jueves, 29 de agosto de 2019


Crisis global: presente, futuro… y pasado. Ing. Alberto Ford.

Introducción

El trabajo tiene una estructura de bucle cibernético. Arranco desde el presente, tiendo un lazo treinta años atrás, me doy un respiro, y regreso a lo largo de un trayecto que me pone nuevamente en el punto de partida, es decir, el presente. A partir de aquí, pero hacia el futuro, lanzo la plomada como en el casting....
Abordo básicamente al proceso abierto en EEUU el año pasado que derivó en una crisis global con la cual, a pesar de algunos pronósticos optimistas, tendremos que convivir algún tiempo; indago en los foros de consenso de los ’70 sobre el establecimiento de normas, patrones y procedimientos que estarían siendo aplicados en la presente crisis; hago un vuelo de pájaro sobre los sorprendentes cambios ocurridos en las últimas décadas; y finalmente propongo algunos escenarios para el futuro cercano.
Todo bucle puede ser cortado con una tijera en cualquiera de sus puntos para comenzar a recorrerlo desde ahí. Es decir, el trabajo puede ser leído según una secuencia convencional, desde el principio al fin, o de cualquier otra forma. La tesis del opúsculo es que estamos viviendo un cambio de tipo epocal, metafóricamente un alumbramiento, igual que en el nacimiento de la vida humana: un antes, los nueves meses de la vida en el seno materno, y un después, desde el parto hasta el final de los días. Según ese punto de vista no habría que hablar del fin de la historia como hizo Fukuyama sino apenas del fin de la prehistoria.

1. Desarrollo de la crisis y respuestas

Con la caída, en septiembre de 2008, del gigante Lehman Brothers y otros bancos emblemáticos de Wall Street, se desata la crisis. De inmediato, el 15 de noviembre en Washington, se convocaron los países componentes del G-20 que se ha transformado en menos de un año en una especie de fórmula 1 (con escuderías de vanguardia) de la gobernabilidad mundial, y del que forma parte la Argentina desde su nacimiento en la década de los ’90.
El G-20 reúne 19 países más la Unión Europea que tienen una o más de las siguientes cinco características: países industrializados, productores de alimentos, dueños de reservas energéticas, poseedores de grandes mercados, con potencial liderazgo geopolítico regional; además, se ha buscado un aceptable equilibrio entre los continentes. Así, la presencia de los denominados “emergentes” no responde a una graciosa concesión de los países desarrollados sino a consideraciones ligadas a una agenda estratégica cuyos contenidos se van revelando día a día con creciente nitidez.
Ante la cercanía del crac, en las deliberaciones primaron inicialmente los temas económicos y financieros, pero estos fueron perdiendo peso específico en las sucesivas cumbres -sobre todo a partir de las instrucciones precisas y traslado de roles por parte del G-20 con respecto al FMI y las reuniones de ministros de economía y presidentes de bancos centrales.
Cuatro meses más tarde, el 2 de abril de este año en Londres, se realizó la siguiente cumbre del G-20. Otros temas, cuya relación con la crisis eran en apariencia de tipo más indirecto, estaban indicando que la gestión del G-20 comenzaba a perfilarse como totalizadora en materia de contenidos y alcance. En su declaración final se afirma que “…un plan global para la recuperación debe centrarse en las necesidades y los puestos de trabajo de las familias que trabajan con ahinco, no solo en los países desarrollados sino también en los mercados emergentes y en los países más pobres del mundo, y debe reflejar los intereses no sólo de la población actual, sino también de las generaciones futuras…”
Finalmente, en una secuencia de ritmo inusitado para cumbres mundiales, el G-20 se reunió hace unos días, el 24 de septiembre en Pittsburgh. En sus conclusiones cobran cuerpo otros temas; por ejemplo, las cuestiones laborales por las que se le asigna un nuevo rol a la OIT y a los ministros de trabajo que se reunirán el año que viene. En el caso del cambio climático, la madre de todas las negociaciones en curso, todo se deriva hacia la cumbre de Copenhague que, en diciembre de este año, deberá establecer las bases para la sucesión del protocolo de Kyoto que expira en 2012. Como se ve en estos tres casos, y todo indica que será una modalidad a implementar con otros temas de la agenda global, el G-20 producirá una delegación de roles con pautas precisas hacia organismos o espacios ad-hoc de tratamiento específico de las temáticas. Así, el G-20 se transforma en una especie de mesa examinadora de la performance de sus instituciones delegadas.
Habrá, sin embargo, cuestiones que merecerán una atención directa del G-20: el cometido impostergable de sacar a África del pantano e ingresarla al mercado global del consumo masiva y, paralelamente, lo atinente a la gobernabilidad mundial en cuanto a su institucionalización. Al respecto, ya se ha decidido que el G-7/8 de paso al G-20. Fue el ex-presidente Wolfensohn del Banco Mundial quien en su oportunidad enfatizó que “es hora de que el G-20 reemplace al viejo G-7"; pero lo más inesperado en ese sentido surgió por fuera del grupo aunque con una sincronía y consonancia indisimulables: para el Papa Benedicto XVI "se necesita una nueva y verdadera autoridad política mundial, que pueda crear un nuevo orden político, jurídico y económico global, capaz de conducir la economía hacia una cooperación internacional para el desarrollo solidario de todos los pueblos. Sin el establecimiento de esta nueva autoridad política, no se puede conducir la globalización… hacia una nueva civilización y una sociedad más humana”. (Veritas in Caritate, 29 de junio de 2009). Al mismo tiempo, en la reunión anual de la Comisión Trilateral realizada en Tokio en abril de 2009, Henry Kissinger declaró que “…la crisis financiera internacional puede ayudar a la creación de un orden político internacional… para que un liderazgo político (colectivo) pueda desarrollarse, esta es una circunstancia favorable”. Referido al continente negro, las evidencias de su potencial protagonismo se orientan a 2010 coincidiendo con la realización del mundial de fútbol. Vulnerables, países pobres, pobreza, inclusión (se habla de una “dimensión social de la globalización), micro financiación, seguridad alimentaria, Objetivos de Desarrollo del Milenio, son menciones recurrentes en las declaraciones del G-20 que indican que se está entrando raudamente en una nueva fase del desarrollo planetario: el de la globalización por abajo.
Llegado a este punto de la exposición me encuentro ante un nudo conceptual que es difícil desatar sin una suficiente distancia de los hechos o explicar sin correr el riesgo de escribir mucho porque se entiende poco. Es el siguiente. Lo primero que salta a la vista es que ante una debacle de proporciones inéditas se ha producido una respuesta rápida, ordenada y con un grado de estructuración que no puede ser conseguida de un día para otro por más que el tablero de comando esté donde está. Aquí caben dos opciones: o las decisiones en los más altos niveles globales han alcanzado un grado de eficacia que no ha sido visto en oportunidades anteriores (por ejemplo en la guerra de Irak), o desatada la crisis no han hecho más que desplegar los alerones con respuestas de manual. Para la primera alternativa hay que dejar pasar el tiempo y comparar; para la dos, se abren tres ramas en el árbol de las deducciones: una crisis inducida como se suele sugerir, la crisis no fue prevista, o se la vio venir y no se hizo nada para pararla o morigerar sus efectos. Si fue inducida es indemostrable; la segunda opción es difícil de concebir ante la disponibilidad de sofisticados mecanismos de alerta temprana; para ponderar la tercera habría que revisar la literatura ad hoc (por ejemplo Porter y la noción de “destrucción creadora” para ver el papel que puede jugar una desestabilización, una “fluctuación aleatoria de variedad” según la terminología específica de dinámica de los sistemas) o detenerse a meditar sobre el pictograma chino de crisis… Para tener algo de (retro) perspectiva, miremos un poco más atrás. Lo que pasó después de que el hombre puso el pie en la luna.

2. Fuentes de consenso

En los ’70 hicieron ruido los foros de consenso, una diversidad de espacios generados en los más altos niveles del poder de decisión mundial con el fin de diagnosticar problemas comunes y proponer medidas de solución con relación a los temas principales de la agenda internacional. Esos foros actuaron por encima de los gobiernos y los influenciaron; ello se volvía posible por el rango de los participantes aunque sus funciones gubernamentales hayan sido previas o posteriores, pero no (seguramente por norma) simultánea al funcionamiento de los foros. Por ejemplo, el presidente Carter de los EEUU que participó de ella hasta el momento de asumir, dijo que su gobierno estaba formado por cuadros provenientes de la Comisión Trilateral. Como era de esperar, la inesperada revelación encendió la imaginación de quienes vieron en la CT un gobierno mundial en las sombras acusación que provocó, contrario sensu, la reacción de los que reivindicaban la transparencia del sistema democrático, atribuyendo a los primeros una visión conspirativa. Tampoco se manifestó, por parte de ese y otros foros, un excesivo interés en abrirse al gran público1 y lo poco que se supo no tuvo demasiado eco en el periodismo ni en los medios académicos. En conclusión, en ese fuego cruzado, las ideas en debate pasaron inadvertidas, y los foros fueron a ocupar, en el universo de las significaciones, los lugares más apartados. Sin embargo, lo ahí resuelto hace treinta años fue influenciando los acontecimiento ulteriores hasta nuestros días con puntos de vista que se han hecho sentir incluso con relación a la crisis desatada en el 2008.
Nombres no tan difundidos como el Círculo Bildelberg del príncipe Bernardo de Holanda, The Brooking Institution y el Consejo de Relaciones Exteriores de EEUU, el Real Instituto de Asuntos Internacionales en Inglaterra y otros de más renombre entre nosotros como el Club de Roma creado por el eminente humanista Aurelio Peccei, que vivió muchos años en Buenos Aires al frente de la FIAT, y la Comisión Trilateral como expresión de la creciente interdependencia, fueron espacios de reflexión y adopción de consensos entre actores, temas, metodologías y escenarios que, en su conjunto, reflejaron la problemática, puntos de vista, estados de ánimo y la voluntad de acción de la década de los setenta2.
En este caso nos interesa la correlación existente entre los contenidos de esos foros y los que se mostraron en la actualidad, treinta años después. Hay igualdades y diferencias. Entre estas, se puede decir que aquellos foros fueron de generación, mientras que los actuales lo son de aplicación. La otra es que en aquellos foros participaron personas fuera del ejercicio del poder, en ese momento; en los actuales, participan los jefes de estado. Aquel fue más discreto, este a la luz del día. Pero es curioso ver, al repasar los documentos fundacionales, la existencia de temas coincidentes hasta en las propuestas.
Sin duda los 30 años transcurridos desde los informes fundacionales de fines de los ’70 no han pasado en vano. Hay temas que en ese momento eran urticantes. Cuestiones como la paz, la carrera armamentista, la bipolaridad, el petróleo, que desvelaban a las élites, han dado lugar en la actualidad a otras como las del cambio climático, las energías alternativas, la producción verde o limpia, y una cantidad de aspectos de los manejos económicos y financieros que hicieron eclosión con la crisis desatada el año pasado. Pero un sustrato básico del espíritu y los contenidos de las deliberaciones de aquellos años hoy se manifiestan de una manera similar, salvo que hoy están todos los que deben estar sentados a una misma mesa.

3. Cuatro décadas de globalización

El motor de los cambios fueron los adelantos científicos y tecnológicos que comenzaron en la segunda guerra mundial y alcanzaron su cénit en los setenta. Y de todos ellos descolló la computación, que motorizó el resto: las comunicaciones, la genética y, sobre todo, el desarrollo de una parafernalia tecnológica que por primera vez en la historia de la humanidad hizo posible una capacidad productiva potencial de proteínas vegetales y animales suficiente para una dieta balanceada. Otro tanto ocurrió con la producción de bienes y servicios cuya oferta superaba a la demanda. El problema de la subsistencia dejaba de ser por primera vez una cuestión de recursos insuficientes; ahora disponibles, se trataba de organizar la provisión de los mismos, un objetivo aun pendiente.
Sin embargo, la algarabía que provocó en las elites del capitalismo la llegada a la luna no les impidió ver que gran parte del aparato productivo estaba basado no en la innovación sino en el petróleo barato. Alumbra así la crisis del petróleo en 1974 cuando los jeques ponen su precio por las nubes. Se da una cadena de relaciones causales cuyos efectos se prolongaron a través de los años hasta llegar a nosotros a través de la deuda externa. Las cosas ocurrieron así. El aumento del precio del petróleo produce dos efectos: una gran liquidez y un acelerado proceso de obsolescencia de la industria subsidiada. La corriente de dólares generada se dirigió al mundo desarrollado en forma de activos depositados en grandes bancos, compra de empresas (en ese momento los árabes compraron Mercedes Benz) e inversiones de todo tipo, en particular, inmobiliarias. Los bancos superlíquidos comenzaron a prestar a países en vías de desarrollo como la Argentina cuyo endeudamiento fue condicionando su evolución económica. Muchas empresas quedan en el camino. Se produce una modernización acelerada del capitalismo y, paralelamente, una crisis del socialismo real. En ese marco ocurren reacomodamiento geopolíticos. Los acuerdos de Nixon con Mao para transferir masivamente a China la producción de media y baja tecnología, aprovechando la disciplina del comunismo de guerra. Y en la ex-URSS la aparición de los síntomas de la renovación que implosionaría en la década siguiente. Pero para dar paso a la innovación había que desembarazarse de toda la estructura reactiva. Los consensos alcanzados en los ’70 no pasarían de ser una sarta de buenas intenciones sin antes producir un desmonte adecuada para efectivizarlos. Sería la vieja derecha remozada bajo la denominación de neo conservadora la encargada de la demolición. Reagan detrás de la delirante “guerra de las galaxias” (desesperadamente resistida por los soviéticos) esconde lo que menos se podía esperar de él: la desactivación progresiva del complejo militar industrial. Tatcher arremete contra los cimientos de la vieja Albión. Latinoamérica, que se ve sometida a la alternancia sincrónica de oleadas democráticas y dictatoriales, tuvo su propia receta en el llamado Consenso de Washington, implementado a través de los organismos financieros internacionales como el programa económico que los países del continente debían aplicar para impulsar el crecimiento en los ’90. Entre nosotros, los que siguieron y los que no siguieron a Menem, fiel ejecutor de esas directivas, se toparon con la sorpresa inesperada de la destrucción del vetusto estado empresario eufemísticamente llamado benefactor sin nada a cambio.
Entre 1989 y 1991 se produce la caída del muro de Berlín y la desaparición impiadosa de la Unión Soviética: una sorpresa mayúscula en general aunque especialmente impactante sobre el alicaído ánimo de los partidarios del socialismo real. El mundo bipolar, da lugar a la supuesta unipolaridad. Pierde sentido la carrera armamentista, se dan las condiciones para el inicio de un progresivo desarme de las superpotencias. La garantía de la paz comienza a ser factible. En la pulseada internacional se dan nuevas e insólitas condiciones tendientes a la cooperación.
Reaparece con fuerza en la agenda la cuestión ambiental; Rio ‘92 es una expresión de ello. Por primera vez se comienza a negociar en torno al clima otrora cuestión intratable por la necesidad de un abordaje unificado a nivel global y, tal vez, por su posición enigmática en el terreno de la carrera armamentista. Se firma el Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Continúan las reuniones, farragosas pero urgentes, y en los años siguientes pasa a ser el tema clave de la globalización por su carácter omnímodo. Ningún otra tema de la agenda global tenía (y lo seguirá teniendo) un carácter tan abarcativo y decisivo al nivel de toda la biosfera. La firma del Protocolo de Kyoto en 1997 marcó un hito importante en esa cadena de negociaciones. Por esos años los EEUU comenzaron a ser vistos como un “imperio”, una denominación acuñada por un best seller tomada rápidamente por académicos, políticos y comunicadores, pero que los hechos recientes han demostrado que fue desacertada.
La informática llega al hogar; pasa a ser tan importante y extendida como lo fue la TV en su momento. Pero en este caso, por ser una tecnología interactiva y no boba, se lo ve como una herramienta de nuevo tipo, sobre todo por lo que se conoce en cuanto a su incidencia en todas las ramas del saber. Las comunicaciones ya se realizaban en “tiempo real” por el cual un estimulo en cualquier lugar del planeta a través de los medios telemáticos, recibe respuesta simultánea en cualquier otro. Aparece la noción de aldea global dando a entender la cercanía que impera. Se producen cambios en la vida de las personas alcanzando sus componentes cotidianos como la vestimenta, la comida y las costumbres, en particular, los hábitos sexuales en los que se generaliza la diversificación.
En el plano política luego de 200 años se pone en tela de juicio la vigencia del estado nación al que se lo ve demasiado grande para algunas cosas y demasiado limitado para otras. La Unión Europea es un paso estratégico en ese sentido con un proceso paulatino pero creciente de centrifugación de roles de gestión nacional hacia arriba (la UE) y hacia abajo, las meso y microrregiones (algunas de las cuales son ya transfronterizas cuestionando de hecho la vigencia de la soberanía nacional; ver al respecto www.crpm.org). Espasmódicas intervenciones militares como las de medio oriente, aparte de los fines comerciales que persiguen, tienen un claro resultado de remover obstáculos nacionales (producto de las artificiales divisiones producidas luego de la primera guerra mundial) para la macro regionalización en torno a la cuenca del Mar Negro.
Finalmente entramos en el siglo XXI con la continuación del proceso de remoción y derrumbe, sobre todo en el distrito de Wall Street, uno de los centros de las finanzas mundiales. Crecen los grandes mercados, sobre todo China e India. La clase media mundial, un tercio de la población hace 15 años, ha llegado a ser hoy dos tercios (¡), merced sobre todo a los cambios producidos en esos dos grandes países que condensan casi el 35 % de la raza humana. ¿Y de aquí en más?

4. Imaginar y construir el futuro

Igualdad de oportunidades para que todos seamos distintos.

Hay distintas maneras de pararse frente al futuro. En este caso trabajo con la ayuda de lo que se denomina “hipótesis deductiva”. Partiendo de una generatriz –los foros de los setenta y su proyección actual- postulo que los consensos de las élites generan tendencias con capacidad de crear y direccionar realidad (proclividad) según un juego conflictivo de intereses que son resueltos por las relaciones de fuerza. Tomaré escenarios3 a dos niveles: global y local.
La crisis va a continuar por unos años. Salir de la crisis no depende solo del crecimiento, sobre todo si desprendemos la noción de crisis y su forma de ponderarla de indicadores de tipo financieros y económicos, que son sus manifestaciones epidérmicas como la fiebre en un enfermo. La crisis obra de herramienta de transformación; es un factor reconfigurante que está actuando sobre lo que aquí está juego: un cambio epocal, una mutación de eras, una puesta en tela de juicio del conjunto del hábitat terrestre. El mundo se dirige estratégicamente a un cambio profundo de tipo geopolítico, es decir, vinculado directamente con una visión multidireccional del territorio.
La visión radio céntrica de una multipolaridad móvil, según la importancia relativa en cada momento de los nodos (Nueva York, Londres, Moscú, etc.), va dando paso a otra forma de ver el planeta: la configuración reticular, de trama y urdimbre, donde las vinculaciones se establecen en forma directa sin pasar por nodos de poder. Un caso: nuestra vinculación con África ya se está estableciendo en forma directa sin pasar por Europa. El “sur-sur” irá creciendo en forma inexorable.
Otro aspecto es el referido a la crisis de escala del estado-nación. A todos los niveles –macro, meso y micro- se irán produciendo regionalizaciones, poniendo en cuestionamiento una disposición de más de dos siglos que ha llegado a su techo. La relación de los pueblos con el ecosistema se irá dando según un juego de identidades que el estado nación no supo resolver como lo muestra la larga lista de conflictos de minorías en todos los continentes. En las próximas décadas lo nacional se irá confinando paulatina e inexorablemente al plano de lo simbólico; como del imperio romano solo quedarán las ruinas.
Al interior de las nuevas territorializaciones, se acelerarán los cambios en la dirección de lo que se denomina producción limpia o verde. Una transformación de alcance mayor a la primera y segunda revolución industrial irá afectando de mayor a menor todo el quehacer de las personas hasta llegar a los ámbitos micro. Las negociaciones de cambio climático, en particular las que desemboquen en Copenhague en diciembre, irán marcando el rumbo de un tránsito acelerado en la dirección de un nuevo paradigma productivo al nivel de todo el planeta, sin excepciones. Estas nuevas diagramaciones presupondrán acomodamientos demográficos, descentralizaciones, y una mayor relación entre la producción del insumo y el agregado de valor, en un esquema de mercados globalizados. El tema de la educación aquí es básico como así también la diversificación de las capacidades laborales para dar respuesta a los nuevos requerimientos.
El mundo que viene en lo inmediato debe ser entendido en clave africana; no tanto por el volumen de las transacciones o la cooperación en la que se pueda ver involucrado el continente negro –compatibles con la lógica y el porte de sus realidades- sino por la proyección de significados: desarrollar –no solo “hacer crecer”- a África (Haití en nuestro continente) significa ante los ojos del mundo que la globalización ha comenzado a tomar forma por abajo. Las inequidades corrientes a la vista de todos no pueden ser toleradas más allá de un punto. Además una cuestión de interés: todas las personas son bocas de consumo para una producción mundial potencialmente ilimitada y que solo necesita “construir mercados”.
Otro aspecto clave es el de la gobernabilidad mundial. En los próximos años se irán produciendo en este sentido transformaciones que no encajan con nuestros actuales puntos de vista, algunas de cuyas manifestaciones iniciales hemos visto en este trabajo. Todos los conflictos regionales y las figuras capaces de generar rispideces políticas o económicas (China, Venezuela, Irán, Israel, etc.), en perspectiva obrarán de factores reguladores de las transformaciones según la lógica de una ingeniería derivada de la dinámica de sistemas.
En el mundo global, la noción de mercado es clave. Es la forma de organización social y productiva que permite poner en movimientos las mejores cualidades de las personas y hacerlas crecer socialmente. Implica asumir riesgos, plantearse desafíos, sentirse pleno con los logros y aportar al bienestar común esos sentimientos de autoestima y satisfacción. Es la organización que permite poner en evidencia lo ineficiente y evitar el macaneo y la hipocresía. Lamentablemente no todos los ciudadanos estarán en condiciones de dar la batalla ni el sistema económico ofrecerá por mucho tiempo las opciones necesarias para ello.
Se tiende a la equidad por razones morales y una cuestión de autointerés de los productores. La distribución de la riqueza debe entenderse como una disposición universal de las mejores opciones para el crecimiento personal y familiar. El tema de la re inclusión social por medio del trabajo productivo, y la protección para los más débiles, será motivo creciente de políticas estatales que el mercado por sí mismo no puede resolver. El tema del consumo racional y no compulsivo tendrá que ver cada vez más con el bienestar de las familias y las prácticas participativas. Hay una acción de regulación estatal que es insoslayable (como enseña la cibernética todo sistema se autorregula pero por medio de la destrucción o la parálisis lo que es inaceptable cuando hay personas involucradas). Para ello, el estado se irá desestructurando progresivamente para que pueda cumplir sus funciones en mejores condiciones con la ayuda de las nuevas tecnologías de la gestión y las comunicaciones.

La Argentina no es una isla y mucho menos ahora que el G-20 del cual forma parte ha pasado a ser el rector de la marcha de la globalización. La famosa frase de Helio Jaguaribei -a quien reiteradamente se le escamotea la autoría- que habla del “éxito fatal” de la Argentina, ha dado lugar a tantas mofas que se ha impedido reflexionar sobre sus significados. La cosa es más compleja… y riesgosa.
Efectivamente, Argentina está ingresando en estos tiempos en su segundo ciclo largo de crecimiento luego del primero, agro exportador, atribuido en sus grandes líneas al papel rector de la generación del ’80. Ese modelo, que duró algo más de setenta años, desde 1860 hasta la década del treinta del siglo pasado, tuvo su fase de alistamiento ya desde los años ’20 del siglo XIX coincidente con los desórdenes institucionales que precedieron la llegada de Rosas a la gobernación de Buenos Aires.
En el momento de mayor enfrentamiento de Buenos Aires con las potencias coloniales dominantes –los años ’30 y ’40 del siglo XIX- se producían dos fenómenos complementarios: 1) a través de una inmigración incipiente pero calificada, una incesante penetración de oficios, tecnologías sencillas, genética animal y acciones de conocimiento del territorio, que fueron la base para la modernización que se daría luego, 2) un progresivo desgaste de los sectores sociales que conformaban los restos de la dominación española.
A partir de Pavón y la presidencia de Mitre, se sucedieron setenta años de crecimiento –también con idas y venidas- pero que ubicaron a la Argentina entre las naciones de mayor consideración en el mundo. Pero ese éxito carecía de bases sólidas. Cuando cambiaron las condiciones externas que le daban sustento y sentido la Argentina entró en una espiral de disgregación de la que aún no hemos logrado salir. La culminación de un modelo económico considerado exitoso fue el inicio de una decadencia irreversible. No pocos formadores de opinión –y la propia historia oficial- consideran este ciclo de crecimiento económico como un logro sin contradicciones. Pero no es lo mismo crecimiento que desarrollo. Y esa es la enseñanza que no nos debe llevar a tropezar con la misma piedra.
Argentina a partir de ahora va a crecer de la manera que lo hizo en el siglo XIX. Sencillamente porque la nueva división internacional del trabajo requiere de insumos que nuestro país puede proveer con ventajas derivadas de su potencial productivo, especialización, recursos y escasa población. Pero también se comenzará a encarar –con grandes dificultades- un problema que le llevará décadas resolver: el del conurbano bonaerense, su crítico problema estructural. El cambio de tendencia presupone políticas activas y claramente explicitadas de desarrollo territorial para comenzar a dar salida a los desequilibrios de las cargas demográficas que hoy oprimen a nuestro país y dan sustento a su perverso sistema político. Sin la presencia establecida y sustentable de este objetivo como política nacional, los mejores intentos productivistas tendrán los mismos resultados obtenidos en el pasado.
Se desatarán procesos de regionalización a distintos niveles (incluso subregionales transfronterizos) para ir corrigiendo y complementando progresivamente los caprichosos diseños nacionales y provinciales de antaño por medio de configuraciones ecosistémicas que reflejen con mayor fidelidad identidades que fueran desconocidas oportunamente. Con autonomía e inteligencia se pondrán en marcha esos procesos democráticos de desarrollo, y el resto caerá por gravedad (a pesar de los argentinos dirían los escépticos) atraído por las pulsiones globalizadoras que están afectando creciente e inexorablemente a nuestra región.

Ing, Alberto Ford
La Plata, 22 de octubre de 2009

<albertoford42@yahoo.com.ar>
1 Un rastreo preliminar nos muestra que no hay existencia de materiales originales en ninguna de las bibliotecas argentinas más importantes
2 Ver por ejemplo informe “Hacia un sistema internacional renovado” de Richard Cooper, Karl Kaiser Y Masataka Kosaka que fuera publicado por la revista Estados Unidos, Perspectiva Latinoamericana, 3º edición, números 2-3, 2º semestre de 1977 y 1º semestre de 1978, bajo el título “La Comisión Trilateral y la coordinación del políticas del mundo capitalista”, por el Centro de Investigaciones y Docencia Económica creado por el gobierno de México en 1974. El informe se puede conseguir en lengua inglesa en el portal www.trilateral.org cliqueando en <publications> <triangle papers> ver 14 “Towards a Renovated International System The Trilateral Commission” (© 1977) Richard N. Cooper, Karl Kaiser and Masataka Kosaka ISBN: 0-930503-46-5.


3 Sería motivo de juegos de interacción tipo tormenta de ideas, método delphi, u otros disponibles. Aquí solo trazará algunas líneas en borrador.
i en 1991 en Madrid el politólogo brasileño Helio Jaguaribe, uno de los más reputados de la región, refiriéndose a la Argentina afirmó “que estaba condenada al éxito” sentencia que luego el ex presidente Duhalde repitiera más de una vez.

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