lunes, 10 de agosto de 2020

 

Para guerras, las de antes.

 

La pandemia del coronavirus ha puesto al mundo en pausa. Pero los procesos que venían despuntado antes de la aparición del virus no solo no cesarán sino que se verán acelerados. Uno de ellos es la guerra comercial entre China y Estados Unidos; es el objeto del presente trabajo. No es fácil abordar el universo del comercio internacional por sus laberintos, complejidades y ocultamientos. Para ello, hago una somera clasificación de los bienes y servicios que son transportados por redes y contenedores, para ver en qué consiste esencialmente la disputa entre los dos gigantes de la economía. Las características de la guerra no son las mismas para los dos países aunque, si reparamos en las implicancias, hay consecuencias similares. Esos efectos, dado el peso específico con que interactúan en la escena internacional, se notarán fuertemente en la evolución de los procesos globalizadores.

 

Aunque todo será distinto al final de la pandemia, luego de que se haya descubierto la vacuna del COVID-19, las tendencias que venían despuntando antes de la irrupción del virus no solo se mantendrán sino que, según algunos analistas, se verán aceleradas. Una de ellas es la evolución de la guerra comercial entre los EEUU y la RPChina. Hablar de un conflicto de esas características –tal vez con una denominación un tanto exagerada para quien se pasa la cuarentena viendo videos de la Segunda Guerra Mundial, particularmente los de Europa del Este- requiere de algunas precisiones habida cuenta de la complejidad del comercio, cuyos andariveles son recorridos por la mayor cantidad de flujos de los que conectan las distintas geografías del planeta.

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El comercio internacional se compone de bienes y servicios[i]. Unos son tangibles y los otros intangibles. Los servicios circulan por las redes en tiempo real, y son difícilmente controlables. A su vez, los bienes se dividen entre productos terminados, y las partes con que se ensamblan esos productos. Todos los bienes van por contenedores que son cargados en grandes barcos, pero también, en menor medida, son trasladados por tren y por avión. La proporción entre los bienes comerciados es muy desigual: el 90% está compuesto de partes; son las que forman las llamadas cadenas globales de valor (GVC por su sigla en inglés); el 10% son bienes terminados. Es lógico: a un automóvil le corresponde 1 (una) posición arancelaria; pero la misma unidad le corresponde a cada una de las miles de partes con que se ensambla. Como las terminales normalmente operan con piezas que provienen de distintos países, el paso de cada una de ellas por la aduana explica la disparidad.

Aunque la presentación de las posiciones arancelarias en disputa se cuantifica por montos en dólares, sin especificar, por lo menos en público, los bienes involucrados, se supone que el litigio entre los dos gigantes de la producción y el comercio está referido básicamente a productos terminados[ii]. Si eso no fuera así, la guerra ya no sería binacional, involucraría para cada bien final a los distintos países que proveen sus partes, y la producción global se vería seriamente afectada por un caos inmanejable.

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El comercio estadounidense con la RPChina sufre un déficit de U$S 375.000 millones (¡). Cuando Trump sube los aranceles de miles de posiciones, esa medida tan inconveniente para los chinos le significa a EEUU recuperar cuotas gigantescas de mercado; son las que comenzaron a perder, a partir de los ´80 del siglo pasado, cuando miles de fábricas norteamericanas (y de otros países capitalistas industrializados) se relocalizaron llave en mano en el Lejano Oriente. Se inició así la operación logística más grande la historia que fue capaz de llevar a un país diezmado, como era la RPChina en ese momento, a ser la primera infraestructura productiva del planeta. Ahora ha llegado el momento de poner las cuentas en orden y pagar los favores recibidos.

Siendo medidas de efectos simétricos, lo que EEUU gana lo pierde China en cuotas de mercado[iii]. China y sus 8 millones de empresas (de ellas 99% son pymes)[iv] se ven ante el desafío de encontrar la forma de sustituir a los clientes que se llevaban la mayor parte de su producción. Por ahora la respuesta china es débil. La restricción a la importación de soja norteamericana, aparte de poco sostenible, no es una medida estratégica[v]. Además, China sigue dependiendo de EEUU porque carece de la tecnología necesaria para la fabricación del chip que va en los dispositivos 5G de la firma Huawei. La dependencia tecnológica de China, desde el origen de su reindustrialización, es un tema no siempre bien comprendido[vi].

Obviamente, acciones de la envergadura de las que se están tomando para desandar el camino iniciado a principios de los setenta con las conversaciones organizadas por Henry Kissinger entre Richard Nixon y Mao Tse-tung con el fin de dar inicio al proceso modernizador chino, no podrían haber tenido lugar si no estuvieran en juego, como pasa siempre en estos casos, cuestiones que no son las que aparecen en la primera plana cuando se describen los conflictos.

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Sin ser totalmente como parte de la guerra, pero simultáneamente, EEUU continúa intensificando la relocalización en territorio nacional de sus empresas provenientes de distintos lugares del mundo; el retorno está acompañado de una fuerte repatriación de capitales. Solo Apple anunció la vuelta de 350.000 millones de dólares y la creación de 20.000 puestos de trabajo.

La combinación de los distintos factores, al calor de la consigna del “American First” de Trump (una reivindicación de la que forma parte “Buy American” a la que desde ya ha adherido Joe Biden, el candidato de la oposición), genera condiciones expansivas para su economía que no necesariamente son solucionables en los marcos restringidos de su territorio. El aislacionismo norteamericano promete derivaciones; depende de para dónde se apunte.

El inicio de la fase superior de la globalización, que coincide con (o será favorecido por) la pandemia desatada por el coronavirus, implica, como he sugerido en un trabajo anterior[vii], la disposición temporal del mundo en macrorregiones. Una de ellas, que nos interesa en forma directa, es el hemisferio americano.

Varios países de la región, entre ellos el nuestro, se pronunciaron el mismo día hace dos semanas sobre la importancia de tener un Plan Marshall para recomponer los daños causados por la pandemia. Se da una coincidencia entre oferta y demanda. EEUU cuenta con los suficientes recursos (capital, tecnología y cuotas de mercados para asignar) como para jugar el mismo papel que le cupo en la reconstrucción de Europa luego de la Segunda Guerra Mundial. La ecuación tiene unas pocas variables y es muy factible de llevarse a cabo.

Cuando se trata de repatriar empresas desde China, no está previsto que tengan que retornar las máquinas y las instalaciones. El entorno de su base fabril no cambiará como tampoco el tipo de organización de sus grandes empresas. Estas, que arrancaron como propiedad compartida, ya son empresas globales solo que identificadas con nombres chinos. Si nos tomamos el trabajo de averiguar cómo están constituidas dos de las más grandes y representativas -TCL y Huawei- veremos que en su capital accionario hay pluralidad de intereses con empresas provenientes del universo trilateral[viii].

Todo quedará como era entonces. La diferencia es que esa gigantesca infraestructura fabril ya no podrá gozar de la demanda con que era favorecida por los mercados occidentales. La ventaja es que la envergadura poblacional del Lejano Oriente permite encarar proyectos de cualquier magnitud. El otro aspecto decisivo, es la Nueva Ruta de la Seda, que le reportará a China una vía segura para la colocación de sus productos.

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Esta es una guerra sui generis. Cuando todas las fuerzas estén desplegadas, y lo que hoy se presenta como conflictivo muestre su verdadero rostro schumpeteriano, veremos que la globalización se verá fortalecida. La destrucción creadora de sistemas que pueden y deben ser perfeccionados sumado a la disposición de suficientes recursos, tecnológicos y políticos, son los objetivos que se plantearon las esferas de máxima decisión del sistema capitalista hace algo más de cuatro décadas.

En 1977 la Comisión Trilateral puso manos a la obra con los siguientes fundamentos, expresados sin tapujos ni medias tintas:

“mitigar la pobreza es una imposición de los principios éticos básicos de Occidente, así como del simple auto-interés. En el largo plazo es improbable un mundo ordenado si el alto ingreso de una de las partes coexiste con una pobreza extrema de la otra, mientras cobra vida el ´mundo único´ de la comunicación, de los problemas mutuos y de la interdependencia”[ix]

Los asombrosos resultados obtenidos en China en unos pocos años demostraron que esas élites estaban dispuestos a abordar el cometido, sabían cómo hacerlo y tenían con qué. Esos logros con más razón pueden ser hoy alcanzados en todo el mundo, en condiciones políticas, financieras y tecnológicas mucho más favorables.

Desde hace 10 años el G20 ha tomado la posta en forma visible y participativa. Lo certifica la existencia de una esfera de actuación conjunta a nivel personal de los líderes de los países que aportan el 85% del PBI mundial. El Grupo de los Veinte viene operando con gran eficacia para que sus recomendaciones se cumplan, y las rendiciones de cuentas de su labor estén publicadas en Internet. De ahí para abajo, como es natural, pueden darse diversos tipos de ingenierías conflictivas -como la “guerra” que nos ocupa- pero ninguna de ellas lo hará contradiciendo la voluntad inquebrantable de un poder transformador de consenso como nunca se vio en la historia. 

 

Ing. Alberto Ford

albertoford42@yahoo.com.ar

La Plata, agosto de 2020

 



[i] McKinsey enumera los siguientes sectores de servicios: telecomunicaciones, servicios empresariales, servicios de viajes, finanzas y seguros, transporte. Se calcula que los servicios generan alrededor de un tercio del valor representado por los bienes manufacturados. Menciona algunos de los servicios que hacen posible la llegada de los bienes físicos al mercado: I+D, ingeniería, ventas y marketing. Finanzas, recursos humanos.

[ii] Hay algunas escaramuzas con respecto a propiedad intelectual y las GVC, pero son menores y tienen otras causales. Por ejemplo, el tema de la copia y la propiedad intelectual en el primer caso (y la provisión a Huawei por parte de EEUU del chip para los dispositivos de las 5G que tiene motivaciones ligadas más a la seguridad de las comunicaciones y la manipulación de los datos), y las cadenas demasiado extendidas en el segundo caso, en función de lograr una mayor racionalidad territorial para incrementar la eficiencia de los procesos productivos (la tónica, como se ve en los documentos del G20, es que con las GVC no se jode). Estos contenciosos acompañan pero no integran la médula propiamente dicha de la guerra.

[iii] no solo pierde mercado con respecto a EEUU también lo irá perdiendo con respecto a los demás países trilaterales (Norteamérica, industrializados de Europa occidental y Japón) que en conjunto relocalizaron desde el inicio sus fábricas en suelo chino; estos países están haciendo lo mismo que EEUU en materia de restricciones con respecto a China salvo que con menor exposición. Muchas empresas “chinas” (en realidad de propiedad mixtas con capitales occidentales, sin excepción en el caso de las grandes) han comenzado a reubicarse en otros países del sudeste asiático o volver a repatriarse a sus lugares de origen.

[v] Está en marcha una disminución de la producción de cereales en EEUU (por cambio climático o medidas fiscales) lo que obraría para descentralizar al mundo de los emergentes la explotación agropecuaria extensiva (una tendencia que es ley en el capitalismo: centrifugar producciones primarias, de tecnologías más simples o contaminantes con el fin de irle haciendo lugar a la innovación).

[vi] China carece de una investigación y desarrollo (I+D) autónomos. Su punto de partida como país “normal” es muy reciente como para completar el ciclo que va desde el descubrimiento científico hasta la puesta a punto de una tecnología aplicable a la producción. Es una de las consecuencias malditas de la situación de atraso que sufría cuando fue fundada la República Popular en 1949, y de la Gran Revolución Cultural de los sesenta que destruyó totalmente lo poco que se había formado en la vida académica, científica y tecnológica, una infraestructura que para su maduración necesita un largo período de labor continuada. La gran fuerza del conocimiento que sin duda China posee, ha sido utilizada para la adaptación y mejoras (modelos de utilidad) de tecnologías generadas afuera, que vinieron embarcadas en las miles de fábricas que EEUU y el resto de los países industrializados instalaron a partir de los ochenta. Para evaluar el potencial tecnológico de un país no alcanza con tomar en cuenta el número de inventos o mejoras que ha patentado sino la importancia crítica de cada una de esas patentes en los procesos productivos. Por ejemplo, todo el proyecto 5G de Huawei depende de un chip de origen norteamericano que China no está en condiciones de producir. La innovación es como la línea del horizonte que siempre se puede ver pero nunca se alcanza. La masa crítica que expresa la supremacía norteamericana, generada en sus laboratorios a partir de los años ´30 del siglo pasado (cuando recibieron a todos los científicos perseguidos por el nazismo que luego hicieron posible hace 75 años el proyecto Manhattan, punto de partida visible de la Revolución científico tecnológica que estamos viviendo), es inalcanzable incluso para los países europeos y Japón. Basta con ver la cantidad relativa de premios Nobel el Física y Química. En relación a sus limitaciones, China ha tomado medidas inteligentes: más de medio millón de sus jóvenes están estudiando en EEUU. Obviamente, en las universidades americanas los cazatalentos no se dan respiro. Así, los mejores egresados se quedarán allá para continuar trabajando en sus laboratorios, y los que eventualmente regresen a su país, ya lo harán como participantes en líneas de investigaciones que son normalmente bi o multinacionales. Hay usos y costumbres que en las ciencias duras, la tecnología y la educación, no se pueden soslayar…

[viii] Las empresas grandes chinas sufrieron un tratamiento comparable al que sufrieron las empresas de los países derrotados en la Segunda Guerra Mundial. De empresas botín de guerra, sobre todo las alemanas y japonesas, pasaron a ser multinacionales y luego globales. En el caso chino no son una reparación de guerra sino empresas extranjeras que se instalan en su territorio aunque conservando, obviamente, la propiedad que, en el caso chino, porque así fue dispuesto en los convenios fundacionales, es compartida.

[ix]  Richard N. Cooper, Karl Kaiser, Masataka Kosaka, Robert R. Bowie, Towards a Renovated International System, TFR #14, pág. 189, 1977.  http://trilateral.org//download/doc/renovated_international_system_1977.pdf


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