lunes, 22 de abril de 2024

 

Los algoritmos montan la escena de la geopolítica global

 

La diversidad de intereses que condicionan las relaciones internacionales (RRII) no es de fácil composición. Pasa que el encadenamiento conceptual de situaciones como las que estamos viviendo rememora la hibridez de las guerras, donde los algoritmos que tamizan las narrativas son más efectivos que los cañones en el campo de batalla.

Se ha puesto en marcha la Guerra Fría.2 al ser configurada arbitrariamente una grieta global que divide a las naciones por mitades entre las que están condenadas a vivir en autocracias y las que no escatiman esfuerzo para mostrarse como democráticas.

Entre ellas hay confrontación y complementariedad. En torno a los temas de agenda con que son descriptas las RRII surgen negociaciones que a veces se desenvuelven en apacible convivencia, cuidando las formas, y otras donde falta poco para que lleguen a las manos como si fuera una asamblea estudiantil.

 

La situación internacional vista en perspectiva da origen a una diversidad de puntos de vista con relación a la marcha de su agenda. Intrincado en su percepción, los elementos críticos más importantes que forman ese cuadro son las guerras de Ucrania y Palestina que llenan de inquietud y zozobra a quienes siguen los acontecimientos. Sin embargo, no todo está perdido…

Mirando más la película que las fotos se puede decir que no hay periodo anterior de la historia humana en que la convivencia haya estado más garantizada, por lo menos en lo relativo a grandes conflictos; el impasse, establecido a partir de la bomba de Hiroshima de agosto de 1945 y consolidado poco después cuando los rusos hicieron estallar la suya, ha permanecido el tiempo suficiente para ser considerado ya como una tendencia.

La última situación de riesgo inminente la protagonizó Douglas MacArthur en la guerra de Corea, cuando presionado por los voluntarios chinos amenazó con el holocausto nuclear estando al frente de las tropas de las Naciones Unidas. A partir de aquel milagroso 11 de abril de 1951, en que el presidente Truman destituyó al belicoso general, la denominada seguridad de destrucción mutua calmó los ánimos, y el “teléfono rojo” facilitó la comunicación permanente entre las superpotencias ante la posibilidad de un evento inesperado, de ninguna manera intencional.

Durante la guerra fría, que ocupó la segunda parte del siglo XX hasta la disolución de la Unión Soviética, y luego también entrado el XXI, los conflictos fueron acotados por medio de efectivos y notorios mecanismos de regulación. Sin ir más lejos, la actual guerra de Ucrania está bajo el control permanente de William Burns, el director de la CIA que nos visitó días pasados, en pareja con Serguéi Narishkin, su contraparte, que está al frente del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR) de la Federación Rusa. Sus encuentros en Estambul y las frecuentes llamadas telefónicas, así como las razones de ellas, pueden ser consultadas en Internet.

Como derivaciones de contenciosos territoriales irresolutos o aun en latencia, de los que hay centenares en los confines nacionales e internacionales, tendremos que convivir inevitablemente con ese tipo de situaciones conflictivas causadas por las decisiones arbitrarias con que han sido trazadas la mayoría de las fronteras.

Las guerras locales dan una salida a conflictos larvados, aunque no siempre los resuelvan, y lo principal es que son una cantera de sentido sin igual como para legitimar el funcionamiento de la industria de armamentos, lo que se ve sin tapujos en los abultados incrementos presupuestarios de defensa observados en el último tiempo. Hasta Argentina a pesar de sus problemas financieros redescubre de golpe lo imperioso de fortalecer sus fuerzas armadas.

Sin embargo, no todos los entredichos reales o potenciales deben ocasionar guerras; por el contrario, la gran mayoría de los temas que hoy están sobre el tapete ameritan tratamientos de compromiso para que la sangre no llegue al rio; de hecho, eso es lo que está ocurriendo por medio de discusiones, negociaciones y acuerdos.

Tampoco las guerras que involucran a las naciones son una consecuencia directa de sus presupuestos de defensa. El objetivo en última instancia es consumir armamento de cualquier manera para que la maquinaria no se pare; un caso es cuando los pertrechos se usan sin que se involucren los gobiernos que los financian como en las llamadas “guerras proxi” o “guerras por delegación” (uno pone las armas y el otro el campo de batalla y los soldados).

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La agenda global es muy amplia pero no todos los temas impactan de la misma manera. En estos días hay que poner la atención en por lo menos seis de ellos: 1) cambio climático y energía, 2) guerra tecnológica, 3) comercio, producción y cadenas globales de valor, y 4) alimentos, 5) infraestructura de conectividad, 6) geopolítica e institucionalidad.

Los eventos meteorológicos están activos

El denominado cambio climático (CC) es un factor reconfigurante de alcance planetario; por su importancia está hoy en el podio de los temas más importantes y trascendentes de la agenda global. No hay actividad sobre la tierra que no se vea afectada por la variabilidad, debido a que los distintos meteoros que componen el CC actúan a nivel de la biosfera, o sea, sobre la vida en su conjunto

Los efectos del CC son ambiguos, pueden ser buenos o malos; depende en gran parte de la mano del hombre obtener beneficios de los cambios o sufrir sus consecuencias con actitudes prescindentes o incorrectas frente a los desastres.

El caso de nuestra pampa húmeda es proverbial. Debido a una alteración del régimen de lluvias, la napa freática ha venido ascendiendo desde los ochenta del siglo pasado lo que ha provocado un repentino aumento de la fertilidad (también por el rol de los agroquímicos) de un suelo que estuvo casi al borde de la esterilidad; sin embargo, al mismo tiempo y en forma trágica, los excesos pluviométricos provocan inundaciones muy degradantes por la falta de un sistema adecuado de canales.

Donde la dimensión tecnológica del CC se hace evidente es en lo relacionado con la energía debido a que la contaminación generada por la producción y el consumo de combustibles fósiles, incluida la quema de biomasa, está alterando la ecología de todo el planeta.

Más conocido como net zero por su grafía anglosajona, este propósito, que remite al enfoque climático, está tiñendo de dramatismo las discusiones por los intereses en juego sobre la transformación y el desarrollo del sistema global.

Modificar el paradigma energético implica cambiar en las sociedades el estilo de vida. Las consecuencias de la problemática ambiental y climática, disruptivas para la fuerza de la costumbre, suelen ser muy dolorosas para quienes las sufren.

Según las Naciones Unidas net zero significa reducir las emisiones de gases de efecto invernadero lo más que se pueda, y si queda un resto se prevé absorberlo por medio de los océanos y los bosques; es decir, estamos frente a un proceso oneroso que suena como una melodía para los oídos de los ambientalistas y es un dolor de cabeza para los industriales.

El conocimiento no se negocia

La guerra tecnológica es el frente donde la confrontación es más ardua entre China y EEUU, siendo este último el claro ganador en ciernes al manejar en pareja con sus principales socios del occidente democrático los eslabones principales de la innovación.

El core del diferendo radica en el control de la fabricación de los llamados chips de última generación. Los chips, que tienen el tamaño de una uña, son piezas de material semiconductor (silicio, germanio y otros elementos afines) sobre los cuales se imprimen, por procedimientos fotolitográficos que se podría asimilar a los usados para la revelación de fotografías en negro y blanco, los circuitos integrados con los que se realizan numerosas funciones en computadoras y dispositivos electrónicos.

Los circuitos integrados estuvieron constituidos inicialmente por unos pocos transistores, luego por millares y ahora millones de esas miniaturas del tamaño de un virus. Estos dispositivos que fueron el gran invento de los años cuarenta para dejar de lado las voluminosas lámparas de vacío con las que se hacían funcionar las radios, son medidos en nanómetros (nm) que es finalmente la dimensión con que vulgarmente se designan los chips.

Cuando se habla de chips más potentes es equivalente a decir que los transistores de los circuitos integrados son cada vez más pequeños, o sea, que dichos circuitos pueden contenerlos en mayor cantidad. Actualmente ya se están produciendo chips con transistores de 3 nm, pero los objetivos para 2030 prevén que se fabriquen los primeros transistores por debajo de 1 nm. Finalmente, esa combinación de funciones en un solo dispositivo fue el origen en la década de los ´70 del microprocesador, como el CPU, que es el cerebro de la computadora.

La fabricación de los chips requiere un encadenamiento de empresas y maquinarias de altísima sofisticación que están en distintos países.

TSMC de Taiwán bajo control de Apple con 60% del mercado, Samsung de Corea, Intel  y Nvidia de EEUU, este último para los chips específicos usados en inteligencia artificial, los fabricantes de las maquinas que los imprimen (ASML de Países Bajos con el 80% del mercado de las llamadas fotolitográficas donde también participan las japonesas Canon y Nikon, y Applied Materials de California), las que a su vez dependen de los que hacen los dispositivos para generar la luz ultravioleta (Cymer en California) y las lentes (Zeiss en Alemania) por donde pasa esa luz para imprimir (fotolitografiar) los chips en las llamadas obleas de silicio, en su conjunto integran una cadena exclusiva que les permite tener el control absoluto de la fabricación de los chips en una frontera que siempre se va corriendo y nunca será alcanzable para los que están rezagados.

China dispone de chips de más de 6 nm lo que hace que tenga que arreglarse con dispositivos de menor capacidad, y por cierto no lo hace tan mal como se demuestra con la aparición del exitoso celular P40 Pro de Huawei, en los adelantos en Inteligencia Artificial, en la conquista del espacio y muchos otros ítems que, sin embargo, no la habilitan hasta donde alcanza la vista para ser contrincante en la llamada guerra tecnológica con EEUU y sus socios que son los que tienen el control de la llave de la luz. Por ejemplo, EEUU prohibió a ASML proveer chips de última generación a China o hacerles el service a los ya vendidos como lo venía haciendo hasta hace poco tiempo.

La batalla de las góndolas

La proclamada guerra comercial entre los dos gigantes de la economía está más originada en la retórica que en la realidad. Los datos fríos son elocuentes. La infraestructura fabril china ya está plenamente globalizada, y los intercambios y las dependencias empresarias entre oriente y occidente se dan en todos los planos de la producción y distribución de bienes y servicios. La balanza comercial entre EEUU y China ronda los U$S 700.000 millones por año de los cuales el 80% ha correspondido a las exportaciones chinas.

Las diferencias comerciales entre los dos países, así como los resabios de la pandemia, han dado mayor importancia a la ubicación relativa de las plantas armadoras y fabriles con respecto a las cadenas encargadas de suministrar las partes, lo que hace que términos como reshoring, nearshoring o friendshoring sean citados con mayor frecuencia con referencia a la relocalización más colindante del conjunto de la infraestructura productiva.

En realidad, más que traslado lo que está habiendo es una duplicación de instalaciones. Las plantas ubicadas en China obviamente no vuelven a EEUU haciendo el camino inverso que transitaron a partir de los ochenta; lo que está pasando es que las facilidades existentes en territorio chino se están replicando en las cercanías de EEUU donde las cifras nos dicen que México ya ha superado a China en el volumen de las exportaciones a su vecino. Va de suyo que China se ve obligada a abrir nuevos mercados en las cercanías para redireccionar una parte de las exportaciones que han estado dirigidas a Norteamérica.

Hambre o desnutrición

Cuando hay crisis en el Mar Negro la alimentación mundial se ve afectada y al igual que en los inicios del modelo agroexportador argentino, cuando la guerra de Crimea de 1853/6 sacó a Rusia de la producción cerealera, la guerra de Ucrania en curso también incide en el complejo agroindustrial argentino que se ve sujeto a demandas adicionales no siempre respondidas.

Desde que, en 1976, debido a los trabajos del premio Nobel estadounidense Norman Borlaug, por primera vez en la historia la cantidad de proteínas producidas en el mundo alcanza para dar de comer a todos los seres humanos, las dificultades en la ingesta han radicado en la distribución de esas proteínas y/o en la relocalización de los cultivos, como lo demuestra la actual controversia entre Francia y países del cono sur de América para la firma de un pacto de libre comercio. La problemática de la alimentación mundial aún está en veremos sobre todo por razones de tipo geopolíticas, pero no por escasez como ocurrió hasta hace unos años desde que el primer hombre se bajó del árbol.

Los resultados previsibles de la guerra de Ucrania anticipan que Rusia se puede quedar con el dominio de todos los puertos del Mar Negro y las tierras negras más fértiles del mundo, las conocidas como chernoziom, haciendo que se transforme en el actor de mayor peso en el mercado mundial de cereales del mismo modo que ya lo es como exportadora de trigo.

Caminos para todos

El poco aludido tema de la infraestructura de conectividad (IC) física más que la digital, es la cenicienta de la agenda global. La retícula mundial predominante es la que fue concebida al servicio de las formaciones sociales expoliadoras, normalmente radiocéntricas, que fueron utilizadas para acercar materias primas con poco valor agregado a los puertos de países dependientes y/o colonizados.

La aplicación de nociones como la dinámica de sistemas muestra el efecto multiplicador en la generación y ahorro de energía que se produciría como consecuencia de facilitar las sinergias de un trazado más racional, en red, de los flujos informativo-comunicacionales que conectan a las sociedades humanas. En momentos en que la consigna del net zero comienza a ser tendencia, sería bueno incorporar esta cuestión al debate público y académico.

No es casual la importancia creciente que se les está brindando a programas referidos a la IC. La estrella es la Ruta de la Seda de la RPCh que ya está en marcha en decenas de país, pero por razones de pertenencia puede que para nosotros tengan más importancia las contrapartes de EEUU y la UE, el Build Back Better World (B3W) y el Global Gateway.

El ruido de las armas

En la agenda global de hoy se distinguen las dos guerras, una en Ucrania y la otra en Palestina en las que los atacantes pertenecen a uno y otro lado de la grieta: Rusia autocrática e Israel democrática; la primera, ahora atrincherada, luego de haber ocupado el 20% del territorio ucraniano, enfrentando contraofensivas que desangran los efectivos locales, y la otra, de modalidad ofensiva, dirigida a aniquilar a Hamas como respuesta a sus incursiones terroristas.

Las dos guerras tienen rasgos comunes. Se identifican en que ambas son invasoras, anexionistas y destructoras de la infraestructura civil y militar. Pero se diferencian con respecto al daño infligido a la población civil.

En Ucrania a casi dos años de haber comenzado la guerra, la Misión de Derechos Humanos de las NNUU señala que se han verificado 10.582 muertos y 14 millones de personas han emigrado, casi un tercio de la población de ese país, de los cuales unos 4,5 millones ya han regresado a sus hogares mientras que, según el Ministerio de Salud Palestino, hasta el 12 de abril, a 7 meses de iniciado el conflicto, han muerto 34.570 civiles de las cuales el 70% son mujeres y niños en la Franja de Gaza, y 460 (117 niños) en Cisjordania en manos de los colonos judíos extremistas lejos del teatro de las operaciones bélicas.

Por su carácter prolongado y su disposición estática, la guerra de Ucrania ha perdido presencia mediática: demasiado larga y sin dinamismo, además, según los expertos militares, con un final previsible por la disparidad de las fuerzas en juego.

Para Rusia la población ucraniana no es su enemiga lo que ha sido manifestado por su gobierno en repetidas ocasiones; por el contrario, son un activo eslavo funcional a sus ambiciones imperialistas tendientes a reflotar un proyecto con hondas raíces históricas como es el de la Nueva Rusia motorizado férreamente por Putin.

En el Kremlin el regreso de la iconografía zarista ha sido paralelo a la rehabilitación de filósofos como Iván Ilyin (1883-1954) y, últimamente, el encumbramiento de teóricos geopolíticos como Aleksandr Duguin (Moscú, 1962), herederos ambos del paneslavismo del siglo XIX que defendía la “unidad espiritual” de los pueblos eslavos.

En un mapa mostrado recientemente por el ex presidente de Rusia Dmitri Medvedev, hoy Vicepresidente de su Consejo de Seguridad, se reivindican posesiones que vienen desde la época del imperio de los zares.

Rusia se ha propuesto recuperar los territorios de la parte oriental del Dniéper con el fin, se conjetura, de integrarlos en forma de repúblicas autónomas con una infraestructura actualizada frente a la vetusta herencia de la era soviética, como ya se está viendo en la reconstrucción de Mariúpol sobre el mar de Azov.

El otro tema con Ucrania es la forma en que Lenin creo ese país en 1922 para formar parte de la naciente Unión Soviética, arrebatando territorios a Polonia (Volinia y Galitzia), Hungría (Transcarpatia) y Rumania (Besarabia y Bukovina). Esos acreedores están en la puerta esperando el fin de la guerra para cobrar las deudas pendientes.

El caso de Israel es distinto y no todos los judíos piensan lo mismo ni mucho menos; de hecho, ya se están poniendo de relieve los desacuerdos a través de numerosas y nutridas manifestaciones en distintas partes del mundo, incluso en el propio país; el intríngulis es la concepción de los que hoy gobiernan el Estado y manejan su ejército cuya actitud ante los palestinos ha generado muchas críticas e incomodidades entre sus amigos. El distanciamiento de EEUU frente a lo que ya se denomina en Occidente como un genocidio, es un hecho histórico de una formidable importancia geopolítica.

La grieta global y la institucionalidad

En junio de 2021 el Grupo de los Siete (G7) se encargó de firmar el acta de defunción del Grupo de los Veinte (G20) en su concepción inicial, la instancia efectiva de mayor representatividad alcanzada por las naciones más poderosas a nivel de la gobernabilidad global. La reunión transcurrió a mitad de junio en el sudoeste de Inglaterra, y a partir de ese momento el G20 perdió su carácter consensual, aunque siguió siendo la mejor opción para el tratamiento de la agenda global en su máximo nivel.

Para reafirmar el sentido de las medidas tomadas por el G7, en diciembre de ese año el Departamento de Estado organizó la Primera Cumbre por la Democracia con el fin de diseccionar la institucionalidad internacional por medio de una grieta global lo que determinó que los aproximadamente los 200 países del mundo quedaran divididos por mitades.

El diseño de la actividad a distancia fue criticado por medios estadounidenses porque se convocó a países que no tenían suficientes merecimientos como para ser denominados democráticos dejando fuera a otros que sí los tenían. Por el “principio de revelación” la convocatoria tuvo la virtud de mostrar la forma en que EEUU concibe la parte “democrática” de la grieta.

En Instituciones como Freedom House que recibe del gobierno de los Estados Unidos aproximadamente un 80 % de su financiación, existe la tradición de hacer un ranking anual donde se distingue a los países amigos para editar un planisferio que se va ajustando a los cambios que se consideren pertinentes. Las invitaciones para la Primera Cumbre por la Democracia se hicieron según esa clasificación que está reflejada en el siguiente mapa donde los que están en negro son los que no fueron convocados y, por omisión, constituyen la parte autocrática de la grieta.

 


Los EEUU se han manejado en las relaciones internacionales inspirados en la tara del “destino manifiesto”, una doctrina basada a su vez en una vieja concepción inglesa del siglo XIX denominada jingoísmo que se expresa en una actitud o política extremadamente patriótica y beligerante para promover o mantener el poder y los intereses de un país a través de la fuerza militar, sin considerar adecuadamente las alternativas diplomáticas.

Uno de los ejemplos más claros de la influencia del concepto de Destino Manifiesto se puede apreciar en la declaración del presidente Theodore Roosevelt en su mensaje anual de 1904 cuando expreso que “si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de los Estados Unidos” (sic)

La performance de EEUU ha sido ambigua. Esa concepción extremista no le ha dado buenos resultados cuando las intervenciones han sido armadas lejos de sus fronteras a diferencia de los éxitos que obtuvo al utilizar otro tipo de medios.

A partir de los setenta, el proceso chino contó con un rol protagónico de los EEUU. El recientemente fallecido Henry Kissinger fue el artífice sin duda del mayor logro de la historia en materia de intervenciones externas complementarias, sinérgicas y exitosas.

La grieta promovida por el Departamento de Estado, más allá de su intencionalidad, tiene una connotación claramente emulativa. En ciertas cuestiones de las RRII se parece al cuadro que Churchill pintó en 1947 con su discurso de Fulton para cerrar la “cortina de hierro” que enmarcó la Guerra fría.1 hasta la implosión de la Unión Soviética en 1991.

Da la impresión que los temas de agenda que se detallan en este trabajo, en algunos aspectos de la producción, el comercio y las cadenas de valor, irán tomando caminos confrontativos, pero sin dejar de ser al mismo tiempo complementarios, según se manifiesten a uno u otro lado de la grieta y a través de ella.

EEUU irá atenuando su presencia indiscriminada en todo el mundo para replegarse y cobrar mayor protagonismo en el hemisferio americano, con una participación atlántica no tan excluyente, para dar lugar a una Nato más equilibrada, menos dependiente, y un rol incrementado de la Unión Europea, aunque sea en este módico aspecto.

El conflicto con China tiene mucho más de semántico que de comercial debido a que el intercambio entre ambos es gigantesco y no es dable eliminarlo en su totalidad. La presencia de EEUU en China de hecho se ha ido modificando a medida que las empresas de origen norteamericano allí radicadas también se van independizando de su origen - apenas mantienen el branding, pero no la localización de sus casas matrices- debido a la creciente globalización de sus competencias.

La notoria e inédita presencia de EEUU en Argentina, la desgastante participación de ese país en la guerra de Ucrania, las inesperadas controversias con Israel en torno a Palestina y, sobre todo, el sonsonete del conflicto con China, es una demostración sutil o no tanto de ese restyling de orientación geopolítica.

Existe lo necesario para hacer feliz a la humanidad. Al final de este período de grandes cambios habrá primado la suficiente cordura como para que los recursos existentes garanticen que todos los seres humanos puedan satisfacer sus necesidades y sean capaces, al mismo tiempo,  de brindar al prójimo lo máximo que le permitan la suma de sus capacidades en las condiciones adecuadas. Para eso estamos en la Argentina.

Ing. Alberto Ford

IRI / UNLP

Buenos Aires, abril de 2024

albertoford42@yahoo.com.ar

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