar
de los argentinos dirían los escépticos) atraído por las pulsiones
globalizadoras que están afectando creciente e inexorablemente a
nuestra región.
Ing,
Alberto Ford
La
Plata, 22 de octubre de 2009
<albertoford42@yahoo.com.ar>
1
Un
rastreo preliminar nos muestra que no hay existencia de materiales
originales en ninguna de las bibliotecas argentinas más importantes
2
Ver
por ejemplo informe “Hacia un sistema internacional renovado”
de Richard Cooper, Karl Kaiser Y Masataka Kosaka que fuera publicado
por la revista Estados Unidos, Perspectiva Latinoamericana, 3º
edición, números 2-3, 2º semestre de 1977 y 1º semestre de 1978,
bajo el título “La Comisión Trilateral y la coordinación del
políticas del mundo capitalista”, por el Centro de
Investigaciones y Docencia Económica creado por el gobierno de
México en 1974. El informe se puede conseguir en lengua inglesa en
el portal www.trilateral.org
cliqueando en <publications> <triangle papers> ver 14
“Towards a Renovated International System The Trilateral
Commission” (© 1977) Richard N. Cooper, Karl Kaiser and Masataka
Kosaka ISBN: 0-930503-46-5.
3
Sería
motivo de juegos de interacción tipo tormenta de ideas, método
delphi, u otros disponibles. Aquí solo trazará algunas líneas en
borrador.
i
en
1991 en Madrid el politólogo brasileño Helio Jaguaribe, uno de los
más reputados de la región, refiriéndose a la Argentina afirmó
“que estaba condenada al éxito” sentencia que luego el ex
presidente Duhalde repitiera más de una vez.
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